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viernes, 28 de noviembre de 2025

 



Cómo afronta la derecha la corrupción y cómo lo hace la izquierda

CUANDO LA CORRUPCIÓN ES UN SÍNTOMA Y NO UNA ANÉCDOTA

La política española vuelve a oscilar entre dos maneras de entender la corrupción. A un lado, un modelo que intenta encapsularla como si fuese una infección localizada. Al otro, una tradición que la vive como un engranaje más de su sistema. El caso de José Luis Ábalos y Koldo García ha devuelto a primer plano esa comparación incómoda sobre cómo reaccionan la derecha y la izquierda cuando la podredumbre toca la puerta de sus propias casas.

El ingreso en prisión provisional de Ábalos y García, decretado por el Tribunal Supremo ante el “extremo riesgo de fuga” y la cercanía del juicio que puede costarles hasta veinticuatro y diecinueve años de cárcel, no deja margen para edulcorar nada. El golpe político es evidente. No estamos ante militantes de base. Eran dos pilares de la maquinaria interna del PSOE y, durante años, figuras de absoluta confianza para Pedro Sánchez.

Sin embargo, llama la atención el modo en que han reaccionado ante su caída. Más que defenderse judicialmente, han optado por ruidos y advertencias. Quienes durante años ocuparon sillones estratégicos han decidido, en cuestión de días, deslizar insinuaciones sobre reuniones inexistentes, supuestos pitufeos en unas primarias celebradas hace ocho años, o incluso la posibilidad de que “abrir un melón” afectase a Begoña Gómez. Son recados dirigidos a la dirección socialista que suenan más a amenaza que a intento real de colaborar con la Justicia.

Los responsables de Moncloa insisten en que “no hay nada que esconder”. No sienten el chantaje como algo efectivo. Pero tampoco pueden evitar las ondas expansivas de una pataleta con forma de acusación improvisada. El propio Ábalos, que hace apenas unos meses se mostraba prudente respecto al papel de la esposa del presidente en el rescate de Air Europa —un asunto en el que la UCO y la Audiencia de Madrid no encontraron una sola irregularidad— ha pasado del silencio a la insinuación. Cada mensaje suena a un exministro tratando de salvarse agarrando cualquier hilo, aunque sea ficticio.

No es una situación cómoda para el Gobierno. Y sin embargo, la respuesta institucional ha sido clara. En cuanto las diligencias apuntaron a una trama de corrupción, el PSOE expulsó a los implicados, pidió perdón y trató el caso como lo que es: un delito individual, no una doctrina política. Ese es el punto de fricción histórico entre izquierdas y derechas.

CÓMO REACCIONAN LAS DERECHAS ANTE SUS PROPIOS ESCÁNDALOS

Cuando estallan escándalos en la derecha, el guion suele ser otro. Lo vimos con Gürtel. Con Púnica. Con Lezo. Con los sobresueldos acreditados. Con las cajas B confirmadas por sentencia firme. Con la destrucción de discos duros que un juez calificó de comportamiento ilícito. Y lo vemos cada semana cuando la derecha, lejos de asumir responsabilidades, transforma cada caso en un ataque a la democracia si afecta a los suyos o en una cruzada moral si implica a las y los adversarios.

La derecha convierte su corrupción en relato moral. No dimite. No asume culpas. No pide perdón. Se parapeta en que todo es una conspiración y, cuando las pruebas son irrefutables, desplaza la culpa hacia administraciones anteriores, trabajadoras y trabajadores públicos o supuestos complots invisibles. Es una cultura política que entiende la corrupción como parte consustancial del poder, no como una anomalía.

En la izquierda, por el contrario, la reacción suele ser inmediata y muchas veces traumática. No por ética innata, sino porque su base social exige controles y ejemplaridad. La corrupción duele dentro. Afecta a la narrativa propia. No se metaboliza como un coste de hacer política, sino como una herida en la credibilidad. Eso explica que Sánchez expulsara a Ábalos, Cerdán y García sin matices y que la dirección socialista repita, una y otra vez, que son “comportamientos individuales” que deben enfrentarse a los tribunales sin protección política.

Esa diferencia de tratamiento explica también la estrategia comunicativa ante el escándalo. La derecha exige dimisiones ajenas mientras se aferra a sus propios imputados. La izquierda, cuando toca uno de los suyos, activa un cortafuegos. A veces funciona. A veces no. Pero lo intenta. Esa es la grieta.

La corrupción no es un accidente en la derecha, es un método. En la izquierda, cuando aparece, es un terremoto.

El episodio Ábalos solo confirma una verdad amarga. La democracia española no se parte entre quienes tienen corruptos y quienes no, sino entre quienes los protegen y quienes los expulsan aun sabiendo que el precio es alto. Y es ahí donde se ve a qué proyecto pertenece cada cual.


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