Iñaki Gabilondo
La
Iglesia, ante el espejo
Con dos mil años de historia y la eternidad como referencia se
comprende que la Iglesia Católica mida los tiempos con criterios propios, por
eso necesita décadas o incluso siglos para reconocer errores, cuando lo hace.
Por eso adquiere carácter histórico una reunión que hubiera debido celebrarse
mucho antes y que solo será posible por la determinación del papa Francisco y
la avalancha de escándalos desvelados recientemente.
Desde mañana y hasta el domingo se reúnen en el Vaticano los
presidentes de las Conferencias Episcopales de 130 países en una cumbre
histórica sobre pederastia y abusos a menores en la iglesia, convocatoria que
ha provocado desgarrones en la institución.
"Es la hora la verdad, aunque nos de miedo y nos
humille", dijo el obispo de Malta en línea con la petición de Francisco de
que la reunión sea operativa. Pero para que de verdad sea la hora de la verdad
es imprescindible que la conferencia además de orar y de pedir perdón salte esa
barrera con la que nunca se atrevió la del encubrimiento, una práctica
deleznable que protege a la organización escondiendo los culpables en rincones
discretos lejos de los focos y que abandona a las víctimas más frágiles, los
niños. Para eso bastaría la proclamación solemne de una obviedad, que las violaciones no son pecados que
pueda redimir la penitencia en un confesionario, son delitos y los delincuentes
tienen que ser entregados a las autoridades civiles. Sin ese paso cuánto
ocurra desde mañana hasta el domingo no pasará de música celestial.
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