El enviado de
dios
Fue
reconocido y ascendido en el escalafón militar hasta llegar al generalato en la
República a la que prometió fidelidad.
En el año
1936 un grupo de generales sediciosos, golpistas y traidores se declararon
salvadores de la Patria y se sublevaron contra la República. Franco escribió
una ambigua y gallega carta al Presidente en la que salía bien parado, de
rositas, tanto si el golpe de estado
fracasaba como si se hacían con el poder. En el último minuto se subió al carro
de los golpistas traidores.
Una serie de
acontecimientos, las extrañas muertes de cinco personajes que, vivos, no
hubiesen hecho posible el nombramiento de Franco como Jefe del Estado, se
acaban encadenando.
El general
Balmes no pertenece al grupo de los traidores pese a ser requerido en diversas
ocasiones para que se uniese a los sublevados. Se negó rotundamente. Era
gobernador militar de Las Palmas y el día 16 de julio de 1936 se le dispara una pistola y se mata.
¡Precisamente el día 16! Franco se desplaza desde Tenerife el día siguiente 17
parta presidir los funerales. Desde el día 15
espera en el aeródromo de Gando un avión comprado en Inglaterra para una
misión especial, en un día determinado. Si no muere el general Balmes, Franco
no hubiese estado en Las Palmas el día 17 ni hubiese podido coger dicho avión y
volar a África el 18 día del Alzamiento Militar
El general
Sanjurjo es el jefe absoluto de la rebelión (le sigue Mola como “general
director” y luego todos los demás… Fanjul, Orgaz, Saliquet, Queipo de Llano,
Varela, Villegas, Godet, Cabanellas…Franco) y desde su exilio en Estoril
intenta regresar a España en un avión cuyo piloto Ansaldo, estaba considerado
como uno de los tres mejores de toda la aviación española. Se estrella el avión
el 20 de julio de 1936, muere el general Sanjurjo y Ansaldo se salva
milagrosamente.
José Antonio
Primo de Rivera murió fusilado en la cárcel de Alicante el 20 de noviembre de
1.936 después de haber sido juzgado por un tribunal popular y condenado a
muerte. No obstante hubieron varios intentos de canje y rescate (con millones
de pesetas, intervención de barcos alemanes, o los mismos falangistas de la
Vega Baja del Segura, muy bien armados) que evidentemente fracasaron y antes de
que Franco fuese elegido como generalísimo jefe del gobierno del Estado
español. Por aquel entonces el hijo de Largo Caballero, jefe del gobierno
republicano, que se encontraba preso en las cárceles fascistas le escribió una
carta a su padre en la que apuntaba la posibilidad de un cambio con José
Antonio, con fecha 20 de septiembre. No se sabe si la misiva pudo llegar a su
destino, Franco fue elegido el 29 y la carta consta en los archivos
franquistas. El sucesor de Primo de Rivera, Hedilla, fue encarcelado y
condenado a muerte por Franco dos veces, no siendo ejecutado por casualidad.
El general
Mola se estrella al caer el avión que le transportaba, el 3 de junio de 1.937. Había sido el primer
director del Alzamiento. Cerca de Burgos, (donde Franco tiene su cuartel
general y Mola en Ávila) en el monte de la Brújula ocurre el accidente. Las
discrepancias entre ambos generales eran
evidentes sobre todo el hecho de que Mola pretendía instaurar una dictadura
republicana. La muerte de Mola no puede considerarse como necesaria pero lo que
resulta innegable es que fue muy oportuna
El tercer
accidente ocurrió el 28 de octubre de 1.938 al caer al mar un avión con el
piloto más famoso de España, Ramón Franco Bahamonde, hermano del superlativo.
En el año 1926 se hizo famoso en todo el mundo por la hazaña de atravesar el
Atlántico con el Plus Ultra.
La Historia
todavía no ha sido capaz de discernir si todas esas muertes fueron casuales o
por el contrario se trata de atentados muy bien perpetrados que se mantienen en
la impunidad. Lo más probable es que nunca se sepa y nos quede esa sensación
molesta de las casualidades, pero como dice Federico Bravo Morata fueron
muertes providenciales, y sobre todo, muy oportunas
La guerra
terminó y comenzó una cruel represión, una sanguinaria persecución del enemigo,
de los perdedores que duró varias décadas. Franco y sus secuaces ordenaron y
ejecutaron la eliminación sistemática de sus enemigos políticos entre 1936 y
1952. Los sacaban de sus casas y en las afueras de los pueblos y las ciudades
los ejecutaban sin el menor escrúpulo ni juicio previo, a veces con la
presencia del cura o párroco pertinente. Los enterraban en las cunetas o los
campos, sin que todavía hoy, muchísimos de ellos, sus familiares sepan donde están.
La Asociación de
Ex Presos Antifranquistas señala que perdieron la vida más de 50.000
personas. Historiadores como Alberto Reig Tapia o Mirta Núñez hablan de
125.000. "Las cifras se están elaborando constantemente y aunque no se
puede dar un número exacto, son apabullantes", explica Núñez.
Evidentemente
aquello fue un crimen contra la humanidad, un auténtico genocidio.
Ya está bien, ha llegado el momento de la catarsis.
Luis Viadel
Jean Descola en
su libro “Oh, España”. (Argos Vergara. Barcelona, 1976. pp.314-315, escribe:
Un día, Franco
almuerza con un invitado. Está locuaz-cosa inhabitual-, parece alegre, cuenta
historias. Terminada la comida, en el momento del café, alguien aparece. Se
trata de Lorenzo Martínez Fuset, teniente coronel y asesor jurídico de su
Estado Mayor (quien tenía a su vez como asesor jurídico al cuñado del general,
el oscuro Felipe Polo Martín Valdés) el mismo oficial a quien Franco confiara
antaño a su mujer y a su hija, antes de su vuelo en el Dragón Rapide. Fuset
viene a desempeñar su papel de procurador. Trae una carpeta llena de papeles
que deposita ante Franco. El Generalísimo, sin míralos siquiera, va firmando
los papeles uno tras otro, sin dejar de hablar. Una vez terminadas las firmas,
Fuset recoge su carpeta, saluda juntando los talones y desaparece. Franco se
vuelve entonces ante su invitado y le dice:
-Excúseme.
Y termina de tomar su café, pero ante la
mirada interrogativa de su invitado, comenta:
-Nada de importancia. Eran solo las
sentencias de muerte de hoy.
Mientras tanto la Iglesia Católica
Apostólica y Romana se viste con sus mejores galas, prepara el palio para que
Franco, que es como dios, entre en la catedral a oír misa y comulgar.
La Iglesia Católica todavía no ha pedido
perdón ni lo hará, es más, no pasará mucho tiempo sin que veamos a Franco, el
general rebelde asesino, en los altares.
Luis Viadel
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