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sábado, 21 de junio de 2025

 




En 1697, un joven escocés de apenas veinte años, Thomas Aikenhead, se convirtió en símbolo de lo que ocurre cuando las palabras llegan antes que su época.

Estudiante de la Universidad de Edimburgo, Thomas participaba en acaloradas discusiones filosóficas con sus compañeros. En una de ellas, hizo comentarios considerados heréticos. Cuestionó la Biblia, la divinidad de Cristo y se burló de conceptos sagrados como la Trinidad. No intentaba provocar. Solo pensaba… en voz alta.

Pero sus compañeros no lo vieron así. Lo denunciaron por blasfemia.

El juicio fue breve. El Lord Advocate de Escocia, Sir James Stewart, dictó sentencia: pena de muerte. Querían hacer de él un ejemplo.

Thomas Aikenhead fue ahorcado en una fría mañana de enero, con solo veinte años.

Fue la última persona ejecutada en Gran Bretaña por blasfemia.

Hoy, muchas de sus ideas podrían parecer irreverentes, pero inofensivas. En su tiempo, eran una amenaza.

Porque a veces, pensar diferente no solo te hace destacar… también te puede costar la vida.


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