Discapacidad,
sexo y prostitución
Jesús Mora
23/06/2017
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Hablar de sexo y prostitución siempre es un tema complejo y polémico, más
aún si se le añade un tercer ingrediente, la discapacidad. Tengo en mi mente la
película Las sesiones,
un tetrapléjico de 38 años decide que ha llegado el momento de perder la virginidad,
para ello busca la ayuda de una profesional del sexo, llámenla ustedes como
quieran. Ojalá fuese una película más vista. El sexo, el placer, el cuerpo, la
ternura, el afecto, el éxtasis que dura unos segundos, la felicidad que puede
durar una noche, una tarde, una mañana, un día. Una felicidad que puede que
después quede en nada, pero ahí estuvo, ahí quedó. El derecho a ser tocado, a
ser besado. La humedad, los fluidos, los gemidos, esa mirada que todo lo abarca
y en todo se concentra. Las yemas de los dedos, la humedad de la lengua, el
sudor de las axilas, el olor de la vagina, la magia de una erección, los
susurros del después, la cabeza sobre el pecho, el lento baile de unos dedos,
las confidencias, las confesiones, los deseos, el llanto, la risa, el silencio
que se escucha.
Si hablar de sexo y sexualidad no está del todo asimilado, hacerlo de sexo
y sexualidad de las personas discapacitadas es prácticamente rechazado, entra
directamente en el terreno del morbo, de lo desagradable, de lo prohibido.
¿Tiene derecho a la sexualidad el impotente, la mastestomizada, aquella persona
que carece de manos, que tiene la piel de su cuerpo arrasa por un fuego, la que
no se puede mover, la que solo mira? ¿Cómo ha de ser esa sexualidad? ¿Quién la
puede practicar? ¿Dónde se encuentra el límite de lo perverso? ¿Dónde se
encuentra el morbo, en la cabeza del que mira o en los cuerpos que se juntan? ¿Es
necesario el amor? Recuerdo en este momento un relato de Mario Benedetti, "a noche de los feos, que puede
servirnos para expresar la dificultad y el gozo de estos momentos. Quién no va
a tener derecho a la sexualidad, quién no va a tener derecho al uso de su
cuerpo para ello, quién va a estar condenado de nacimiento a no ser tocado, a
no vivir la ficción de un amor. La discapacidad no nos convierte en seres
asexuados.
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Sobre este derecho es sobre lo que habla la película antes citada y lo que
pone sobre el tapete, lo admitamos o no, es el tema de la prostitución, su
regulación sí o no, su legalización sí o no. Mark O'Brien (John Hawkes), poeta
y periodista tetrapléjico y con un pulmón de acero, decide que, a sus 38 años,
ya es hora de perder la virginidad. Con la ayuda de su terapeuta y la orientación
de un sacerdote (William H. Macy), Mark se pone en contacto con Cheryl
Cohen-Greene (Helen Hunt), una profesional del sexo. Una película llena de
ternura y de verdad. ¿Quién puede oponerse a lo que ahí ocurre? La dulzura con
la que es tratado el tema por Cheryl y la simpatía que desprende el personaje
de Mark, lo hace imposible. Seguramente alguien podría decir: eso no es
prostitución. Bueno, será cuestión de extender un certificado de discapacidad
para poder acceder a los servicios de una profesional del sexo, seguramente
también será necesario fijar el grado de minusvalía. ¿O bastará con una prueba
de virginidad? ¿Se podrá acceder también con un certificado de soledad? ¿Y
quién pueda demostrar la vivencia de una sexualidad muy lastrada? ¿Será un problema
de edad? ¿Los mayores sí o no, sólo para ellos o ninguno? Dónde podemos poner
el límite para el ejercicio de la sexualidad.
Esta sociedad
hipócrita habla del mal uso que hacemos de la sexualidad y es incapaz de asumir
que la educación sexual de todos es una tarea pendiente.
La prostitución es ejercida mayoritariamente por mujeres, mientras que los
clientes son mayoritariamente hombres. Quizás es un problema terminológico,
prostitutas o putas suena despectivo, mejor llamémoslas profesionales del sexo,
trabajadoras sexuales o asistentas sexuales, puede que así podamos engañar a
esa parte de nuestra conciencia que todavía está instalada en el prejuicio. Es
verdad que la sexualidad no es sólo genitalidad, y que la mayoría de nosotros
no sabemos vivir el antes, el durante y el después, que necesitamos un buen
repaso a nuestra educación sexual. ¿Es que es necesario para corregirlo crear
un ciclo formativo de formación profesional sobre asistencia sexual? ¿De grado
superior (una educación universitaria de grado parece excesivo) o bastaría con
uno de grado medio?. Puede que así lográramos diferenciar como es debido un
trabajo tan digno como este de ese puterío que tanto nos indigna.
Si hemos salvado de la quema alguno de los casos anteriores, quizás no nos
hayamos dado cuenta de que hemos empezado a regular la prostitución. Dentro de
nosotros, aun cuando presumamos de modernos y de no creyentes, todavía persiste
ese prejuicio judeocristiano que condena la sexualidad como algo escandaloso y
que debe estar circunscrita al ámbito de lo privado. El diccionario de la RAE
habla de la prostitución como mantener relaciones sexuales a cambio de dinero.
¿Dónde está lo vergonzoso? Seguramente puede ser una actividad no deseada, para
la que no hay vocación. ¿Es la única? Quién desea recoger basura, quién limpiar
alcantarillas, quién aguantar borrachos, quién quiere trabajar asfaltando una
carretera, quién buzonear por las casas. Por qué el contacto corporal de un
masaje está permitido; quizás por el mismo motivo que se critica a lo que hemos
reducido la sexualidad: la genitalidad. Ese es el lugar prohibido, aquel que
todo lo convierte en vergonzoso, aquel que quien lo toca o aquella que lo
ofrece quedan señalados.
El problema no es la actividad en sí, tan legítima y natural como otra
cualquiera, el problema real son las circunstancias en las que se desarrolla
este trabajo, circunstancias a las que la ilegalidad la aboca. Los problemas
son la prostitución infantil, el proxenetismo, el tráfico de personas, la
violencia a la que se encuentran expuestas, la explotación sexual, las
enfermedades de transmisión sexual a la que se encuentran expuestas. La
clandestinidad propicia todo esto, su regulación y poder realizar este trabajo
a la luz de los demás puede permitir diferenciar el trigo de la cizaña. La
persecución de esas prácticas, la diferencia legal entre víctima y verdugo, los
beneficios para la primera y el duro castigo para el segundo.
El tráfico de personas es perverso sea cual sea el destino al que estas son
llevadas, la esclavitud igualmente, esté una persona confinada en un barracón
para prostituirse, para la mendicidad, para tejer camisas o para trabajar en el
campo. Esta sociedad hipócrita habla del mal uso que hacemos de la sexualidad y
es incapaz de asumir que la educación sexual de todos es una tarea pendiente.
Saber que la violencia es condenable sea cual sea el ámbito en el que se
desarrolle, que la sexualidad es también un lenguaje a utilizar, que el abuso
de edad, sexo o poder físico o social siempre es deleznable y denunciable, que
aportar felicidad corporal a quien no la tiene también es un acto de caridad y
que en este aspecto es necesario respetar al máximo y potenciar el respeto a la
diversidad sexual. La mujer no es un objeto también puede ser la que necesite esa
felicidad temporal, el hombre no es el macho ibérico poderoso también puede ser
el agente tierno que aporte esa felicidad. La sexualidad en la sociedad es una
mirada de lágrimas, bien de tristeza o alegría, la educación fundamental
consiste en tener la sensibilidad para percibir ambas cosas y no tener
prejuicios para aceptar su resolución.
Este post fue publicado originalmente
en el blog del autor.
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