Público
8-7-16
David Torres
No es fácil explicar por qué hay gente pobre, gente en paro,
gente que vive al límite, gente con hijos exiliados, que sigue votando al PP
con fidelidad perruna, sin cuestionarse ni por asomo la posibilidad de cambiar
de opción política, a ver si la cosa mejora. Diversas razones ilustran esa
decisión, aunque ninguna la explica. Unos, como Mercedes Milá, dicen que es
mejor lo malo conocido, lo cual, en el caso particular de Milá, señala la
profundidad abisal del insondable pozo de mierda televisiva donde lleva décadas
embarrancada. Otros creen a pie juntillas que los populares siguen siendo los
mejores gestores, a pesar de las evidencias -no sólo policiales- presentadas
durante la pasada legislatura en materia de fraude, corrupción, malversación de
caudales públicos, asociación con criminales y saqueo del fondo de pensiones.
Con todo, la más común de las excusas es el miedo, un miedo
alimentado con destreza y cabezonería desde los púlpitos audiovisuales y
eclesiásticos, un miedo precocinado y envasado al vacío que el público cautivo
deglute junto a cada nueva cucharada de propaganda: Venezuela, Corea del Norte,
Irán, comunismo, España se rompe. La historia da miedo y da asco. Es la misma
mecánica psicológica de ciertas mujeres maltratadas, esas esposas que aparecen
un día con un ojo hinchado y al otro con un pómulo roto, pero se resisten a
aceptar la verdad, la certeza de que están casadas con un sádico, una escoria,
una mala bestia que algún día acabará arrojándolas por la ventana. No pueden
creer que exista vida ni libertad más allá de ese contrato matrimonial que han
confundido con el amor y que no es otra cosa que esclavitud consentida.
“Voto al PP porque aquí en Valencia han hecho mucho bien”. Esta
aseveración increíble, pronunciada por un taxista con dos hijos y la mujer en
paro, revela no sólo hasta qué punto alguien puede estar ciego, sordo y
desinformado, sino con qué facilidad los grandes poderes domestican a un pobre
hombre hasta su raíz, hasta convertirlo en un muñeco de ventrílocuo. El
amaestramiento viene de lejos, se hizo a base de golpes y de hostias
consagradas durante los largos decenios del franquismo, una táctica de palo y
zanahoria en la que la zanahoria sigue a la misma distancia y ya casi no hace
falta enseñar el palo.
He aquí la España de los santos inocentes; la España de Azarías,
aquel tonto de pueblo que era feliz con su milana bonita; la España de Paco el
Bajo, aquel labriego analfabeto que sólo sabía garrapatear su nombre y al que
el señorito usaba de sabueso para que le rastreara las perdices cazadas. La
película, la cumbre más alta del cine español, honra la novela de Delibes a tal
extremo que, de no ser por la escena del tren, no habría manera de fechar el
espanto de ese país neofeudal donde el médico advierte al señorito que no se lleve
a su secretario otra vez de caza o el hombre podría quedarse cojo para siempre:
“Tuya es la burra”. Exactamente. Podría estar ambientada en los cincuenta, en
los sesenta, en los setenta. Podría rodarse otra vez pasado mañana.
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https://vimeo.com/68994858
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