Los clientes que
quisieron normalizar la explotación sexual
Lara Alcázar Líder y
fundadora, FEMEN en España
ElHuffPost
22/06/2018
Cabeza alta, mirada de orgullo. Así es el primer retrato del
hombre que en la última semana se ha paseado por diversos medios para
dignificar la figura del cliente que consume prostitución. Su
nombre, mencionado suficiente en dichos artículos, no hace falta volver a
repetirlo. Al fin y al cabo, es tan sólo el reflejo de una realidad: la
prostitución. Un tipo de comercio sexual que sólo es posible gracias a
consumidores como él.
Comprar
mujeres, contribuir a la desigualdad y la explotación sexual hace titular.
Genera entrevistas y enmarca afirmaciones que pretenden promover la figura del
cliente como la de un hombre que debe sentirse orgulloso.
Con quince años, hombres como el que habla en dicho texto, pagan por primera vez a una prostituta. Este dato ya nos dice bastante sobre la educación sexual que reciben los varones en España, un país donde la cultura de la violación y la sexualidad machista pesa sobre la gran mayoría de los menores que, en muchos casos, empiezan a tener relaciones afectivo sexuales a edades tempranas. Es ahí donde comienzan a reproducir patrones abusivos, que beben de la pornografía y sus estereotipos: evitando emplear preservativos a toda costa, dando el consentimiento por hecho...
Con quince años, hombres como el que habla en dicho texto, pagan por primera vez a una prostituta. Este dato ya nos dice bastante sobre la educación sexual que reciben los varones en España, un país donde la cultura de la violación y la sexualidad machista pesa sobre la gran mayoría de los menores que, en muchos casos, empiezan a tener relaciones afectivo sexuales a edades tempranas. Es ahí donde comienzan a reproducir patrones abusivos, que beben de la pornografía y sus estereotipos: evitando emplear preservativos a toda costa, dando el consentimiento por hecho...
Estos
hombres, que en su adolescencia emplean la prostitución como una opción más de
su vida sexual, asumen la explotación sexual como "el trabajo más antiguo
del mundo". Quizás porque entienden el trabajo precisamente como
explotación, lícita si se trata de las mujeres y sus cuerpos.
Pagar
por prostitución no implica tan solo sexo, implica poder, representación y
autoridad. El hombre que paga tiene el poder económico, que le sitúa por
defecto en un rol privilegiado dentro de la sociedad. Las mujeres, empobrecidas
por el hecho de serlo, discriminadas por el mundo laboral, acceden a
actividades como la prostitución conscientes de que los hombres pagan más por
sexo que por muchas otras cosas.
Por
supuesto queda establecida la representación de las mujeres: somos cuerpos que
pueden estar esclavizados sexualmente porque los hombres, que construyen la
economía, se niegan a darnos acceso a trabajos bien pagados, sin discriminarnos
por género.
Los
clientes citan en sus discursos, de manera sistemática, la "libre
elección". Es ahí cuando el privilegio que les sostiene les hace ignorar
convenientemente que dentro del sistema capitalista nadie decide.
En
el capitalismo, todo se rige por leyes de oferta y demanda; los que poseen el
dinero, son por mayoría, varones blancos y por tanto, probablemente, el
colectivo que más demanda genera: con poder económico ejercen poder simbólico,
también en relación a sus propios deseos, también en lo referente al sexo. La
compra de prostitución es una declaración de poder, posición y representación.
Además de un acto político que conlleva la imposición de una clase sobre otra.
En este caso, de los hombres sobre las mujeres.
Capitalizando
el deseo, haciendo del sexo un bien de consumo, deshumanizamos los afectos. No
debería de ser monetizada nuestra sexualidad ni los cuerpos algo con lo que se
pueda transaccionar.
No
existe comercio justo dentro del comercio sexual, no existe igualdad de género
de base para poder desarrollar ningún tipo de relación posterior en igualdad
total. Partiendo de esa premisa, el consumo de prostitución aúna, y ejerce a su
vez, varios tipos de violencia hacia las mujeres: representativa, económica y sexual.
Comprar
a una mujer, aunque sea por una hora, debería ser considerado un delito donde
el cliente fuera penalizado. Las mujeres no se prostituirían si los hombres no
generasen demanda. Sin embargo, existen clientes sin miedo a afirmar: "Las amistades se
rompen, la familia no será eterna, pero las chicas de la prostitución siempre
están ahí". Frases como estas demuestran que la explotación
sexual es una de las piedras angulares del patriarcado. Mientras exista, la
desigualdad y la opresión no desaparecerán.
Los
consumidores presentan en algunas ocasiones la prostitución de tal forma que pareciera cumplir una
labor de asistencia social de cuidados, hablando de las prostitutas como si
fueran sus niñeras, psicólogas o enfermeras. Intentan lavar su
discurso parcialmente, pero lo que están comprando es una mujer, por tiempo
determinado, para exigir que esté a su servicio bajo una idea de superioridad
masculina.
Las
mujeres, prostitutas o no, no somos las cuidadoras por naturaleza de nadie, y
menos de ningún hombre adulto. Los consumidores siguen haciendo valer un rol de
género machista decidiendo establecer a la prostituta como una figura sagrada
de la sociedad, que conserva y perpetúa su estatus como la clase vencedora
sobre las mujeres.
Comprar
a una persona atenta contra la libertad y la posibilidad de avanzar en
igualdad. Las mujeres somos seres humanos con derecho a que nuestros cuerpos
sean respetados, y no percibidos por la sociedad como moneda de cambio
constante para la supervivencia.
Abogar
por la prostitución es abogar por los derechos de los hombres sobre los cuerpos
de las mujeres. Otorgarles vía libre a nivel legal para poder abusar de sus
cuerpos por medio del poder que les confiere el dinero. Reforzar el sistema de
la prostitución no hace sino postergar la idea de que el consentimiento puede
comprarse con dinero.
Mientras los medios de comunicación sigan colaborando en el lavado de imagen de los hombres que consumen prostitución, se seguirá fortaleciendo el comercio sexual. Los clientes dicen que no son monstruos, para mi sí lo son. Monstruos repulsivos, hombres tiranos y violentos que promueven una masculinidad tóxica.
Mientras los medios de comunicación sigan colaborando en el lavado de imagen de los hombres que consumen prostitución, se seguirá fortaleciendo el comercio sexual. Los clientes dicen que no son monstruos, para mi sí lo son. Monstruos repulsivos, hombres tiranos y violentos que promueven una masculinidad tóxica.
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