Reflexiones ateas
España es católica por los pelos
ElPlural
Victor Arrogante
20-4-25
Ya se ha terminado la semana santa. Parece
que este año ha sido muy variada y diversas el perfil de las
personas que han acudido a los actos religiosos. También ha sido
histórico el número de horas de retransmisiones de
las procesiones en televisión. Yo, como
de costumbre ni he ido ni he visto nada. Reniego de todo lo que tenga
que ver con la iglesia y la religión.
Han transcurridos siglos y quieren seguir controlando las
conciencias, obviando que la iglesia sostuvo
y defendió la represión franquista, avalando sus principios bajo
palio. La Puta de Babilonia, la católica no es del amor ni de los
pobres. ¡Tú la teóloga, la misteriosa, la profunda, la recóndita,
la que se cree representante de dios en la tierra y mató en su
nombre». Poco más tengo yo que decir para definirte. La
antidemocrática, la del odio y la agresión;
la que odia a las mujeres y abusa de la infancia: dejad que los niños
se acerquen a mi y aprovecha el poder que ejerce sobre ellos para
introducir ideas retrógradas y perniciosas contra la libertad y los
derechos.
La Ramera de Babilonia, aparece en el libro
Apocalipsis, como un personaje asociado con el Anticristo y la Bestia
del Apocalipsis, relacionados con el reino de las siete cabezas y
diez cuernos. Entonces vino uno de los siete Ángeles que llevaban
las siete copas y me habló: Ven, que te voy a mostrar el juicio de
la célebre Ramera, que se sienta sobre grandes aguas. Con ella
fornicaron los reyes de la tierra y sus habitantes se embriagaron con
el vino de su fornicación» (Apocalipsis
17:1-2). En el siglo XVI, con la Reforma de
Lutero, se consideraba a la iglesia católica como la
ramera de Babilonia; lo mismo que antes ya lo hicieran Girolamo
Savonarola, predicado contra el lujo, el lucro, la depravación de
los poderosos y la corrupción de la iglesia católica. También
Dante utilizó la imagen de la Puta en su Infierno, criticando a la
iglesia de Roma.
La Puta
de Babilonia, de Fernando Vallejo, demoledor, cuenta los grandes
crímenes de la iglesia católica, y los pecados de los papas.
Plantea dudas sobre el nuevo testamento y las contradicciones de los
evangelios, dudando de la existencia de Jesucristo y de dios mismo.
Cuenta como los Obispos de Roma destruyendo
las copias antiguas de los evangelios en el siglo III a. C. y como
escogieron, de los veintisiete textos para el Nuevo Testamento en el
Tercer Concilio de Cartago en 397, los que mejor les convenía.
No nos alejemos mucho ni en el tiempo ni en el espacio. La
Inquisición se fundó en 1478 por los Reyes Católicos,
para mantener la ortodoxia católica en sus reinos y no se abolió
hasta 1834. Estuvo bajo el control directo de la monarquía —entre
otros por Fernando VII. Actuaba, «no tanto por celo de la fe y
salvación de las almas, sino por la codicia de la riqueza», decía
el papa Sixto IV. Lo cierto es que las razones de su creación,
fueron: establecer la unidad religiosa; debilitar la oposición
política; acabar con la poderosa minoría judeoconversa; y conseguir
financiación para sus proyectos. Se estableció una férrea
organización para la persecución y expulsión de los
judíos; represión del protestantismo; la
censura; luchar contra los moriscos, la superstición y la brujería.
También se persiguió la homosexualidad y bestialismo, considerados
por el derecho canónico contra naturam.
Muchos verdaderos fieles cristianos, fueron encerrados, torturados
y condenados como herejes, para ser privados de sus bienes y
propiedades por la Inquisición. Su método represor, se basaba en el
principio de presunción de culpabilidad, no de
inocencia. La detención implicaba la confiscación de sus bienes,
llevándose la instrucción en el máximo secreto. El tormento se
aplicaba, no como medio de conocer la verdad, sino para reconfortar
al preso en su fe. Ningún papa ha condenado a la Inquisición de
manera clara. Hoy sigue existiendo, con el sobrenombre
de Congregación
para la Doctrina de la Fe, para defender a la iglesia.
España es católica por los pelos. Los católicos
practicantes representan un 19% de la población, según
los datos del último barómetro del Centro de Investigaciones
Sociológicas (CIS), correspondiente a abril de 2025. Es
un porcentaje exiguo que ha ido cayendo año tras año desde la
Transición. Si sumamos el conjunto de católicos (practicantes y
no practicantes), son un 55%, una proporción aún mayoritaria pero
muy por debajo de los de otros países católicos europeos como
Italia (75% - 79% en base a estudios recientes) o Irlanda (69%, según
datos del censo). Y eso teniendo en cuenta el efecto
Semana Santa, que eleva algo las actitudes religiosas en
este último barómetro.
En España, un 40% de la población se identifica
como atea, agnóstica o no creyente, mientras un 4% se
declara creyente de otras religiones distintas al catolicismo. Según
el último barómetro de abril mencionado, entre los 18 y los 24 años
apenas un 15% se consideraban católicos practicantes. Y en conjunto
son solo un 35% los que se consideran católicos (practicantes o no),
frente a un 46% antes de la pandemia (barómetro marzo 2019). Un
descenso notable. Mientras, el número de no creyentes ha subido más
de 10 puntos y ya son una amplia mayoría entre la juventud, un 60%.
Soy ateo, no creo en ningún ser sobrehumano,
ni sobrenatural, que controle los destinos de los seres vivos y
muertos aquí en la Tierra, ni fuera de ella; que imparta castigo y
justicia divina, ni nada por el estilo. En otras palabras, no creo en
dios, ni en sus actos, ni en sus obras, ni en su historia, ni en su
hijo, ni en su madre, ni en todos los santos, ni en lo que creen los
que creen, ni en ninguna paloma santa; dicho con todos los respetos.
No es que diga que no lo se, que puede que sea, o admita la
probabilidad de la existencia de una fuerza o energía,
espíritu vital o luz omnipotente, no: es que no lo creo.
Fui creyente en otros momentos de mi vida, allá por mi adolescencia
juvenil, hasta que pensé; y entonces supe que no era posible y
además no podía ser. También es cierto, que hoy, tras muchos años
desde entonces, he dejado de creer en algunas humanidades. Y de la
iglesia católica no creo nada: por lo que representa, por lo que
dicen, por lo que hacen, por cómo lo hacen, por lo que dicen que
hacen, por lo que no dicen y hacen.
El ateismo es un valor de referencia en la
organización de mi vida personal, familiar, social y política. Para
encontrar la armonía con el pensamiento, es vital la consecución de
un Estado verdaderamente laico, en la defensa de los derechos civiles
y las libertades ciudadanas, con una idea, una ética, una moral,
unos valores sociales y unas normas de conducta ateas, democráticas
y tolerantes.
El ateismo es la representación de la defensa de la
libertad de pensamiento y expresión, la pluralidad y
el derecho a la difusión de todas las ideas y creencias (siempre que
éstas sean respetuosas con las personas y sus derechos). La
neutralidad religiosa del Estado en todos los ámbitos -en la
enseñanza sobre todo-, pasa por la abolición de los privilegios
concedidos a cualquier iglesia o confesión religiosa y supresión de
toda discriminación por motivos religiosos; y promover el progreso,
la justicia social y la solidaridad entre todos los ciudadanos.
Soy ateo porque es la base para un humanismo alejado
de dogmas y opresiones. Entre la fe en un dios imposible,
escojo a la humanidad imperfecta, libre de historias sagradas, de
religiones y sectas dominadoras. Lo que nos caracteriza a los ateos,
no es tanto la difusión de la idea -algo que queda en el ámbito de
lo íntimo y personal-, sino la defensa del laicismo: una sociedad
sin ataduras de índole religioso, en libertad y en igualdad de
condiciones y oportunidades. La conciencia social y la política
unidas para el bienestar general.
Soy ateo como expresión del reconocimiento a la
razón y a la libertad de conciencia. La religión no
puede convertirse en creencia probada y verdad inamovible, a través
del poder institucional, como pretenden algunos. La fe religiosa, es
a fin de cuentas, el acto de dejar de razonar. Soy ateo porque la
razón es el máximo atributo del ser humano.