8-2-16
Luis Gonzalo Segura
Público
Se
han dado un buen festín tanto Alfonso Guerra como Felipe González en los
últimos tiempos pero han olvidado el postre.
Parece
que queda bastante lejos todo lo que sucedió durante el felipismo y supongo que ese es el motivo por el
que la mayoría de los medios de comunicación presentan a ambos, sin
ningún pudor, como grandes analistas y hombres de estado. Ayuda no poco
la lamentable falta de independencia informativa.
Alfonso
Guerra comparó a Podemos con los golpistas del 23F,
además de llamarles niños malcriados, mientras Felipe González afirmó
que Pinochet respetaba más los derechos humanos que la
Venezuela de Maduro, que “peleó contra todos, y casi sin ningún apoyo,
para devolver la democracia a los venezolanos” y, hace
poco, propuso un gobierno de concentración PP-PSOE.
No
es que les vaya a echar en cara a ambos que durante el 23F se agacharan
quedando como marionetas de trapo en comparación a la valentía de Adolfo
Suárez, Gutiérrez Mellado o Santiago Carrillo. No. Tampoco es que sea mi
intención relatar toda la corrupción socialista, hablar del hermanísimo de Alfonso, el tal Juan Guerra, o de
las promesas incumplidas, que no son pocas. No. Y no, sobre todo, porque no da
este blog para ello. Es algo más profundo.
No
es enroscarse cuando suenan los tiros, lo que es humano, es más bien la
falta de lealtad democrática que mantuvieron durante el gobierno
de Adolfo Suárez y la desmedida ambición que les situó en demasiadas
ocasiones en los parámetros de los golpistas e, incluso, haciéndoles el juego.
Fue ese comportamiento lo que les colocó en posturas antidemocráticas y
terminó por escribir el nombre de Felipe en el fallido gobierno de
concentración de Alfonso Armada. Gobierno antidemocrático al que ni el Rey
ni ellos jamás se opusieron (hasta se reunieron con el propio Armada).
No
solo es esa evidente traición, muy parecida a la de Juan Carlos I, la que
debería haberlos silenciado para siempre. También son los muchos años de
gobierno en los que no emprendieron regeneración alguna de la justicia militar,
sus órganos de control o el mundo militar. Es, desgraciadamente, su
complicidad con los golpistas y sus mentiras y promesas incumplidas
como aquello de la desmilitarización de la Guardia Civil.
Es que
bajo su gobierno los golpistas tenían mayordomo, marisco y vino de
reservao el Rey, con su aquiescencia,
mostraba simpatía públicamente (según el embajador alemán del momento) por
los que asaltaron la democracia a tiros.
La
cuestión no es que Felipe González fichara por Gas Natural a razón de
126.500 euros brutos anuales y
luego decidiera dejarlo porque es “muy aburrido”. No es eso. Es cierto que lo
de fichar para cobrar semejantes cantidades como consejero no queda bonito
en un expresidente y deja un aroma un tanto pestilente, pero ya digo que
no es eso.
Y
no es eso porque hasta ahora, aunque muy repugnante casi todo lo narrado, la
mayor parte de ello no es noticia en el sucio mundo de la política
española. Basta pensar en el PP para darse cuenta de la dificultad que
cualquiera tendría para decidir si son un buen ejemplo de partido político
o de banda mafiosa y/o criminal.
Hay
algo mucho más profundo, de lo que casi no se habla, lo que les tendría que
haber hecho desaparecer del mundo, pedir perdón y no volver a abrir la
boca. El gran problema es que Felipe González estaba tras los GAL según José Amedo (y
según cualquiera que tenga un mínimo de entendederas). Era la famosa “X”.
Que
dos personas que han permitido la organización de una banda criminal en el
Estado (siendo benévolos al no considerarles impulsores y parte activa de
la misma), pretendan impartir seminarios de derechos
humanos y democracia o iluminar el camino a seguir es
bastante vergonzoso. Que lo hagan con la complicidad de los medios de
comunicación es revelador.
Cualquiera
que lea, aunque sea por encima, lo que hicieron los GAL y otros grupos que
actuaron durante aquellos años con la complicidad o la permisividad del Estado
(secuestrando, torturando, traficando con drogas y asesinando), se percatará de
la ignominia de estos dos personajes, que más que hombres de estado se
comportaron como vulgares delincuentes.
Combatieron
el terrorismo desde la total inmoralidad, la más absoluta falta de valores
democráticos y el mayor de los desprecios por los derechos humanos. Respondieron
de la misma forma que lo habría hecho una dictadura: usaron las pistolas, los
cuchillos y la droga en lugar de la legalidad, los derechos humanos y la
democracia.
Felipe
González y Alfonso Guerra pasarán a la historia como infames, corruptos y
ambiciosos políticos que no tuvieron el más mínimo problema
en apuñalar a la democracia con su connivencia golpista, como el Rey y
gran parte de la sociedad, y menos aún en dejarla desangrar en las manos
de una banda criminal que despellejaba y arrancaba las uñas a sus víctimas.
Con
semejante historial, dado que han tenido la fortuna de esquivar la cárcel (digo fortuna
por decir algo), lo mejor sería que alimentasen sus vidas con el silencio y no
nos recordasen cada cierto tiempo que nada es lo que nos han dicho que fue.
Luis
Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra y autor de las novelas
“Código rojo” (2015) y “Un paso al frente” (2014).
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