26/08/2018
Que
podamos caminar sin pisar muertos
Guillermo
Rodríguez Director de El HuffPost
Qué razonable sería si los valedores de la
democracia en España dedicasen tanto esfuerzo a defenderla como a combatir a
los que la destrozaron.
Qué coherente sería que, aquellos que con tanta
profusión utilizan palabras como unidad y consenso, practicasen con seriedad la
unidad y el consenso.
Qué lógico sería si los que cargan contra los que
"sólo pretenden abrir heridas" no metieran los dedos en esa herida
para hacerla más y más profunda.
Qué enriquecedor sería, en fin, que todos aquellos
que menosprecian a "los que quieren remover el pasado" hicieran el
esfuerzo de leer algún libro de Historia.
Cualquier demócrata que se precie, sea del partido
que sea, no puede poner ni un solo 'pero' a esta frase: Franco fue un dictador.
Menos aún puede poner reparos a esta otra: el régimen franquista asesinó a miles de personas concluida la Guerra Civil, desde 1939 a 1975.
Ni siquiera debería emitir una sola enmienda a esta tercera sentencia: las
víctimas del bando nacional fueron honrados, homenajeados y reparados durante
40 largos años. Los muertos del bando republicano, que defendían un Gobierno
legalmente constituido, fueron ignorados, humillados y despreciados. Es la
diferencia entre ganar y perder una guerra.
Reclamar justicia a Franco, a un dictador que actuó
con tanta vesania, carece del más mínimo sentido. Pero sí es un ejercicio de
responsabilidad democrática exigir a los 350 diputados del Congreso que, 40
años después de la muerte del dictador, cierren con palabras y hechos esas
heridas que nunca terminaron de cicatrizar. Ningún partido con un mínimo de
sentido democrático puede ponerse de perfil a la hora de evaluar un régimen
que, a partir de 1939, fusiló a 50.000 personas y encarceló a 270.000.
La determinación con la que ha actuado Pedro Sánchez
es la que espera de él cualquier persona de buena fe y un mínimo sentido
democrático
No es revanchismo ni reabrir heridas ni un
subterfugio "para no hablar de lo que realmente importa". Es cumplir
con la obligación moral de que los miles de restos de víctimas de las Guerra Civil que aún yacen en cunetas
puedan descansar de una vez donde sus familiares deseen. Se trata también de
que los restos de un asesino que maltrató a su país no descansen en un edificio que es Patrimonio del Estado y que nos cuesta 340.000 euros
anuales. La pregunta es sencilla: ¿Seguir alimentado la gloria de un
dictador o ayudar a los familiares de los asesinados? Elijan si están de lado
de las víctimas o del verdugo.
La decisión de Pedro Sánchez de exhumar el cadáver del dictador Franco
ha sido menospreciada, criticada y combatida desde todos los ámbitos de la
derecha española. No es nada nuevo: el líder del PP, partido nacido de las
cenizas del franquismo, ya se mofó en 2009 de los "carcas de la izquierda"
que están "todo el día con la fosa de no sé quién". Y Albert Rivera
no considera "obsoleto" que haya un mausoleo construido a mayor
gloria de un dictador, sino el debate que se ha abierto al respecto. Incluso la
lucha por el voto de la derecha debería tener líneas rojas.
La determinación con la que ha actuado Pedro Sánchez
en esta cuestión es la que podría esperar de él cualquier persona de buena fe y
un mínimo sentido democrático. Nada se le puede reprochar a quien ha dado el
paso necesario para que esta España de la que tanto se enorgullecen los
políticos del PP y de Ciudadanos sea de una vez por todas un país por el que se
pueda caminar sin pisar muertos. Y en el que se asuma, sin la más mínima duda
ni balbuceo, que Franco fue un dictador al que nada se debe.
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