La falseada
historia de El Corte Inglés
La empresa tiene pendientes dos reconciliaciones: una, interna, para no
incurrir en una guerra intestina destructora; y otra, contar la verdad de su
propia biografía
Javier
Cuartas
Ctxt
1Ramón
Areces posa ante un retrato de su tío, César Rodríguez, a finales de los años
sesenta, con su característico pañuelo de cuatro picos en el bolsillo.
16 de Marzo
de 2016
Ramón Areces
no compró en diciembre de 1935 la antigua sastrería El Corte Inglés, la
operación de la que surgió el actual grupo de grandes almacenes. Areces tampoco
negoció la adquisición de la afamada tienda madrileña, no participó en las
conversaciones con sus propietarios, no figura en los documentos de la
transacción, los antiguos dueños que pactaron la venta de su negocio jamás
tuvieron relación con él. Areces no puso dinero para abonar la compra (entre
otras causas, porque no lo tenía) y ni tan siquiera estaba en Madrid cuando se
gestionó y formalizó la adquisición. En diciembre de 1935, Ramón Areces estaba
a 467 kilómetros de distancia de Madrid.
Sin embargo,
Ramón Areces narró a lo largo de su vida cuatro versiones diferentes sobre cómo
gestionó, negoció y materializó en solitario la compra de la decimonónica
sastrería El Corte Inglés. Estas versiones del empresario se difundieron en la
prensa española a lo largo de varios decenios y continúan propagándose ahora.
Nadie se cuestionó cómo era posible que se pudiera haber hecho una operación de
cuatro maneras diferentes. En realidad no la hizo él. Areces lo reconoció en
1962: “Mi tío compró El Corte Inglés”.
El
acaudalado indiano César Rodríguez compró El Corte Inglés, se convirtió en
dueño y titular único del negocio y puso al frente de la tienda como gerente y
encargado a su sobrino Ramón Areces, del mismo modo que hizo con otros sobrinos
(primos de Areces) en los almacenes Ultra de La Habana.
Fue también
César Rodríguez quien adquirió tras la Guerra Civil la finca de la calle de
Preciados, en Madrid, a la que se trasladó El Corte Inglés; quien pagó con
cargo a su patrimonio los diferentes inmuebles adyacentes que fueron adquiridos
y ocupados por el negocio para sus sucesivas ampliaciones durante los años 40 y
50, quien promovió la constitución de la sociedad El Corte Inglés y quien puso
en marcha los grupos industriales vinculados a El Corte Inglés, como fue
Induyco.
Como hizo en
La Habana con otros negocios de su propiedad, César Rodríguez, dueño único en
origen de El Corte Inglés, decidió en junio de 1940 convertir su tienda
madrileña en una sociedad mercantil. Nació así El Corte Inglés Sociedad
Limitada, que una década más tarde fue transformada en el actual El Corte
Inglés Sociedad Anónima.
En el
momento de constituir la sociedad, César Rodríguez dio entrada en el capital a
su sobrino Ramón Areces, y, en años posteriores, hizo lo mismo con otros
sobrinos y sobrinos-nietos que fue incorporando a El Corte Inglés. El objetivo
era implicarlos en el negocio, hacerles partícipes de su prosperidad y
estimular su compromiso y entrega. Se trataba de la misma cultura corporativa
que César había conocido en Cuba cuando llegó a La Habana a fines del siglo
XIX, siendo un adolescente sin recursos, y que le permitió atesorar una gran fortuna,
desarrollar sus propios negocios e integrarse en diversos consejos de
administración en los sectores del comercio, la industria y la banca en la
isla.
Con este
mismo criterio, también fueron promovidos a la condición de partícipes e
interesados en el negocio diversos empleados y directivos de El Corte Inglés,
todos ellos promocionados a esta condición por César Rodríguez a propuesta, en
la mayoría de los casos, de Ramón Areces, gerente del negocio, aunque algunos
fueron destituidos años más tarde por César Rodríguez.
Cuando se
fundó El Corte Inglés como sociedad mercantil en 1940 (el próximo junio se
cumplirán 76 años de ello), Ramón Areces carecía de recursos para aportar
capital. Había regresado de Cuba en contra de su voluntad, y lo había hecho
como un emigrante fracasado. No disponía de patrimonio y no tenía ocupación
laboral cuando su tío le dio empleo en 1936 en la tienda madrileña. Para que
pudiera ser su socio en el negocio, César Rodríguez concedió a su sobrino en
1940 un préstamo personal por el importe equivalente al valor de la
participación que le permitió suscribir en el capital. Se estipuló que a Areces
se le retendrían parte del salario y los dividendos que le correspondieran por
el reparto de beneficios futuros de la sociedad hasta que hubiese terminado de
amortizar el crédito y culminase la devolución total del dinero que le había
prestado su tío.
Aunque en el
origen de la sociedad la participación de los dos socios fue paritaria (César
Rodríguez rectificó semanas después esta decisión), el millonario asturiano,
con domicilio entonces en La Habana, impuso en el mismo instante de la
fundación de la sociedad mercantil El Corte Inglés exigencias que le otorgaban
amplios poderes sobre su sobrino Ramón Areces. César Rodríguez se reservó para sí
la presidencia de la sociedad y además impuso cláusulas en los estatutos
sociales de El Corte Inglés con limitaciones e incompatibilidades que afectaban
a Ramón Areces y a cualquier otro partícipe futuro de la compañía, pero de las
que el presidente y fundador quedó liberado. Con ello, César Rodríguez dejó
patente su superioridad sobre cualquier otro socio y la plenitud de su poder en
la organización sobre su sobrino.
El reparto
accionarial inicial (al 50% entre César Rodríguez, presidente de la sociedad, y
Ramón Areces, gerente del negocio) duró sólo dos meses. En agosto de 1940, el
primer presidente de El Corte Inglés dejó aún más nítida su hegemonía en la
casa (incontestada e incontestable hasta su muerte, en 1966) con la
remodelación de la estructura de capital de la compañía. César Rodríguez
consideró (y así consta en su correspondencia privada de la época) que el
reparto accionarial debía reflejar más fielmente su verdadero peso decisorio y
de propiedad en la empresa. César asumió entonces el 61,5% de la sociedad y la
posición de Ramón Areces se diluyó al 38,5%. Además, se introdujo una nueva
cláusula por la que Areces quedaba obligado a renunciar a la gerencia de El
Corte Inglés en beneficio de César Rodríguez o del apoderado que éste designase
con el único requisito formal de que así lo notificase el presidente y
fundador.
Areces jamás
discutió una sola decisión de su tío mientras éste vivió. En noviembre de 1940,
a los tres meses de que César recuperase la mayoría absoluta en la empresa,
Ramón Areces escribió a su tío una carta en la que reconocía que “todo lo que
había” en El Corte Inglés era propiedad exclusiva del millonario César
Rodríguez.
La historia
de El Corte Inglés empezó a reescribirse y a falsearse de forma gradual a
partir de 1966, tras el fallecimiento de César Rodríguez y una vez que Ramón
Areces le sucedió como presidente y mayor accionista. A partir de ese momento,
Areces y El Corte Inglés comenzaron a difundir versiones dispares, muchas de
ellas inveraces y además inverosímiles. De vez en vez, en publicaciones
internas (como el boletín corporativo que editó El Corte Inglés durante años),
en algún comunicado externo (fundamentalmente, el que hizo público el
fallecimiento de César) y en algunas menciones esporádicas, aún se reconoció durante
un tiempo la figura capital de César Rodríguez como fundador y presidente, pero
estas alusiones terminaron por desaparecer y Ramón Areces se convirtió --en la
versión oficial de la empresa, en los medios de comunicación y en el
conocimiento popular-- en hacedor único de El Corte Inglés.
La vasta
operación de modificación de los hechos fue muy intensa en los últimos
cincuenta años (1966-2016). Ni tan siquiera la publicación de mi libro Biografía
de El Corte Inglés (el primero editado sobre esta empresa y sus
rivales Galerías Preciados y Sederías Carretas, propiedad de otra rama de la
misma dinastía de campesinos asturianos) logró detener la impostada versión
oficial, que aún hoy se enseñorea como explicación triunfante en la opinión
pública, en los medios de comunicación, en el mundo académico y en la
bibliografía sobre la historia empresarial española contemporánea.
Las severas
dificultades, cortapisas y presiones que trataron de impedir la circulación del
libro (y que consiguieron detenerla durante casi dos años), junto con el espeso
silencio que se ha extendido desde entonces sobre sus revelaciones --como si
nunca hubieran sido formuladas--, evidencian hasta qué extremo la industria de
la comunicación decidió esta vez situarse de forma deliberada y mayoritaria en
contra de la verdad documentada y del lado de la fabulación.
Ahora que El
Corte Inglés festeja el 75º aniversario de su constitución como sociedad (en
diciembre pasado cumplió 80 años como negocio en manos de la misma dinastía),
las abrumadoras menciones en los medios de comunicación --incluidas cabeceras
de referencia y algunas publicaciones especializadas y con prestigio en la
información económica y empresarial- perseveran en el negacionismo, y decenas
de artículos (bien a propósito de la efeméride o bien a cuenta de las guerras
internas que vive la sociedad y la dinastía desde la muerte del anterior
presidente, Isidoro Álvarez, en 2014) repiten la tesis espuria de que Ramón
Areces fue el fundador, primer propietario y presidente pionero de El Corte
Inglés.
Demasiados
analistas, articulistas, informadores y profesores siguen propagando la
tergiversación según la cual hasta el nombramiento de Dimas Gimeno en
septiembre de 2014 “El Corte Inglés sólo tuvo dos presidentes en sus 75 años de
historia” (Ramón Areces e Isidoro Álvarez), y que la compañía nació a partir de
la adquisición de una sastrería del mismo nombre en el Madrid de la II
República por un emprendedor llamado Ramón Areces.
La compañía,
que había propagado durante decenios la versión de dos únicos presidentes (en
los años 70 dejó de citarse a César Rodríguez en las comunicaciones y
declaraciones de la empresa y sus dirigentes), ha modulado de forma sutil su
historia oficial a partir de la difusión del libro Biografía de El Corte
Inglés, pero su explicación aún sigue lejos de la verdad. Ahora ya vuelve a
mencionar esporádica y tangencialmente a César Rodríguez en el relato de los
hechos pero lo hace de forma marginal y como un actor periférico,
circunstancial, secundario, un mero apoyo del gran protagonista y artífice
único, Ramón Areces.
El Corte
Inglés aún mantiene que fue Ramón Areces (y no César Rodríguez) quien “compró”
la antigua sastrería El Corte Inglés en 1935, aunque ahora introduzca el matiz
de que lo hizo con un aval de su tío; sigue atribuyendo a Areces (y no a César)
la adquisición en 1939 de la finca en el número 3 de la calle de Preciados a la
que se trasladó la tienda tras la Guerra Civil, y continúa otorgando a Areces
(y no a César) la autoría de la constitución de la sociedad mercantil El Corte
Inglés, aunque ahora sí admita que su tío fue socio y presidente.
Pero todo
esto que se atribuye a Areces lo hizo César Rodríguez. Fue César Rodríguez
quien compró y pagó la antigua sastrería (la gestión la hizo en su nombre, y
como apoderado suyo en Madrid, su primo Pepín Fernández), quien financió con su
fortuna la adquisición del edificio de Preciados, 3 y la compra en años
sucesivos de otras fincas e inmuebles anexos para acometer las ampliaciones
desde los años 40 del primer gran almacén de la cadena, y fue él –porque sólo
él podía hacerlo- quien constituyó la sociedad mercantil El Corte Inglés y dio
entrada en el capital a su sobrino como socio, del mismo modo que hizo en La
Habana con otros negocios y con otros sobrinos, a los que también hizo
empleados y partícipes en algunas de sus empresas.
César
Rodríguez, en una foto de 1927 publicada en el boletín del Centro Asturiano de
La Habana.
La sociedad El Corte Inglés no nació ni podía nacer en
ningún caso por iniciativa del gerente de la tienda (el empleado Ramón Areces)
sino del dueño del negocio (Cesar Rodríguez), que era, en tanto que único
propietario hasta ese momento, quien podía tomar la decisión. Desde que en
agosto de 1940 el fundador de El Corte Inglés, César Rodríguez, restableció su
hegemonía en el capital tras los dos meses en que figuró al 50% con su sobrino,
ya nunca renunció a la mayoría accionarial. Hasta su muerte en Madrid en 1966,
César Rodríguez fue y ejerció como presidente, como mayor propietario de la
compañía y como financiador capitalista de la expansión del grupo. Y nadie
nunca en la casa se atrevió a contrariar su voluntad.
César Rodríguez fue presidente y además dueño (bien
absoluto o mayoritario) de El Corte Inglés durante 30 años (26 de ellos, una
vez convertido el negocio en sociedad mercantil). Ramón Areces lo fue durante
23 años. E Isidoro Álvarez, durante 25. De modo que, aún hoy, el fundador del
grupo y primer presidente del consejo de administración, César Rodríguez, sigue
siendo no sólo la persona que más años desempeñó la presidencia del consejo y
la máxima responsabilidad en una empresa tan presidencialista como siempre lo
fue (al menos, hasta 2014) El Corte Inglés, sino que sigue siendo –todavía hoy-
el accionista que durante más años fue titular de la participación mayoritaria
y de control del grupo, y quien durante un periodo más dilatado ejerció el
poder absoluto.
Por consiguiente, es falso –tal y como se ha narrado
demasiadas veces- que El Corte Inglés haya sido la obra de un hombre
providencial, Ramón Areces, quien, ejemplificando un modélico caso del más
prototípico ideal anglosajón de “hombre hecho a sí mismo” en versión española,
levantó “desde la nada” un imperio colosal.
Ni lo hizo él solo ni lo hizo desde la nada. Lo hizo a
partir de la gran inversión capitalista que puso en marcha en 1935 el
acaudalado César Rodríguez, y que éste prosiguió en los decenios posteriores e
intensificó a partir de 1960.
Todos los grandes hitos de El Corte Inglés
coincidieron de forma determinante con acontecimientos capitales en la vida de
César Rodríguez y no con las vicisitudes de Ramón Areces.
El Corte Inglés creció, se amplió y se transformó de
sastrería en bazar y de bazar en gran almacén, al compás de los impulsos
capitalistas y de los cuantiosos desembolsos que fue haciendo César Rodríguez.
Primero, entre 1935 y 1960, en la única tienda de que disponía la compañía y en
su fábrica textil. Durante ese periodo El Corte Inglés se engrandeció y
desplegó su modelo de tienda multidepartamental, aunque siempre como segundo
actor, muy lejos del liderazgo de su oponente Galerías Preciados.
La gran eclosión de El Corte Inglés, su ímpetu
arrollador y su expansión meteórica, se produjo no casualmente a partir de
1960, justo cuando César Rodríguez, tras estallar la revolución castrista en
Cuba, estableció su residencia definitiva en España.
César, que había estado sacando recursos de la isla
hacia varios países en los años precedentes (intuyó de forma temprana, según su
testimonio, que el castrismo evolucionaría hacia un régimen comunista),
focalizó a partir de entonces su apuesta inversora en El Corte Inglés.
Y esto fue lo que permitió a la empresa desplegar de
forma súbita a partir de 1960 una expansión sin precedentes, con implantaciones
grandiosas (para los parámetros de la época) en los mejores emplazamientos
urbanos de las mayores ciudades del país (Barcelona, Valencia, otros dos
centros en Madrid, Sevilla, Bilbao y otras urbes), y además sin incurrir en
endeudamientos, según hizo gala la empresa, que convirtió este atributo en uno
de los rasgos específicos de su estilo corporativo y su planteamiento
estratégico.
Pepín Fernández, primo de César Rodríguez y fundador
de Galerías Preciados (los grandes almacenes líderes en España desde la
posguerra), quedó consternado por aquel inesperado despertar de su oponente y,
pese a que su cadena ya se había expandido por España durante los años 40 y 50
apoyándose en el crédito bancario y en otros recursos, fue incapaz de sostener
el ritmo de inversiones y el tamaño de tiendas que le impuso El Corte Inglés a
partir de los primeros años 60.
A El Corte Inglés, que no se había movido de la calle
Preciados de Madrid durante sus primeros veinte años como sociedad (1940-1960),
le bastaron los 20 años siguientes, a partir de la llegada definitiva de
Rodríguez a España, para erigirse en un fenómeno social, asumir el liderazgo
del comercio en España y destronar a Galerías Preciados. La compañía hasta
entonces hegemónica en los grandes almacenes intentó contrarrestar la ofensiva
de El Corte Inglés y, para replicar su ritmo implacable de aperturas de tiendas
enormes, entró en una deriva de endeudamientos crecientes y salida a Bolsa, en
un empeño inútil por frenar el avance de un rival que, con César Rodríguez al
frente, estaba desencadenando un ritmo apabullante de crecimiento sin
apalancamiento y exhibiendo una capacidad de autofinanciación prodigiosa.
Galerías acabó asfixiándose con el esfuerzo y no fue
capaz de impedir la pérdida de cuota de mercado en beneficio de su
contrincante. A partir de 1978, Galerías entró en una degradación de pérdidas
crecientes, que le llevaron a una larga agonía que perduró hasta 1995.
El espectacular refuerzo de los recursos propios que
El Corte Inglés acometió en 1960, coincidiendo con el retorno a España de César
Rodríguez y de gran parte de sus capitales en el exterior, volvió a repetirse
en 1966, en las fechas posteriores a su fallecimiento en Madrid, y de nuevo en
los años 70, tras la muerte en La Habana de su primera esposa cubana.
Estos tres hitos permitieron a El Corte Inglés y a
Ramón Areces, sucesor de César Rodríguez al frente del negocio, disponer de una
capacidad financiera inaudita. Tan insólita que, cuando Isidoro Álvarez,
sobrino-nieto de César Rodríguez y sobrino y sucesor de Ramón Areces, lanzó a
El Corte Inglés en 1995 a una nueva ofensiva de expansión (con la compra
incluida de las tiendas de su rival Galerías Preciados), y que se prolongó
hasta la crisis internacional de 2008, ya no pudo mantener las señas de identidad
de la autofinanciación que había singularizado hasta entonces a El Corte
Inglés. Lo hizo como casi todo el mundo en las mismas circunstancias:
incurriendo en una deuda enorme (4.520 millones en 2015), que ahora pesa sobre
la sociedad y está en el origen de las principales discrepancias internas en el
seno de la familia y entre ésta (o varias facciones de ella) y la alta
dirección del grupo.
Esto fue así porque cuando se puso en marcha esa
última operación expansionista, con nuevas aperturas, compras y diversificación
de formatos, ya no estaba detrás (como en las anteriores ofensivas) el
patrimonio de un empresario, banquero e industrial --como fue César Rodríguez--
dispuesto a sostener tamaña movilización de recursos con la inyección constante
de sus abultadas aportaciones de capital, y porque tampoco existía ya en 1995
el efecto benéfico prolongado del legado patrimonial de César y de la discutida
herencia de su ingente fortuna.
El Corte Inglés tiene pendientes ahora dos
reconciliaciones: una, interna, para no incurrir en una guerra intestina
destructora; y otra (ahora que celebra los fastos de su 75º aniversario) con la
verdad de su propia historia.
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Javier Cuartas es autor del libro Biografía de El Corte Inglés
(Espasa-Calpe, Madrid, 1991; Dictext-Libros Límite, Barcelona, 1992, y
Ediprodar-Ediciones El Cruce, Oviedo, 2005 y 2010, 828 páginas).
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