Spanish Revolution
Xosé Galaico
MASACRILLAS, MORDIDAS Y MENTIRAS
La historia real de cómo la pareja de Ayuso convirtió la pandemia en un negocio millonario mientras el país lloraba a sus muertos.
Durante los peores meses de nuestras vidas, mientras las UCIs colapsaban, mientras morían abuelas solas en las residencias, mientras miles de sanitarias y sanitarios se jugaban la vida sin material, Alberto González Amador ganaba dinero. Mucho dinero. Con mascarillas.
No fabricó. No transportó. No almacenó. Solo cobró. Más de dos millones de euros en comisiones por “intermediar” en la compraventa de material sanitario. Un comisionista profesional de la pandemia.
Y, como todo comisionista de traje caro, también defraudó a Hacienda: según la investigación, dejó de pagar 350.000 euros en impuesto de sociedades usando facturas falsas. Una trama de empresas pantalla. Un clásico del pelotazo español.
La confesión está por escrito:
Su abogado, el exinspector de Hacienda Carlos Neira, envió un correo a la Fiscalía ofreciendo un pacto:
8 meses de cárcel y 500.000 euros a cambio de no entrar en prisión.
Lo firmó en su nombre. Sin ambigüedades. Sin excusas.
Pero cuando elDiario.es destapó el escándalo, Ayuso gritó persecución, habló de “cacería fiscal” y convirtió al defraudador en víctima.
La maquinaria mediática del PP entró en acción. Y González Amador cambió de guion:
“No sabía nada”
“No leí el correo”
“Mi abogado me traicionó”
Ahora está procesado por fraude y falsedad documental. Y ha perdido en el Supremo las demandas que presentó contra quienes lo llaman “defraudador confeso”. Porque lo es. Y porque la justicia no borra los correos con titulares de OKDiario.
Lo que tampoco se puede borrar es el contexto:
El país estaba roto.
El dolor era insoportable.
La gente moría por miles.
Y este hombre estaba amasando una fortuna especulando con mascarillas.
No hay defensa posible. Ni política. Ni moral.
“Quiero una solución rápida y sin ruido”, pidió González Amador a su abogado.
La tuvo.
Pero ahora hay ruido. Y lo habrá más.
Porque esto no va de un individuo: va de un sistema que premia a quienes roban desde el poder.
Y de una presidenta que no solo lo defiende, sino que lo legitima.
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