Javier Coria.
Martes, 29 de diciembre de 2015
RAMBLA
La represión
franquista contra lesbianas y gais, y contra el colectivo que hoy conocemos
como LGTBI, es uno de los episodios más ocultos de la dictadura y los primeros
años de la Transición
En
Barcelona recogemos los testimonios de algunas de sus víctimas.
El
militar golpista Gonzalo Queipo de Llano -que llamaba a Franco “Paca la Culona”-
proclamó: “Cualquier afeminado o desviado que insulte el Movimiento será muerto
como un perro”.
Para
el Jefe de los Servicios Psiquiátricos del régimen franquista, para
algunos el Josef Mengele español, el
médico y militar Antonio Vallejo-Nájera, los homosexuales y lesbianas eran una
muestra de la degeneración de la “raza” que, según él, había
comenzado con la Segunda República, con una “enfermedad mental”, el marxismo.
Simpatizante del nazismo, aconsejó la esterilización eugenésica de las presas republicanas
y de los homosexuales, y entre otras cosas escribió en su Tratado de psiquiatría (1.944) y en Lecciones de pasiquiatría (1.952): “Adquieren estos post
encefálicos todas las características propias de las personalidades
psicopáticas: holgazanería, importunidad, mala intención, hábitos viciosos,
amoralidad, tendencias cleptómanas, agresividad, vagabundeo, etc…lo
característico es la habilidad cinética, y la tendencia a la acción, sin
finalidad o con fines perversos.
Son
sujetos que se entrometen en todo, se hacen insoportables, es imposible el
aprendizaje
escolar o profesional, se permiten bromas groseras y pesadas con las personas mayores, importunan al médico con peticiones imposibles de satisfacer, propagan la homosexualidad”
escolar o profesional, se permiten bromas groseras y pesadas con las personas mayores, importunan al médico con peticiones imposibles de satisfacer, propagan la homosexualidad”
Si
todo esto se hubiera quedado en palabras nada más, sería la muestra de las
teorías anticientíficas de un fanático que se miraba en el oscuro espejo del
nazismo, pero las palabras tuvieron sus consecuencias, en cárceles, en
manicomios, en electrochoques…, en definitiva, en el sufrimiento y muerte de
muchas personas.
La
represión en la dictadura franquista y durante los primeros años de la
Transición, como se ha visto, no solo fue contra los opositores ideológicos-comunistas,
republicanos, masones, separatistas, etc…-también la sufrieron las personas por
su orientación sexual, al margen de sus ideas políticas.
El
colectivo de lesbianas, gais, transexuales, bisexuales e intersexuales (LGTBI)
fueron las víctimas propiciatorias de leyes como Ley de Vagos y Maleantes, ley que
procedía de la Segunda República (ley conocida como La Gandula, 1933), pero que
el régimen franquista modificó (el 15 de julio de 1.954) para incluir la
represión por orientación sexual con cosas como estas: “Los homosexuales
sometidos a esta medida de seguridad deberán ser internados en instituciones
especiales y , en todo caso, con absoluta separación de los demás” En estos
días se cumple el 45º aniversario de su derogación, en 1.970. Año en que fue
sustituida por la Ley de Peligrosidad Social, que recogía lo esencial de la anterior ley, pero además contemplaba
penas de cinco años de internamiento en cárceles o manicomios. Esta le- junto
con el artículo del Código penal de “escándalo público” reprimió a homosexuales
y transexuales, y no fue derogada hasta 1.995, por lo que ahora se cumplen
veinte años de su derogación.
Esta
represión tuvo muchas cómplices, principalmente en la iglesia católica, pero
también en las propias familias y, por qué no decirlo, por acción u omisión,
también entre amplios sectores de la oposición al franquismo. Mientras los
presos políticos salieron a la calle con la amnistía parcial de 1976 y total de
19.77, las lesbianas y homosexuales siguieron en las cárceles y los pabellones
psiquiátricos. Para el Estado eran degenerados peligrosos, para la iglesia y la
moral imperante, unos pecadores, y para la medicina y especialmente la
psiquiatría, unos enfermos. El Memorial Democrático de la Generalitat de Catalunya,
con su presidente Jordi Palou-Loverdos a la cabeza, reunió a víctimas y
activistas para dar testimonio de esta represión que aún se mantiene oculta.
“LLEVÉ CILICIOS EN LOS BRAZOS”
Conocido con el nombre de “guerra” de Jordi Petit
durante la lucha clandestina, Jordi Lozano González (Barcelona, 1954) es uno de
los primeros y más conocido activista por los derechos civiles de gais y
lesbianas en el estado español. Reconocida su labor internacionalmente, fue secretario general de la International Lesbian and Gay Association y el primer coordinador
del Front ¨d`Alliberament Gai de
Catalunya, organización que en este año de 2015 cumple el 40º aniversario
de su fundación. Petit recibió la Medalla de Honor de la ciudad de Barcelona en
2003, y también se reconoció su labor social, especialmente su lucha contra el
SIDA, con la Creu de Sant Jordi de la Generalitat de Catalunya en 2008. Por
primera vez en público habla de su experiencia personal:
“Desde que con trece años, en 1.967, confesé mi homosexualidad, sufrí lo
que hoy se llama bullyin (acoso escolar)
y la represión directa. Yo vengo de una familia formalmente normal y ejemplar,
pero aün recuerdo las palizas que me padre le daba a mi madre. Yo con ocho o
nueve años intentaba separarlos, pero no podía. Al ser un hijo único, era
bastante amanerado, pero para decirlo de alguna manera, con un estilo pijo. Por
ello en la escuela, con los salesianos, sufrí toda clase de insultos y
agresiones. Mi grupo de amigos de Castelldefels, chicos y chicas, entre los que
había los hijos del gobernador civil de aquella época, un día me dijeron que ya
no podía salir con ellos. Para contrarrestar el rechazo, yo estudiaba como un
loco, y siempre sacaba muy venas notas. Con trece años mantuve mis primeras
relaciones sexuales, y como a todos, empezó la confusión, el pecado, la
rareza…Yo me confesaba casi a diario. Luego llegaron al colegio un grupo de
monitores del Opus Dei, y uno de ellos, como guía espiritual, me aconsejó que
para frenar los impulsos homosexuales tenía que aplicarme la automortificación.
Durante un tiempo llevé cilicios en los brazos y en los zapatos, piedras, y
chapas de botellas. Luego un sacerdote psicólogo me aclaró las ideas, por lo
que seguí “pecando” pero sin confesarme. Luego vino una segunda fase, donde
dejé atrás el acoso escolar y me encontré con la represión pura y dura. En
1.971 milité en las juventudes comunistas, y en la universidad, en el PSUC. Un
día se me ocurrió pintar con un rotulador una frase antifranquista en una
cabina de teléfonos y me detuvieron. Pasé por el Tribunal de Orden Público y
fui a parar a la cárcel Modelo. Luego pasé por la prisión dos veces más. Hice
la mili en la Marina y cuando había prácticas de tiro, nosotros no podíamos ir
porque: “los rojos no nos conviene que sepan disparar”, decían. En el sorteo de
destinos a mi me enviaron directamente a la prisión naval de Caranza, en el
Ferrol del Caudillo. No estaba preso, vigilado sí, estaba en una brigada
especial con otros reclutas fichados por su labor política contra el régimen.
Allí me hice amigo de un compañero catalán que era boxeador y que me protegía,
pero cuando se fue me violaron. El asunto de la violación de los hombres daría
mucho para hablar, porque nadie se atreve a confesarlo.
Como dije, pasé dos veces más por la cárcel, aún legalizado el Partido
Comunista los que teníamos antecedentes políticos nos llevaban a la cárcel por
“sospecha de subversión”. Pasé unos días muy duros en las celdas de aislamiento
y durante todo ese tiempo, nadie de mi familia ni amigos me vino a ver. En fin
si queréis saber más sobre la comunidad gai durante el franquismo de mi libro Vidas
de Arcoiris está a punto de salir la segunda edición.”
“LA IGLESIA ESTÁ LLENA DE MARICONES VISTIENDO
VÍRGENES”
Nazario Luque Vera (Castilleja del Campo- Sevilla
1944) es más conocido como Nazario, autor de cómics, escritor y pintor es una
de los genuinos autores de los que se dio en llamar el “cómic underground, erótico y canalla” de la
escena española. Afincado en Barcelona desde 1972, junto al fallecido pintor José
Pérez Ocaña, fue uno de los mayores exponentes de la “movida” barcelonesa de
los setenta y ochenta. Desde hace 36 años convivió con el escultor Alejandro
Molina. Con sus famosos trabajos Turandot y Alí Babá y los 40 maricones publicados
en la revista Makoki, Nazario dejó el
cómic por la pintura y la ilustración, siendo los autorretratos y la fauna
humana de la Plaza Real, donde tiene su vivienda, recurrentes motivos de sus
obras. Entre otros premios tiene la medalla de Oro al Mérito en las Bellas
Artes. Nazario no suele utilizar eufemismo y es bastante directo en sus
comentarios, muestra de ello es su testimonio que recogemos aquí:
“Mi historia
de infancia y juventud es muy parecida a la de tantos andaluces que vivíamos en
pueblos pequeños. Yo tenía una madre muy religiosa que me inculcó esta historia
de autorrepresión, lo que me hacía estar arrepintiéndome siempre. Estudié en un
colegio de curas y tenía la cabeza vuelta al revés. Me gustaban dos o tres
padres salesianos, pero no me atrevía. Cuando tenía veinte años me encontré con
un compañero de clase, los dos supongo que éramos un poco afeminados, y me
explicó que todos aquellos curas que a mí me gustaban, se los estuvo tirando él
durante todo el curso, Pensé en el tiempo que había perdido y me dediqué a
recuperarlo lo máximo que pude. En mi pueblo había bastante represión.
Estábamos los afeminados de clase media que no nos atrevíamos a manifestarnos y los maricones clásicos, los folclóricos, que bailaban sevillanas, tocaban los palillos, iban al Rocío y todo el mundo se divertía mucho con ellos. Los demás no existíamos. Es curioso que la iglesia esté llena de maricones vistiendo vírgenes y santos como si fueran sus muñecas, lo pasan bien, pero me parece incongruente con la posición que tienen ante la homosexualidad. Yo me vine a Barcelona y viví la movida contracultural de los setenta. Tuve dos grandes amores de mi vida, pero el último me duró 36 años, hasta el año pasado. Yo estaba en contra del matrimonio, éramos pareja de hecho, pero al final me casé In artículo mortis, cinco días antes del fallecimiento de mi compañero.
Estábamos los afeminados de clase media que no nos atrevíamos a manifestarnos y los maricones clásicos, los folclóricos, que bailaban sevillanas, tocaban los palillos, iban al Rocío y todo el mundo se divertía mucho con ellos. Los demás no existíamos. Es curioso que la iglesia esté llena de maricones vistiendo vírgenes y santos como si fueran sus muñecas, lo pasan bien, pero me parece incongruente con la posición que tienen ante la homosexualidad. Yo me vine a Barcelona y viví la movida contracultural de los setenta. Tuve dos grandes amores de mi vida, pero el último me duró 36 años, hasta el año pasado. Yo estaba en contra del matrimonio, éramos pareja de hecho, pero al final me casé In artículo mortis, cinco días antes del fallecimiento de mi compañero.
Como
coleccionista, guardo mucho material gráfico de los setenta que recogí en un
libro. Los periódicos “normales” ocultaban toda la movida contracultural, que
sí salía en revistas como Ajoblanco o Star. Yo empiezo el
libro con un prólogo sobre los sesenta en Sevilla y con la derogación de la Ley
de Peligrosidad Social. El prólogo lo
ilustro con una imagen muy curiosa del año 1973, que salió en una revista
amarillista ¿Por qué? Habían hecho
una redada en Sitges y la revista lo tituló “Redada de violetas” con unas fotografías de personas vestidas
de mujer y cuyo pie de foto decía:”Aquí donde los ven son hombres”. La movida de Barcelona fue más importante
que la de Madrid, porque fue aparejada a todos un movimiento social. Se crearon
los primeros movimientos ecológicos, de homosexuales y todo lo que supusieron
las jornadas libertarias. Yo recojo los panfletos, carteles y las fotos de la
represión. El ayuntamiento me reeditó el libro para una exposición que se llamó
“Rambleros” pero luego no se volvió a saber más del libro. Habrá unos
quinientos libros arrinconados en algún almacén municipal. Estoy buscando
tiempo para volcarlo gratuitamente en Internet. Parece ser que cuando llegaron
los socialistas a los ayuntamientos, no quisieron saber nada del pasado social
y reivindicativo de los barrios y ciudades”
“ES LA IGLESIA
LA QUE TIENE QUE SALIR DEL ARMARIO”
Paulina Blanco (El Torno, Cáceres, 1949)lleva 43 años casada con Encarnita. Las dos
son católicas, y sufren un doble rechazo: “Entre
los católicos por ser lesbianas, y entre el mundo lésbico, por ser cristianas”.
Paulina, como maestra, llegó al pequeño pueblo de Zorita (Cáceres, Extremadura)
formando parte de un programa de alfabetización. Allí conoció a la joven
telefonista, Encarnita, corría el año 1972. Las presiones de familiares, del
cura y del entorno, las obligaron ir en busca de una gran ciudad, donde el
anonimato les permitiera seguir con su historia de amor. Y llegaron a
Barcelona, ciudad en la que residen desde hace décadas y, según cuenta Paulina, “Salimos de un armario al que
nunca volveremos”. Y a fe mía que lo hicieron, pues se convirtieron en
grandes activistas por los derechos de gais y lesbianas. Colaboran con el Consell Municipal LGTBI de Barcelona y el Consell Nacional LGTBI. Y, desde el
año 1983, participan en el Congreso
Internacional de Cristianos Gais y Lesbianas, además de ser patronas
fundadoras de la Fundació
Enllaç, asociación que trabaja por los miembros del colectivo LGTBI
mayores, con discapacidad o en situaciones de pobreza y exclusión social.
Paulina Blanco nos dio este testimonio:
“Yo nací
en plena posguerra en un pequeño pueblo de Extremadura. En una familia
patriarcal, sin recursos, sin cultura ni oportunidades. En los años sesenta
hubo un gran éxodo de la gente del campo a las ciudades, y mi familia se fue,
como tantos otros, a la gran ciudad. Allí tuve la gran oportunidad de conseguir
una beca, lo que me permitió estudiar. Cerca de casa había un colegio religioso
y caí ahí, suerte para mí. Me enseñaron a ser una buena hija, una buena
cristiana, buena esposa, buena madre…, todo esto lo pongo en interrogantes,
claro. En la adolescencia descubrí mí homosexualidad, el problema es que yo
nunca había conocido ninguna persona con esta identidad. Yo no sabía qué era
eso. No tenía referentes, no sabía quién era, qué me pasaba. Miedo, soledad y
desconcierto es lo que viví en esa época. Creía que era la única persona en el
mundo a la cual le pasaba esto, pues me enamoré de una compañera de clase. Me
dediqué a estudiar. En los años setenta ya no podía esconder lo que me pasaba,
entonces empezó en rechazo familiar, social, eclesiástico, porque yo había
estudiado en un colegio de monjas y quería ser una buena católica. Lo que me
pasaba a mí era un pecado, una enfermedad…, peligrosidad social, yo no tenía
esa sensación, más tarde supe que había una ley que nos consideraba así. En mis
estudios de pedagogía se calificaba lo que me pasaba a mí como enfermedad, por
ello se me ocurrió ir a un psiquiatra, que me recomendó un tratamiento de
electrochoques. Luego me enamoré de Encarnita, pero ¿se imagina dos mujeres
enamoradas en un pequeño pueblo de Extremadura? En Barcelona salimos del
armario, nos registramos como pareja de hecho y lo extraordinario es que nos
abrieron las puertas del armario en la parroquia donde acudíamos desde hacía
diez años. Luego nos casamos en un ayuntamiento y fue estupendo, lo único malo
es que la iglesia no quiere bendecir nuestro amor. Yo soy creyente, y creo que
algún día llegará ese momento, ya sé que cuando digo esto la gente me sonríe y
dice: sí, sí, pero yo lo pienso. Creo que la iglesia en algún momento tendrá
que salir del armario”. En marzo de este año de 2015, la pareja volvió a su
Extremadura natal, en este caso para un gran acontecimiento. En Mérida, la
Asamblea de Extremadura aprobaba la primera Ley LGTBI de la Comunidad Autónoma.
ERRADICACIÓN DE LA HOMOFOBIA Y LA TRANSFOBIA
En el año 1973, la Asociación
Americana de Psiquiatría decidió
eliminar la homosexualidad del Manual de Trastornos Mentales. Hubo que esperar
casi dos décadas, en 1990, para que la Asamblea
General de la OMS hiciera
lo propio sacando la homosexualidad de la lista de enfermedades psiquiátricas.
Por primera en el estado español, el Parlament
de Catalunya aprobó,
con el voto en contra del PP y de Unió Democrática, fuertemente
presionados por el Obispado
de Barcelona, la Ley de los Derechos de las Personas Gais, Lesbianas,
Transexuales y Bisexuales y para la erradicación de la Transfobia y la
Homofobia. En los impulsores de esta ley estaba el recuerdo de Sonia Rescalvo, la
transexual asesinada a palos en el Parque de la Ciudadela de Barcelona por un
grupo de neonazis, en 1991. Pero lejos de leyes, la sociedad y la escuela aún
tienen una labor ingente para eliminar prejuicios y actitudes discriminatorias.
Y en esto nada ayuda que, en pleno siglo XXI, obispos como el de Alcalá de
Henares, Juan Antonio
Reig Pla, en marzo de 2015 publicara una carta pastoral vinculando la
homosexualidad con la pederastia, o que el citado obispo impartiera, en 2013,
un curso sobre sexualidad. En el curso se habló de mujeres que deben ser
sumisas a sus maridos y de una pretendida guía para “curar la homosexualidad”.
“LA TRANSFOBIA NOS MATA. YO TAMBIÉN SOY ALAN”
Muchos muros que derribar, muchos armarios de la
dictadura franquista que aún siguen sin orear, pero como decíamos, a veces los
derechos reconocidos por leyes van por detrás de la intolerancia y los
prejuicios de la sociedad. En el momento de finalizar esta crónica, nos golpea
la noticia que nos hace llegar la asociación Chrysallis,
compuesta por familiares de menores transexuales. El joven Alan, con tan sólo 17
años, se quitó la vida
tras sufrir acoso en su instituto. Este joven de Rubí fue el primero
en Catalunya –el segundo del Estado- a los que un juez autorizó cambiar el
nombre de su DNI y otros documentos oficiales para que estuvieran acordes a su
condición sexual. En todo este proceso el menor contó con el apoyo de su familia,
como las 240 familias que componen la asociación Chrysallis, que salieron a la
calle para exigir a la
sociedad que respete a sus hijos y
en contra de la transfobia, con el lema “La transfobia nos mata. Yo también soy
Alan”. Por nuestra parte, sirva este trabajo como homenaje a Alan y a todos los
que sufrieron y siguen sufriendo por ejercer uno de los principales signos de
libertad, que es la libertad de amar y de elegir vivir acorde a la condición
sexual de cada uno.
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