31/05/2016
La historia del preso 3.447 de Mauthausen que tenía
que ser contada
·
Guillermo Rodríguez
·
El Huffington Post
Alfonso Maeso se alistó con apenas 17 años
en el bando republicano para luchar contra el alzamiento fascista. Lo hizo a
escondidas, de noche y convencido de que hacía lo correcto. Atrás dejaba a una
familia de izquierdas y liberal en la que, más por pragmatismo que por
convencimiento, se respiraba conservadurismo. Al abandonar su hogar, Maeso
jamás imaginó que emprendía una camino que comenzaría en España, le haría
atravesar Francia y le llevaría hasta el austriaco campo de concentración de Mauthausen. Entre el 1 de
enero de 1941 y el 5 de mayo de 1945 sería el preso 3.447.
Hay algo peor que vivir el horror: olvidarlo. Más aún cuando eres
uno de los pocos supervivientes del genocidio nazi; cuando eres uno de los
escasos testigos de la inimaginable “capacidad exterminadora de los seres
humanos”. Alfonso Maeso sufrió el horror de Mauthausen, pero quiso y pudo
contar cómo fueron esas jornadas que siempre concluían con la misma duda: “He sobrevivido
un día más, ¿lo conseguiré mañana?”.
Mauthausen, la terrible historia por la supervivencia de Alfonso Maeso, la
escribió su sobrino nieto, Ignacio Mata. Publicada en 2007, ahora ha sido
reeditada por la editorial Crítica. Es un relato con los adjetivos justos, nada
propenso a caer en el sentimentalismo y repleto de frases tan secas y duras
como los 186 escalones que Maeso tuvo subir, durante varias veces todos los
días, acarreando piedras de 20 kilos.
“Me gusta pensar que es una historia que siempre ha querido ser contada y yo he
sido un peón en este juego”, reconoce Ignacio Mata, que ha puesto letra a la
voz de su tío abuelo. Fueron años escuchando sus historias, anécdotas y relatos
que se perdían una vez terminaba la conversación. Hasta que un día Mata se dio
cuenta de que había material suficiente como para publicar una edición
familiar: “Un día le llevé a mi tío abuelo una grabadora y le expliqué que todo
eso que contaba, y que a mí me interesaba tanto, debería quedar impreso.
Pasaron los meses y me confesó que no se había hecho a la máquina, pero sí había
escrito unas páginas contando sus vivencias”. Era apenas 40 folios y ya había
una editorial interesada en que esa potencial ‘edición familiar’ formase parte
de la conciencia social.
Se inició
entonces una dura labor de rebañar en la memoria, de sacar todo aquello que
Alfonso Maeso sólo se contaba a sí mismo. Así hasta lograr cien páginas más.
“Me reuní con él durante un año y medio en Barcelona, y es ahí donde tuvo que
hacer un esfuerzo importante de memoria. No le costaban los detalles, sino los
sentimientos. Fue un proceso muy duro para él. Teníamos que parar
constantemente porque revivía el horror en cada página”. Al final salió el
relato completo, un esfuerzo tenaz con el único fin de que su historia fuera
pública.
En el prólogo del libro, el propio Alfonso Maeso destierra
cualquier idea de heroísmo. Las 126 páginas de Mauthausen son, según reconoce,
“el cumplimiento de un deber que me impuso el destino y de una promesa vital.
Más aún, fueron la razón principal que me mantuvo vivo los cinco largos años en
los que el III Reich decidió pisotear mi existencia” . Y sólo ondea una
bandera: la de la honestidad. “Espero que ninguna de las personas que lean
estas páginas ponga en duda una sola de mis palabras”, escribe.
LA CONSTRUCCIÓN DEL HORROR
Mauthausen es el relato del horror. La historia de un campo de extermino
en el que “olía a muerto” y en el que los alemanes pensaban matar a los presos
“de hambre, penurias y trabajo”. Maeso llegó a pesar 45 kilos pese a que, como
él mismo reconoce, gozó de relativa suerte en los destinos que le encomendaron
dentro del campo. El primero, la construcción del edificio que acogía el crematorio y la cámara de gas. Entonces no sabía que
estaba ayudando a levantar dos de los símbolos universales del horror nazi.
Entre evocaciones del día a día, del hambre y las torturas, Maeso
matiza ideas como que los españoles eran objetivo prioritario de exterminio.
No: fueron los judíos, cuya esperanza de vida en el campo no llegaba a los tres
meses. Sobre ellos se aplicó un trato “bestial y sanguinario”, mientras que el
recibido por los españoles fue “violento, cruel y sañudo”.
En Mauthausen ingresaron diez mil
españoles. Sobrevivieron 2.500. Porque el verdadero cementerio para los
españoles, el matadero, estaba a escasos cinco kilómetros: Gusen.
Páginas que duelen pero que, al mismo tiempo, tienen la capacidad
de sacar lo mejor del ser humano, de que emerja la solidaridad en el horror. Lo
cuenta Ignacio Mata según palabras de su tío abuelo: “En Mauthausen descubrí
hasta dónde puede llegar un hombre cuando odia sin límites, pero también supe
de su capacidad para hacer el bien y, créanme, es mucha. En Mauthausen entramos
un grupo de huérfanos. Cuando salimos éramos una familia”.
Presos que se convirtieron en héroes —a los que España aún no les ha debido el merecido reconocimiento—
porque o eran eso o eran víctimas. Testigos del horror a los que los nazis
destrozaron la existencia pero no liquidaron su memoria. Que se empeñaron en
vivir para contar. Lo dice Maeso: “Mientras nosotros contemos a la humanidad lo
que allí pasó nunca serán olvidados del todo”.
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