SODOMA
PODER Y ESCÁNDALO EN EL
VATICANO
FRÉDÉRIC MARTEL
Traducción de
Juan Vivanco y Maria Pons
Juan Vivanco y Maria Pons
Rocaeditorial
© Éditions Robert Laffont, S.A.S., París,
2019
Primera edición en este formato: marzo de
2019
© de la traducción: 2019, Juan Vivanco y
Maria Pons
© de esta edición: 2019, Roca Editorial de Libros, S. L.
Av. Marquès de l’Argentera 17, pral.
08003 Barcelona
info@rocaebooks.com
www.rocaebooks.com
© de esta edición: 2019, Roca Editorial de Libros, S. L.
Av. Marquès de l’Argentera 17, pral.
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ISBN: 978-84-17771-02-7
Todos los derechos reservados. Quedan
rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del
copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total
o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la
reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de
ella mediante alquiler o préstamos públicos.
SODOMA
PODER Y ESCÁNDALO EN EL VATICANO
PODER Y ESCÁNDALO EN EL VATICANO
FRÉDÉRIC MARTEL
Este libro expone la
decadencia en el corazón del Vaticano y de la actual Iglesia católica. Un
brillante trabajo basado en cuatro años de investigación rigurosa, que incluye
entrevistas a los más altos cargos eclesiásticos.
Sodoma revela los secretos de un sistema que se
inicia en los seminarios y continúa hasta el Vaticano; basado en la doble vida
de algunos sacerdotes y en la homofobia más radical. La esquizofrenia
resultante en la Iglesia es insondable.
Sodoma es un libro con un claro mensaje al
Vaticano de parte de todos los que anhelan una Iglesia inspirada en el
Evangelio, una Iglesia para los pobres, los marginados y los desposeídos.
Nadie puede reivindicar que
realmente entienda a la actual Iglesia católica hasta que hayan leído este
libro, que revela una verdad que es tan extraordinaria como perturbadora.
Sodoma, un libro-acontecimiento, se publica
simultáneamente en ocho idiomas.
ACERCA DEL AUTOR
Frédéric Martel (Châteaurenard, 1967) es un escritor,
investigador y periodista francés. Doctorado en Sociología, obtuvo además
licenciaturas en Filosofía, Ciencias Políticas y Leyes. Ha trabajado como
funcionario de la administración francesa. Actualmente dirige un programa en
Radio France donde habla de las industrias culturales, los medios, internet y
escribe para varias publicaciones francesas.
Como investigador y
escritor ha publicado obras traducidas a más de veinte idiomas, entre las que
destacan: Cultura Mainstream. Cómo nacen los fenómenos de masas, Smart.
Internet (s): una investigación y Global Gay.
Sodoma es el resultado de cuatro años de
investigación en los que ha vivido incluso dentro del propio Vaticano; ha
recorrido treinta países, incluyendo España, México, Colombia, Argentina y
Chile; y ha contado con un equipo de ochenta personas que han estudiado
documentación y entrevistado con él a cardenales, obispos, sacerdotes y testigos
de todo tipo hasta construir una obra magna no solo por sus dimensiones.
ACERCA DE LA OBRA
«Detrás de la rigidez
siempre hay algo oculto; en muchos casos, una doble vida.»
Al pronunciar estas
palabras, el PAPA FRANCISCO nos dio a conocer un secreto que esta investigación
vertiginosa revela por primera vez en toda su enorme dimensión.
«Sodoma es la
primera radiografía global de la vivencia deshonesta de la homosexualidad que
estructura la vida eclesiástica en la Iglesia católica.»
JAMES
ALISON, ESCRITOR, SACERDOTE Y TEÓLOGO CATÓLICO
NOTA DEL AUTOR Y DEL
EDITOR
Sodoma se publica simultáneamente en ocho idiomas y en una
veintena de países por las editoriales y los grupos editoriales siguientes:
Robert Laffont (Editis) en Francia, Feltrinelli en Italia y Bloomsbury en el
Reino Unido, Estados Unidos y Australia. También lo publica Agora en Polonia,
Balans en Holanda, XXX en Japón y Sextante en Portugal. El libro es
editado, a escala internacional, por Jean-Luc Barré.
Este libro ha acudido a
gran cantidad de fuentes. Durante la investigación de campo, que ha durado más
de cuatro años, han sido entrevistadas cerca de 1.500 personas en el Vaticano y
en 30 países. De ellas, 41 eran cardenales, 52 obispos y monsignori, 45
nuncios apostólicos y embajadores extranjeros y más de doscientas sacerdotes y
seminaristas. Todas estas entrevistas se han hecho sobre el terreno
(personalmente, ninguna por teléfono ni correo electrónico). A estas fuentes de
primera mano hay que añadir una vasta bibliografía con más de un millar de
referencias, libros y artículos. Por último, se ha montado un equipo de 80
investigadores, corresponsales, intérpretes y traductores para llevar a cabo
las pesquisas de este libro en los 30 países. (Véanse las «Fuentes» al final
del libro.)
Todas
estas fuentes, las notas, la bibliografía, el equipo de investigadores y tres
capítulos inéditos a modo de «bonus», demasiado largos para incluirlos aquí, se
juntaron en un documento de 400 páginas al que se puede acceder por Internet.
Este códice Sodoma, con más de 2.000 referencias de artículos y libros,
se puede consultar gratuitamente en la dirección www.sodoma.fr; las
actualizaciones se publicarán también con el hashtag #sodoma en la página de
Facebook del autor: @fredericmartel, en la cuenta de Instagram @martelfrederic
y en el hilo de Twitter @martelf.
PRÓLOGO
—Ese es de la parroquia —me susurra
al oído el prelado, con voz de conspirador.
El primero en usar esta
expresión codificada delante de mí es un arzobispo de la curia romana.
—Es muy practicante, ¿sabe?
Es de la parroquia —insiste en voz baja, hablándome de las costumbres de un
famoso cardenal del Vaticano, antiguo «ministro» de Juan Pablo II, al que ambos
conocemos bien. Y añade—: ¡Y si le cuento lo que sé no me creería!
Por supuesto, lo contó.
En el libro nos cruzaremos
varias veces con este arzobispo, el primero de una larga serie de sacerdotes
que me han descrito una realidad que yo me maliciaba, aunque muchos la
considerarán pura invención, una fábula.
—El problema es que, si
dices la verdad sobre el armario y las amistades especiales del Vaticano, nadie
te creerá. Dirán que te lo has inventado. Porque aquí la realidad supera la
ficción —me dijo un franciscano que también trabaja y vive dentro del Vaticano
desde hace más de treinta años.
Pese a todo, fueron muchos
los que me describieron este armario. A algunos les preocupaba lo que yo
pudiera descubrir. Otros me revelaron los secretos cuchicheando, para, a
renglón seguido, contarme los escándalos en voz alta. Otros, por último, tenían
la lengua muy suelta, demasiado suelta, como si hubieran estado esperando
muchos años para romper su silencio. Unos cuarenta cardenales y cientos de
obispos, monsignori, sacerdotes y nuncios (los embajadores del papa)
aceptaron contarme cosas. Entre ellos, los que habían asumido su
homosexualidad, presentes a diario en el Vaticano, me abrieron las puertas de
su mundo de iniciados.
¿Secretos a voces?
¿Rumores? ¿Bulos? Yo soy como santo Tomás: para creer necesito comprobar. Por
eso he tenido que hacer muchas indagaciones y vivir inmerso en la Iglesia. Pasé
en Roma una semana de cada mes, incluso me alojé con regularidad dentro del
Vaticano gracias a la hospitalidad de altos prelados que, a veces, también se
revelaban como «de la parroquia». Además viajé por el mundo, fui a más de
treinta países, conocí los cleros de Latinoamérica, Estados Unidos y Oriente
Medio para reunir más de un millar de testimonios. Durante esta larga
investigación pasé unas 150 noches al año investigando lejos de mi casa, lejos
de París.
Durante estos cuatro años
de indagaciones nunca disimulé mi condición de escritor, periodista e
investigador cuando pedía entrevistas a los cardenales y sacerdotes, que a
veces se negaron. En todas estas reuniones me presentaba con mi verdadero
nombre, y a mis interlocutores les bastaba con hacer una simple búsqueda en
Google, Wikipedia, Facebook o Twitter para conocer los detalles de mi historial
de escritor y reportero de prestigio. Muchas veces estos prelados, pequeños y
grandes, me tiraron los tejos solapadamente, y algunos con muy poco disimulo, de
forma activa o intensa. ¡Gajes del oficio!
¿Por qué quienes estaban
acostumbrados a callar aceptaron romper la omertà? Es uno de los
misterios de este libro y su razón de ser.
Lo que contaron fue un tabú
durante mucho tiempo. Un libro como este difícilmente habría podido publicarse
hace veinte años, ni siquiera hace diez. Los caminos del Señor han permanecido
durante mucho tiempo, diría yo, impenetrables. Hoy lo son menos, porque la
dimisión de Benedicto XVI y la voluntad reformista del papa Francisco han ayudado
a liberar la palabra. Las redes sociales, la audacia creciente de la prensa, la
infinidad de escándalos eclesiásticos «de comportamiento» han hecho posible, y
necesario, revelar hoy este secreto. Este libro, por tanto, no trata de la
Iglesia en su conjunto, sino de un tipo muy especial de comunidad gay; cuenta
la historia del componente mayoritario del colegio cardenalicio y del Vaticano.
Muchos cardenales y
prelados que ofician en la curia romana, la mayoría de los que se reúnen en
cónclave bajo los frescos de la capilla Sixtina pintados por Miguel Ángel —una
de las escenas más grandiosas de la cultura gay, repleta de cuerpos viriles—
rodeados de los ignudi, esos robustos efebos desnudos, comparten las
mismas «inclinaciones». Todos tienen un «aire de familia». Con una alusión muy disco
queen, un cura me susurró: «We are family!».
La mayoría de los monsignori
que tomaron la palabra en el balcón de la Logia de San Pedro entre el
pontificado de Pablo VI y el de Francisco para anunciar tristemente la muerte
del papa o exclamar, con franca alegría, «Habemus papam!» tienen un
secreto en común. È bianca!
Ya se trate de
«practicantes», «homófilos», «iniciados», «unstraights», «mundanos»,
«versátiles», «questioning», «closeted» o simplemente personas
que permanecen «dentro del armario», el mundo que descubro, con sus cincuenta
matices de homosexualidad, supera el entendimiento. La historia íntima de estos
hombres que se muestran tan piadosos en público y llevan otra vida, bien
distinta, en privado es una madeja difícil de desovillar. Puede que nunca las
apariencias de una institución hayan sido tan engañosas, como lo son también
las profesiones de fe sobre el celibato y los votos de castidad, que esconden
una realidad muy diferente.
El secreto mejor guardado
del Vaticano no es un secreto para el papa Francisco. Él conoce a su
«parroquia». En cuanto llegó a Roma comprendió que tenía que vérselas con una
corporación fuera de lo común en su género que no se limita, como se ha creído
durante mucho tiempo, a unas cuantas ovejas descarriadas. Es todo un sistema, y
un rebaño muy numeroso. ¿Cuántos son? Eso da igual. Baste con decir que
representan a la gran mayoría.
Al principio, por supuesto,
el papa quedó impresionado por la amplitud de esa «colonia deslenguada», por
las «cualidades seductoras» y los «defectos insoportables», que menciona el
escritor francés Marcel Proust en su célebre Sodoma y Gomorra. Pero lo
que a Francisco le resulta insoportable no es tanto que la homofilia esté tan
extendida como la hipocresía desbocada de quienes predican una moral mezquina y
tienen un amante, o aventuras y que a veces frecuentan a prostitutos de lujo.
Por eso el papa fustiga sin descanso a los falsos devotos, a los puritanos
farisaicos, a los santurrones. Francisco ha denunciado a menudo esta
duplicidad, esta esquizofrenia, en sus homilías matinales de Santa Marta. Sus
palabras podrían muy bien aparecer como cita liminar al principio de este
libro: «Detrás de la rigidez hay siempre algo escondido; en muchos casos una
doble vida».
¿Doble vida? Lo dijo… y el
testigo, esta vez, no es cualquiera. Francisco ha repetido a menudo estas
críticas que apuntan a la curia romana: ha señalado a los «hipócritas» que
llevan «vidas ocultas y con frecuencia disolutas», a quienes «maquillan el alma
y viven del maquillaje», que la «mentira» erigida en sistema «hace mucho daño,
la hipocresía hace mucho daño: es una forma de vivir». ¡Haz lo que digo, no lo
que hago!
No hace falta decir que
Francisco sabe muy bien a quiénes se dirige sin nombrarlos: cardenales,
maestros de ceremonias papales, antiguos secretarios de Estado, sustitutos, minutantes
y camarlengos. La mayoría de las veces no se trata únicamente de una
inclinación difusa, de cierta fluidez, de homofilia o de «tendencias», como se
decía entonces, ni tampoco de sexualidad reprimida o sublimada, que también
abundan en la Iglesia de Roma. Muchos de los cardenales que no han «amado a las
mujeres, ¡aunque lleno de sangre!», como dice el Poeta, son practicantes.
¡Cuántos rodeos estoy dando para decir cosas tan sencillas! ¡Tan chocantes ayer
y hoy tan triviales!
Practicantes, sí, pero
todavía dentro del armario. Podría hablarles de ese cardenal que aparece en
público asomado al balcón de la Logia y estuvo implicado en un caso de
prostitución sobre el que rápidamente se echó tierra; de ese otro cardenal
francés que tuvo un amante anglicano en Estados Unidos durante mucho tiempo; o
del otro que, en sus años mozos, desgranó aventuras amorosas como una monjita
las cuentas de su rosario; por no hablar de los que conocí en los Palacios
Vaticanos, que me presentaron a su compañero como su asistente, su minutante, su
sustituto, su chófer, su edecán, su factótum, ¡hasta como su guardaespaldas!
El Vaticano tiene una de
las comunidades gays más numerosas del mundo. Dudo que haya tantos ni siquiera
en el Castro de San Francisco, ese barrio gay emblemático, hoy más mixto.
En el caso de los
cardenales más viejos, este secreto hay que buscarlo en el pasado: su juventud
tormentosa y sus años licenciosos previos a la liberación gay explican su doble
vida y su homofobia trasnochada. Durante mi investigación, muchas veces he tenido
la impresión de retroceder en el tiempo hasta los años treinta o cincuenta del
siglo pasado, que yo no he vivido, con esa doble mentalidad de pueblo elegido y
pueblo maldito que le hizo exclamar a uno de los curas con quien más he
conversado: «¡Bienvenido a Sodoma!».
No soy el primero que habla
de esto. Muchos periodistas han revelado escándalos y affaires en la
curia romana. Pero no era este mi propósito. A diferencia de los vaticanistas,
que denuncian «vicios» individuales pero de este modo ocultan el «sistema», no
hay que fijarse en los asuntos turbios, sino en la doble vida, bien trivial, de
la mayoría de los dignatarios eclesiásticos. No en las excepciones, sino en el
sistema y el modelo, «the pattern» («el patrón»), como dicen los
sociólogos estadounidenses; los detalles, desde luego, pero también las leyes
que lo rigen —y, como veremos, en este libro habrá 14 reglas generales—. El
argumento es la sociedad íntima de los sacerdotes, su fragilidad y su
sufrimiento debido al celibato forzoso convertido en sistema. Por tanto, no se
trata de juzgar a estos homosexuales, ni siquiera a los que disimulan —yo les
tengo cariño—, sino de entender su secreto y su modo de vida colectivo. No me
propongo denunciarles ni obligarles a salir del armario, mi proyecto no es el «name
and shame», esa práctica estadounidense que consiste en hacer públicos los
nombres para que se conozcan. Quede bien claro que para mí un cura o un
cardenal no debe avergonzarse de ser homosexual; al contrario, creo que debería
ser una condición social como cualquier otra.
Pero es necesario poner al
desnudo un sistema basado, desde los seminarios más pequeños hasta el
sanctasanctórum —el colegio cardenalicio—, en la doble vida homosexual y, a la
vez, en la homofobia más ostentosa. Cincuenta años después de los disturbios de
Stonewall, la revolución gay de Estados Unidos, el Vaticano es el último
bastión que queda por liberar. Son muchos los católicos que barruntan esta
mentira sin haber podido leer aún la descripción de Sodoma.
Sin este patrón de
interpretación, la historia reciente del Vaticano y la Iglesia romana permanece
opaca. Si se deja a un lado la dimensión ampliamente homosexual, se prescinde
de una de las principales claves que ayudan a comprender la mayoría de los
hechos que han empañado la historia del Vaticano desde hace décadas: los
motivos secretos que tuvo Pablo VI para confirmar la prohibición de la
contracepción artificial, el rechazo del preservativo y la obligación estricta
del celibato de los sacerdotes; la guerra contra la «teología de la
liberación»; los escándalos de la banca vaticana en la época del famoso
arzobispo Marcinkus, también él homosexual; la decisión de prohibir el
preservativo como medio de lucha contra el sida, a pesar de que la pandemia iba
a causar más de 35 millones de muertos; los casos Vatileaks I y II; la
misoginia recurrente, y a menudo insondable, de muchos cardenales y obispos; la
dimisión de Benedicto XVI; la rebelión actual contra el papa Francisco… En
todos esos casos la homosexualidad ha desempeñado un papel crucial que muchos
sospechan pero que nunca se ha contado claramente.
La dimensión gay no lo
explica todo, claro está, pero es un criterio decisivo si se quiere entender el
Vaticano y sus tomas de posición morales. También se puede suponer, aunque no
sea el asunto de este libro, que para interpretar la vida de los conventos de
monjas, sean o no de clausura, el lesbianismo es una clave importante. Por
último, la homosexualidad también es, desgraciadamente, una de las claves que
explican el encubrimiento institucionalizado de los crímenes y delitos sexuales
que ya se cuentan por decenas de miles. ¿Por qué? ¿Cómo? Porque la «cultura del
secreto» que era necesaria para mantener oculta la gran presencia de la
homosexualidad en la Iglesia ha propiciado el encubrimiento de los abusos
sexuales y ha dado a los depredadores la posibilidad de beneficiarse de este
sistema de protección a espaldas de la institución; aunque la pedofilia tampoco
es el asunto de este libro.
«Cuánta suciedad en la
Iglesia», dijo el cardenal Ratzinger cuando, también él, descubrió la amplitud
del armario en un informe secreto de tres cardenales cuyo contenido me ha sido
revelado. Ese fue uno de los motivos principales de su dimisión. El informe,
más que mencionar la existencia de un lobby gay, como se ha dicho,
revelaba al parecer la omnipresencia de los homosexuales en el Vaticano, los
chantajes y el acoso erigidos en sistema. Como diría Hamlet, algo está podrido
en el reino del Vaticano.
La sociología homosexual
del catolicismo también puede explicar otra realidad: el fin de las vocaciones.
Durante mucho tiempo, como veremos, los jóvenes italianos que descubrían su
homosexualidad o tenían dudas sobre sus inclinaciones optaban por el
sacerdocio. Esos parias se convertían así en iniciados, sacando fuerzas de
flaqueza. Con la liberación homosexual de los años setenta y la socialización
gay de los ochenta, las vocaciones católicas, como es natural, han disminuido.
Hoy en día a un adolescente gay se le abren otros horizontes, incluso en
Italia, y no necesita tomar los hábitos. El fin de las vocaciones tiene
distintas causas, pero la revolución homosexual es, paradójicamente, una de las
principales.
Esta matriz explica, por
último, la guerra contra Francisco. Para entenderlo es preciso ser
contraintuitivos. Este papa latino fue el primero en usar la palabra «gay» —y
no solo «homosexual»— y, si le comparamos con sus predecesores, se le puede
considerar el más gay-friendly de los soberanos pontífices más
recientes. Ha usado palabras mágicas y astutas para referirse a la
homosexualidad —«¿Quién soy yo para juzgar?»— y cabe pensar que este papa
probablemente no tiene las tendencias ni la inclinación que se han atribuido a
cuatro de sus predecesores recientes. Sin embargo, los cardenales conservadores,
que son muy homófobos —y en la mayoría de los casos secretamente homófilos—,
han lanzado una campaña furibunda contra él basada en su supuesto liberalismo
en materia de moral sexual.
¡El mundo al revés, en
cierto modo! Incluso podría decirse que en Sodoma hay una regla no escrita que
siempre se cumple: cuanto más homófobo es un prelado, más posibilidades hay de
que sea homosexual. Estos conservadores, estos «carcas», estos dubia,
son ni más ni menos que los famosos «rígidos que llevan una doble vida» de los
que tanto habla Francisco.
«Se acabó el carnaval»,
cuentan que le dijo el papa a su maestro de ceremonias en el momento mismo de
su elección. Después el argentino quiso acabar con las intrigas de complicidad
y fraternidad homosexual que habían cundido solapadamente con Pablo VI y habían
proliferado con Juan Pablo II hasta llegar a ser ingobernables con Benedicto
XVI, precipitando su caída. Con su índole tranquila y su relación serena con la
sexualidad, Francisco desentona. ¡No es de la parroquia!
¿Se percataron el papa y
sus teólogos liberales de que el celibato de los curas había fracasado? ¿De que
era una ficción casi inexistente en la realidad? ¿Adivinaron que la batalla entablada
por el Vaticano de Juan Pablo II y Benedicto XVI contra los gais era una guerra
perdida? ¿Y que se volvería contra la Iglesia a medida que cada uno de ellos
descubriera sus motivos reales: una guerra de los homosexuales encubiertos
contra los gais declarados?
Atrapado en esta sociedad
maldiciente, Francisco, no obstante, está bien informado. Sus asistentes, sus
colaboradores más cercanos, sus maestros de ceremonias y otros expertos en
liturgia, sus teólogos y sus cardenales (entre los que los gais también son legión)
saben que en el Vaticano la homosexualidad cuenta con muchos llamados y muchos
elegidos. Incluso sugieren, cuando se les pregunta, que al prohibir a los curas
casarse, la Iglesia se volvió sociológicamente homosexual, y al imponer una
continencia contra natura y una cultura del secreto, es en parte responsable de
las decenas de miles de abusos sexuales que la corroen por dentro. También
saben que el deseo sexual, y ante todo el deseo homosexual, es uno de los
motores principales de la vida vaticana.
Francisco sabe que las
posiciones de la Iglesia deben evolucionar, y que para lograrlo tiene que
entablar una lucha sin cuartel contra los que utilizan la moral sexual y la
homofobia para ocultar su hipocresía y su doble vida. Pero se da el caso de que
estos homosexuales encubiertos son mayoritarios, poderosos e influyentes, y los
más «rígidos» tienen posiciones homófobas muy estridentes.
De modo que el papa vive en
Sodoma. Amenazado, atacado desde todos los flancos, criticado, Francisco, como
ha dicho alguien, está «entre los lobos».
No
es del todo exacto: está entre las Locas.
Continuará:
PRIMERA PARTE
FRANCISCO
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