Público
18-8-16
Luis Gonzalo Segura
La industria
de la guerra
Catorce
muertos y diecinueve heridos graves en un nuevo ataque a un hospital de Médicos
Sin Fronteras en Yemen. Otro más. De nuevo Arabia Saudí y su
coalición bombardeando civiles, asesinando niños inocentes. La extremada
gravedad del asunto, que contrasta con el infame silencio mediático más allá de
los obligados titulares, se debe a que Arabia Saudí es el primer
importador de armas del mundo y nuestro principal cliente (447,6
millones de euros en el primer semestre de 2015). Peor aún, en el
primer semestre del año pasado les vendimos proyectiles
de artillería, bombas o granadas por 24,2 millones y, aunque no
se habla mucho de ello, les formamos
militarmente desde hace muchos años. Solo nos falta
disparar o bombardear para ser tan criminales como los sauditas
y su coalición.
Sé que
hay variación en las cifras de muertos en este conflicto (como en todos),
que oscilan entre 1.000 y más de 6.000 civiles según las fuentes, o que tal vez
nunca lleguemos a saber con exactitud el número de muertos o el bando
responsable de los mismos, tanto en este como en otros enfrentamientos, pero
ello no restringe nuestra responsabilidad. Entiendo, igualmente, que 20.000
familias se ganan la vida en la industria de las armas en nuestro país,
pero ¿es ético?, ¿debemos seguir vendiendo armas?, ¿deberíamos seguir
vendiendo armas a un país que está cometiendo crímenes de guerra y no respeta
los Derechos Humanos?
No podemos seguir vendiendo armas
Para mí, la respuesta es obvia:
NO. No podemos seguir vendiendo armas a países como Arabia Saudí y no puede
ser que estas ventas no constituyan un auténtico escándalo mediático y social. Si
lo analizamos con frialdad, aunque es razonable que fabriquemos armas o
munición para nuestras propias Fuerzas Armadas o FCSE, no hay motivo alguno,
salvo la codicia, para ser la séptima potencia del mundo en exportación de
armas.
Para justificar la venta de armas se
argumenta que será otro país quien se enriquezca si nosotros cerramos el
negocio. Es cierto que lo que no vendamos nosotros lo venderán otros, pero no
es menos cierto que ello no nos obliga a participar de la carnicería, igual que
no participamos de otras barbaridades por muy lucrativas que sean. Así pues, el
dividendo no puede ni debe ser el único argumento, no por encima de los Derechos
Humanos
No será fácil
Por ejemplo, el Señor de la Guerra,
Pedro Morenés, el Hannibal Lecter de la venta de armas, un
individuo que desayunaría y negociaría sin pestañear ante un dantesco
paisaje anegado de cadáveres, no dará facilidades para
que dejemos de vender muerte. Son régulos como él los que impiden que
la maquinaria homicida se detenga. Habrá más dificultades porque una
reconversión industrial requiere necesariamente de ayudas gubernamentales y de
tiempo, pero el precio a pagar sería muy inferior a seguir siendo tan
culpables como los sanguinarios dictadores a los que armamos y municionamos.
Fabricar armas, atestar el mercado internacional de armas, significa fomentar
los conflictos. Y los conflictos son el origen de la muerte, el
odio y el terrorismo
Entre dictadores chiflados y
empresarios codiciosos, el mundo se desangra ante nosotros sin que parezca
importarle a nadie. Sin embargo, debemos pensar que las consecuencias de estas
acciones no se reparten de manera equitativa. Los buitres y los cómplices que
merodean en el negocio llenan sus bolsillos con los conflictos armados,
por el contrario, el resto de los ciudadanos sufren las consecuencias en forma
de atentados terroristas, desplazados, muertos, heridos, mutilados,
recortes sociales, etc. Es decir, los adinerados obtienen los
beneficios de las guerras y el resto de los ciudadanos padecemos los perjuicios
de las mismas. La guerra no sacude con fuerza a los verdaderos responsables
(Zapatero, Bono, Alonso y Chacón multiplicaron por seis la venta de armas;
Rajoy y el Señor de la Guerra, Pedro Morenés, la han duplicado), sino a los que
delegamos en ellos
¿Queremos ser cómplices de crímenes
de guerra?
Taparnos con la manta no nos hará
más inocentes, si acaso más temibles, porque en esta historia nosotros no somos
las víctimas, sino los asesinos. Como sociedad debemos conseguir que ni
una sola persona vuelva a perecer en el resto del mundo por
munición, artefactos o armamento fabricado por nosotros. Si lo
conseguimos, terminar o restringir el terrorismo será una tarea mucho más
sencilla y vivir en un mundo mejor, mucho más posible.
Luis Gonzalo
Segura, exteniente del Ejército de Tierra.