Chistes de romanos
Los
chistes de tu cuñado ya los contaban los romanos
El
'Philogelos' es considerado el libro de chistes más antiguo de la
historia y sigue estando de actualidad.
Marina
Prats
19/02/2021
el
HuffPost
Si
alguna vez has pensado que los chistes que hace tu cuñado están
pasados de moda, estás en lo cierto. Literalmente tienen casi 2000
años. Los romanos ya contaban chistes malos similares que han
perdurado hasta hoy en día, con el demérito de que para muchos ya
no tienen gracia.
La
recopilación de chistes más antigua del mundo data del siglo IV
d.C, en la época del gran Imperio romano, y se
llama Philogelos (algo
así como “amante de la risa”) y en él se encuentran chistes
como este, que seguro que te han contado en más de una ocasión:
“El
peluquero preguntó:
-
¿Cómo quiere que le corte el pelo?
El
cliente contestó:
-
En silencio”.
“Los
romanos tenían mucho humor y lo demostraban con recopilaciones como
el Philogelos, con
la que plasman lo capaces que eran de reírse de sí mismos. Este es
el más antiguo que se conserva, pero hay referencias que nos hacen
pensar que hay otros anteiores”, detalla Néstor F. Marqués,
arqueólogo fundador de la
página Antigua Roma al Día.
“En el periodo clásico griego ya se menciona alguno y en Roma el
primero que hace una referencia así es el dramaturgo Plauto, del
siglo II a.C, casi seis siglos antes de este libro”, apunta.
En
el Philogelos se
encuentran más de 265 chistes escritos en griego que se atribuyen a
Hierocles y Philagrios. Aunque lejos de ser autoría suya, ellos se
dedicaban a recopilar lo mejor que se escuchaba entre la aristocracia
romana. “Hay documentos que demuestran que los romanos se
reunían o que en ciertas agrupaciones de personas se contaban
chistes y se escribían los mejores en esta recopilación”,
recuerda Marqués.
Tópicos
y chistes hoy “políticamente incorrectos”
En
el Philogelos encontramos
chistes de muy variadas temáticas. Como los
de scholastikos
(algo
así como intelectuales o pedantes) o sobre avaros, eunucos (hombre
castrado), borrachos o médicos, y también algunos de humor negro,
cómo no, donde las crucifixiones eran las protagonistas.
“Los
romanos no tenían esos tabúes que tenemos hoy en día, estamos
hablando de una sociedad muy clasista. Si me puedo reír del que es
inferior, lo voy a hacer”, explica el arqueólogo.
Aunque
algunos estereotipos como los scholastikos
o,
por supuesto, los eunucos, se han perdido a lo largo de la Historia
al ir cambiando la sociedad, hay otros que se han mantenido.
“Eran
muy comunes los chistes de abderitas
(habitantes de la ciudad
de Abdera,
la actual localidad almeriense de Adra) que eran tomados como
tontos”, explica Marqués. Algo que se ha hecho muchos años en
España con los habitantes de la localidad onubense de Lepe.
No
se libraban de otros chistes más rancios y machistas, que eran
totalmente normales en la sociedad del siglo IV d.C. “Hay chistes
de maridos que pegan a sus mujeres y mujeres que odian a sus maridos.
Lo que no podemos hacer es compararnos a todas horas con una sociedad
que tiene 2000 años y que, aunque tenemos bagaje cultural, no nos
parecemos”, apunta Marqués.
Había
chistes de eunucos (con la falta de masculinidad que se ha asociado
más recientemente a la homosexualidad) y chistes machistas, pero no
era común reírse por motivos raciales. “No había racismo en el
sentido colonialista. Si una persona había nacido en Asia o en
África les daba igual, lo que importaba era la clase social. También
si saltaba de clase. Por ejemplo, a un esclavo se le daba la
libertad, se le trataba bien. Creo que esa diferencia de pensamiento
hace que tuvieran mucho sentido del humor”, detalla.
El
humor de los emperadores y la crítica al poder
En
pleno debate por la libertad de expresión y con una larga saga de
políticos que se ofenden cuando se bromea sobre ellos, conviene
recordar que en la Antigua Roma había emperadores que se tomaban con
humor los chistes sobre ellos. Sí, en una sociedad en la que estaba
permitida la pena de muerte. “Circulaban chistes sobre Augusto,
pero se tomaba muy bien el tema del humor”, señala.
Durante
las fiestas Saturnalias,
el emperador hacía unas curiosas rifas con objetos de broma. “Se
sorteaban ropas muy caras, oro e incluso dinero en efectivo, y tenía
los premios totalmente contrarios: una esponja, un manto hecho con
pelo de cabra y cosas totalmente de coña”, detalla el arqueólogo.
Ese
humor, según el contexto, también se permitía en los círculos del
ejército, todo por pura superstición. “En los desfiles triunfales
se dejaba que los soldados hicieran chistes de los generales
victoriosos sin que hubiera consecuencias. Si se humillaba al general
en un momento de máxima gloria era mucho menos probable que los
dioses tuvieran envidia de su éxito”, recuerda Fernando
Lillo, Doctor en Filología Clásica.
Las
consecuencias de los chistes estaban limitadas también por la
persona sobre la que bromeasen. Más allá de su estatus social,
importaba cómo era el gobernante, su carácter. Y, en este caso, no
es comparable Augusto con los conocidos como emperadores “crueles”
de Roma: Calígula, Nerón o Cómodo
“En
la época del Imperio estaba el emperador que gobernaba sobre todo y,
por otro lado, el Senado, compuesto por la aristocracia romana. Hay
emperadores que guardaban bien las formas y mantenían la farsa de
que la República seguía viva y otros que no, que eran totalmente
autoritarios y no tenían en cuenta al Senado. Sobre estos
satirizaban más los aristócratas”, recuerda Marqués.
En
referencia al emperador Cómodo, Lillo recalca las fatales amenazas
que sufrían quienes osaban reírse de él en público. “Bajó en
una ocasión a la arena del anfiteatro y mató a un avestruz
cortándole la cabeza e hizo un gesto hacia los senadores de las
gradas como diciéndoles que ese iba a ser su destino. A ellos les
dio la risa, no se sabe si por lo ridículo de la situación o por el
miedo que sintieron. El caso es que tuvieron que comerse las hojas de
sus coronas de laurel para no reírse y conservar la vida”, detalla
Lillo.
En
el otro extremo estaba Augusto que admitía la burla de él mismo y
hasta la de su madre. “Había incluso un chiste que contaba que
Augusto se enteró de que había un hombre que acababa de llegar a
Roma y se parecía mucho a él. Pidió que lo llevaran ante él.
Cuando llegó, Augusto le preguntó si su madre había estado alguna
vez por Roma y el hombre le dijo: ’Mi madre no, pero mi padre sí”,
señala Marqués.
Las
caricaturas y el humor más “gráfico”
Además
de este recopilatorio de chistes y las clásicas comedias o
espectáculos de mimos o bufones de las clases más altas, que
trascendieron también durante la Edad Media, los romanos dejaron sus
propios grafitis humorísticos en
Pompeya.
“Los
grafitis de Pompeya ofrecen algunos ejemplos de bromas e insultos
jocosos. En las paredes se tallaban caricaturas de personajes de la
ciudad exagerando sus rasgos faciales; en otros lugares se escribía
de uno que era un ladrón o de otro que estaba calvo…”, recuerda
Lillo, autor de Un
día en Pompeya (Espasa).
Entre
esos grafitis, Lillo destaca uno con el siguiente mensaje en un
establecimiento de hostelería:
“Nos
hemos meado en la cama. Lo confieso. Si preguntas por qué: no había
orinal”.
En
este mismo sentido, Lillo recuerda que también estaban permitidas
hasta las bromas con los carteles electorales en los que se podían
ver mensajes como: “Los ladronzuelos proponen a Vatia para edil”.
El
“narizotas” y otros apodos comunes
Otro
signo que denota el humor de la sociedad en la Antigua Roma era lo
que se conoce como el agnomen,
el tercer nombre que hoy en día sería como el apodo.
La
surrealista escena de La
vida de Brian en
la que acuden a una lapidación y el judío amigo del protagonista
llama a uno de los asistentes “narizotas” no es casualidad. Ese
era el apodo del escritor Ovidio, que se llamaba Publio Ovidio Nasón
(narizotas), aunque no tenía ese rasgo sino que era heredado.
Como
explica Marqués, el agnomen se
puede comparar a los nombres familiares que se mantienen hoy en día
en los pueblos, pero no necesariamente tenían —ni tienen— un
carácter jocoso. “Con Cicerón pasaba: “cicero” es garbanzo.
Se supone que un antepasado suyo tenía un grano en la nariz con
forma de garbanzo. De ahí le venía el nombre, de esa rama de su
familia”, apunta.
Para
compararnos con los romanos siempre se utilizan las mismas manidas
aportaciones. Que si gracias a ellos tenemos carreteras, acueductos o
alcantarillado. Pero pocas veces se tiene en cuenta lo mucho que nos
une ese carácter social y Mediterráneo que es contar chistes. El
humor, al final, no entiende de siglos.