Por qué (y cómo) los cristianos deberían celebrar el Orgullo
28/6/18
Cada mes de
junio, la comunidad LGBTQ+ y sus aliados celebran el mes del
Orgullo, una oportunidad para poner el foco y celebrar a la gente LGBTQ+ en
toda su plenitud, para recordar las luchas hacia la igualdad y para imaginar un
mundo en el que la celebración y la completa inclusión sean la norma, no una
excepción. Para muchos cristianos, sin embargo, el Orgullo se ve con prejuicios
y reproches, como una oportunidad para echar pestes contra los homosexuales.
El
Orgullo no sólo es una oportunidad de celebración para la comunidad LBGTQ, sino
para que las personas no LBGTQ adopten una forma de ser más similar a la de
Cristo.
El
Orgullo es necesario por muchos motivos, y uno de ellos es la homofobia entre
los cristianos. Como colectivo (aunque muchos individuos y grupos dentro de la
religión luchan desde hace tiempo por una mayor inclusión), los cristianos,
especialmente los evangélicos conservadores, han creado un contexto histórico
de exclusión, abuso, victimización y aislamiento de las personas LGTBQ.
La cruz de Jesús es de amor e
inclusión; pero la Iglesia ha creado una cruz que obliga a las personas LGTBQ a cargar con el peso de la exclusión, el
bullying y el rechazo.
Desde
establecer una pseudociencia intrínsecamente homófoba de una "terapia" reparadora, hasta desheredar y rechazar a
miembros de la familia, amigos y fieles cuando salen del armario.
Históricamente, los cristianos han castigado y desterrado a personas a las que
Dios nos pidió amar incondicionalmente. Al normalizar un lenguaje homófobo
desde el púlpito y justificar el maltrato en nombre de una "pureza"
teológica, la Iglesia ha contribuido a la deshumanización política, relacional
y espiritual de las personas LGTBQ.
A través de
esa normalización, la Iglesia ha fabricado una cruz que obliga a llevar a las personas LGTBQ. La cruz de Jesús es una cruz de amor,
de sacrificio, de inclusión; pero la Iglesia ha creado una cruz que obliga a las personas LGTBQ a cargar con el peso de la exclusión, el bullying,
el rechazo, la depresión, el aislamiento, la inclinación
suicida, la represión y el juicio. La Iglesia es culpable, y cómplice, de
crear una cultura de muerte, de falta de hogar y de aislamiento que de ningún
modo refleja el carácter de Dios.
Las Escrituras y la imagen de Jesús
se han utilizado como armas contra personas creadas a imagen de Dios. La
Iglesia ha decidido elevar una cuestión aparentemente teológica por encima de
la humanización y la cura de toda una comunidad. Ha elaborado una caricatura de
Jesús como alguien que sentencia a la gente y ha hecho creer que ese es el
verdadero Jesús, que esa es la voluntad de Dios. Al fin y al cabo, no
deberíamos necesitar un grado de teología sistemático para decidir si todo el
mundo está hecho a imagen de Dios y si Dios los acepta. La respuesta siempre es
sí.
Y ahora, antes de que me venga
alguien con el "¿pero y qué pasa con la Biblia, qué dice la Biblia?",
yo digo que no me interesa enzarzarme en una discusión documentada sólo por saber
quién tiene "razón". Hacerlo sería no entender nada en absoluto. Los
ultrarreligiosos fariseos reflejados en los evangelios constantemente usaron
los textos como un arma moral, obviando que todos somos humanos. El sentimiento
de Jesús hacia ellos siempre fue el mismo: los invitó siempre a dar ánimos en
lugar de moralizar a la gente, y a aligerar la carga de prácticas
religiosamente opresivas que ellos crearon. La prueba definitiva de Jesús no
consiste en una interpretación hermenéutica, sino en la compasión y en invitar
a la gente de los márgenes al centro. Esta postura de Dios sigue siendo la
misma a día de hoy.
El fruto de la mayoría de la
teología cristiana occidental es la muerte, la depresión, la falta de techo y
la exclusión. La Iglesia limita a las personas LGTBQ el acceso seguro a una
comunidad cristiana y trata de convencerlos de que la imagen de Dios está menos
presente en los fieles LGTBQ que en otras personas.
No deberíamos necesitar un grado de teología
sistemático para decidir si todo el mundo está hecho a imagen de Dios y si Dios
los acepta. La respuesta siempre es sí.
Los
cristianos tienen la oportunidad este mes, y cada día de su vida, para
arreglarlo, para observar cómo la Cristiandad en su conjunto ha dañado a las
personas LGTBQ y para hacer las cosas mejor. Este mes nos ofrece la oportunidad
de ver con claridad nuestro rol como opresores, de reparar lo que sea
necesario, de alzar la voz que hemos silenciado, de trabajar contra una
legislación discriminatoria, de arrancar de raíz nuestra propia homofobia y de
celebrar el don de una comunidad LGTBQ resiliente, dinámica y diversa.
Al
nivel más básico, la Iglesia debería permitir celebrar el Orgullo para exponer
nuestra homofobia. Y, en vez de esconderse tras la teología o la tradición,
debería pedir arrepentimiento. Es hora de aprender de las personas LGTBQ y de
crear comunidades que fomenten el amor radical, la aceptación, el foco y la
defensa de las personas LGTBQ en vez de caer en la tendencia histórica de
sentimientos, políticas y acciones anti-LGBTQ.
La Iglesia debe dar espacio a voces
LGTBQ en el púlpito y debe negarse a teorizar y teologizar sobre la gente si no
están en la sala. Esto se puede hacer ofreciendo de forma intencionada el
liderazgo de los niveles superiores de iglesias y organizaciones. La comunidad
LGTBQ siempre ha tenido voz, pero, históricamente, la Iglesia se ha tapado los
oídos mientras gritaba los mismos textos planos. Los cristianos LGTBQ ya han
marcado el camino en esta religión y lo han hecho frente a la hostilidad, frente
al cuestionamiento de su fe y frente al rechazo de la comunidad cristiana.
Debemos seguirles para nuestra liberación colectiva. Como colectivo, la iglesia
puede hacerlo mejor. Debe hacerlo mejor. Hay demasiado en juego como para
mantener esas líneas rojas.
Como
cristianos, perdemos una parte de nuestra humanidad cuando dejamos a un lado la
compasión y tratamos a las personas como objetos que merecen desprecio o
violencia. El Orgullo nos da la oportunidad de acabar con prácticas e
ideologías opresivas mientras nos convertimos en personas más humanas. Así
aprendemos de la imagen de Dios que está en las personas LGTBQ, la imagen que
enseña la diversidad de cómo Dios se identifica con el género y el sexo, que
enseña a celebrar y a mantener la resiliencia en nombre del amor, y que nos
enseña a luchar por nuestra propia humanidad colectiva. Es imprescindible que
este mes y todos los meses los cristianos devolvamos todo lo que hemos
arrebatado a las personas LGTBQ: voz, espacio, dignidad, seguridad y una afirmación
de su humanidad íntegra.
El don
del Orgullo para los cristianos es una oportunidad de vernos claramente a lo
largo de nuestra opresiva historia y de continuar la celebración de este mes de
la mejor forma.
Brandi Miller es representante
religiosa de un campus universitario y directora del programa de justicia del
Pacific Northwest.
Este artículo fue publicado originalmente
en el 'HuffPost' EEUU y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano
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