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viernes, 21 de noviembre de 2025

 


Paco Arenas

El que pueda hacer que haga...

El TOP (Tribunal de Orden Público) franquista, obedece.

Hoy España ha vivido un «golpe de Estado judicial». El fiscal general del Estado ha sido condenado sin una sola prueba directa en su contra, por la revelación de un secreto que se gritaba a voces en todas las redacciones, con todos los testigos y pruebas diciendo que era inocente y con el único fundamento sólido de la acusación: un bulo de Miguel Ángel Rodríguez, ese evangelista borracho que convierte rumores en sacramentos sagrados para periodistas y togados de pesebre o estómago agradecido. Todo muy normalito.

El calendario, eso sí, impecable: 20 de noviembre. Para que nadie olvide la tradición. Como diciendo: «Aquí seguimos, muchachos; cambian las togas, los uniformes, pero no los mandamientos». Entre ellos, por supuesto, el dogma aznariano: «El que pueda hacer, que haga». Un versículo que debería figurar en piedra a la entrada del Supremo, justo al lado de la máquina de café.

El proceso fue tan transparente que hasta la sentencia parecía haber sido escrita antes del juicio, el juez instructor, haciendo honor a su nombre, hurto la presunción de inocencia a la causa, el investigado culpable y condenado, aunque se demuestre lo contrario, como así ha sido. Pero no seamos mal pensados: quizá los jueces eran simplemente telépatas o sacerdotes de la Iglesia Azbariana. O, por qué no, nostálgicos de esos tiempos en que las decisiones judiciales no necesitaban pruebas, solo la aprobación del Caudillo o del señor de bigote que heredó el espíritu de Villarejo en versión más rancia.

Mientras que las pruebas y las evidencias insistían en que no había ni rastro de delito, la maquinaria judicial continuaba su melodía, como una pianola franquista que solo conoce una partitura: la de «todo atado y bien atado», versión remasterizada 2025. Y así, con las cuerdas afinadas desde hace décadas, el espectáculo se ejecutó con precisión quirúrgica: el fiscal general al banquillo, los bulos al altar y la justicia al servicio de sus devotos de siempre.

Al final del día, el potaje democrático quedó un poco rancio, el olor a naftalina se escapó de los pasillos del poder, y medio país se preguntó si la Transición había sido un truco de magia o simplemente un cambio de escenografía. Porque los nudos, ya lo vemos, siguen ahí: atados y bien atados, orgullosos y con vocación de permanencia.

Y mientras tanto, en alguna fundación, seguro que alguien ha brindado diciendo:

«¡Va palante!¡A por ellos!».

Y otro, más castizo, habrá respondido:

«El que pueda hacer, que haga».

Porque, total, ¿quién necesita golpes de Estado tradicionales cuando tienes uno judicial perfectamente funcional?


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