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miércoles, 29 de noviembre de 2017

Un macarra en la República de las Letras







Arturo Pérez-Reverte es muy español. Bravucón, fullero, malhablado, presuntuoso, fulero, procaz. Hay miles de españoles así. Solo hace falta acercarse a la barra de un bar para encontrar a un individuo con esas características. Se les reconoce de inmediato por sus fanfarronadas. Con un palillo entre los dientes y escupiendo por un colmillo, presumen de haber encontrado la piedra filosofal. No entienden por qué el mundo no les hace caso, pues tienen soluciones para todo. Si les dejaran, arreglarían todos los problemas con dos patadas y unos cuantos mamporros. Sus baladronadas explotan como bombas fétidas, contaminando el aire que respiran. Su verborrea es irrefrenable, pues nace de una vanidad incombustible. Pérez-Reverte presume de sus ventas, pero eso no le convierte en un buen escritor. En nuestra historia reciente, los autores más vendidos se llaman José María Gironella, Fernando Vizcaíno Casas, Luis Romero, Boris Izaguirre, Lucía Etxebarria o Belén Esteban. Es indiscutible que el porvenir le reserva un lugar de honor en este parnaso, donde prospera el plagio, la prosa deleznable, el premio fraudulento y el tráfico de influencias. Roma no paga a traidores, pero el fondo de reptiles sigue fluyendo con el hedor inconfundible de una cloaca. Por desgracia, la política, la mafia y la literatura se confunden en la misma maleza de imposturas, infamias y mentiras.



Plagiario



El plagio es un pecado capital en el arte y Arturo Pérez-Reverte, amante de los excesos, no podía pasar de largo esa tentación. La Audiencia Provincial de Madrid le condenó en 2010 por plagiar el guión de la película Gitano, imponiéndole una indemnización de 200.000 euros a favor de González-Vigil, director y guionista de la película. El agraviado manifestó que Pérez-Reverte debería perder su sillón de académico, si existiera un ápice de “decencia” en una institución que presume de fijar, limpiar y proporcionar esplendor a nuestro idioma. Por supuesto, Pérez-Reverte no movió su trasero y la RAE añadió un nuevo capítulo de miseria a su bochornosa historia. No es extraño que “académico” se haya convertido en sinónimo de mediocre, petulante y engreído. Pérez-Reverte insultó hasta el aburrimiento a González-Vigil, acusándole de obrar por envidia y afán de lucro. Está claro. Todos quieren ser Pérez-Reverte, español universal y genio de la talla de Cervantes y Quevedo. La SGAE y la prensa del régimen del 78 excusaron al plagiario y proclamaron que España era un país cainita, incapaz de soportar el éxito ajeno. Apenas mencionaron que la indemnización no cubría las costas y, por tanto, era insuficiente para compensar los gastos de González-Vigil en un proceso que había durado doce incomprensibles años. Pérez-Reverte no pidió perdón ni se avergonzó en ningún momento. ¿Por qué hacerlo? ¿Acaso Camilo José Cela no había plagiado y recurrido a negros para alimentar su carrera hacia el Nobel? En Desmontando a Cela, Tomás García Yebra demuestra con evidencias incontestables que Cela utilizó negros desde los años 50. Los más conocidos son Mariano Tudela y Marcial Suárez. Si el Nobel plagió y contrató a negros para escribir sus novelas, ¿por qué desviarse de una tradición muy española?


Machista



Cuando Miguel Ángel Moratinos, Ministro de Asuntos Exteriores, abandonó su cargo y no pudo contener sus lágrimas, Pérez-Reverte escribió en Twitter: “Ni para irse tuvo huevos”. Después añadió que era una “nenaza”. Algunos le acusaron de machismo, pero el plumífero se ofendió, pues ya había demostrado en su artículo “Mujeres como las de antes” (El Semanal, 27-07-07) su profundo respeto al género femenino: “Muchas veces he dicho que apenas quedan mujeres como las de antes. Ni en el cine, ni fuera de él. Y me refiero a mujeres de esas que pisaban fuerte y sentías temblar el suelo a su paso. Mujeres de bandera”. Después de estas palabras dignas de un falangista nostálgico, Pérez-Reverte evocaba su encuentro con “una torda espectacular” en el vestíbulo del Hotel Palace, mientras departía con Javier Marías, triste imitador de James Joyce y Laurence Sterne. Es evidente que Pérez-Reverte contempla a las mujeres con la perspectiva de un jinete, hambriento de una buena cabalgada. A fin de cuentas, “las mujeres de antes” sabían cuál era su papel: ocuparse de las labores domésticas y ser el descanso del guerrero. Pérez-Reverte reconoce que aulló con Javier Marías cuando surgió el nombre de Sophia Loren. Desgraciadamente, se dieron por aludidas “una focas desechos de tienta que pasaban junto a nosotros vestidas con pantalón pirata, lorzas al aire y camiseta sudada; creyendo, las infelices, que nuestro por allí resopla va por ellas”. Animados por la charla, Marías y Pérez-Reverte acabaron lamentando que las mujeres ya no se parecieran a sus “madres, tías, primas mayores, vecinas”. Escribe Pérez-Reverte: “Hasta las niñas, en el recreo, se recogían con una mano la falda del babi y procuraban caminar como las mujeres mayores, con suave contoneo condicionado por la sabia combinación de tacones, falda que obligaba a moverse de un modo determinado, caderas en las que nunca se ponía el sol y garbo propio de hembras de gloriosa casta. En aquel tiempo, las mujeres se movían como en el cine y como señoras porque iban al cine y porque, además, eran señoras”. Es evidente que las mujeres de hoy en día no son señoras. Javier Marías y Pérez-Reverte coinciden con José María Aznar, al que le gusta que “la mujer sea mujer, mujer”. Envalentonado, Pérez-Reverte sigue exponiendo su interpretación de lo femenino: “Se nos cruza una rubia de buena cara y mejor figura, vestida de negro y con zapatos de tacón, que camina arqueando las piernas, toc, toc, con tan poca gracia que es como para, piadosamente -¿acaso no se mata a los caballos?-, abatirla de un escopetazo. Nos paramos a mirarla mientras se aleja, moviendo desolados la cabeza. Quoderatdemostrandum, le digo al de Redonda para probarle que yo también tengo mis clásicos. Mírala, chaval: belleza, cuerpo perfecto, pero cuando decide ponerse elegante parece una marmota dominguera”. Por último, Pérez-Reverte no desperdicia la ocasión de insultar a la jovencita de hoy en día, aficionada a “sentarse despatarrada, el tatuaje en la teta y el piercing en el ombligo”. Yo he sido profesor de enseñanza media durante quince años y he tenido a cientos de alumnas así. Ya no estamos en los años del franquismo –bueno, al menos en teoría- y me parece perfecto que se vistan cómo les dé la gana. Las reflexiones de Pérez-Reverte parecen inspiradas por José Antonio Primo de Rivera. Advierto en ambos personajes el mismo desprecio por los derechos de la mujer y el insoportable machismo del que sale a la calle buscando culos y tetas. Es difícil leer el artículo de Pérez-Reverte y no sentir pasmo e indignación. Indignación por su visión de la mujer y pasmo por su desvergüenza para exteriorizar sus prejuicios, empleando un estilo chabacano y  tabernario.


Clasista



Cuando hace unos años, Pérez-Reverte cruzó espadas con Francisco Umbral, otro putrefacto con eco mediático, finalizó su artículo con las amenazas de un macarra en toda la regla, acusando a su adversario de “una proverbial cobardía física, que siempre le impidió sostener con hechos lo que desliza desde el cobijo de la tecla. Pero al detalle iremos otro día. Cuando me responda, si tiene huevos”. Lo de los huevos es un reflejo automático en Pérez-Reverte, machista irredento y rufián de cuidado que arregla sus querellas con navajazos verbales. Por eso, cuando Rodríguez Zapatero dejó la Presidencia de Gobierno le espetó: “la mayoría de los españoles no somos tan gilipollas como usted” y le invitó a dar la cara: “…si tiene los santos huevos de entrar en un bar a tomar ese café que, estoy seguro, sigue sin tener ni puta idea de lo que vale”. Está claro que todo es una cuestión de huevos. Pérez-Reverte fue corresponsal de guerra y los tiene bien puestos, si bien las malas lenguas sostienen que pagaba a soldados y milicianos para que dispararan ráfagas cuando las cámaras empezaban a grabar, creando la impresión de que se hallaba en el centro de una peligrosa escaramuza. Solo es un rumor, pero otros que han batido el cobre de la guerra no desmienten esa poco épica versión de su trabajo.


A Pérez-Reverte no le gustan los pordioseros que afean el centro de Madrid y compadece a los policías municipales que se abstienen de intervenir por no correr el riesgo de ser llamados “esbirros fascistas”. En un artículo rebosante de esnobismo y odio de clase, Pérez-Reverte retrata con repulsivo desdén a un indigente que aparece en su camino: “Plaza del Callao, Madrid. Doce y media de la mañana. Tirado en el suelo sobre una manta y cartones, junto a un cochecito de niño cargado de paquetes y chismes, entorpeciendo el paso de la gente, un fulano barbudo, sucio, corpulento, está quitándose pelotillas de entre los dedos de los pies descalzos. La postura es de lo más relaxing cup de café con leche in Madrid, que diría la alcaldesa Ana Botella: tiene una pierna cruzada sobre otra -y quizá porque está tumbado al sol y hace calor- los pantalones bajados hasta las ingles, mostrando unas carnes mugrientas e hirsutas y unos calzoncillos de sospechosos tonos pardos. Al llegar a su altura, la peña se aparta con precaución, creándole en torno una pequeña tierra de nadie, un glacis en el que se ve un reguero de algo líquido que proviene del vivac callejero del fulano, ignoro si vino de un tetrabrik que figura entre sus posesiones o alguna clase de líquido de origen más personal y orgánico que, con tal de no levantarse, el individuo ha excretado directamente desde su cómodo apostadero” (“Relaxing cup in Madrid”, Semanal 21-10-13). Afortunadamente, la verdad es obstinada y surge por cualquier esquina. En el blog Photo-Thinking: Photo (no) News, el fotógrafo y periodista Czuko Williams pone las cosas en su sitio, desmontando el libelo de Pérez-Reverte: “Es una pena que el Sr. Reverte […] no haya tenido las santas gónadas de bajar a la arena, rememorando sus años de callejeo junto a la Policía de Madrid y de tiroteos en el Territorio Comanche, para preguntarle un par de cosas a este mendigo que tiene un nombre. Se llama Juan,  Juan Mascuñano Torres. Un día tuvo un trabajo y hasta un coche que quedó abandonado, tras una crisis de pareja, en una calle de Pozuelo. Tuvo una vida que no estaba tan alejada de los dones de los que disfrutamos, con mayor o menor fortuna cada uno de nosotros; dones que por error, el Sr. Pérez Reverte considera que son eternos, que no terminan…obviando que un golpe del destino, un traspiés, una guerra o una simple enfermedad puede ponerle a él, como a mí, como a Juan o como a usted que lee estas líneas, en el mismo plácido colchón enlosado de la Calle Gran Vía. Porque Sr. Pérez Reverte, usted si no miente es que no se entera. Juan Mascuñano Torres habita desde hace años junto a Lourdes en la Calle Gran Vía, a las puertas de un cine –que no en la Plaza de Callao, como usted rubrica- Vive allí porque como él me ha dicho muchas veces, la vida en los albergues es una tortura. Está tumbado porque después de una paliza y la pérdida de un pulmón, no tiene movilidad en las piernas. Está en ese punto concreto porque es un lugar en el que existe una rejilla de ventilación que hace menos incómodas las noches al raso. Tiene una silla de ruedas –que no un cochecito de niño lleno de cachivaches- porque la necesita para moverse. Orina en una botella de plástico y jamás le ha visto nadie excretar en la calle, y menos usted, que no sabe, sin duda, de lo que está escribiendo si no es de oídas”.



Taurino y fascista


Si has llegado hasta aquí, comprenderás que Pérez-Reverte no podía desperdiciar la ocasión de elogiar la lidia, el repugnante espectáculo que algunos identifican –quizás con razón- con la quintaesencia de lo español. Elegido para pronunciar el pregón de la Real Maestranza de Sevilla, afirmó que el toro “nace para pelear con la fuerza de su casta y su bravura, dando a todos, incluso a aquel que lo mata, una lección de vida y coraje. […] Me gustan los toros bravos hasta la muerte y los toreros tranquilos, lentos, callados y valientes que se les arriman”. Con esa sobredosis de testosterona, es imposible que Pérez-Reverte no despachara sus compatriotas con cajas destempladas: “El español es históricamente un hijo de puta. […] Aquí todos hemos sido igual de hijos de puta, TODOS”. Esa aparente equidad se desvanece cuando se plantea la necesidad de reparar el dolor de las víctimas del franquismo, exhumando los restos de las incontables fosas clandestinas: “El problema es que España es un país inculto, España es un país gozosamente inculto, es un país deliberadamente inculto, que disfruta siendo inculto, que hace ya mucho tiempo que alardea de ser inculto, y con gente así, esa Ley de Memoria Histórica es ponerle una pistola en la mano. No estamos preparados para leyes como ésas”. Iñaki Anasagasti –tan desatinado otras veces- no se equivocaba cuando escribió: “Se nota a la legua que eres un fascista y no te interesa la democracia”.





El inspector José María Pérez Reverte


 Sin pizca de rubor, Pérez-Reverte ha declarado: “Antes de tener éxito con mis libros, yo era igual de chulo”. Es curioso que en un país tan inculto se vendan tan bien sus novelas o… ¿tal vez esa es la causa de su éxito? Por último, una cuestión personal. Hace unas semanas, escribí un artículo titulado: “Me cago en Pérez-Reverte: ¡Vivan las Brigadas Internacionales!”. Mi texto defendía a los voluntarios difamados por el escritor con su habitual despliegue de mala baba, que acababa su artículo con un rotundo: “Me cago en Hemingway”. No sé si él o los que administran su cuenta en Twitter, bucearon en mi blog y encontraron varios textos humorísticos donde aparezco con una pistola de plástico, fingiendo cara de malo. Pérez-Reverte -o su lacayo- escribió: “¿Ese es el tal Narbona? No querrá que lo tome en serio”. Días más tarde, rescató otra foto donde aparezco con una carabina de perdigones, pregonando que era la prueba inequívoca de mi mediocridad como ser humano y escritor. Solo quiero aclararle que nunca he ocultado mi verdadera identidad: soy un profesor de filosofía jubilado anticipadamente por enfermedad. Escribo crítica literaria en El Cultural desde 2000. Soy bipolar y me han reconocido una discapacidad superior al 65%. No quiero dejar pasar esto por alto, pues quiero brindarle la oportunidad de insultarme por mis problemas de salud. Muy pocos se resisten a esa tentación. Le recuerdo, eso sí, que la sabiduría popular atribuye a los locos el don de decir la verdad. Dado que Pérez-Reverte juega sucio, me permito imitarlo. Esas fotos son pura coña y no demuestran nada. Los verdaderos criminales se ocultan porque matan de verdad. Algo de eso tiene que saber el escritor, pues su hermano era el ex inspector de la Brigada Regional de Policía Judicial de Madrid José María Pérez-Reverte, apodado “Cartago”, jefe de “la mafia policial de los joyeros” que hizo desaparecer a Santiago Corella, el Nani, el primer –pero no único- desaparecido de la democracia. Invito a cualquiera a rastrear la red y hallar una foto del antiguo inspector, con un historial criminal sobrecogedor. El 6 de octubre de 1983 Antonio Vilariño, delincuente habitual, viajaba en un taxi por el Paseo del Prado. Un vehículo le cortó el paso y el inspector Pérez-Reverte abrió la puerta del taxi, disparando a Vilariño tres tiros a bocajarro. Según el informe de los forenses, “el primero a una distancia entre 50 y 100 centímetros; otro, entre 25 y 50 centímetros, y el tercero, que afectó al hígado y el pulmón, fue realizado a una distancia entre 3 y 10 centímetros, lo que supone que se efectuó a cañón tocante, apoyando la pistola sobre la víctima”. El 18 de junio de 1984 Feliciano Martín de Paredes, Pablo Pardo Ruiz y José Luis Fernández salían del taller de joyería situado en la calle Atocha nº 16, 4º piso. Los dos primeros fueron asesinados por el inspector Pérez-Reverte y otros tres policías. El 30 de junio José Luis Fernández, de solo 18 años, fue asesinado por la espalda por la espalda en un polígono de Móstoles. Durante el juicio contra los policías, el fiscal y las acusaciones particulares sostuvieron que “los agentes juzgados se pusieron de acuerdo para apoderarse de las joyas que iban a robar tres atracadores en el taller de joyería Viuda de Tornero, en la calle Atocha de Madrid. También acordaron disparar a quemarropa contra los atracadores y dejar escapar a Corroto para justificar la desaparición del botín”. El inspector Pérez-Reverte afirmó durante el juicio ante la Audiencia Provincial de Madrid que él nunca había disparado a quemarropa –pese a lo que señalaba la autopsia de los forenses-, pues había ganado varias competiciones de tiro y no necesitaba aproximarse tanto: “Si le hubiera puesto la pistola en la cabeza [a Martín de Paredes] lo reviento como a un melón”. El letrado Jaime Sanz de Bremond apuntó que el inspector pretendía “enmascarar su verdadera identidad, ya que su nombre completo es José María Pérez-Reverte Gutiérrez”. Absuelto en el caso del Nani, el inspector Pérez-Reverte fue condenado en diciembre de 1991 a 100 años de prisión por la Sección Sexta de la Audiencia Provincial de Madrid, que consideró probada su responsabilidad en los delitos de robo con muerte dolosa, asesinato múltiple con los agravantes de premeditación y prevalimiento, y delito continuado de falsedad en documento público. Han transcurrido 23 años y las joyas nunca fueron recuperadas. ¿Dónde está José María Pérez, que ya no es inspector y que se ha desprendido del incómodo Reverte? ¿Cuántos años pasó realmente entre rejas? ¿Se le aplicó el mismo rigor que a otros condenados? ¿Pasó por el régimen FIES? Es suficiente escribir mi nombre en Google y aparecen mis fotos con las pistolas. Yo no me escondo, pues es puro teatro. Los asesinos, en cambio, son meticulosos y viven en la sombra.





La sombra del asesino



Sé que Arturo no es responsable de los crímenes de su hermano José María, pero es curioso que presuma de chulo y rete a sus adversarios –un Umbral ya viejo y enfermo- a resolver sus diferencias a puñetazos. ¿Es la violencia un sello de familia? ¿Por qué el intrépido Arturo no utiliza su pluma para aliviar y reparar el dolor de las víctimas de su hermano? Algunos hijos y nietos de destacados nazis han repudiado a sus padres y abuelos. Martin Bormman Jr., ahijado de Hitler e hijo de Martin Bormman, el hombre de confianza del Führer, viajó a Israel para conocer a los supervivientes de la Shoah y pedir perdón por los crímenes de su padre. Imagino que para hacer eso hay que tener huevos. ¿Los tiene Arturo Pérez-Reverte, salvo para amenazar a escritores decrépitos, burlarse de las mujeres, elogiar los toros o echar pestes de los indigentes? No sé si me contestará esta vez, pero no menosprecio su capacidad de hacer daño. Consiguió que El País despidiera al renombrado crítico y profesor de literatura Miguel García-Posada cuando escribió una reseña poco favorable sobre una de sus novelas. Puede que todo lo que yo he escrito –poco- sea una porquería condenada a desparecer por un desagüe, pero no me cabe duda alguna de que Arturo Pérez-Reverte ya se ha ganado un lugar de honor entre el nutrido panteón de impostores y energúmenos de la literatura española contemporánea. Se le recordará por su malicia y sus rebuznos, no por su talento. Y –claro está- por sus santos huevos.






Fuente: LO QUE SOMOS


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