Muchos jóvenes no lo conocieron. Y eso, más que una lástima. Porque Walter Matthau no fue solo un actor: fue una lección viva de humanidad disfrazada de sarcasmo, un rostro que parecía tallado por la ironía y un corazón que se revelaba justo cuando menos lo esperabas.
Antes de ser actor, Walter Matthau quería ser periodista. Estudió en la Universidad de Columbia, atraído por el noble arte de informar. Pero la vida tenía otros planes. Su primer trabajo fue vendiendo refrescos en un teatro yiddish de la Segunda Avenida. Allí, entre bastidores y funciones en idish, alguien le ofreció un papel menor. Subió al escenario por accidente… y nunca más se bajó. Ese giro inesperado —de vendedor a actor— marcó el inicio de una carrera que, sin saberlo, dejaría un gran legado.
Matthau empezó como villano. Su físico desgarbado, su nariz prominente y esa expresión entre cínica y perpleja lo encasillaron en papeles duros: gánster, asesino, abogado sin escrúpulos. Pero detrás del ceño fruncido había un actor de teatro, un perdedor encantador que sabía que el fracaso enseña más que el éxito.
Su gran giro llegó en 1966 con *En bandeja de plata*, donde junto a Jack Lemmon formó una de las duplas más mágicas del cine. Lemmon era el orden; Matthau, el caos. Lemmon, el neurótico; Matthau, el cínico. Juntos eran dinamita. Podían hacer reír leyendo una guía telefónica. Y lo hicieron, durante décadas, en películas como *La extraña pareja*, *Primera plana*, *Aquí un amigo* y *La extraña pareja otra vez*.
Pero su vínculo iba más allá del set. Vivían cerca, compartían vacaciones, hablaban de todo —incluso de la muerte— con sentido del humor. Eran amigos íntimos, cómplices, hermanos sin sangre. "Hablábamos mucho de la muerte", contaba Lemmon, "aunque con sentido del humor". Su química era tan real que el público los adoraba, especialmente en los años noventa, cuando volvieron a encarnar a sus personajes gruñones y entrañables en Dos viejos gruñones (1993), Discordias a la carta (1995) y La extraña pareja otra vez (1998).
En esa misma década, Matthau también se convirtió en el inolvidable Sr. Wilson en Daniel el travieso (1993), donde su malhumor se desmoronaba ante la ternura involuntaria del pequeño Daniel. Un año después, en Mi querido Einstein (1994), interpretó al célebre físico con una mezcla de sabiduría, torpeza y dulzura. Y en Discordias a la carta (1995), volvió a compartir pantalla con Sophia Loren, en una historia donde el amor maduro se abría paso entre insultos, orgullo y reconciliaciones. Incluso los cascarrabias tienen derecho a soñar.
La salud de Matthau fue siempre frágil. Sufrió varios infartos, fue operado del corazón y del colon, y padeció de neumonía en múltiples ocasiones. Finalmente, el 1 de julio de 2000, murió a los 79 años de un ataque al corazón. Su inseparable compañero, Jack Lemmon, lo seguiría apenas un año después. Ambos descansan hoy en el cementerio de Westwood, en Los Ángeles, no muy lejos de Billy Wilder, el director que supo ver en ellos una pareja cómica para la historia.
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