Público
1-3-17
Máximo Pradera
En 1992, Bill
Clinton le ganó las elecciones a George W. Bush con un eslogan que decía Es
la economía, estúpido. Desde entonces, la frase ha sido utilizada infinidad
de veces cada vez que alguien quiere atacar a un adversario que emplea un
«argumento señuelo», en vez de centrar la cuestión sobre el problema esencial.
Viene esto a cuento porque criticamos mucho últimamente al Ministro de
Justicia, Rafael Catalá, en vez de apuntar nuestros CNDs (Cañones de Navarone
Dialécticos) hacia Mariano Rajoy, el ventrílocuo que mueve y hace hablar a este
fantoche político, insignificante y anodino, que si algún mérito tiene es el de
habernos hecho olvidar antes de tiempo a Ruiz-Gallardón. Que si Catalá ataca la
separación de poderes, que si Catalá ha presionado a la Fiscal General…
Es como si tras
una lamentable actuación de José Luis Moreno, todos dijéramos:
–¡Qué mal ha estado Monchito!
–¡Qué mal ha estado Monchito!
Si Catalá
tuviera algo en la cabeza, en vez del hueco para que Rajoy le meta mano y le
haga hablar, ya nos habríamos dado cuenta. Su antecesor en la cartera de
Justicia, por ejemplo, sí era inteligente, y por lo tanto autónomo, por más que
su inteligencia estuviera puesta al servicio exclusivo de su lucimiento
personal y no de los intereses de los ciudadanos. La inteligencia se le notaba
en el brillo de los ojos, que podía ser mefistofélico (incluso en las raras
ocasiones en que no estaba achispado), y en la manera de expresarse, pedante y
alambicada como la del picapleitos que siempre fue, pero al menos cargada de
citas y rica en recursos retóricos. Los ojos de Catalá en cambio ni siquiera
pueden compararse con los de un pez, que es un ser vivo, sino con los de un
pescado. Cuando le miras a los ojos, la impresión que te llevas es la de que ha
salido. Como no quiero sumir al lector en una catatonia profunda, no me
extenderé sobre su tono de voz, monocorde y cansino, como el de un mal actor de
doblaje. Pero salvo su limitada capacidad expresiva, lo único que se le puede
criticar a Catalá es su sumisión incondicional a Rajoy, no su manera de pensar,
que es inexistente.
Catalá es Rajoy
igual que Doña Rogelia era Mari Carmen o Macario era Moreno. Cuando Catalá
comete un lapsus y dice Hay que seguir trabajando en la mejora de nuestro
sistema de corrupción vemos a Rajoy moviendo los labios, embarrado en
lapsus semejantes, como el de Lo que hemos hecho es engañar a la gente o
ETA es una gran nación. Cuando Catalá suelta majaderías como La
responsabilidad política por la corrupción se salda en las urnas, no hace
sino repetir con otras palabras el planteamiento de Rajoy: la corrupción es
cosa del pasado y el pasado quedó atrás en las últimas elecciones. Del mismo
modo que el muñeco permite al ventrílocuo expresarse con mayor libertad, Catalá
hace posible que Rajoy manifieste su abyecta ideología de manera mucho más
desinhibida. Que se suelte la melena, diríamos en lenguaje de la calle. Pero no
deja de ser Rajoy. El subtexto de la frase anterior, La responsabilidad por
corrupción se salda en las urnas es el siguiente: la corrupción no es algo
contra lo que en el PP luchemos de manera activa, por el enorme perjuicio que
causa a los ciudadanos, sino algo que practicamos o no en función del grado de
tolerancia de nuestro electorado. Si, como en el caso de Valencia o Madrid,
nuestros votantes no solo tragan, sino que alientan con su voto el saqueo
sistemático de las arcas públicas, no haremos nada por atajarla. Si empiezan a
quejarse y nos pasan factura electoral, rebajaremos nuestros inmundos
trapicheos lo justo y necesario para que la corrupción nos salga gratis en los
comicios.
¿Alguien piensa
que destituyendo a Catalá, en España reviviría Montesquieu? Voy más lejos:
¿alguien piensa que si Rajoy se fuera a su casa, el PP empezaría a respetar la
separación de poderes? Sí, yo lo he pensado a veces: también por estúpido.
Porque en el fondo, el problema no es solo Rajoy: ¡es la derecha española,
estúpido!
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