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jueves, 28 de agosto de 2025

 



Cada noche, en una calle cualquiera de la ciudad, un hombre sin hogar se sienta en el frío asfalto y abraza a su perro.

No pide dinero. No busca compasión.

Lo único que hace es acunar con ternura a su compañero, acariciándolo hasta que sus ojos cansados se cierran y el sueño vence al miedo.

Los transeúntes que lo observan se detienen en silencio.

Algunos sienten un nudo en la garganta, otros dejan escapar una lágrima.

Porque lo que se ve en ese instante no es pobreza… es amor en su forma más pura.

El hombre contó que no siempre vivió en la calle. Hubo un tiempo en que él y su perro tenían un hogar, un refugio cálido donde nada podía herirlos.

Pero la vida cambió, y de un día para otro se encontraron bajo el ruido ensordecedor de coches, sirenas y pasos que nunca se detienen.

El que más sufrió fue el perro.

Los claxon, las luces, el movimiento constante lo llenaron de ansiedad.

Ya no podía dormir.

Se quedaba temblando, con los ojos abiertos en la oscuridad.

Entonces su dueño, con más amor que recursos, inventó un ritual:

lo toma en sus brazos cada noche, lo acuna, lo acaricia y lo tranquiliza hasta que finalmente puede dormir.

Cada noche me aseguro de que él se duerma primero, antes de cerrar yo los ojos”, confesó con voz quebrada.

✨ En esas palabras late todo: la dignidad que resiste a la miseria, la lealtad más allá de las circunstancias, el vínculo inquebrantable entre un hombre y su perro.

Un vínculo capaz de encender luz incluso en las noches más oscuras.


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