Carta abierta a los bañistas de Castell de Ferro: sobre la obediencia y el odio
A quienes, entre sombrillas y olas, decidieron jugar a ser policías sin placa:
Lo que ocurrió en esa playa no es un incidente aislado. Es la fotografía más nítida de una sociedad enferma de obediencia, miedo y servilismo hacia el poder. El fascismo ya no se anuncia con botas y estandartes: ahora viste bañador, porta un móvil en la mano y corre tras pobres descalzos como si la dignidad humana fuera una mercancía perseguible.
El Mediterráneo, convertido en la mayor fosa común de Europa con más de 30.000 vidas devoradas por el mar, arrojó ayer supervivientes y la respuesta no fue socorro, sino cacería. El sol brillaba sobre la arena, pero lo que vimos fue una sombra oscura: la del odio inoculado que convierte a ciudadanos de a pie en verdugos improvisados.
Lo peor no es la escena, lo peor es la obediencia previa. Cada paso que dieron tras esas personas era la victoria de un discurso que les robó el corazón antes de moverles las piernas. Han cambiado la solidaridad por vigilancia, la compasión por sospecha, la hermandad por cacería. Creyeron estar defendiendo algo suyo cuando lo único que defendieron fue la mentira de los poderosos, ese relato que necesita enemigos pobres para que los ricos sigan reinando tranquilos.
Les habrán dicho que la frontera está en el mar. Se equivocan. La frontera real está en sus conciencias, domesticadas para levantar la mano contra sus iguales mientras besan la bota del que les oprime.
Y sí, hubo voces que se atrevieron a romper el guion del odio, que gritaron contra la policía y contra ese agente que, incluso en su tiempo libre, decidió ejercer la brutalidad como pasatiempo, como si la autoridad fuese un vicio que no se apaga al quitarse el uniforme. Hubo quien pidió humanidad, quien suplicó que soltaran a esos migrantes agotados, que se les tratara como personas y no como piezas de contrabando. Pero esas voces fueron pocas, ahogadas por el ruido del miedo y la obediencia ciega a un orden injusto que convierte las playas en cárceles improvisadas y a los ciudadanos en carceleros voluntarios.
La historia recordará días como este no por el calor, ni por las risas, ni por el agua salada. Los recordará como la prueba de que el fascismo no se decreta desde arriba: se inocula hasta que la víctima aplaude al verdugo y se ofrece a sustituirle.
Pregúntense, bañistas: ¿quieren ser recordados como humanos o como centinelas voluntarios de la barbarie?
Síguenos
en Telegram para no perderte nada: https://t.me/SpanishRevolution
Apoya
nuestro trabajo para seguir señalando estas injusticias:
https://donorbox.org/aliadas
No hay comentarios:
Publicar un comentario