Público
26-2-16
David Torres
En España causa mucho más asco y más
escándalo una política enseñando las tetas en la capilla de una universidad que
un montón de curas follándose a unos niños por la gracia de Dios. Debe de ser
que ya estamos acostumbrados a las violaciones infantiles, puesto que vivimos
en un país en el que, durante la mitad del pasado siglo, los niños pobres, los
niños de la calle, eran ceros la izquierda. Se los podía follar un cura, los
podía robar una monja en un hospital y luego venderlo por cuatro duros a unos
ricos o podían acabar en los sótanos de la DGS según le apeteciera al poli de
turno.
Sobre lo que les podía ocurrir a los niños huérfanos del franquismo
dibujó una historieta en seis tomos Carlos Giménez –Paracuellos– que es
la crónica más certera, sincera y escalofriante de lo que padeció el país
durante aquellos años. Es un tebeo, sí, pero se lee mejor como libro de
historia, igual que hay libros de historia -Pío Moa, César Vidal- que se leen
mejor como tebeos.
A Rita Maestre la crucificaron en
los periódicos y los telediarios la semana pasada como si aún siguiera vigente
la Contrarreforma. Aquí la irreverencia y la blasfemia son pecados
imperdonables, mientras que el robo en grandes cantidades, la estafa de dinero
público, es un deporte nacional. De ahí que estos días haya pasado casi desapercibida,
como de puntillas, la noticia de que el juzgado de instrucción número 4 de
Granada haya decidido procesar al padre Román, líder del clan de los romanones,
por los delitos de abuso sexual y prevalimiento a un joven que ejerció de
monaguillo en la parroquia y que tenía 14 años cuando sucedieron los hechos.
“Soy tu padre, tienes que dejarte llevar, no vives bien tu sexualidad” son
algunos de los consejos eclesiásticos que han salido a la luz tras levantarse
el secreto del sumario. “Debes dejarte llevar y vivir la sexualidad sin
tapujos, es una sensación increíble que te toquen el punto G” le decía
cariñosamente el padre Román. Pensé que el punto G podía ser la Gracia de Dios
hasta que leí que, en el momento de decírselo, el padre Román le estaba dando
un masaje de aceite entre las nalgas.
No voy a seguir con la descripción
del auto porque, la verdad, me da mucho asco. Casi tanto como la hipocresía de
esta casta sacerdotal que condena la homosexualidad al tiempo que practica el
abuso de menores y luego intenta tapar el delito por todos los medios. Por
desgracia, los crímenes de los Romanones no son, como diría el PP, casos
aislados. Una película reciente –Spotlight– narra la epopeya que
sufrieron los periodistas del Boston Globe cuando publicaron
el escándalo que supuso la miríada de abusos infantiles que tuvo lugar en el
seno de la iglesia católica y que fueron convenientemente archivados por
la archidiócesis de Boston. Esta misma semana, Bélgica volvió a arder con las
revelaciones de más de mil casos de pedofilia cometidos por curas belgas, una
atarjea de mierda que empezó a apestar en 2010, el día en que Roger Vangheluwe,
antiguo obispo de Brujas, confesó que había violado a uno de sus sobrinos.
Cuando Cristo dijo aquello de “dejad que los niños se acerquen a mí” seguro que
no se refería a esto.
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