José Sarriá
CARADURA
Hay que tener una desfachatez monumental para que Juan Carlos I se permita dar lecciones de moral sobre la vida de su nieto Froilán. Resulta casi grotesco escuchar al antiguo monarca lamentarse de que: "el divorcio y la falta de autoridad paterna le condujeron a una vida desvergonzada", cuando su propio historial personal es una enciclopedia del exceso y la inmoralidad. Porque si de desvergüenza hablamos, pocas biografías ofrecen tantos capítulos: las amantes públicas, los viajes de lujo pagados por otros, la caza de elefantes, los negocios turbios y una larga colección de escándalos que arruinaron la credibilidad de la Corona.
Hablar de “vida desvergonzada” por parte de quien paseaba a Corinna por medio mundo, a cara de perro y a plena luz del día ante la mirada atónita de la reina Sofía, no es una ironía: es de una desfachatez y cinismo inconmensurable.
Si algo enseña este episodio es que, en la España del espectáculo, la memoria es corta y la hipocresía larga. Pero hay verdades que no se maquillan: quien predicó con el mal ejemplo debería ser el último en dar sermones sobre decoro.
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