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domingo, 28 de septiembre de 2025

 



Escuché los primeros disparos y no sabía si era mi hermano. Después, los segundos y los terceros. Hubo un silencio muy grande y vimos bajar riéndose a los miembros de los pelotones de fusilamiento”. Éste es el relato de Victoria Sánchez-Bravo, hermana de José Luis Sánchez Bravo.

«Mi padre y yo oímos los tiros con los que estaban fusilando a mi hermano. Después, como el sepulturero no quería hacerse cargo, tuvimos que enterrarlo nosotros. Yo pegué unas cuantas paladas... me ayudaron dos policías, un soldado y el cura. Fue el final de un consejo de guerra vergonzoso, sin testigos, con abogados expulsados y ni una prueba de culpabilidad. La camarilla de alrededor de Franco quería un escarmiento y les tocó a ellos. Estaban sentenciados de antemano». Así lo contó Fernando Baena, hermano de Xosé Humberto Baena.

Son dos testimonios, pero fueron cinco los asesinados aquella mañana.

Al primero, Juan Paredes Manot, Txiki, de 21 años lo ejecutaron en un camino forestal en Barcelona. Al segundo, Ángel Otaegui, de 33 años, junto a la tapia de la prisión de Burgos. Al tercero, José Luis Sánchez Bravo, de 22 años, al cuarto, Ramón García Sanz, de 27 años y al quinto, Xosé Humberto Baena, con 24 años, en un talud de un campo de tiro militar en Madrid.

Pelotones de fusilamiento compuestos por policías y guardias civiles, malditos sean, que se habían presentado voluntarios para mataron a los cinco condenados en la mañana del sábado 27 de septiembre de 1975. El hecho de que fueran fusilados y no sometidos a garrote vil fue circunstancial; el régimen de un Franco agonizante, no disponía de suficientes verdugos para ello.

Hoy hace 50 años.

MEMORIA. JUSTICIA. REPARACIÓN.


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