Nueve palabras que los padres
jamás deberían decirles a sus hijos
"No se trata de fomentar una determinada
ideología política, sino de ayudar a que los niños puedan convertirse en
adultos felices".
22/01/2018
Comprometidos a ayudar a los padres millennials a sacar el mayor partido de todas las situaciones.
ElHuffPost
El debate sobre la
eficacia y la importancia de lo políticamente correcto
es un tira y afloja cultural que lleva décadas en marcha. Hay algo divisorio en
la idea de que se debería evitar un lenguaje
que pueda ofender o alienar a determinados sectores históricamente marginados.
Sin embargo, la forma en que los adultos se dirigen a los niños, probablemente
uno de los grupos más marginados del mundo, no debería incluirse en ese debate.
Moderar la forma de hablar a los niños no es ningún tipo de autocensura, sino
que es aconsejable para la buena crianza de los pequeños. Y eso sí importa.
Los científicos llevan demostrando durante décadas que
las palabras de los adultos ejercen una influencia enorme en la mente en
formación de un niño. Lo que los padres dicen a sus hijos tiene unas
consecuencias muy reales y hay ciertas palabras cuyas repercusión puede ser
terriblemente negativa. Esto no tiene nada que ver con la cultura, su ambiente
ni su determinación, tiene que ver con las consecuencias concretas de las
acciones de los adultos. Así que sí, hay palabras que deberían extirparse del
vocabulario de los adultos, y no con el fin de fomentar una determinada
ideología política, sino de ayudar a que los niños puedan convertirse en adultos
felices.
Aquí van esas nueve palabras:
"Mandón/a"
Este calificativo se
les suele aplicar a las niñas pequeñas que asumen el liderazgo de un grupo de
amigos. Es habitual que, debido al adoctrinamiento cultural sobre los roles de
género, a muchas personas les choque que una niña lidere un grupo. El problema
de llamar a una niña "mandona"
es que se hace a modo de crítica. A una niña a la que llaman mandona
básicamente se le está inculcando que el papel de líder no le corresponde a
ella. ¿Y cuál ha sido el error de esta supuesta niña mandona? Ser asertiva,
tener ideas y luchar por el mérito de esas ideas. Esta asertividad se debería
inculcar en las niñas igual que se hace en los niños.
Eso no quita que no haya que enseñarles a ser
respetuosos. Cuando los padres tienen problemas con un hijo que les exige las
cosas a sus compañeros, el problema tiende a ser la forma de pedir las cosas,
no el hecho en sí de hacerlo. En lugar de coartar la asertividad de las niñas,
los padres harían bien en tratar su forma de hablar a la hora de llevar la
batuta.
"Consentido/a"
El hecho de tener un hijo consentido no habla tan mal del
hijo como de los padres, pero resulta que un niño al que le han concedido toda
clase de privilegios también puede convertirse en un adulto con los pies en el
suelo, sociable, empático y generoso, siempre y cuando los padres fomenten esos
valores en casa. Llamar "consentido" a un niño deja claro que los
padres perciben que hay algo irremediablemente corrupto en su hijo, pero lo
peor es que enmascara la culpa de quienes hicieron brotar su avaricia, su
egoísmo y su convicción de tener derecho a todo. Y esos culpables son los padres.
"Listo/a"
¿Ahora resulta que es
malo elogiar a un niño? No, pero puede resultar contraproducente,
y es precisamente uno de los peligros de llamar "listo" a un niño. La
idea de ser listo es que ha nacido con una inteligencia que le permite
solucionar con facilidad ciertos problemas, pero olvida las verdaderas
herramientas que hacen falta para solucionar un problema: creatividad,
perseverancia y concentración.
¿Qué pasa cuando un niño al que le han insistido en que
es listo se topa con un problema que es incapaz de resolver o a duras penas es
capaz de solucionar? Puede desencadenar una crisis de identidad. En lugar de
utilizar cumplidos vacíos, es mejor para el pequeño que se elogien las virtudes
concretas que le han permitido resolver un problema. Así, el "qué listo
eres" se convierte en algo mucho más útil: "Me parece estupendo que
te hayas concentrado tanto para encontrar una solución".
"Estúpido"
"Estúpido" es el hermano gemelo malvado de
"listo". Una de las razones por las que llamar "estúpido" a
un niño es tan perjudicial es porque es un calificativo degradante. Ellos
aprenden que es muy impactante llamar "estúpido" a otro niño. Esta palabra
es el equivalente infantil a lo que entre adultos sería un "puto
gilipollas" y tiene la misma carga despectiva en edades tempranas.
Viéndolo así, ¿cuánto
daño crees que le hace que se lo diga un adulto sensato a
quien quieren y por quienes desean ser queridos? Súmale el hecho de que muchos
niños ya comprenden que ese calificativo denota falta de inteligencia y esa
palabra prohibida pasa a ser devastadora. Cuando un niño interioriza que es
"estúpido", su futuro se vuelve más desolador. Además, esa palabra se
encuentra al límite del abuso verbal.
"Capullo/a"
La mayoría de los
adultos probablemente jamás le dirían eso a sus hijos a la cara, pero los filtros
que puede haber en el hogar suelen evaporarse en las redes sociales. Por alguna
razón, algunos padres se sienten innovadores y en la onda cuando cuentan
algunas anécdotas sobre los "capullos" de sus hijos mareándoles por
un motivo u otro, pero en estos casos está claro quién es el verdadero capullo.
Cuando los niños ponen a prueba la paciencia de sus
padres, no pretenden ser unos capullos, están pasando por unas etapas de
desarrollo normales. En estas etapas desarrollan ciertos comportamientos que
les ayudan a conocer el mundo y su papel en él.
Además, ¿por qué iban a querer unos padres describir a
sus hijos como unos capullos ante amigos o desconocidos que apenas tienen
contacto con ellos, independientemente de lo que les digan realmente en casa?
Es más, es un calificativo que puede volverse una bomba de relojería si algún
día los hijos lo descubren en las redes. Al final, eso que los padres pensaron
que estaban diciendo a espaldas de sus hijos puede aparecer claro y reluciente
en una pantalla ante sus narices. Buena suerte si es el caso.
"Egoísta"
Aquí va un dato interesante sobre el desarrollo cerebral
en la infancia: los niños son egocéntricos de forma natural e inherente. Hasta
que no cumplen 3 años aproximadamente no han desarrollado por completo la
teoría de la mente, que es la capacidad de entender que las otras personas
pueden tener ideas y sentimientos diferentes de las suyas.
¿Qué significa eso? Que un niño pequeño es incapaz de
entender por qué iba alguien a opinar distinto si a él le apetece un zumo.
Puede que parezca egoísta, pero el egoísmo implica también maldad. Pensar que
un niño tan pequeño tiene maldad y calificarlo en función de ello es peligroso.
No es cuestión de no
enseñarles a los niños que sus acciones tienen consecuencias
en los sentimientos de los demás. De hecho, la mejor forma de enseñarles
la lección de las consecuencias es la culpa, y es bueno que la sientan cuando
convenga. Sin embargo, llamarles egoístas no les hace ningún bien. Enseñarles a
sentir empatía mostrándoles las consecuencias que ha tenido cada una de sus
acciones es una táctica mucho más acertada.
"Mentiroso/a"
Al igual que sucede
al llamarles egoístas, al llamarles mentirosos se da por hecho que había maldad
en su intento de engaño. El primer problema que suscita esa palabra es que los
niños no actúan con maldad cuando mienten. El segundo problema es que pasa por
alto todos los logros intelectuales
que ha alcanzado un niño al decir una mentira, logros que, de hecho, deberían
celebrarse.
Además, esa palabra sirve para confundir a un niño, dado
que la propia sociedad fomenta las mentiras en el día a día. Por ejemplo, da
igual cómo huela la yaya, jamás de los jamases debemos hacer comentarios al
respecto.
"Princesa"
Aquí hay que puntualizar algo: si el calificativo se lo
pone de forma voluntaria porque adora a las princesas heroínas, entonces, por
supuesto, deja que lo sea. Sin embargo, no hay motivo alguno para que los padres
le cuelguen a su hija el cartel de princesa rosa y modosita antes siquiera de
que ella haya podido explorar otras identidades.
No es tanto un problema de género como de fomentar la
autosuficiencia, el valor y una imaginación libre para conocer otros roles que
no tengan que ver con castillos y príncipes apuestos.
"Rompecorazones"
Decirle esto a un niño pequeño es típico de muchos padres
y familiares que creen que se trata de un cumplido. No hay que darle muchas
vueltas para entender por qué es un calificativo inapropiado.
Por un lado, introduce al niño en el contexto del amor y
la sexualidad una década antes de que tenga edad de importarle. No solo eso,
sino que es uno de los primeros pasos que se le hace caminar al niño para que
piense que el papel del hombre es tener el poder y que parte de ese poder
consiste en su capacidad de romper corazones. ¿Qué tiene eso de elogiable?
Es cierto que el supuesto rompecorazones quizás aún no
comprenda bien los roles de género, el amor y la sexualidad, pero sus padres sí.
Realmente, es la clave misma de muchos de los calificativos que los padres les
dan a sus hijos: muchas palabras peligrosas no lo son por cómo se perciben los
niños a sí mismos, sino por cómo lo hacen sus padres y cómo modifica esa
percepción su conducta para mejor o, mucho más a menudo, para peor.
Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha
sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.
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