Los datos sobre el Sitio de Sarajevo que Ayuso debería aprender
antes de hacer ridículas comparaciones
Las palabras importan, sobre todo cuando
provienen de responsables políticos. El recuerdo de Sarajevo exige
rigor, memoria y respeto
ElPlural
21-9-25
Surem Gasparyan
Sarajevo no es una metáfora, es una herida abierta en
Europa. Su nombre no debería usarse como recurso fácil
para describir el desorden o el caos, porque remite a una tragedia
concreta, documentada y profundamente dolorosa. Desde abril
de 1992 hasta febrero de 1996, la capital de Bosnia y Herzegovina
vivió bajo el asedio más largo de la historia contemporánea
europea, cercada por tropas que instalaron posiciones de
artillería en las colinas y francotiradores en los edificios que
dominaban las principales avenidas.
Invocar ese escenario para referirse a un altercado
en Madrid no es un exceso retórico ni un lapsus
desafortunado: es una banalización de la violencia
extrema que sufrieron cientos de miles de personas y, sobre
todo, una ofensa a la memoria de las más de 13.000 víctimas
mortales del asedio. Sarajevo simboliza el fracaso
internacional, la indiferencia ante la limpieza étnica y el precio
pagado por una población civil atrapada. Usar ese nombre, como
hizo Isabel Díaz Ayuso en uno de sus habituales exabruptos, como
sinónimo de caos urbano no es solo un error: es desconocer
la historia reciente de Europa y faltar al respeto a quienes
todavía cargan con las cicatrices de aquella guerra.
El asedio más largo en la historia reciente
de Europa
El Sitio de Sarajevo se prolongó 1.425
días consecutivos, desde el 5 de abril de 1992 hasta el
29 de febrero de 1996. Ninguna capital europea en el siglo XX
había sufrido un asedio tan prolongado: ni Berlín en la Segunda
Guerra Mundial ni Stalingrado en el frente oriental alcanzaron una
duración semejante. La ciudad quedó aislada, sin corredores seguros
y bajo un constante fuego cruzado que se cebaba contra su población.
Las fuerzas serbobosnias desplegadas en las montañas circundantes
convirtieron la topografía en un arma: desde las colinas podían
bombardear indiscriminadamente barrios enteros y controlar con
francotiradores cada arteria principal de la ciudad.
La estrategia del asedio no se limitaba a un cerco militar, sino
a cortar los suministros esenciales. Se interrumpió el
acceso al agua potable, se bloquearon alimentos y medicinas, y se
privó a la ciudad de electricidad durante meses. Sarajevo, en pleno
corazón de Europa, pasó a vivir en condiciones que recordaban a los
peores episodios de guerras pasadas. La población sobrevivía
gracias a túneles improvisados, contrabando de víveres y ayuda
humanitaria que, en muchos casos, apenas alcanzaba para sostener a
una parte de sus habitantes.
La población civil quedó atrapada en un cerco
que transformó cada gesto cotidiano en un desafío de
vida o muerte. Hacer cola en una fuente pública para
conseguir agua significaba exponerse a un francotirador; caminar por
una avenida abierta podía convertirse en una sentencia. Familias
enteras vivían bajo la amenaza constante de la artillería,
refugiándose en sótanos durante horas interminables. No hablamos de
una congestión en el transporte o de un incidente callejero:
hablamos de un castigo planificado, sostenido durante casi cuatro
años, contra quienes se atrevían a salir a por pan, a buscar
medicamentos para un hijo o a visitar a un familiar enfermo.
Las cifras que no admiten comparación
Los datos son elocuentes. Se calcula que más de 13.000
personas murieron en Sarajevo durante el asedio, de las cuales
unas 5.400 eran civiles. Entre ellos había al
menos 1.500 menores. Además, 56.000 personas resultaron
heridas en una ciudad de apenas 350.000 habitantes.
La intensidad del ataque fue escalofriante. La media diaria se
situaba en 329 impactos de proyectil, con un récord
de 3.777 en un solo día, el 22 de julio de 1993. Para
los habitantes de la capital bosnia, el sonido de los morteros era
parte del paisaje. Para quienes intentaban cruzar una avenida, el
riesgo estaba en “Sniper Alley”, la arteria central que se
convirtió en un corredor de la muerte bajo la mira de
francotiradores.
Existen jornadas especialmente recordadas. El 5 de febrero
de 1994, una granada impactó en el mercado de Markale,
provocando 68 muertos y 144 heridos. Un año después, el
28 de agosto de 1995, un nuevo ataque en el mismo lugar dejó 43
muertos. No fueron episodios aislados, sino parte de una
estrategia para sembrar el terror en la población civil.
Mientras tanto, hospitales, colegios y viviendas fueron blanco de
los bombardeos. La ciudad vio cómo su infraestructura quedaba
reducida a escombros y cómo la Biblioteca Nacional ardía
en agosto de 1992, perdiéndose cerca de dos millones de
libros y manuscritos históricos.
Una campaña juzgada como crimen de guerra
El Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY) dejó
constancia de que el asedio de Sarajevo fue una campaña planificada
contra la población civil. El general Stanislav Galić,
comandante del Cuerpo Sarajevo-Romanija, fue condenado a cadena
perpetua por crímenes de lesa humanidad, al considerar
probado que su objetivo principal fue infundir terror a los
habitantes de la ciudad. Su sucesor, Dragomir Milošević,
también fue condenado por esa misma estrategia.
Los jueces del TPIY subrayaron que el patrón de ataques no era
fruto del azar ni de excesos aislados, sino de una política
deliberada: disparar contra mercados, colas de agua o
transeúntes para quebrar la moral de toda una ciudad.
Los testimonios de quienes sobrevivieron retratan escenas que
ningún madrileño, ni en sus peores momentos de colapso urbano,
podría imaginar. Conseguir agua suponía caminar hasta una fuente
bajo la amenaza constante de ser alcanzado por una bala. Cruzar un
puente podía costar la vida. Ir al colegio era una decisión cargada
de miedo.
Durante meses, la electricidad estuvo cortada, la comida se
reducía a mínimos y los hospitales funcionaban con recursos de
guerra. Cada día era un pulso por sobrevivir,
en un entorno donde la muerte podía llegar desde cualquier ventana
de las colinas que rodeaban la ciudad.
La banalización del horror
Ante estos datos, la comparación realizada por Ayuso no es solo
un recurso desafortunado: es una banalización del horror.
Equiparar empujones en la capital de España con casi cuatro años de
cerco sistemático, miles de muertos y ataques indiscriminados contra
civiles es una falta de respeto hacia las víctimas y sus familias.
Las palabras importan, sobre todo cuando provienen de
responsables políticos. En el caso de Sarajevo, hablamos de
un episodio inscrito en la memoria europea como símbolo de la
barbarie y la incapacidad internacional para frenar una masacre a las
puertas de la Unión Europea.
El recuerdo de Sarajevo exige rigor, memoria y respeto.
Significa reconocer el sufrimiento de quienes soportaron hambre,
frío, francotiradores y bombardeos sin posibilidad de huir.
Significa también entender que no todas las crisis urbanas son
comparables y que el uso irresponsable de ciertas analogías
trivializa tragedias históricas.
Por eso, antes de repetir comparaciones ridículas, la
presidenta de la Comunidad de Madrid debería conocer los datos
básicos de lo que fue el Sitio de Sarajevo: 1.425 días de
encierro, 13.000 muertos, francotiradores disparando a civiles y
mercados masacrados. Solo así entenderá por qué esa ciudad no
puede usarse como sinónimo de caos callejero. Sarajevo no es una
figura retórica: es la memoria viva de una herida que Europa todavía
no ha cerrado.