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lunes, 22 de abril de 2019

Guerra Civil en el Vaticano (SODOMA Seguna parte)


Frédéric Martel, autor de "Sodoma": "Monseñor Pío Laghi era gay y frecuentaba taxi boys"

El periodista francés pasó cuatro años investigando la homosexualidad dentro de la Iglesia Católica y concluyó que esa orientación sexual tiene una influencia descomunal en la política del Vaticano. Según sus averiguaciones, el Nuncio papal durante la dictadura tenía sexo con varones.




Por Miriam Lewin

Publicada: 21/04/2019

TD

Sodoma, poder y escándalo en el Vaticano, es una radiografía de la decadencia de la Iglesia Católica. Una investigación de cuatro años con cientos de entrevistas en todos los continentes que desnuda la hipocresía de la institución con respecto a la homosexualidad. El autor, el periodista y sociólogo francés Frédéric Martel, ha recorrido el mundo para revelar que la mayor parte de los sacerdotes y altos prelados católicos son gays, y que la severa condena institucional al sexo y amor entre varones no es sino una pantalla.

Martel visitó Buenos Aires durante la escritura del libro, publicado ahora en 20 países, para indagar sobre el pasado del papa Francisco y ahora volvió para hablar de su investigación. Menciona una expresión que se usa en Roma para referirse a quienes muestran una cara pública y otra privada: ser "de la parroquia" significa ser homosexual. Hay una regla que se verifica casi sin excepciones: "Cuanto más pro gay es un prelado es menos suceptible de ser gay,  cuanto más homófobo es, hay más probabilidad de que sea homosexual".

La Congregación para la doctrina de la Fe es un nido de eruditos con doble vida.

El periodista, él mismo homosexual, está lejos de censurar la sexualidad de los curas. Lo que condena es el secreto y la mentira. En el texto desenmascara a través de testimonios a los grandes cruzados contra la supuesta inmoralidad de los gays y destapa las verdaderas orientaciones de obispos y cardinales ultraconservadores. Algunos de ellos, acosadores de seminaristas. Otros, consumidores de prostitución masculina. Hay ciertos casos de parejas bien constituidas de sacerdotes con hombres a los que aman. Y unos pocos, que han salido del closet y abandonado la Iglesia. La que llama "policía de las almas", la Congregación para la Doctrina de la Fe, una suerte de moderna Inquisición, según descubrió Martel, un nido de eruditos religiosos con doble vida, que incluso buscan en los Santos Evangelios referencias entre líneas que legitiman la homosexualidad. También revela que el nuncio apostólico en épocas de dictadura, monseñor Pío Laghi, que solía jugar al tenis durante la dictadura con Emilio Massera, era gay. Según Martel, Laghi tenía muchas relaciones sexuales y recurría a taxi boys. "Ese no es el problema, es una opción que la iglesia tiene que reconocer. El problema es la mentira, y mi libro es una crítica a eso", advierte.

Martel fue católico hasta los 12 años, pero a pesar de que ya no conserva la fe, reconoce la importancia de la Iglesia como movimiento cultural. En un hotel de San Telmo, habla en un inglés veloz  y no tiene pelos en la lengua. "Mi objetivo fue escribir un buen libro, que le explique a la gente lo que no entiende", dice.

-¿Por qué hay dentro de la Iglesia un doble standard con respecto  a la homosexualidad?

-Es más que un doble standard, es esquizofrenia. El Papa Francisco señala con esas palabras, doble vida esquizofrénica, a algunos cardenales. Son homofóbicos porque son gays, y eso no es una contradicción, es una consecuencia. Quieren esconder su homosexualidad. Es preciso comprender esto para comprender el Vaticano.

- En lugar de simplemente esconder su homosexualidad, luchan abiertamente en contra de los derechos de los homosexuales...

-López Trujillo, el cardenal mexicano, enemigo de la homosexualidad, que decía que no había que usar condones, que no se podía tener sexo antes del matrimonio, era un gay con muchos amantes, que acosaba a seminaristas, que frecuentaba a prostitutos a los que golpeaba. Este tipo de esquizofrenia puede ser una excepción pero existe. López Trujillo era muy influyente en épocas de  Juan Pablo II y Benedicto, que condenaban la homosexualidad duramente. La realidad es peor que la ficción.

El problema no es la homosexualidad, es la represión de la sexualidad.

- La homosexualidad, ¿tiene influencia en la política del Vaticano?

-La consecuencia en la política del Vaticano de la homosexualidad es descomunal. La homosexualidad es uno de los elementos clave para entender cómo funciona la Iglesia. Escándalos, doctrina, muchas cosas están ligadas a la homosexualidad. Pero el problema no es la homosexualidad, el problema es la represión de la sexualidad, es la sexualidad que se esconde. La mentira, la doble vida.

- ¿Hay alguna relación entre la homosexualidad y la pedofilia, como alguna gente cree?

- Quiero ser muy cauto con eso. No hay lazos entre la homosexualidad y los abusos, porque el abuso generalmente se da en las familias y las escuelas. Los perpetradores son heterosexuales y las víctimas, niñas o mujeres. Pero cuando se observa el abuso sexual dentro de la iglesia, 80 a 85 por ciento de los abusados son niños o hombres o seminaristas. ¿Por qué? Es una pregunta compleja. Pero el problema no es la homosexualidad, el problema es la represión. Los sacerdotes gays se odian a sí mismos, les mienten a los demás pero también se mienten a sí mismos. Son muy inmaduros. No entienden lo que es la sexualidad, la viven como en los años '40, '50, están atrasados 50 años. Y el elemento clave es el secreto, el encubrimiento, porque no están seguros de su sexualidad. Tienen miedo de los medios, del escándalo, de tener problemas legales con los sacerdotes de sus parroquias. Así que los protegen. Y no porque ellos lo sean, los protegen porque tienen temor a que se descubra su propia sexualidad. Hay chantaje también.

El Papa está en medio de una guerra civil, el Vaticano está en guerra.

- ¿Qué opinión tiene de Francisco?  

- Cuando vine por primera vez no me caía bien. Era peronista, un jesuita argentino, viejo. Un día era gay friendly, al día siguiente era antigay. Un día quería luchar contra el abuso sexual, al día siguiente protegía a los abusadores, incluso a los condenados.

-¿Y qué explicación hay para eso?

-Está en medio de una guerra civil. El Vaticano está en guerra. Por un lado hay prelados de extrema derecha, muy conservadores, como Héctor Aguer, que están obsesionados con la homosexualidad, que atacan al Papa. Hay muchos como él en otros países. El Papa está en medio de esta batalla. Así que a veces quiere defender a los gays y después cambia. Es política. También es típico de los jesuitas. Para ellos, las cosas son mitad mentira, mitad verdad. Por eso no me gustaba. Pero cuando uno comprende la lucha en la que está, uno desarrolla afecto por él. Porque es una víctima de esta confrontación. Y tengo que decir que no me gustaba el cardenal Bergoglio, pero me gusta más el papa Francisco. Cuando está con una persona gay individualmente, Francisco es muy amable, aunque haya tenido una postura dura contra el matrimonio igualitario.



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EL CÓDIGO MARITAIN



El cardenal Paul Poupard posee una de las mejores bibliotecas del Vaticano. Cuento dieciocho estanterías de once estantes. Hecha a la medida, en arco de círculo, cubre las paredes de una enorme sala de recepción ovalada.

—En total hay más de 15.000 libros —me dice en tono pretencioso el cardenal Poupard, que me recibe en zapatillas rodeado de sus infolios y sus autógrafos en una de las numerosas visitas que le hice.

El cardenal francés vive en el último piso de un palacio adscrito a la santa sede de la Piazza di San Calisto, en el barrio romano hippie-pijo de Trastevere. El palacio es enorme, la vivienda también. Unas monjas mexicanas sirven a Su Eminencia, que reina como un príncipe en su palacio.

Frente a la biblioteca, el cardenal tiene su retrato en un caballete. Un cuadro de gran tamaño firmado por una artista rusa, Natalia Tsarkova, para la que también posaron Juan Pablo II y Benedicto XVI. La representación del cardenal Poupard es majestuosa. Está sentado en una silla alta, una mano le roza delicadamente la barbilla y la otra sostiene las hojas de un discurso manuscrito. En el anular derecho lleva un anillo episcopal adornado con una piedra preciosa de un azul verdoso Veronés.

—La artista me hizo posar durante cerca de dos años. Quería que fuese perfecto, que todo mi mundo impregnara el cuadro. Mire esos libros, el birrete rojo, es muy personal —me dice Poupard. Y añade—: Yo era mucho más joven…

Detrás de este Dorian Gray, cuyo modelo, extrañamente, parece haber envejecido más deprisa que su retrato, veo otros dos cuadros colgados de un modo más discreto en la pared.

—Son dos obras de Jean Guitton, que me las ha regalado —me explica Poupard.

Contemplo esos cuadros de aficionado. Así como el retrato en el caballete es interesante, los Guitton, de un azul de estampita, parecen pálidos Chagall.

El cardenal se ayuda de un escabel verde para alcanzar los libros en su biblioteca panorámica. Lo hace ahora y me enseña ejemplares de sus libros y un sinfín de separatas de artículos de revistas teológicas, que forman toda su producción. Tenemos una larga conversación sobre los autores franceses que me gustan, como Jean Guitton, Jean Daniélou y François Mauriac. Cuando pronuncio el nombre de Jacques Maritain el cardenal Poupard se anima, noto en él un estremecimiento de placer. Se dirige a una estantería para mostrarme las obras completas del filósofo francés.

—Pablo VI fue quien le presentó Maritain a Poupard. Era el 6 de diciembre de 1965, me acuerdo muy bien.

El cardenal habla ahora en tercera persona. Al principio de nuestra conversación advertí en él una vaga inquietud: que mi interés se centrase en Maritain más que en la obra ¡tan considerable! de Poupard; pero ahora entra en el juego sin pestañear.

Hablamos largo y tendido de la obra de Maritain y de sus relaciones, a veces tormentosas, con André Gide, Julien Green, François Mauriac y Jean Cocteau, y me percato de que todos esos escritores franceses de antes de la guerra tenían talento. Y también eran homosexuales. Todos.

De nuevo estamos ante los cuadritos de Jean Guitton y Poupard los escudriña como si quisiera descubrir en ellos algún secreto. Me dice que conserva cerca de doscientas cartas de él, una correspondencia inédita que seguramente sí esconde muchos secretos. Delante de las pinturas de Guitton le pregunto a Poupard sobre la sexualidad de su mentor. ¿Cómo es posible que Maritain, este hombre erudito, laico y misógino, miembro de la Academia Francesa, se hubiera mantenido casto durante casi toda su vida, a ejemplo de Maritain, y solo se hubiera casado tardíamente con una mujer de la que habló muy poco y a la que casi nadie vio, enviudando precozmente sin tratar de volverse a casar?

El cardenal reprime una carcajada mefistofélica, vacila, y luego dice:

—¡Jean Guitton estaba hecho para vivir con una mujer como yo para ser zapatero! —(Está en zapatillas.) Luego, poniéndose serio y sopesando cuidadosamente sus palabras, añade—: Todos somos más complicados de lo que se piensa. Las cosas no son en blanco y negro, son más enrevesadas.

El cardenal, que al principio estaba tan comedido y reprimido, sin dejar traslucir sus emociones, se explaya por primera vez.

—Para Maritain y para Guitton la continencia era su manera de salir del paso, era su apaño. Un viejo asunto personal.

Ya no dirá nada más. Se da cuenta de que quizá ha ido demasiado lejos. Y, con una evasiva de su cosecha, añade con petulancia esta cita que repetirá a menudo en nuestros frecuentes diálogos:

—Como diría Pascal, mi autor preferido: «Todo eso es de otro orden».



Para entender el Vaticano y la Iglesia católica, tanto del tiempo de Pablo VI como de hoy, Jacques Maritain es una buena puerta de entrada. Poco a poco he ido descubriendo la importancia de esa farmacopea, de esa contraseña compleja y secreta, verdadera clave de lectura de Sodoma: el código Maritain.

Jacques Maritain, el escritor y filósofo francés, falleció en 1973. Hoy el gran público apenas le conoce y su obra parece pasada de moda. Pero tuvo una influencia considerable en la vida religiosa europea del siglo xx, sobre todo en Francia y en Italia, y es un caso emblemático para nuestra investigación.

Los papas Benedicto XVI y Francisco todavía citan los libros de este converso, y su proximidad con dos papas, Juan XXIII y Pablo VI, es notoria y reviste un interés especial para nosotros.

—Pablo VI se consideraba discípulo de Maritain —me confirma Poupard.

Giovanni Montini, nombre real del futuro papa, ferviente lector de Maritain desde 1925, tradujo incluso al italiano el prólogo de uno de sus libros (Tres reformadores: Lutero, Descartes, Rousseau). Ya proclamado papa, Pablo VI siguió sintiendo un gran aprecio por el filósofo y teólogo francés y se dice que pensaba «elevarle a la púrpura», es decir, nombrarle cardenal.

—Me gustaría acabar de una vez por todas con este rumor. Pablo VI estimaba mucho a Maritain pero nunca pensó crearlo cardenal —me dijo Poupard, que como muchos otros usa la fórmula consagrada de «crear cardenal».

Cardenal puede que no, pero Maritain, sin duda, cautivó a Pablo VI. ¿Cómo explicar esta influencia insólita? Según las personas a las que pregunté, su relación no fue del orden de la connivencia o la amistad interpersonal, como en el caso de Pablo VI y Jean Guitton. El «maritainismo» ejerció una fascinación duradera sobre la Iglesia italiana.

Hay que decir que el pensamiento de Maritain, centrado en el pecado y la gracia, ilustra un catolicismo generoso, cuando no ingenuo. La extrema piedad de Jacques Maritain, su fe sincera y de una profundidad admirable eran un ejemplo que impresionó a Roma. La vertiente política de su obra hizo el resto: en la Italia posfascista, Maritain defendía la idea de que la democracia es la única forma política legítima, y con ello propició la necesaria ruptura de los católicos con el antisemitismo y el extremismo de derechas. Esta reconciliación de los cristianos con la democracia inauguró en Italia una prolongada camaradería entre el Vaticano y la democracia cristiana.

El antiguo sacerdote de la curia Francesco Lepore confirma la influencia de Maritain en el Vaticano:

—La obra de Maritain es lo bastante importante como para que se siga estudiando en las universidades pontificias. En Italia sigue habiendo «círculos Maritain». Incluso hay una cátedra Maritain, recién inaugurada por el presidente de la república.

Durante un par de conversaciones en el Vaticano, el cardenal Giovanni Battista Re, «ministro del Interior» de Juan Pablo II, me habla de su entusiasmo por Maritain, sumándose así a otros prelados que han sentido la misma pasión por él:

—En mi vida no me quedó mucho tiempo para leer. Pero leí a Maritain, a Daniélou, a Congar, La vida de Cristo de Mauriac. Leí a todos esos autores cuando era muy joven. Para nosotros el francés era la segunda lengua. Y Maritain era la referencia.

Encuentro la misma admiración en el cardenal Jean-Louis Tauran, «ministro de Asuntos Exteriores» de Juan Pablo II, a quien entrevisto en Roma:

—Jacques Maritain y Jean Guitton tienen mucha influencia aquí, en el Vaticano. Pablo VI les apreciaba mucho, e incluso durante el pontificado de Juan Pablo II se citaba mucho a Maritain.

Sin embargo, un influyente diplomático extranjero destinado a la santa sede relativiza este atractivo:

—A los católicos italianos les gusta el lado místico de Maritain y su piedad, pero en el fondo piensan que es demasiado radical. ¡Ese laico tan exaltado siempre ha atemorizado a la santa sede!

El vicedecano del colegio cardenalicio, el francés Roger Etchegaray, a quien visito dos veces en su mansión de la romana Piazza di San Calisto, abre mucho los ojos cuando pronuncio el nombre clave:

—Conocí bien a Maritain. —El cardenal, que durante mucho tiempo fue embajador «volante» de Juan Pablo II, hace una pausa, me ofrece chocolate y añade, desdiciéndose—: Conocer, lo que se dice conocer, es imposible. No se puede conocer a alguien. Solo Dios nos conoce realmente.

El cardenal Etchegaray me dice que va a llevarse a Maritain a la casa del sur de Francia donde espera jubilarse, algo que lleva veinte años aplazando. En busca del tiempo perdido, el cardenal solo se llevará una parte de sus libros: los de Maritain, pues, pero también los de Julien Green, François Mauriac, André Gide, Henry de Montherlant y Jean Guitton, que fue íntimo amigo suyo. Todos estos amigos son sin excepción homófilos u homosexuales.

De pronto Roger Etchegaray me toma la mano con el afecto piadoso de los personajes de Caravaggio.

—¿Sabe cuántos años tengo? —me pregunta el cardenal.

—Creo que sí…

—Tengo 94 años. ¿A que no se lo cree? 94 años. A mi edad, mis lecturas, mis ambiciones, mis proyectos son un poco limitados.



La influencia duradera de Maritain arranca de su reflexión teológica y su pensamiento político, pero también se nutre de su ejemplo vital. En el centro del misterio Maritain están su boda con Raïssa, su esposa, y el pacto secreto que les unió. Detengámonos un instante en anima, noto en él un estremecimiento de placer. Se dirige a una estantería para mostrarme las obras completas del filósofo francés.

—Pablo VI fue quien le presentó Maritain a Poupard. Era el 6 de diciembre de 1965, me acuerdo muy bien.

El cardenal habla ahora en tercera persona. Al principio de nuestra conversación advertí en él una vaga inquietud: que mi interés se centrase en Maritain más que en la obra ¡tan considerable! de Poupard; pero ahora entra en el juego sin pestañear.

Hablamos largo y tendido de la obra de Maritain y de sus relaciones, a veces tormentosas, con André Gide, Julien Green, François Mauriac y Jean Cocteau, y me percato de que todos esos escritores franceses de antes de la guerra tenían talento. Y también eran homosexuales. Todos.

De nuevo estamos ante los cuadritos de Jean Guitton y Poupard los escudriña como si quisiera descubrir en ellos algún secreto. Me dice que conserva cerca de doscientas cartas de él, una correspondencia inédita que seguramente sí esconde muchos secretos. Delante de las pinturas de Guitton le pregunto a Poupard sobre la sexualidad de su mentor. ¿Cómo es posible que Maritain, este hombre erudito, laico y misógino, miembro de la Academia Francesa, se hubiera mantenido casto durante casi toda su vida, a ejemplo de Maritain, y solo se hubiera casado tardíamente con una mujer de la que habló muy poco y a la que casi nadie vio, enviudando precozmente sin tratar de volverse a casar?

El cardenal reprime una carcajada mefistofélica, vacila, y luego dice:

—¡Jean Guitton estaba hecho para vivir con una mujer como yo para ser zapatero! —(Está en zapatillas.) Luego, poniéndose serio y sopesando cuidadosamente sus palabras, añade—: Todos somos más complicados de lo que se piensa. Las cosas no son en blanco y negro, son más enrevesadas.

El cardenal, que al principio estaba tan comedido y reprimido, sin dejar traslucir sus emociones, se explaya por primera vez.

—Para Maritain y para Guitton la continencia era su manera de salir del paso, era su apaño. Un viejo asunto personal.

Ya no dirá nada más. Se da cuenta de que quizá ha ido demasiado lejos. Y, con una evasiva de su cosecha, añade con petulancia esta cita que repetirá a menudo en nuestros frecuentes diálogos:

—Como diría Pascal, mi autor preferido: «Todo eso es de otro orden».



Para entender el Vaticano y la Iglesia católica, tanto del tiempo de Pablo VI como de hoy, Jacques Maritain es una buena puerta de entrada. Poco a poco he ido descubriendo la importancia de esa farmacopea, de esa contraseña compleja y secreta, verdadera clave de lectura de Sodoma: el código Maritain.

Jacques Maritain, el escritor y filósofo francés, falleció en 1973. Hoy el gran público apenas le conoce y su obra parece pasada de moda. Pero tuvo una influencia considerable en la vida religiosa europea del siglo xx, sobre todo en Francia y en Italia, y es un caso emblemático para nuestra investigación.

Los papas Benedicto XVI y Francisco todavía citan los libros de este converso, y su proximidad con dos papas, Juan XXIII y Pablo VI, es notoria y reviste un interés especial para nosotros.

—Pablo VI se consideraba discípulo de Maritain —me confirma Poupard.

Giovanni Montini, nombre real del futuro papa, ferviente lector de Maritain desde 1925, tradujo incluso al italiano el prólogo de uno de sus libros (Tres reformadores: Lutero, Descartes, Rousseau). Ya proclamado papa, Pablo VI siguió sintiendo un gran aprecio por el filósofo y teólogo francés y se dice que pensaba «elevarle a la púrpura», es decir, nombrarle cardenal.

—Me gustaría acabar de una vez por todas con este rumor. Pablo VI estimaba mucho a Maritain pero nunca pensó crearlo cardenal —me dijo Poupard, que como muchos otros usa la fórmula consagrada de «crear cardenal».

Cardenal puede que no, pero Maritain, sin duda, cautivó a Pablo VI. ¿Cómo explicar esta influencia insólita? Según las personas a las que pregunté, su relación no fue del orden de la connivencia o la amistad interpersonal, como en el caso de Pablo VI y Jean Guitton. El «maritainismo» ejerció una fascinación duradera sobre la Iglesia italiana.

Hay que decir que el pensamiento de Maritain, centrado en el pecado y la gracia, ilustra un catolicismo generoso, cuando no ingenuo. La extrema piedad de Jacques Maritain, su fe sincera y de una profundidad admirable eran un ejemplo que impresionó a Roma. La vertiente política de su obra hizo el resto: en la Italia posfascista, Maritain defendía la idea de que la democracia es la única forma política legítima, y con ello propició la necesaria ruptura de los católicos con el antisemitismo y el extremismo de derechas. Esta reconciliación de los cristianos con la democracia inauguró en Italia una prolongada camaradería entre el Vaticano y la democracia cristiana.

El antiguo sacerdote de la curia Francesco Lepore confirma la influencia de Maritain en el Vaticano:

—La obra de Maritain es lo bastante importante como para que se siga estudiando en las universidades pontificias. En Italia sigue habiendo «círculos Maritain». Incluso hay una cátedra Maritain, recién inaugurada por el presidente de la república.

Durante un par de conversaciones en el Vaticano, el cardenal Giovanni Battista Re, «ministro del Interior» de Juan Pablo II, me habla de su entusiasmo por Maritain, sumándose así a otros prelados que han sentido la misma pasión por él:

—En mi vida no me quedó mucho tiempo para leer. Pero leí a Maritain, a Daniélou, a Congar, La vida de Cristo de Mauriac. Leí a todos esos autores cuando era muy joven. Para nosotros el francés era la segunda lengua. Y Maritain era la referencia.

Encuentro la misma admiración en el cardenal Jean-Louis Tauran, «ministro de Asuntos Exteriores» de Juan Pablo II, a quien entrevisto en Roma:

—Jacques Maritain y Jean Guitton tienen mucha influencia aquí, en el Vaticano. Pablo VI les apreciaba mucho, e incluso durante el pontificado de Juan Pablo II se citaba mucho a Maritain.

Sin embargo, un influyente diplomático extranjero destinado a la santa sede relativiza este atractivo:

—A los católicos italianos les gusta el lado místico de Maritain y su piedad, pero en el fondo piensan que es demasiado radical. ¡Ese laico tan exaltado siempre ha atemorizado a la santa sede!

El vicedecano del colegio cardenalicio, el francés Roger Etchegaray, a quien visito dos veces en su mansión de la romana Piazza di San Calisto, abre mucho los ojos cuando pronuncio el nombre clave:

—Conocí bien a Maritain. —El cardenal, que durante mucho tiempo fue embajador «volante» de Juan Pablo II, hace una pausa, me ofrece chocolate y añade, desdiciéndose—: Conocer, lo que se dice conocer, es imposible. No se puede conocer a alguien. Solo Dios nos conoce realmente.

El cardenal Etchegaray me dice que va a llevarse a Maritain a la casa del sur de Francia donde espera jubilarse, algo que lleva veinte años aplazando. En busca del tiempo perdido, el cardenal solo se llevará una parte de sus libros: los de Maritain, pues, pero también los de Julien Green, François Mauriac, André Gide, Henry de Montherlant y Jean Guitton, que fue íntimo amigo suyo. Todos estos amigos son sin excepción homófilos u homosexuales.

De pronto Roger Etchegaray me toma la mano con el afecto piadoso de los personajes de Caravaggio.

—¿Sabe cuántos años tengo? —me pregunta el cardenal.

—Creo que sí…

—Tengo 94 años. ¿A que no se lo cree? 94 años. A mi edad, mis lecturas, mis ambiciones, mis proyectos son un poco limitados.



La influencia duradera de Maritain arranca de su reflexión teológica y su pensamiento político, pero también se nutre de su ejemplo vital. En el centro del misterio Maritain están su boda con Raïssa, su esposa, y el pacto secreto que les unió. Detengámonos un instante en esta relación, que entra de lleno en nuestro tema. El encuentro de Jacques y Raïssa se produjo, de entrada, con una espectacular doble conversión al catolicismo: él era protestante y ella judía. Unidos por un amor loco, su matrimonio no fue ni blanco ni de conveniencia. Tampoco fue un matrimonio burgués ni de sustitución, aunque es posible que Maritain hubiera querido huir así de la soledad y de lo que a veces se ha llamado «la tristeza de los hombres sin mujeres».

En este sentido, su matrimonio recuerda al de escritores como Verlaine, Aragon y más tarde Jean Guitton. También trae a la mente el célebre matrimonio de André Gide con su prima Madeleine, que al parecer no se consumó. «La mujer de Gide había reemplazado a su madre como polo de disciplina y virtud espiritual hacia el que siempre había que volver, y sin el cual su otro polo de alegría, de liberación, de perversión, habría perdido todo su significado», piensa George Painter, el biógrafo de Gide. El autor de Los sótanos del Vaticanoequilibra la libertad con la sujeción.

Para Maritain también hubo dos polos: el de su mujer Raïssa y otro mundo, no de perversión, sino de «inclinaciones» amistosas. Como no cedió al «Mal», el diablo le tentó con la virtud de la amistad. Jacques y Raïssa formaron una pareja ideal, pero sin sexo durante la mayor parte de su vida. Esta heterosexualidad aparente no era solo una elección religiosa, como se creyó durante mucho tiempo. A partir de 1912 los Maritain decidieron hacer un voto mutuo de castidad, que se mantuvo en secreto por largo tiempo. ¿Fue un don a Dios este sacrificio del deseo carnal? ¿El precio de la salvación? Tal vez. Los Maritain hablaron de «camaradería espiritual». Dijeron que «querían ayudarse mutuamente a ir hacia Dios». También se puede ver detrás de esta versión casi cátara de la relación entre los sexos una elección propia de la época en que vivieron, la de muchos otros homófilos. Porque entre los que rodearon a Maritain había un número inimaginable de homosexuales.

Durante toda su vida Maritain fue el hombre de las grandes «amistades de amor» con las mayores figuras homosexuales de su siglo: fue el amigo o el confidente de Jean Cocteau, Julien Green, Max Jacob, René Crevel y Maurice Sachs, pero también de François Mauriac, escritor siempre metido en el armario, cuyas verdaderas inclinaciones amorosas, no solo sublimadas, quedaron posteriormente al descubierto.

En su casa de Meudon, Maritain y Raïssa recibían continuamente, con grandes muestras de hospitalidad, a católicos solteros, intelectuales homosexuales y jóvenes efebos. Con esa gravedad que tanto gusta a sus amistades afeminadas, el filósofo diserta profusamente sobre el pecado homosexual y exclama «os amo» a sus jóvenes amigos, llamándoles «hijitos míos», él que ha optado por no tener relaciones sexuales con su mujer y no tendrá hijos.

La homosexualidad es una de las ideas fijas de Maritain. El amigo de Pablo VI aborda una y otra vez este asunto, como revela su correspondencia, hoy publicada. Lo hace, ciertamente, guardando la distancia, de un modo que podríamos llamar «ratzingueriano». Maritain pretende salvar a los gais que invita a su cenáculo de Meudon para protegerlos del «Mal». Odio de sí, seguramente, pero también desvelo por los demás, con sinceridad y honestidad. Una época.

Este católico exaltado, contraintuitivo, apenas se interesa por los católicos más ortodoxos, es decir, por los más heterosexuales. Aunque mantiene una correspondencia intensa con el jesuita Henri de Lubac, futuro cardenal, y menos intensa con el escritor Paul Claudel; aunque se relaciona profesionalmente con Georges Bernanos, por ese lado sus pasiones amistosas son pocas.

En cambio, a Maritain no se le escapó ninguna gran figura homosexual de su tiempo. Tenía un gaydar envidiable, como se diría hoy. Es un hecho que Maritain se especializó en las amistades homófilas so pretexto de traer de regreso a la fe y la castidad a algunos de los grandes escritores llamados «invertidos» del siglo xx. Y para evitarles a estos escritores el pecado y quizá el infierno —porque en esa época la condición homosexual todavía olía a azufre—, Maritain se propuso cuidarlos, «aclarar su problema», según su expresión, y por tanto tener un trato asiduo con ellos. Y así fue como André Gide, Julien Green, Jean Cocteau, François Mauriac, Raymond Radiguet y Maurice Sachs dialogaron con él, lo mismo que casi todos los grandes autores homosexuales de la época. Él aprovechaba para tratar de convertirles y convencerles de que fueran castos; como es sabido, la conversión y la continencia como procedimiento de represión de esta clase de inclinación fue un gran clásico hasta finales de la década de 1960.

Este debate tiene muchas implicaciones para nuestro asunto. No se puede entender a los papas Juan XXIII, Pablo VI y Benedicto XVI, ni a la mayoría de los cardenales de la curia romana, si no se tiene en cuenta el «maritainismo» como punto de partida íntimo sublimado. En Italia, donde Maritain y la literatura católica y homosexual han tenido una influencia considerable, toda la jerarquía vaticana conoce el tema al dedillo.

Uno de los principales historiadores de la literatura gay en Italia, el profesor Francesco Gnerre, que ha publicado textos importantes sobre Dante, Leopardi y Pasolini, me explica, durante varias entrevistas en Roma, esta singularidad:

—A diferencia de Francia, que ha tenido a Rimbaud y a Verlaine, a Marcel Proust, a Jean Cocteau, a Jean Genet y a tantos otros, la literatura homosexual apenas ha existido en Italia hasta 1968. Se habla realmente por primera vez de homosexualidad en la portada de los periódicos durante los años setenta, digamos que con Pasolini. Hasta esas fechas los homosexuales leían a los franceses. Por lo demás, también sucedía algo parecido con los católicos italianos, que durante mucho tiempo leyeron a los católicos franceses, tan influyentes aquí. Pero ¡lo realmente insólito es que sean exactamente los mismos autores!

Entremos en detalles. Es preciso, porque el secreto de Sodoma se sitúa alrededor de ese «código Maritain» y de las «batallas» entre Jacques Maritain y cuatro grandes escritores franceses: André Gide, Jean Cocteau, Julien Green y Maurice Sachs.

Con Gide, para empezar, el debate es breve. La correspondencia de Maritain con el protestante Gide, el Diario del segundo y la larga conversación entre los dos hombres a finales de 1923 ponen de manifiesto que Maritain quiso disuadir al gran escritor de publicar Corydon, un tratado valiente en el que Gide se destapa y hace una labor militante a través de cuatro diálogos sobre la homosexualidad. Maritain acude a su casa para suplicarle, en nombre de Cristo, que no publique ese libro. También se preocupa por «la salvación de su alma» tras la confesión de homosexualidad que supondría dicha publicación. Gide le ve venir, y dado que su norma de vida, fundamento moral de Los alimentos terrestres, es dejar de resistir a la tentación, no tiene intención de perder su libertad para ceder al predicador gruñón.

—Me horroriza la mentira —le responde Gide—. Tal vez es ahí donde se refugia mi protestantismo. A los católicos no les gusta la verdad.

Maritain interviene varias veces para impedir que el escritor publique su breve tratado. Vano intento. Varios meses después de su encuentro, André Gide, que desde hace tiempo asume su homosexualidad en privado, publica Corydon con su verdadero nombre. Jacques Maritain y François Mauriac están horrorizados. Nunca le perdonarán a Gide su coming out.

La segunda batalla es con Jean Cocteau, y sobre el mismo tema. Hace tiempo que Cocteau y Maritain son amigos, y la influencia del segundo sobre el joven escritor converso es más fuerte que la que ejercía sobre el gran escritor protestante. Además, en la casa de Maritain en Meudon, Cocteau todavía parece discreto y buen católico. Pero lejos de allí tiene amantes, entre ellos Raymond Radiguet, y acaba presentándoselo. Extrañamente, el hombre de Meudon, en vez de rechazar esa relación homosexual visceralmente contra natura, trata de domesticar al joven amante de Cocteau. Radiguet, prodigio literario con El diablo en el cuerpo, que morirá poco después, con veinte años, de fiebre tifoidea, dirá de esa época, con una divertida frase: «Cuando no nos casábamos, nos convertíamos».

Pero Maritain vuelve a fracasar. Jean Cocteau da el paso y publica, primero sin nombre de autor y luego con su verdadera identidad, su Libro blanco, en el que confiesa su homosexualidad.

—Es un plan del diablo —le escribe Maritain—. Es su primer acto público de adhesión al Mal. Acuérdese de Wilde y de su ruina hasta la muerte. Jean, es su salvación lo que está en juego, es su alma la que debo defender. Entre el diablo y yo, escoja a quién quiere. Si usted me ama, no publicará ese libro y me dará el manuscrito para que lo guarde.

—Necesito amor y hacer el amor a las almas —le contesta Cocteau, con una frase desafiante.

El libro blanco se publicó y la incomprensión entre los dos hombres se agravó, pero su relación de pura «amistad amorosa», enfriada momentáneamente, se mantuvo contra viento y marea, como revela su correspondencia.

Durante una visita reciente al convento de los dominicos de Toulouse, donde Jacques Maritain pasó los últimos años de su vida, el hermano Jean-Miguel Garrigues me confirmó que Jean Cocteau siguió visitando a Maritain hasta su muerte, y que había ido a verle a Toulouse.

La tercera batalla fue más favorable a Maritain, aunque también terminó con su derrota frente a Julien Green. Durante cerca de cuarenta y cinco años los dos hombres mantuvieron una intensa correspondencia.

Su diálogo, místico y profundamente religioso, se eleva a alturas sublimes. Pero también en este caso su dinámica está basada en una «herida», la de la homosexualidad. Julien Green lucha contra su deseo masculino, que ha experimentado desde su juventud como un peligro difícilmente compatible con el Amor a Dios. Por su parte, Maritain ha adivinado enseguida el secreto de Green, aunque no lo menciona de forma explícita durante los primeros decenios de su correspondencia. Ninguno de los dos habla de la «inclinación» que les corroe y se andan con rodeos en todos los sentidos.

Maritain, él mismo converso, admira a Julien Green por su conversión en 1939, resultado de la «campaña» de un fraile dominico convencido de que el sacerdocio era la solución a la homosexualidad (después se supo que ese sacerdote también era gay). Maritain también admira al escritor por su continencia, dictada por su fe. Pero con el pasar de los años Julien Green evoluciona y da el paso: empieza destapándose en su obra, que se vuelve abiertamente homosexual (pienso en Sud, su gran libro), y tampoco oculta su vida amorosa, como revelan su Journal y los amantes que se le conocen. Maritain no rompe con Green como ha hecho con Gide. (El Journal intégral de Julien Green sin censurar está en vías de publicación; según mis informaciones, revela la homosexualidad de Green.)

La cuarta batalla, también perdida —¡y qué derrota!— es la que le enfrentó con su amigo sincero y escritor receloso de entreguerras Maurice Sachs. Este judío convertido al catolicismo es un amigo de Maritain que lo llama «Jacques querido», pero también un homosexual exaltado. Es piadoso, pero no puede evitar ser un seminarista escandaloso por culpa de sus amistades especiales y venenosas. En su novela El sabbat el narrador les cuenta a sus amigos que ha ido al «seminario» ¡y le preguntan si se trata de un nuevo club homo! El crítico literario Angelo Rinaldi escribirá a propósito de Maurice Sachs: «Un abad ora en sotana ora en slip rosa… refugiado en una cabina de sauna donde pasa días felices de glotón bebé felador». Sachs acabará aspirado por todos los abismos: después de 1940 este protegido de Jacques Maritain acabará siendo colaboracionista y pétainista y, pese a ser judío, soplón nazi antes de morir al final de la guerra, se cree que de un tiro en la nuca que le disparó un SS al borde de una fosa; un recorrido impensable, en suma.

Estas cuatro batallas perdidas por Jacques Maritain ponen en evidencia, junto con otros datos, la obsesión homosexual del filósofo. A mi juicio, la relación de Maritain con la cuestión gay es más que evidente.

Utilizo aquí la palabra «gay» a propósito, con un anacronismo deliberado. Aunque deben preferirse las palabras propias de cada época —y por eso utilizo los conceptos de «homofilia», «amistad amorosa» e «inclinaciones» cuando hace falta—, a veces también hay que llamar a las cosas por su nombre. Durante demasiado tiempo, en los libros de texto, se ha escrito que Rimbaud y Verlaine eran «amigos» o «compañeros» y todavía hoy leo en los Museos Vaticanos referencias a Antínoo como «favorito» del emperador Adriano, cuando se trataba de su amante. El uso anacrónico de la palabra «gay» es aquí políticamente fecundo.

Por tanto, junto con Cristo y santo Tomás de Aquino, la otra gran preocupación de la vida de Jacques Maritain es la cuestión gay. Aunque lo más probable es que practicase poco o nada la homosexualidad, la vivió con la misma inquietud apasionada que su fe católica. Tal es el secreto de Maritain, y uno de los secretos más oscuros del sacerdocio católico: la elección del celibato y la castidad como fruto de una sublimación o una represión.

Porque ¿cómo explicar, sino, que Maritain se relacionara con todos los escritores gais de su época, si tanto odiaba la homosexualidad? ¿Era homófobo? ¿Era voyeur? ¿Estaba fascinado por sus contrarios, como se ha dicho? Creo que ninguna de estas suposiciones es realmente convincente. La verdad me parece mucho más simple.



La confesión de Maritain se encuentra en una carta a Julien Green de 1927. Aquí el diálogo aparece en frentes invertidos: mientras que Julien Green está atormentado por el pecado homosexual, es Jacques Maritain quien, en su correspondencia, parece haber hallado la solución de lo que él llama «este mal misterioso».

¿Y qué le propone a Green? La castidad. Frente al «amor estéril» de la homosexualidad, «que siempre será un mal, un rechazo profundo de la cruz», Maritain defiende la que a su juicio es «la única solución», el «amor a Dios por encima de todo», es decir, la abstinencia. El remedio que ofrece a Green, ya preconizado para Gide, Cocteau y Maurice Sachs, que lo han rechazado, no es otro que el que ha escogido él con Raïssa: la sublimación del acto sexual con la fe y la castidad.

—El Evangelio no nos dice en ninguna parte que mutilemos nuestro corazón, pero nos aconseja que nos hagamos eunucos por el reino de Dios. Es así como la cuestión se plantea, a mi entender —le escribe a Julien Green.

Solventar la cuestión homosexual con la castidad, esa forma de castración, para agradar a Dios: la idea de Maritain, imbuida de masoquismo, es fuerte. Hará escuela en el Vaticano entre la mayoría de los cardenales y obispos de posguerra. «Ser el rey de mis dolores», habría dicho Aragon, otro escritor de genio que cantó ostentosamente en público a «los ojos» de su mujer Elsa mientras corría en privado detrás de los muchachos.

En una carta a Cocteau, Maritain hace otra confesión límpida: el amor a Dios es el único capaz de hacer olvidar los amores terrenales que ha conocido, algo que «aunque me cueste decirlo, no lo sé por los libros».

¿«No lo sé por los libros»? Se adivina que la cuestión homosexual fue tórrida en la juventud de Jacques Maritain, hombre por lo demás afeminado y sensible, prendado de su madre hasta la caricatura, y que optó por destruir sus cuadernos de notas íntimas para evitar que sus biógrafos «se aventurasen demasiado» y descubriesen «algún viejo asunto personal» (en palabras de su biógrafo Jean-Luc Barré).

—No quise escribir esa palabra, esa marca, «homosexualidad», en mi biografía de Maritain, porque todos habrían reducido mi libro a eso —me dice Jean-Luc Barré, su biógrafo, durante un almuerzo en París—. Pero debería haberlo hecho. Si lo escribiera hoy, diría las cosas más claras al respecto. No hay duda de que, a propósito de Maritain, se puede hablar de homosexualidad latente, cuando no bien real.



El gran amor de juventud de Jacques Maritain se llamaba Ernest Psichari. Los dos jóvenes todavía eran adolescentes cuando se conocieron en el liceo Henri IV de París, en 1899 (Jacques tenía 16 años). Fue un flechazo. No tardó en nacer entre ellos una «amistad de amor» de una fuerza inimaginable. Su vínculo, único, indefectible, es una «gran maravilla», le dice Maritain a su madre. A su padre, Ernest le confiesa: «Ya no concibo la vida sin la amistad de Jacques, eso sería concebirme sin mí mismo». Esta pasión es «fatal», escribe Maritain en otra carta.

Hoy conocemos bien su relación pasional. La correspondencia entre los dos chicos, publicada recientemente (175 cartas de amor), produce incluso una sensación de vértigo: «Siento que nuestros dos seres desconocidos se penetran suave, tímida, lentamente», escribe Maritain; «Ernest, tú eres mi amigo. Solo tú»; «Tus ojos son faros resplandecientes. Tus cabellos son una selva virgen, llena de susurros y de besos»; «Te amo, vivo, pienso en ti»; «Vivo en ti, solo en ti»; «Eres Apolo […]. ¿Quieres partir conmigo a Oriente, allá, a la India? Estaremos los dos solos en un desierto»; «Te quiero, te abrazo»; «Tus cartas, mi preciosidad, me deparan un placer infinito y las releo sin cesar. Me enamoro de cada una de tus letras, de tus a, de tus d, de tus n y de tus r». Y, lo mismo que Rimbaud y Verlaine, los enamorados firman sus poemas juntando sus iniciales.

Esta fusión total con el ser amado ¿se consumó, o permaneció casta? No lo sabemos. Yves Floucat, filósofo tomista, especialista en la obra de Maritain y de Julien Green, cofundador del Centre Jacques Maritain, con quien hablo en su casa de Toulouse, piensa que fue sin duda «una amistad pasional pero casta». Y añade, aunque naturalmente no hay ninguna prueba de su paso al acto ni de lo contrario, que fue «un verdadero amor entre personas del mismo sexo». El hermano Jean-Miguel Garrigues, del convento de los dominicos donde Maritain pasó el final de su vida, me explica:

—La relación entre Jacques y Ernest era mucho más profunda que una simple camaradería. Yo diría que fue cariñosa más que amorosa, en el sentido de que obedecía más al deseo de ayudar al otro a ser feliz que al apetito afectivo o carnal. Para Jacques era más del orden del «amistad amorosa» que de la homofilia, si entendemos la segunda como un deseo de la libido más o menos sublimado. Ernest, en cambio, tuvo una vida homosexual activa durante años.

En efecto, hoy está fuera de duda la homosexualidad practicante de Psichari, confirmada por una biografía reciente, por la publicación de sus «cuadernos de ruta» y por la aparición de nuevos testimonios. Incluso es una homosexualidad muy activa, pues tuvo innumerables relaciones íntimas en África (al estilo de Gide) y recurrió a prostitutos masculinos en la metrópoli hasta su muerte.

En una correspondencia que ha permanecido mucho tiempo inédita entre Jacques Maritain y el escritor católico Henri Massis, sus dos mejores amigos reconocen claramente lahomosexualidad de Psichari. Massis teme incluso que «algún día se sepa la terrible verdad».

Resulta que André Gide no dudó en «sacar del armario» a Psichari en un artículo de La Nouvelle Revue Française de septiembre de 1932. El escritor católico Paul Claudel, muy apenado por esta revelación, propone un contrataque que ya ha empleado para Arthur Rimbaud: si Ernest se ha convertido siendo homosexual, es una victoria maravillosa de Dios. Claudel resume así el argumento: «La obra de Dios en semejante alma es aún más admirable».

En todo caso, Ernest Psichari murió en combate a los 31 años, el 22 de agosto de 1914, herido en la sien por una bala alemana. Jacques se enteró de la noticia varias semanas después. Según su biógrafo, el anuncio de la muerte de Ernest lo sumió en el estupor y el dolor. Jacques Maritain no se consoló nunca de la desaparición del ser amado ni logró olvidar al que fue su gran amor de juventud —antes que Cristo, antes que Raïssa—. Años después viajó a África siguiendo sus huellas, mantuvo un trato duradero con la hermana de Ernest y durante la Segunda Guerra Mundial quiso combatir para «morir como Psichari». Durante toda su vida Jacques recordó constantemente al ser amado y, habiendo perdido a su Eurídice, habló del «desierto de la vida» tras la muerte de Ernest. Una pena que, efectivamente, «no la supo por los libros».



Por tanto, para entender la sociología tan peculiar del catolicismo, y en concreto la del Vaticano sobre el asunto que nos ocupa, hay que tener en cuenta lo que aquí he dado en llamar el «código Maritain».

La homosexualidad sublimada, cuando no reprimida, se traduce a menudo en la elección del celibato y la castidad y, con más frecuencia todavía, en una homofobia interiorizada. La mayoría de los papas, cardenales y obispos que hoy tienen más de 60 años se formaron en esta atmósfera y este modo de pensar del «código Maritain».

Si el Vaticano es una teocracia, también es una gerontocracia. No se puede entender la Iglesia de Pablo VI a Benedicto XVI, ni siquiera la de Francisco, ni a sus cardenales, sus costumbres, sus intrigas, partiendo de los modos de vida gay de nuestros días. Para apreciar su complejidad debemos remontarnos a las matrices antiguas, aunque nos parezcan de otro tiempo. Un tiempo en que no se era homosexual, sino «homófilo», en que se diferenciaba la identidad homosexual de las prácticas que podía generar, un tiempo en que la bisexualidad era frecuente, un mundo secreto en que los matrimonios de conveniencia eran la regla y las parejas gais la excepción. Una época en que los jóvenes homosexuales de Sodoma asumían con alivio la continencia y el celibato heterosexual del sacerdote.

El sacerdocio fue una salida natural para unos hombres angustiados por tener costumbres que suponían antinaturales, de eso no hay duda. Pero las trayectorias, los modos de vida, variaron mucho entre la castidad mística, las crisis espirituales, las dobles vidas, a veces la sublimación, la exaltación o las perversiones. En todos los casos siempre había un sentimiento de inseguridad, bien descrito por los escritores católicos homosexuales franceses y su «perpetua vacilación entre los muchachos cuya belleza les condena, y Dios, cuya bondad les absuelve» (de nuevo palabras de Angelo Rinaldi).

Por eso el contexto, aunque tenga el atractivo de los debates teológicos y literarios de otra época, es tan importante en nuestro asunto. Un cura asexuado en los años treinta puede

convertirse en homófilo en los años cincuenta y practicar activamente la homosexualidad en los setenta. Muchos de los cardenales activos en este momento han pasado por estas tres etapas, la interiorización del deseo, la lucha contra sí mismo y la homofilia hasta que, un buen día, dejaron de «sublimar» o «superar» su homosexualidad y empezaron a experimentarla con prudencia, luego con temeridad o pasión y a veces arrebatadamente. Por supuesto, esos mismos cardenales que hoy han alcanzado una edad respetable ya casi no «practican», con 75 u 80 años, pero siguen estando intrínsecamente marcados, quemados de por vida por esa identidad compleja. Y sobre todo esto: su trayectoria siempre ha tenido un sentido único, contrariamente a lo que algunos han teorizado: va de la negación al desafío o, por decirlo en los términos de Sodoma y Gomorra de Marcel Proust, del rechazo de la «raza maldita» a la defensa del «pueblo elegido». He aquí otra regla de Sodoma, la novena:

Por lo general los homófilos del Vaticano evolucionan desde la castidad hacia la homosexualidad; los homosexuales nunca hacen el camino inverso para volverse homófilos.

Como ya señalara el teólogo-psicoanalista Eugen Drewermann, existe «una suerte de complicidad secreta entre la Iglesia católica y la homosexualidad». Esta dicotomía me la encontré a menudo en el Vaticano, e incluso podría decirse que es uno de sus secretos: el rechazo violento de la homosexualidad fuera de la Iglesia y su valoración, extravagante, dentro de la santa sede. De ahí la existencia de una especie de «masonería gay» arraigada en el Vaticano, y muy misteriosa, cuando no invisible, desde fuera.

A lo largo de mi investigación fueron muchos los cardenales, arzobispos, monsignori y otros sacerdotes que me hablaron con insistencia de su pasión casi crística por la obra de François Mauriac, André Gide o Julien Green. Con prudencia, y sopesando sus palabras, me dieron las claves de su lucha desgarradora, la del «código Maritain». Creo que era su manera de revelarme, con infinita dulzura y miedo contenido, uno de los secretos que les atormenta.







Próximo capítulo:

8

LAS AMISTADES AMOROSAS





domingo, 21 de abril de 2019

Galería

Foto: Luis Viadel

Terrible paradoja: Fusilados por "militares golpistas", acusados de "auxilio o adhesión a la rebelión"


Las familias de doce asesinados en el 'Paredón de España' por el franquismo se querellan en los juzgados de Paterna

Se trata de víctimas de sentencias dictadas por "militares golpistas" en consejos de guerra acusadas con acusaciones de "auxilio o adhesión a la rebelión"

eldiariocv - Valencia

1/4/19

El próximo viernes, los familiares de doce víctimas de sentencias “dictadas por militares golpistas” en consejos de guerra que fueron asesinadas en el ‘Paredón de España’ presentarán otras tantas querellas en los juzgados de Paterna. Estas personas fueron acusadas de “auxilio o adhesión a la rebelión”, lo que para sus familiares supone una “cruel paradoja”, ya que fue el ejército “golpista” el que se “levantó en armas contra un Gobierno legítimo”.

Paterna es el segundo lugar de España con más fusilamientos de posguerra, tras las tapias del Cementerio del Este de Madrid. “La máquina de exterminio estuvo en funcionamiento aquí durante 17 largos años, desde el 3 de abril de 1939 hasta el 10 de noviembre de 1956”. La primera “saca” documentada data de aquel 3 de abril, solo dos días después de terminada la guerra, “ese día fueron ejecutadas en Paterna 21 personas”. A partir de esa fecha, cada pocos días, “había ejecuciones masivas en el paredón”.

2.219 hombres y 19 mujeres fueron ejecutados en este periodo, condenados en juicios sumarísimos por consejos de guerra, a pesar de que la Guerra Civil había terminado. “Pero como quiera que el exterminio sistemático de toda disidencia al ‘nuevo orden establecido’ estaba planificado, todas y cada una de esas personas fueron ejecutadas sin piedad”.

Desde 2017 se vienen exhumando diversas fosas gracias a las ayudas de la Diputación de Valencia, “sin cuyo mecenazgo no habría sido posible llevar a cabo ni una sola de estas exhumaciones. Hasta el momento han sido exhumadas seis fosas: 82,113, 22,128, 94 y 112 y para este 2019 hay dos más previstas: la 115, cuyos trabajos han comenzado esta semana, y la 127. 

En todas ellas, con el hallazgo de los primeros restos con signos de tortura y muerte violenta (ligadura de manos, tiro de gracia) se ha procedido a denunciar el hallazgo en el juzgado para que la justicia procediese de acuerdo a ley a investigar y judicializar esos crímenes, “los que como parte del genocidio franquista son crímenes de lesa humanidad, declarados imprescriptibles por la justicia internacional y diversos tratados internacionales que España suscribe pero que no cumple ni respeta”.

Hasta el momento este juzgado se ha negado a proceder a ninguna investigación ni judicialización alegando que los restos hallados superan los 20 años de antigüedad y que por la ley la de amnistía (ley 46/1977, de 15 de octubre), dichos delitos han prescrito.

En 2018 los familiares de las Fosas de Paterna han recurrido al Parlamento Europeo, a la justicia internacional a través de la “Querella Argentina”, al Congreso de los Diputados, “y no vamos a cejar, y llegaremos hasta las instancias judiciales nacionales o europeas que haga falta”.

“Por eso presentamos estas 12 querellas, con la esperanza de que esta vez sean atendidas nuestras demandas y se reconozcan estos crímenes como delitos de Lesa Humanidad, porque teniendo la verdad de nuestro lado, las familias necesitamos que se haga definitivamente justicia, necesitamos con urgencia reparación para los familiares, muchos de los cuales ya muy mayores se están muriendo sin ver realizado su sueño, que se aclare la verdad de todo lo que pasó, que se anulen todas esas sentencias y que se exhumen e identifiquen de urgencia todas las víctimas que 80 años después continúan en fosas comunes de Paterna y de todo el Estado”, explican las familias.

Al Papa Francisco le gusta el sexo...


Al Papa Francisco le gusta el sexo, los escándalos diarios del Vaticano, las personas migrantes, sudaneses de retiro.

Infovaticana Blogs

por SPECOLA | 03 abril, 2019 


En la audiencia de hoy el Papa Francisco nos ha recomendado que no hablemos de e-migrantes o de in-migrantes, debemos hablar de ‘personas migrantes’. Es la ocurrencia buenista de hoy.

Los problemas de fondo son tan serios que no podemos tomarnos las cosas a broma. En la prensa italiana y en la televisión nos acostamos cada día con más escándalos que rodean al Vaticano y sus instituciones. Es el cuento de nunca acabar y se está llegando a una situación de saturación increíble. Ayer, en horario de máxima audiencia, nos teníamos que tragar un nuevo capítulo de ‘le Iene’ con temas gravísimos que afectan al estado Vaticano. La respuesta siempre es el silencio, como si la cosa no fuera con ellos. El descrédito inmerecido de la Iglesia  por toda está basura empieza a ser insoportable. El Papa Francisco habla de limpiar, limpiar, limpiar pero el que y hasta cuándo. El mundo de lo políticamente correcto llega a cabrear con sus indefiniciones y contrariedades. Hay tenemos a las ‘personas migrantes’ y terminaremos todos locos por no poder entendernos queriendo fabricar un lenguaje a medida de no se sabe qué intereses. La iglesia tiene que cambiar pero nadie dice si todo, poco, o nada y en qué y cuándo.  Los chinos son maravillosos y tenemos arrestos de obispos en medio de un cómplice silencio oficial vaticano que calma el cielo. Los musulmanes son pacifistas y mejor no recordar los miles de cristianos asesinados en los últimos años.

Estos días se nos ha vendido la reforma de la ley Vaticana sobre los abusos como el no va más y el ejemplo para el mundo mundial. En emigración, o en lo que hace referencia a las personas migrantes, el Vaticano tiene la ley perfecta. Todo lo que el Papa Francisco critica a los demás lo tiene en grado de excelencia en su propia casa. Alguien hablo hace tiempo de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, pues algo así está pasando. En el Vaticano no hay concertinas pero tenemos los muros más famosos del mundo. Ya quisiera  Estados Unidos construir algo así. Si los ponemos en Ceuta no hacen falta concertinas porque no pasan ni los malos vientos. Inmigrantes, o mejor personas migrantes, en el territorio Vaticano no hay ni una, ni por descuido. Si alguien se le ocurre echar una siesta en los jardines es inmediatamente expulsado a territorio italiano sin contemplaciones. Si la legislación actualmente en vigor, en el estado del que el Papa Francisco es su monarca absoluto, viene aplicada en el resto del mundo se terminan las personas migrantes en una tarde.

En la aburrida entrevista papal concedida a una televisión española el Papa Francisco confeso que las negociaciones en Venezuela habían existido y habían fracasado. Hoy tenemos de la noticia de un nuevo intento de mediación en Santa Marta con los bandos en guerra en Sudan del Sur. Las noticias hablan que harán un retiro pero por ahora las cosas se ven muy negras.

Al Papa Francisco le gusta el sexo, o al menos nos dice que es cosa buenísima. En esta confusión general que vivimos no llegamos a entender si es bueno siempre, en algunas ocasiones, o vete a saber. Si unimos esta afirmación genérica a que la Iglesia debe cambiar pues ya tenemos la combinación perfecta y que cada uno saque sus conclusiones. Por otro lado recomienda a los jóvenes que sean revolucionarios y se casen. Tal como están las cosas hace falta mucho valor más que espíritu revolucionario. Parece que ya no gusta mucho la tradicional condena al demonio, el mundo y la carne. Lo triste es que Dios y sus cosas son los grandes olvidados, un lamentable olvido que pagaremos muy caro. El Camino, la Verdad y la Vida están donde están.

«Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo».

Buena lectura


Memoria republicana

·         Ana Pollán
·          Feminista, socialista y republicana
Memoria republicana por un futuro justo
20/04/2019
ElHuffPost
 
 Se cumplen 89 años de la proclamación democrática y pacífica de la II República. En tres meses, se cumplirán 83 años del golpe de Estado franquista, y ya hace 80 años del fin de la Guerra Civil. Con motivo de este 80 aniversario, se impone reflexionar al respecto. Algo siempre desincentivado  y nunca respetado desde la Transición.
Las actuales generaciones hemos recibido muy poca información sobre la II República, menos sobre la guerra, y poca y dulcificada sobre la dictadura franquista. Todo porque en la Transición algunos decidieron establecer un vergonzoso pacto de silencio. Quien tenga demasiada buena fe podrá creerse que ese pacto se estableció con intenciones más o menos puras, con el fin de comenzar una etapa mejor, sin barbarie. Pero difícilmente se cura una herida, y menos aún una infección extendida, si no se desinfecta, se examina y se elimina lo putrefacto antes de taparla. De lo contrario, se gangrena.
España sufrió el fascismo con mayor rigor que ningún otro país. Y, sin embargo, ha sido en el único donde las víctimas, más de cuarenta años después, siguen sin recibir ningún reconocimiento. Una Ley de Memoria Histórica pretendió poner remedio pero deja de tener efecto cada vez que cae en gobiernos conservadores. A eso se suma la injusta Ley de Amnistía que igualó a víctimas y verdugos impide la verdadera reparación.
Ha sido sólo parte de la ciudadanía la que ha intentado frenar la ignominia y honrar a los demócratas con no pocos trabajos de recuperación de lo que supuso la II República y de reparación buscando los restos de las personas asesinadas y las historias de las torturadas por defender un régimen igualitario y progresista. A menudo sufragados con donaciones individuales y sin recursos públicos.
Los republicanos/as asesinados y torturados por el fascismo, especialmente duro con las mujeres, sólo han encontrado reconocimiento en un puñado de activistas e investigadores de la memoria histórica y en buena parte de los amantes y profesionales de la cultura de este país que se saben herederos directos de la República como espacio de especial sensibilidad y ebullición intelectual. Estos pocos miles de gentes buenas ni siquiera se libran hoy, bien entrado el siglo XXI, de la censura y la represión. Tanto unos (activistas e investigadores) como otros (escritores, periodistas, artistas) sufren hoy la censura y la ausencia de recursos para la tarea de verdad, justicia y reparación.
Con '14 de abril. La República' millones de españoles hemos podido poner voz e imágenes a un tiempo digno de nuestra historia, probablemente uno de los pocos que merecen ese calificativo.
Un ejemplo claro ha sido la censura sistemática de películas, series y documentales que han sido realizados con absoluto rigor histórico y que los gobiernos del Partido Popular ha impedido que se emitan en la televisión pública. Una reciente prueba de ello es que no ha sido hasta estos últimos meses cuando trabajos excepcionales como VolveremosTres días de abril o La Conspiración están viendo la luz. Parece que con el actual Gobierno, TVE ha podido escapar de la denigrante censura a la que ha estado sometida por los conservadores y ha emitido o va a emitir esas series, películas y documentales junto a otros como El silencio de otros, La maleta mexicana o Cautivos en la arena.


Pero si hay un caso de censura especialmente indignante es el sufrido por la serie 14 de abril. La República. Esta serie consta de 30 capítulos divididos en dos temporadas. La primera fue emitida entre enero y abril de 2011. La segunda estaba preparada para ser emitida en meses similares en el 2012. Una mayoría absoluta del Partido Popular lo impidió. No ha sido hasta noviembre de 2018 cuando se ha podido emitir. Pero aunque se ha emitido completa, el maltrato no cesó. Relegados algunos de sus capítulos al late night de los sábados y con continuos cambios de horario, le fue imposible fijar los excelentes datos de audiencia conseguidos en su primera temporada. Pese a ser un retrato excepcional de la etapa republicana.
La derecha sabe bien qué maltratar. Reconoce lo digno. Y sabe hundirlo... Todos los trabajos mencionados y cientos más han sido el mejor ejemplo de verdad, justicia y reparación. Buena parte de la cultura de nuestro país ha sido la más comprometida en esta tarea, indignamente abandonada por las instituciones. Los restos maltrechos de la República han seguido vivos fundamentalmente en escritores/as, actores, actrices, pintores, historiadores/as que no han sabido ejercer su trabajo sin ligarlo de forma férrea a un dignísimo compromiso con la libertad y la igualdad.


Con 14 de abril. La República millones de españoles hemos podido poner voz e imágenes a un tiempo digno de nuestra historia, probablemente uno de los pocos que merecen ese calificativo. Sus actores y actrices se convirtieron en arquetipos construidos a partir de la conjunción de historias de cientos de miles de hombres y mujeres buenas que durante las primeras cuatro décadas del siglo XX aunaron sus esfuerzos para sacar a España del Antiguo Régimen y hacer de ella una sociedad habitable. Tales esfuerzos cristalizaron de forma significativa durante la II República (1931-1936). La serie tiene el inmenso mérito de conseguir que todo ello no caiga en el olvido. Nos recuerda que nadie nos regaló el derecho al voto, ni el divorcio, ni la educación pública, ni los derechos laborales ni la libertad religiosa; la importancia del sindicalismo y la unión en el movimiento obrero. La importancia de dignificar las instituciones para ponerlas al servicio de los grupos oprimidos.  
Hay quien no quiere oír hablar de verdad, justicia y reparación ni en pintura: ni en ficción. Pero la historia no es tan sencilla de borrar.
Estas pocas decenas de horas de serie resumen lo mejor de la República, injustamente olvidado (porque nos han obligado a ello), con personajes de profundidad y sensibilidad excepcional. Con una Alejandra (Verónica Sánchez) determinada para lograr la reforma agraria, un Roberto (Javier Pereira) empeñado en que la cultura llegue a los lugares donde aún no es posible espantar el analfabetismo con las Misiones Pedagógicas; un Coronel Alcázar (Víctor Clavijo) capaz de arriesgarlo todo para democratizar el ejército (tarea utópica esa y no la del comunismo). Una Encarna (Lucía Jiménez) culta y feminista que refleja a la perfección los avances en la igualdad entre los sexos en el periodo republicano, especialmente respecto al sufragismo. Un Jesús (Alejo Sauras) que nos muestra cómo la lucha campesina es parte esencial del movimiento obrero. Una Amparo (Marta Belaustegui) cuyo papel impacta de forma extrema, pues con ella vivimos los dilemas éticos y políticos del más alto nivel. Con sus complicadas circunstancias nos ofrece una particular forma de plantar cara a la injusticia  que atrapa a cualquier espectador que sepa apreciar que tras su apariencia oscura encontramos un personaje capaz de total entrega a cualquier causa justa y con una forma particular de entender la lealtad en las relaciones humanas. Las dos últimas nos ofrecen además el ejemplo que allí donde el caldo de cultivo favorece la libertad, relaciones humanas mucho más justas y profundas son posibles.
Hay quien no quiere oír hablar de verdad, justicia y reparación ni en pintura: ni en ficción. Pero la historia no es tan sencilla de borrar. Por mucha cal que se le eche encima, el germen de un mundo más igualitario está sembrado. Podrán callar los herederos de la ignominia a la cultura, podrán censurarla, podrán tumbar proyectos, podrán suprimir su financiación, podrán impedir que sus frutos sean conocidos por el gran público. Podrán hacerlo, lo hacen de hecho; amenazan con volverlo hacer. Pero nos mantendremos en pie 80 años después. Quizá desarmados, pero no cautivos. La cultura nos hace libres, y la determinación en la lucha por un mundo más justo no se extinguirá jamás. El Estado debe cumplir ya con la tarea de verdad, justicia y reparación. Y tanto él como toda la ciudadanía debemos comprometernos a que ningún nombre de ninguna persona que luche por la libertad y por ello haya sido humillada se borre de la historia. Nos lo aseguraremos recuperando la memoria de la II República para construir la tercera.


sábado, 20 de abril de 2019

Francisco Franco, Caudillo del Cielo, por la Gracia de Dios



Francisco Franco Caudillo del Cielo por la Gracia de Dios




Tal día como hoy, cada año, sus sempiternos adoradores esperan enardecidos que se produzca el milagro de la resurrección y una vez más en lugar de sentirse defraudados esperan pacientemente el 20N, aniversario de la subida al cielo de Francisco Franco, el Generalísimo,  aupado por toda la corte celestial compuesta por ángeles, arcángeles, querubines, etc… Lo sorprendente es que, hasta ahora, todavía no haya subido a los altares. Su manoseada efigie por el roce en millones de monedas, debería haber figurado en el “Gloria de Bernini” y posteriormente ser venerado. No obstante, de fuentes fidedignas, nos ha llegado cierta información  que nos podría aclarar esta circunstancia.

Parece ser que nada más llegar al cielo, con su proverbial carisma, se granjeó la amistad de los ministros del Jefe que pronto le nombraron responsable de su ejército. Lo primero que hizo fue implantar sus leyes (ya experimentadas en otra ocasión con excelentes resultados) que se reducían a tres prohibiciones: Ni  alcohol, ni misas, ni mujeres. La tropa quedó sobradamente preparada.


Lo cierto es que al poco tiempo tuvo que rectificar y lo dejó solamente en dos: Ni alcohol, ni mujeres. Por tratarse del único Generalísimo que existía en el firmamento fue ascendido a la diestra de J.C. (el Jefe) en calidad de “asesor personal”. Craso error porque una vez más el nombramiento no colmó su desatada ambición personal haciendo florecer de nuevo su felonía retornando a las andadas dando otro golpe de estado. Otra traición.

Volvió a crucificar al Jefe, encarceló a sus ministros los Apóstoles y repitió la persecución y la ejecución de todos los “judeo masónicos rojos y republicanos” que fueron señalados por índices delatores. Las tapias de los cementerios, las cunetas de todos los caminos del Edén se vieron inundados de tumbas anónimas improvisadas.

En los billetes y monedas del Paraíso se ha inscrito la leyenda: Franco, Caudillo del Cielo por la Gracia de Dios y en un paradisíaco rincón del Edén se ha vuelto a construir (con mano de obra procedente del Purgatorio e incluso del mismísimo Infierno) otro Valle de los Caídos que se ha dejado para él solo, cuando  le llegue su hora en la eternidad y los turistas puedan leer un cartelito que diga, haciendo gala una vez más de la gran modestia que le embargaba: Aquí yace Dios.

    Los de su Fundación, su Familia y los detractores      mantienen una pugna encarnecida por los restos mortales  del Caudillo y el lugar donde cada uno cree debería estar. Angelitos, inocentes angelitos que no se han enterado que Francisco, Paulino, Hermenegildo, Teódulo, Franco Bahamonde Salgado-Araujo y Pardo, el  “Enviado de Dios hecho Caudillo. Espada del Altísimo”, 'alto y hercúleo', de 'complexión robusta', de 'voz de hierro', de 'rostro broncíneo', de 'mirada firme' y de 'pulso seguro", aunque nunca tuviese el valor de salir del “armario”, está en el Cielo y después de armar la de “Dios es Cristo”, se ha autoproclamado: El Jefe.



Otras procesiones


Sexting y Cibersexo


Cómo practicar sexo a distancia con tu pareja de forma segura

El sexting y el cibersexo pueden ser divertidos... si sabes ponerle límites


03/04/2019 


Mi pareja se ha ido a vivir fuera por estudios durante un año más o menos y me ha pedido que hagamos sexo a distancia... ¿Es bueno? No estoy muy segura.

Actualmente nos encontramos en una sociedad constantemente conectada e “infoxicada” por las nuevas tecnologías. Esto ha tenido múltiples repercusiones, también en el terreno de la sexualidad. Internet, redes sociales y aplicaciones para intercambiar mensajes con otras personas han provocado una mayor facilidad de acceso al universo sexual, no sólo por el hecho de ligar y conocer personas fuera de nuestro círculo social, sino también para practicar sexo por Internet.

Mi pareja se ha ido a vivir fuera por estudios durante un año más o menos y me ha pedido que hagamos sexo a distancia... ¿Es bueno? No estoy muy segura.



Sexting y cibersexo

Antes de adentrarme a hablar sobre los pros y contras de estas dos prácticas, hay que definir que el cibersexo hace referencia a la práctica del sexo online, de forma que se llegue a simular una relación sexual. Si nos disponemos a mirar las estadísticas, estudios demuestran que la mayoría de personas reconocen haberlo hecho, pero afirman hacerlo con su pareja estable, y que utilizan mayoritariamente texto, después audios y finalmente, vídeos.

Por otro lado, el sexting consiste en el intercambio de mensajes de texto que tienen una connotación sexual. Actualmente, esta práctica supera el cibersexo puesto que este predominaba con la aparición de las webcam.

A continuación me dispongo a exponer las ventajas de estas dos prácticas. En primer lugar, permiten el desarrollo de imaginación y creatividad. Además, son de fácil acceso (24 horas) y no es necesario tener pareja para poder hacer uso. En relación con la pareja, también pueden ser útiles para enriquecerla y ser una buena alternativa para aquellas relaciones a distancia.

Por último, hay que destacar que no hay preámbulos y la implicación emocional no está habitualmente presente. Comparándolo con la pornografía, el cibersexo y el sexting son mejores prácticas por el hecho que detrás de la pantalla hay una persona interactuando.

No obstante, también hay aspectos negativos que cabe recordar. En primer lugar, existe la posibilidad de que se de extorsión y chantaje, así como adicción sexual. Por adicción, se entiende cualquier actividad u objeto, cuya ausencia genera un malestar. Si hablamos de horas, 3-4 horas por semana se considera aceptable, pero más de 15 ya se consideraría adicción.

Me gustaría destacar que las principales adicciones que sufre la sociedad de hoy día son el juego, el trabajo, las compras, la comida y el sexo. Éstas, afectan a un 7% de los usuarios de internet, los cuales son más de 12 millones de personas al mundo. Dentro de éstos, dos de cada tres no tienen encuentros fuera del mundo online

Guía para practicar cibersexo


A continuación, expongo algunos consejos que pueden ser útiles para una buena práctica del cibersexo y el sexting:

• No poder ser nunca reconocidos

• Encontrar a una persona de confianza con quien poder practicarlo

• Evitar los vídeos, en el caso de no conocer a la persona

• No reducir el sexo al mundo online exclusivamente

• Marcar unos límites propios para evitar posibles adiciones

En relación con los juguetes eróticos y el sexo online, yo siempre los recomiendo para parejas que vivan en la distancia. Entre ellos podemos encontrar los Fundawear, basados en ropa interior con sensores de vibración que se pueden conectar al smartphone de la pareja; los Klic Klic, vibradores para cada uno que se conectan simultáneamente por internet compartiendo las sensaciones con la pareja. Y, por último, el Bliss, es una aplicación que transforma el sexo en un juego con retos, preguntas, etc., para poder jugar en la distancia.

Seguramente muchos de vosotros os estaréis preguntando si este tipo de prácticas se consideran infidelidad o no. El caso es que el 60% de los hombres y el 75% de las mujeres sí lo consideran como tal. Es muy importante conocer cuáles son los límites de cada pareja y hasta qué punto para él o ella lo seria.

El 60% de los hombres y el 75% de las mujeres consideran estas prácticas sexuales como infidelidad




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Foto: Luis Viadel