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miércoles, 13 de agosto de 2025

 



Abascal ha roto su romance con la Iglesia.

El mismo que llevaba años usándola como símbolo de “tradición” y “civilización” ahora la acusa de silencio cómplice, le reprocha sus ingresos públicos y hasta desempolva los casos de pederastia que antes barría bajo la alfombra.

El detonante: la Conferencia Episcopal respaldó a la comunidad musulmana tras la moción de Jumilla (Murcia) que prohíbe actos religiosos en instalaciones deportivas. Un gesto mínimo de convivencia que Abascal convirtió en una “traición” para recargar su discurso.

No es moral, es estrategia.

Su relato antiinmigración empieza a gastarse y necesita crisis nuevas para salir en titulares. Así que fabrica un enemigo interno, aunque ese enemigo sea el altar al que ayer se arrodillaba.

La jugada es triple:

Autoproclamarse el único “católico verdadero”

Retratar a la Iglesia como cobarde

Reforzar su imagen de líder que no obedece ni al Vaticano

Pero su contradicción es de fondo: Vox no defiende el cristianismo, defiende el monopolio del cristianismo como herramienta política. Si no controla el púlpito, lo quema.

Esto no es una crisis religiosa. Es una pelea por el micrófono. En el negocio de la ultraderecha, el espectáculo es más rentable que la fe. Y Abascal lo sabe.

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