Toda la verdad sobre el dinero del Holocausto
Los campos de exterminio nazis y los guetos judíos contaban con
un sistema de cupones y monedas propias con los que los prisioneros trataban de
sobrevivir día a día
19/02/2019
Ada Nuño
"Considerad si es
un hombre quien trabaja en el fango, quien no conoce la paz, quien lucha por la
mitad de un panecillo, quien muere por un sí o por un no", con estas
palabras comienza 'Si esto es un hombre',
del químico judío italiano Primo Levi,
que vivió en sus propias carnes la deportación a Auschwitz y
narró su experiencia en este libro. Como tantos otros judíos que fueron
perseguidos durante el Holocausto,
Levi acabaría suicidándose, tirándose por el hueco de la escalera de su casa.
Hay
un pasaje en el libro que relata cómo, a pesar de sentirse poco menos que un
animal (porque ¿es realmente un ser humano alguien al que le han quitado sus
pertenencias una a una? ¿Alguien que ni siquiera conserva una
fotografía?, se pregunta) el autor cada día se lava
concienzudamente la cara para recordar que, a pesar de todo, sigue siendo una persona. Es interesante también cómo menciona el
hecho de que en ese microcosmos del terror que era Auschwitz ('Arbeit match frei',
señala aún su entrada, el trabajo os hará libres) existía el dinero. Una
sociedad con sus normas y reglas,
como todas.
El trueque os hará libres
No
es el único que menciona algo así. 'Maus'
de Art Spiegelman,
coincide en muchos puntos con la biografía de Levi. Esta obra, que consagró a
su autor con un Pulitzer,
relata la historia de sus padres, judíos polacos dibujados como ratones,
deportados también a Auschwitz
por los nazis, representados como gatos. "Morir es fácil, tienes que
luchar por vivir", le explica Vladek, padre del dibujante, a su esposa.
Ella, terminada la guerra, también terminaría suicidándose. Vladek, que sobrevive por completa casualidad (y eso es
algo en común que tienen todos los judíos
supervivientes, el afán por señalar que no existía ninguna
diferencia sustancial entre vivos y muertos y que todo se debía más bien a una
cuestión de azar) le cuenta a su hijo las reglas que existían en el campo. Si
almacenabas, por ejemplo, diez cigarrillos,
podías adquirir una botella de alcohol
utilizando la forma de economía más rudimentaria creada por el hombre: el trueque.
Como
en cualquier microcosmos, las reglas de trueque en Auschwitz estaban claras:
diez cigarros podían intercambiarse por alcohol
Mientras que Spiegelman
no lograba recordar la música que sonaba en el campo de exterminio, Primo Levi
explica que es algo imposible de olvidar.
Este último menciona algo más esclarecedor, lo que él denomina cupones de
premios, que él y otros prisioneros intercambiarían por tabaco o pan barato.
Describe cómo estos cupones, distribuidos por los oficiales del
campo nazi "circulan en el mercado en forma de dinero, y
su valor cambia en estricta obediencia a las leyes de la economía
clásica". Continúa relatando cómo el valor de estos cupones fluctúa al
azar, y como algunos días "el cupón del premio valía una ración de pan,
otros un cuarto o un tercio. Hubo un día que fue cifrado en una ración y
media". El austriaco Victor
Frankl, deportado al mismo campo de exterminio en septiembre de
1942, coincide en ello.
Todo lleva a Auschwitz.
Ahora bien, existen además de él otros nombres que también inspiran terror: Dachau, Mauthasen,
Sachsenhausen,
Chelmno,
Belzec,
Majdanek,
Sobibor,
Treblinka.
¿Se llevaba a cabo el mismo procedimiento en todos estos campos? ¿Realmente
hay, a estas alturas, cuando prácticamente todos sus supervivientes murieron hace
tiempo, una manera de saberlo? La existencia de monedas confiscadas
por el Tercer Reich
y reemplazadas para manipular a la población parece una posibilidad factible,
pero rara vez se ha estudiado. Hasta ahora. En la primavera de 2015, una
colección de billetes y monedas fueron enviados al Centro Strassler para
Estudios de Holocausto y Genocidio en la Universidad de Clark
en Worcester, Massachusetts.
Habían sido donados por Robert Messing,
un alumno de Clark y un numismático aficionado.
Lo
relata en 'Topic': fue durante un viaje a Israel en 1959 cuando se
interesó por la colección de monedas. Volvió a la Tierra Prometida
en muchas otras ocasiones tras esa primera vez, pero no fue hasta 2009 cuando
hizo un descubrimiento que cambiaría su vida, durante una exhibición de monedas
estadounidenses. "Iba caminando por los pasillos cuando de repente
encontré algo fuera de lo común, que no había visto nunca. Observé que en un
papel está inscrita la frase 'campo de concentración Dachau'.
Fue así como descubrí que los campos de
concentración, así como algunos guetos, tenían su propio
dinero".
La moneda del gueto
Durante
los siguientes años, Messing
continuó visitando exhibiciones de monedas y recorriendo Internet, participando en subastas en línea y
frecuentando los sitios web de otros coleccionistas,
acumulando su propia colección de billetes y monedas impresos por el Tercer Reich y distribuidos a los judíos internos
durante la guerra. No es una colección muy amplia, avisa, debido a que una vez
se liberaron esos campos de
concentración, se destruía todo. Incluido el dinero. Son solo
el vestigio de una época ya extinta.
Lo
hemos visto en infinidades de películas de Hollywood.
En 'El pianista',
por ejemplo, la familia debate si esconder dinero y joyas en los muebles, dejarlosa
la vista pública o, la opción que acaba ganando, introducirlos en sus propios
instrumentos musicales. La confiscación de
posesiones
fue solo el comienzo. Antes de marchar a los campos de concentración o
exterminio, los judíos habían pasado por el gueto, desposeidos de todos sus
bienes. En
1940, cuando llegaban a estos lugares, lo hacían con las
manos vacías, aislados y vulnerables, y, por tanto,
más fáciles de controlar.
Una vez dentro de los
guetos los comandantes nazis solían
emitir cupones o tokens,
que eran una fracción del valor de la moneda de su país solo canjeable dentro
del propio reducto. Trabajaban, pero los salarios eran lamentables y se
compensaban con estos cupones, que podían cambiarse por alimentos, ropa o cigarrillos. "El trabajo os hará
libres". Esos mismos judíos que, gracias a la propaganda y al 'Mein Kampf' eran considerados avaros usureros desde hacía
cientos de años, ahora tenían que sobrevivir sin aquello que les había dado
poder dentro de la sociedad. Al restringir a un grupo determinado de ciudadanos
su propia moneda, estos se convertían en exiliados
dentro de su propio país, presas de una situación de vulnerabilidad.
Los
judíos llegaban al gueto sin ninguna posesión, y el poder contar con dinero,
aunque fuese falso, proporcionaba un aura de normalidad
El Tercer Reich imprimía y distribuía monedas únicas en la
mayoría de los guetos en sus territorios ocupados,
las cuales incluían el nombre del gueto, un valor monetario
y, por lo general, la Estrella de David.
Tenían una función clara: presentar la ilusión de normalidad entre sus gentes.
Esta sensación de seguridad evitaba que la gente quisiera escapar. Había
teatro, conciertos, eventos deportivos y moneda, un micromundo en
el que podían sentirse más seguro que en el exterior, donde, a pesar de que
huyesen, seguían sin tener posesiones para sobrevivir. Así fue, por ejemplo, en
Theresienstadt,
que funcionaba como zona de tránsito antes de ser enviados a los campos de
exterminio para "la solución final"
y que trató de "embellecerse" antes de la visita de delegados del Comité Internacional de la Cruz Roja, atraídos por los
rumores sobre las terribles condiciones de hacinamiento. De
repente, el gueto se convirtió en un lugar donde se vivía de una manera
"normal", igual que habían vivido, separados del resto de la
población, siglos antes. Todo con tal de mostrar a la opinión mundial la vida aparentemente tranquila que se llevaba en aquellos
lugares.
Al
igual que en los guetos, cuando las víctimas marchaban a los campos de
concentración o de exterminio, continuaban con un sistema monetario
completamente artificial. Muchas víctimas del Holocausto no llegaron a conocer la moneda de Auschwitz, pero por una razón muy sencilla:
era la última parada del viaje, un lugar donde los judíos llegaban para ser
rápidamente ejecutados. El profesor de física Steve Feller,
coleccionista, ha conseguido más de 200 divisas del campo en cuestión, y
asegura: "El dinero emitido por los nazis era ridículo, pues le daba a su
propietario poco valor real.
Era solo una forma de desalentar la resistencia y mantenerlos encerrados (tanto en el gueto como posteriormente en el campo de concentración).
Por tanto, es correcto.
Auschwitz, Dachau, Westerbork,
Buchenwald
y otros tantos campos de exterminio y concentración repartidos por toda Europa tenían sus propios sistemas monetarios. Algunos
han sobrevivido al paso del tiempo y se exhiben en Museos del Holocausto.
En concreto, el Museo en Memoria
del Holocausto de los Estados Unidos en Washington DC posee una de las colecciones más grandes de
estas divisas, albergando más de 1.500 billetes
y monedas de los campos de concentración y guetos. Casi todas han sido donadas
por los propios supervivientes o sus familiares, que las guardaron al salir de
los campos, cuando no tenían ninguna otra posesión. Económicamente hablando no
valían nada, pero les servía para recordar su propia historia.
A sus descendientes, a su vez, les mostraba lo que algún día se vivió. Cuando
algún día el rastro de todas estas personas se extinga de la faz de la tierra,
la muestra del horror continuará en pie.
¿Cuántos
de estos cupones y monedas han sobrevivido? Del gueto de Lodz,
establecido en la Polonia
ocupada, queda una colección especial en la Universidad de Clark que
se puede comprar a 7 euros aproximadamente la moneda. Una prueba material del
terror, quizá indignante para los negacionistas.
Una prueba del trabajo forzoso y una herramienta para el genocidio, algo que
las entidades privadas y las corporaciones no solo permitieron sino que además
se lucraron de ello, poniendo las divisas en circulación. Explica la doctoranda Marisa G. Natale: "Al mantener a las personas en un
estado de inanición y prometiendo un futuro mejor con el dinero y los bonos, el
régimen y las empresas que cooperaron con sus objetivos obligaron a sus
víctimas a trabajar hasta la
muerte".
Quizá
la clave está en entender el cómo.
Cómo pudo suceder. Cómo pudo permitirse. Cómo no se enfrentaron a ello. El
dinero y los bonos se mostraban como un incentivo para no escapar y para que
sirviera de algo el alienante trabajo por parte de aquellos que tuvieron la
suerte de no acabar en las cámaras de gas,
víctimas de esa solución final o cuestión judía que también terminaría con las
vidas de homosexuales, gitanos o discapacitados físicos. O quizá, como decía Primo Levi, que aseguraba que si había sucedido una vez
podría volver a ocurrir: comprender es
imposible.
Recordar, sin embargo, es necesario.
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