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martes, 3 de junio de 2025

 


Karles Gisbert

Mirella Macia


Suresnes, o cómo vender la izquierda en cómodos plazos”

Mira, España es ese país tan peculiar donde la izquierda, en vez de entrar en la historia por la puerta grande, lo hace por la aduana… ¡con escolta de la policía franquista!

Año 1974. Mientras tú en España necesitabas una contraseña secreta, tres toques en la puerta y jurar por la memoria de Durruti para entrar a una asamblea… Felipe González se iba a París a un congreso del PSOE con un acompañante de lujo: la policía del régimen. Sí, sí. Le faltaba que le llevaran las maletas y le dijeran: “Don Felipe, que tenga usted un congreso socialista muy cómodo. Recuerde que el buffet es libre.”

Y llegamos a Suresnes, que no es un sitio, es un símbolo. El lugar donde el PSOE pasó de ser marxista a ser… bueno, “marx-ish”.

Allí se cargaron a la vieja guardia del exilio —esa que llevaba desde el 39 luchando con cuatro duros y un himno en la boca— y pusieron al joven Felipe, con su chaqueta de pana y su acento sevillano sedoso, a decir:

Compañeros, hay que renovarse… ¡pero sin molestar al capital!”

Y claro, uno piensa: ¿Cómo es que justo en ese momento tan delicado, cuando Franco se moría pero aún coleaba, la policía deja pasar a unos socialistas como quien deja pasar al técnico del gas?

Pues porque estos no iban a hacer la revolución… iban a gestionarla.

Porque, sorpresa: la socialdemocracia alemana (SPD) y probablemente algún que otro despacho en Langley, ya habían apostado por ellos.

Mientras el PCE estaba clandestino, perseguido, y con el culo en vilo, al PSOE le llovían cheques, becas de formación en Alemania y maletines con más futuro que principios.

No eran “la izquierda”, eran el cortafuegos perfecto contra el comunismo.

Y ojo, que Felipe no era tonto. Sabía que había que parecer de izquierdas, pero sin pasarse.

El truco estaba en mantener la palabra “obrero” en las siglas y enterrar al obrero debajo de 40 años de gestión neoliberal.

Porque ya me dirás tú: ¿qué clase de socialismo es ese que entra en la OTAN, privatiza Telefónica y pone a Solchaga a recitarle poemas a los mercados?

Pero bueno, todo empezó en Suresnes. En Francia.

Porque en España no se podía hacer una revolución, pero una transición pactada con vino caro y servilletas con logos del PSOE, eso sí que sí.

Y así pasamos de la pana al IBEX: la metamorfosis de Felipe”

(o cómo un socialista se convierte en CEO sin pasar por la casilla de Marx)

Felipe González empezó con una chaqueta de pana.

Esa prenda era como el símbolo de todo: del pueblo, del esfuerzo, del tío que sabía lo que era currar…

Hasta que, claro, descubrió que los trajes de Armani abrigan más… sobre todo cuando te los paga el Banco Santander.

Entró en La Moncloa con promesas de cambio, de futuro, de igualdad…

Y salió 14 años después con el país lleno de privatizaciones, OTAN por todos lados, y con los sindicatos diciendo: “Eh, que esto no era lo que habíamos firmado, Felipe.”

Y él: “No, no era lo que firmasteis, era lo que os dejé firmar.”

La chaqueta de pana no es que se la quitara… es que la quemó en un ritual con Botín mientras le ofrecían un sillón en Gas Natural.

¿Os acordáis cuando dijo “OTAN, de entrada no”?

Pues fue entrar y decir:

—“Perdón, ¿dónde está la entrada VIP?”

Y entró con tanta fuerza que acabamos con bases militares, ejercicios conjuntos y una suscripción premium a los intereses de Estados Unidos.

Y esto, claro, venía de lejos. Que no te mandan a Suresnes con escolta franquista para que luego te hagas el Che Guevara en Madrid.

Luego vinieron las privatizaciones.

Aquello fue un Black Friday del Estado: Repsol, Telefónica, Endesa, Argentaria…

Lo único que no privatizó fue el bar del Congreso, y porque ahí ya mandaban los camareros del PSOE de toda la vida.

Y mientras tú seguías con la hipoteca y el bonobús, Felipe se fue a dar conferencias a 100.000 euros la hora diciendo que el socialismo es compatible con los mercados.

Claro que lo es, Felipe… si el mercado eres tú.

Y cuando se jubiló —bueno, jubilado modo Godfather— se fue a vivir a un ático en el barrio de Salamanca, con su puro y su consejo de administración.

Tú le ves y ya no piensas en la pana, piensas en pana-má… como los papeles.

Felipe no traicionó al socialismo.

Lo transformó en una marca blanca.

Ya no era “Obrero Español”, era “Socialismo Ligero con sabor a responsabilidad institucional”.

Y ahí lo tienes, hoy en día dando entrevistas sobre Venezuela, hablando de democracia…

¡Tú que en su día te colaste en una cena de la OTAN con más guardaespaldas que Gadafi en fallas!

Así que la próxima vez que alguien te diga que el PSOE es de izquierdas, recuérdale que Felipe González cambió la lucha de clases por la clase business.


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