Una investigación del periodista Carlos Hernández, plasmada en su libro Los campos de concentración de Franco, documenta la existencia de 296 centros
Funcionaron desde el sublevamiento militar hasta finales de los años 60 y encerraron entre 700.000 y un millón de españoles, pasando una media de 5 años
Se sometía a los prisioneros a torturas físicas y psicológicas además de a trabajos forzosos
- 11/03/2019
- Eldiario.es
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Franco creó en España un centenar más de campos de concentración de los que se creía hasta ahora. Una investigación del periodista Carlos Hernández plasmada en su libro Los campos de concentración de Franco documenta 296 en total, a partir sobre todo de la apertura de nuevos archivos municipales y militares. Por los campos pasaron entre 700.000 y un millón de españoles que sufrieron "el hambre, las torturas, las enfermedades y la muerte", la mayoría de ellos además fueron trabajadores forzosos en batallones de esclavos. Estuvieron abiertos desde horas después de la sublevación militar hasta bien entrada la dictadura.
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El estudio anterior más completo, de Javier Rodrigo, había documentado hasta 188 campos de concentración en todo el país. También en torno a 10.000 víctimas mortales entre los asesinados y los fallecidos a consecuencia de las condiciones vividas ahí, pero Hernández cree que "esa cifra se queda corta con estos nuevos datos. Es imposible documentar todos los asesinatos y muertes porque no dejaban registro, pero en solo 15 campos que han podido ser investigados en esto ya calculamos entre 6.000 y 7.000. No es una proporción exacta porque entre esos 15 estaban algunos de los más letales, pero nos hacemos una idea de que hay muchas más víctimas".
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Campos de concentración franquistas (1936-1959)
Centros de detención y trabajos forzados durante la dictadura en España, por provincias. Amplía el mapa y sitúate sobre un punto para ver el detalle
Foto pubntos campos concentracion
La comunidad autónoma que más campos albergó fue Andalucía, pero hubo por todo el territorio: el primero fue el de la ciudad de Zeluán, en el antiguo Protectorado de Marruecos, abierto el 19 de julio de 1936, y el último fue cerrado en Fuerteventura a finales de los años 60. El 30% eran "lo que imaginamos estéticamente como campos de concentración, es decir, terrenos al aire libre con barracones rodeados de alambradas. El 70% se habilitaron en plazas de toros, conventos, fábricas o campos deportivos, hoy muchos reutilizados", explica Hernández. Ninguno de los presos había sido juzgado ni acusado formalmente ni siquiera por tribunales franquistas, y pasaron ahí una media de 5 años. Sobre todo eran combatientes republicanos, aunque también había "alcaldes o militantes de izquierdas" capturados tras el golpe de estado en localidades que cayeron en manos del ejército franquista.
Trabajos forzosos, hambre y torturas
En los campos de concentración de Franco se hacía una labor de "selección". Se investigaba a cada uno de los prisioneros, principalmente mediante informes de alcaldes, curas, y de los jefes de la Guardia Civil y la Falange de las localidades natales. A partir de ahí, clasificaban a los prisioneros en tres grupos, en términos franquistas: los "forajidos", considerados "irrecuperables", iban directamente a juicio, en el que se les decretaba cárcel o paredón. Los "hermanos forzados", es decir, los que creían en las ideas fascistas pero obligados a combatir en el bando republicano; y los "desafectos" o "bellacos engañados", los que estaban del lado republicano pero los represores valoraban que no tenían una ideología firme y que eran "recuperables".
Los "desafectos" poblaron de manera estable los campos de concentración y fueron condenados a trabajos forzosos. Durante la guerra estuvieron obligados a cavar trincheras, y al término del conflicto, principalmente a labores de reconstrucción de pueblos o vías. Sufrieron torturas físicas, psicológicas y lavados de cerebro: tenían que comulgar, ir a misa, o cantar diariamente el Cara al Sol, como ha documentado Hernández. También hay testimonios explícitos de hambrunas extremas, "la peor pesadilla de los prisioneros", enfermedades como el tifus o tuberculosis y plagas de piojos. Muchos de ellos fueron asesinados en el propio campo o por tropas falangistas que iban a buscarles, y otros muchos no sobrevivieron a la falta de alimento, higiene y atención sanitaria.
En noviembre de 1939, meses después del fin de la guerra, se cerraron muchos campos, "pero lo que sucede realmente es una transformación", relata el periodista. "La represión franquista era tan bestia y tenía tantas patas que evolucionó en función de las circunstancias. Franco, aunque aliado con Italia y Alemania, quería dar una buena imagen ante Europa, quería emitir una propaganda de respeto de los derechos humanos. Por eso oficialmente los campos terminan, pero algunos perduran durante mucho tiempo". El último oficial, también el más longevo, fue el de Miranda de Ebro (Burgos), que duró de 1937 a 1947.
Después hubo lo que Hernández denomina "campos de concentración tardíos", creados durante los años 40 y 50 y con denominaciones ya distintas. Fueron el de Nanclares de Oca (Álava), La Algaba (Sevilla), Gran Canaria y Fuerteventura, estos dos últimos para prisioneros marroquíes de la guerra del Ifni y cerrados en el 59. Durante el resto de la dictadura siguieron quedando vestigios: por ejemplo, en 1966 se clausuró la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía (Fuerteventura), en la que se encarcelaba y "reeducaba" a homosexuales.
"Ha habido miedo a hablar"
Según Hernández, hay que "rehuir" la comparación que parece inevitable con los campos nazis. En primer lugar porque "al lado de Auschwitz, de millones de víctimas en la cámara de gas, cualquier crimen brutal parece menos crimen". Y en segundo porque el sistema franquista era muy diferente: así como en la Alemania nazi todo estaba más o menos estructurado y los dividían entre los de exterminio directo y los de exterminio por trabajo, los españoles eran mucho más heterogéneos y todo más "caótico". Los campos de Franco variaban mucho en tamaño, y la suerte y destino de los prisioneros dependía en muchos casos de las decisiones del propio oficial, que los había más y menos sanguinarios.
Sobre el papel, estos centros estaban destinados solo a hombres: "En la mentalidad machista y falsamente paternalista de los dirigentes franquistas, las mujeres no encajaban en los campos de concentración". Aunque sí hubo grupos de cautivas en algunos como en el de Cabra (Córdoba), ellas fueron sometidas a idénticas torturas sobre todo en las cárceles. Las prisiones, al igual que las unidades del Patronato de Redención de Penas que construyeron el Valle de los Caídos, no están incluidas en esta investigación. Hernández la ha limitado a lo que la propia documentación del régimen categoriza como 'campos de concentración' –además de los cuatro tardíos– porque "la represión fue de tal magnitud y tuvo tantas estructuras que para poder explicarla tienes que parcelarla".
La segunda parte del libro de Hernández, que se publica el próximo 14 de marzo, consta de testimonios de víctimas. Quedaban pocos supervivientes que pudieran contarlo pero el autor conversó directamente con media docena de los que fueran presos en uno o varios de los casi 300 campos de concentración. Todos ellos han fallecido en los últimos tres años, el último el pasado jueves, Luis Ortiz, quien pasó por el de Irún, por el de Miranda de Ebro y por el de Deusto.
Durante muchas décadas "ha habido vergüenza y miedo" a hablar. Además de esas conversaciones con los antiguos presos, mucho de lo recuperado por Hernández parte de publicaciones elaboradas durante la Transición y de documentos familiares: "Hubo mucha gente que dejó escritos a sus hijos y nietos de lo que ocurrió". Él anima a eso, "a preguntar a la abuela, al abuelo, por lo que pasó: en todas las familias españolas hay alguien cercano con historias sobre esto. No quiero que esto sea un punto y final a la investigación sobre los campos de concentración, sino un estímulo para reabrir el tema".
Entrevista
"La magnitud de la represión franquista fue tan grande que los campos de concentración quedaron olvidados"
Carlos Hernández publica este viernes el libro Los campos de concentración de Franco, una investigación que revela la existencia de casi 300 en toda España
"Toda España fue un gran campo de concentración franquista: los presos quedaron bajo permanente amenaza, incluso en libertad"
"Que un gobierno democrático no haya sido capaz de exhumar a un dictador fascista demuestra que algo falla en este país, que aquel atado y bien atado sigue vigente"
12/03/2019
Franco creó 296 campos de concentración en toda España que estuvieron abiertos desde horas después de su golpe de Estado hasta bien entrada la dictadura. Pasaron por ellos entre 700.000 y un millón de españoles que sufrieron torturas físicas y psicológicas, enfermedades, hambre extrema y lavado de cerebro. Incontables personas fueron asesinadas o no sobrevivieron a la falta de alimentos, higiene y atención sanitaria.
Hasta ahora se creía que habían existido más de un centenar de centros, pero una investigación del periodista, colaborador de eldiario.es, Carlos Hernández, a partir de la apertura de nuevos archivos y plasmada en su libro Los campos de concentración de Franco, ha revelado estos nuevos datos de un episodio de nuestra Historia en ocasiones olvidado.
¿Por qué ignoramos los detalles de tanta represión de los campos de concentración franquistas? ¿Por qué su magnitud ha sorprendido a tanta gente?
Hay principalmente dos motivos. El más importante es que el franquismo, dentro de su estrategia encaminada a borrar las huellas de sus innumerables crímenes, puso especial hincapié en eliminar cualquier prueba de su estrecha relación con la Alemania nazi que le permitió, entre otras cosas, ganar la guerra. Cuando Hitler fue derrotado, Franco trató de congraciarse con los aliados y, a partir de 1945, el término campo de concentración comenzó a vincularse a los campos de exterminio nazi, especialmente a Auschwitz. Los sistemas concentracionarios español y alemán tenían algunas similitudes y no pocas diferencias. Para investigarlos tenemos que huir de comparaciones absolutas, aunque es obvio que el sufrimiento de los presos, la "reeducación", los lavados de cerebro, el hambre extrema y, en muchos casos, incluso la estética era muy similar. En cualquier caso, el concepto campo de concentración vinculaba al franquismo con algo muy negativo, tanto internacionalmente como ante los propios españoles y por eso trataron de borrar lo ocurrido.
El otro motivo es la propia magnitud de la represión. Tuvo tantas patas, tantos trabajadores esclavos, cárceles… que esto quedó en parte olvidado, mezclado y confundido con otras estructuras, como las prisiones. Ya me están preguntando de hecho en Twitter por qué en este estudio no aparece, por ejemplo, recintos como Valdenoceda o la Isla de San Simón. Ambos fueron terribles, pero oficialmente fueron cárceles y no campos. Eso no le quita ni un ápice de crueldad a estos y muchos otros lugares, pero mi trabajo se ha centrado en los campos de concentración oficiales.
Da la sensación de que, en general, no conocemos la verdadera escala, de que mucha información se nos quedó por el camino.
Mucha. Para empezar, resulta imposible saber el número de víctimas de los campos porque no se registraban los asesinatos ni la mayoría de las muertes por hambre o enfermedades. También solían liberar, en ocasiones, a los prisioneros en estado terminal para que murieran en sus casas.
Tampoco se ha hablado de la última etapa de la represión que sufrían los prisioneros, paradójicamente, cuando obtenían la libertad. Pasaban a una situación de libertad siempre controlada, tenían que presentarse regularmente ante la Guardia Civil, eran vigilados por vecinos y falangistas y eran constantemente humillados. Se condicionaba su vida, estaban condenados a la pobreza, les expoliaron, no podían encontrar trabajo o solo los empleos más duros o ingratos. Por poner solo uno de los muchos ejemplos, me estremeció encontrar un escrito del Ayuntamiento de Madrid pidiendo información sobre los antecedentes políticos de un vecino que solo pretendía abrir un bar. Como la información que recibió decía que no era afín al Movimiento, no le dieron la licencia de apertura. Esto no era la excepción, sino la norma.
Se produjeron incluso suicidios de hombres que volvieron a su pueblo marcados, sin trabajo, con sus casas y terrenos expropiados. Ni siquiera con la libertad, si es que llegaba, había verdadera libertad. Toda España era un gran campo de concentración.
Fueron los presos esclavos los que construyeron el Valle de los Caídos, ¿de qué es partidario, de resignificarlo, demolerlo, abandonarlo...?
El Valle de los Caídos es un monumento que fue construido exclusivamente para ensalzar al tirano, a la dictadura y a sus verdugos: no tiene resignificación posible. Quizá en otra nación europea se podría hacer, pero en España no estamos preparados, no hay suficiente madurez democrática. Generaría un nuevo debate que seguramente derivaría en la conversión en un museo en el que se tratase a víctimas y verdugos por igual, así que soy de los que cree que demolerlo es la única salida. Se debe hacerlo de acuerdo a la legalidad y con la mayoría necesaria en el Congreso, claro. Pero el Valle de Cuelgamuros debe volver a ser ocupado por la naturaleza.
Antes de dar ese paso, hay que sacar de ahí todos los cuerpos que reposan allí. A los combatientes fallecidos, republicanos y franquistas, hay que darles un entierro digno. Eso no puede significar una equiparación entre la dictadura y una república, con sus defectos y virtudes, pero democrática. Al dictador hay que sacarlo de allí cuanto antes y entregárselo a su familia para que lo entierre en un lugar discreto, en el que no se permitan homenajes públicos ni la exaltación del fascismo. Lo contrario sería contravenir la Ley de Memoria Histórica. Y creo que hay que hacer lo mismo con Primo de Rivera, es un error tomar una decisión sobre ellos por separado.
¿Sí sería posible resignificar los campos?
Sí soy partidario de que se resignifiquen algunos de los campos y convertirlos en museos. Y en todos ellos que se instalen placas informativas informando lo que allí sucedió y recordando a las víctimas. En algunos sitios ya se ha empezado a hacer y hay que generalizarlo. Será doloroso, iremos a un concierto, a una corrida o a un partido de fútbol y nos lo encontraremos, porque en esa plaza de toros o en ese estadio sufrieron miles de prisioneros, pero es imprescindible.
Se suele comparar el Valle de los Caídos con Auschwitz para justificar su resignificación. Sin embargo, Auschwitz no era un monumento fascista, era precisamente un campo de concentración. El Valle es un monumento fascista, enaltecedor de la dictadura, que ha perdurado durante 80 años como tal, no es comparable a un campo. Ojalá no hubieran destruido, por ejemplo, la cárcel de Carabanchel que era un edificio realmente simbólico y que sería el lugar perfecto para albergar un gran museo de la Memoria.
Sacar a Franco era imprescindible, es un proceso que debió iniciarse hace muchísimos años. Ya que no se hizo, mejor es ahora que nunca, pero he echado en falta estudios previos, tanto legales como políticos, que evitaran que se diera esta demora y que el tema se enquiste en los tribunales. Se debería haber hecho de tal modo que, una vez anunciado, ya fuese absolutamente irreversible, habiendo cambiado las leyes que hicieran falta.
Espero que hayamos extraído alguna lección de todo esto, hemos sido incapaces de hacer lo que se hizo hace 70 años en Europa. Que un gobierno democrático no haya sido capaz de exhumar a un dictador fascista demuestra la poca calidad de nuestra democracia, demuestra que algo falla en este país y que aquel “atado y bien atado” sigue vigente. Quedan resortes en una parte de la judicatura que, aunque minoritaria, proviene o es heredera del fascismo. Y hay herederos en el poder político, en el económico y en el periodístico.
También se ve, supongo, en el peso y aceptación de la opinión de la familia Franco en todo el proceso.
Todo está vinculado a esa falta de madurez democrática de la que hablamos. Durante y después de la Transición, en España no se reconstruyó un relato histórico fiel de la guerra y la dictadura y por tanto la sociedad no conoce su historia. No se ha estudiado en el colegio, también porque a muchos profesores les ha supuesto un problema abordar el tema en sus clases.
Durante los primeros 30 años tras la muerte de Franco en los medios no se hablaba de esto. Y por eso ahora la gente se sorprende al oír hablar de campos de concentración en España, porque aquí no hemos tenido un proceso de revisión histórica como el de Alemania, Chile o Argentina. En este país se han dado por normales cosas que no lo son, como que la Familia Franco tenga el poder que tiene, o que esté en posesión de un ducado, un título nobiliario. Eso es un insulto a la democracia.
Este marzo se cumplen tres años de la sentencia que dicataba la exhumación de los hermanos Lapeña del Valle de los Caídos tras pasar incluso por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. ¿Cómo se explica una tramitación tan farragosa?
Es algo sintomático lo que ha pasado con las familias de los enterrados en el Valle de los Caídos, todos los obstáculos judiciales y eclesiásticos que se han encontrado para recuperar los restos de sus seres queridos. El papel de la Justicia ha sido lamentable, pero también el de la Iglesia Católica. Si no tuviera las reminiscencias franquistas que tienen, el prior habría sido cesado. Cada cosa que ha hecho el prior tenemos que achacársela a él, pero la Conferencia Episcopal, el Vaticano y en última instancia el Papa Francisco lo han permitido. Son también responsables, no sé si llamarlos políticos o espirituales.
Quedan muchas cosas pendientes en esta legislatura, arrastradas desde hace demasiado tiempo: las fosas comunes sin abrir, las medallas de Billy el Niño o por supuesto la exhumación de Franco. ¿Las resolveremos algún día?
Hay días que soy más escéptico y tengo esa postura que se resume en: 'este país no tiene solución'. Pero en general creo de verdad que vamos a conseguir resolverlo. Es esencial para ello dar información sobre lo que ocurrió, es eso lo que va a permitir que la sociedad reciba de forma natural medidas necesarias que ya se tomaron en Europa hace décadas. Siempre habrá reacciones negativas, pero serán cada vez más marginales y poco a poco lo aplaudirá el grueso de los españoles. Lo que no es normal es que en este país pase lo que no ocurre en ninguna otra nación del mundo, así que quiero creer que, paso a paso, lo superaremos.
¿Hace falta una reforma de la Ley de Memoria Histórica? ¿Cómo debería ser?
La Ley de Memoria Histórica nació con buenas intenciones, se fue edulcorando a lo largo de su tramitación por presiones externas y también internas en el PSOE, y finalmente se quedó en una norma a medias, claramente insuficiente. Supuso un avance, desde luego, pero pequeño, y eso a la larga ha creado un problema que era evitable, y por eso tenemos que modificarla.
Se quedó corta en todo, pero sobre todo porque se centró en el ámbito teórico. No se establecieron medidas prácticas: pide acabar con los símbolos franquistas pero no pone plazos ni competencias ni sanciones. Tampoco resolvió el tema fundamental de la exhumación de Franco ni el del Valle de los Caídos, ni las sentencias de los tribunales franquistas. Creo que fue debido a cierta cobardía del gobierno socialista de entonces. Espero que el PSOE haya aprendido de aquel error. Me preocupa que continúen esas presiones internas porque he constatado que algunas de las comunidades que menos han avanzado en temas de memoria histórica están gobernadas desde hace décadas por socialistas, como Extremadura o Castilla-La Mancha. Aún así, espero y quiero creer que entre todos algún día exhumaremos a Franco y enterraremos el franquismo.
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