De esos franquistas que dirigen las Fuerzas Armadas
Público
14 agosto,
2018
El manifiesto franquista, al que ya
casi se han adherido 600 militares, no ha sido fruto de un brote psicótico
contagioso, ni consecuencia del calentamiento global, ni tan siquiera ha sido
producto de la estima, condescendencia y cariño con el que los monarcas, Juan
Carlos y Felipe, han deleitado a los sucesores de Franco, como si de familiares
suyos se tratase, sino que se ha debido a los cuidados favores y las meditadas
dejaciones de una clase política, PP y PSOE, que, subyugada por las élites
franquistas, jamás quiso demoler uno de los principales bastiones fascistas: el
Ejército. Como jamás osó ni tan siquiera arañar el imponente edificio
eclesiástico, hoy tan resplandeciente como en tiempos más pérfidos.
Lo que ha sucedido, la masiva
exaltación fascista de más de medio millar de militares, la mayoría altos
mandos, muchos coroneles y generales, y uno de ellos el último que me arrestó
estando en activo, ha sido germinado y cultivado con las cariñosas y
ensangrentadas manos de los que empuñaron las armas contra la democracia
mientras que los valientes militares que la defendieron fueron masacrados
primero y olvidados después hace ochenta años (y purgados primero y humillados
después hace cuarenta años). Porque el PP y, lamentablemente, el PSOE
prefirieron ascender fascistas y vejar demócratas que justamente lo contrario,
lo que la razón dictaba que deberían hacer y lo que Europa hizo.
Es por ello que todavía hoy muchos
altos mandos militares ensalzan la figura de Franco como valeroso y profesional
militar, comen uniformados en Casa Pepe -Restaurante Museo Franquista-,
escriben artículos incendiarios contra la memoria histórica, amenazan a los
ciudadanos con intentonas golpistas, exhiben orgullosos símbolos fascistas,
saborean libros franquistas, rememoran a héroes franquistas, exigen a su
comandante de las Fuerzas Armadas -el Rey- usar las armas contra los
ciudadanos, escriben cartas amenazadoras a políticos, dirigen y financian
fundaciones franquistas, utilizan las redes sociales de forma impune para
insultar y amenazar a progresistas, leen proclamas franquistas en los patios de
armas, solicitan la ilegalización de partidos políticos democráticos, ensalzan
franquistas en las páginas web de los Ejércitos, persiguen y acosan a los
representantes asociativos, escriben cartas fascistas a medios de comunicación,
exigen la invasión militar de Catalunya o menosprecian públicamente los
derechos humanos (todo ello documentado en ‘El libro negro del Ejército
español’).
Son de una calaña tan miserable que
en Alemania, Francia o Italia serían delincuentes, aunque aquí alcancen las
cotas más altas de la cúpula militar, mientras una gran parte de la ciudadanía
ignora que son muchos más los franquistas prudentes que aguardan en la
madriguera que los estúpidos que firmaron.
Lo acontecido no habría sido posible
sin reyes franquistas y sin políticos que no fueran franquistas, oportunistas o
marionetas. Porque lo que hubiera correspondido habría sido penalizar cualquier
tipo de exaltación franquista y perseguir hasta en el escondrijo más recóndito
a todo franquista y/o cómplice fascista que hubiera vestido el uniforme militar
para condenarle inmediatamente al desempleo y a la repulsa. Previo paso por
prisión, claro está. Pero no habiendo hecho esto, irónicamente, es justamente
lo que los franquistas hacen con los demócratas: purgarnos como si fuéramos los
más viles delincuentes después de humillarnos y encerrarnos. Todo ello mientras
Pedro Sánchez o Margarita Robles, actuales presidente del Gobierno y ministra
de Defensa, miran al tendido como si aquí no pasara nada y todo se solucionara
anulando convocatorias discriminatorias con las mujeres o desalojando al
fiambre del palacio. Mal harán los gobernantes contentándose con tiritas cuando
el negocio se resuelve en un lance a democracia o neofranquismo.
Porque las Fuerzas Armadas no
pertenecerán al siglo XXI hasta que honren a los militares demócratas, que por
miles murieron durante la sangrienta sublevación fascista y que por más de cien
arriesgaron su vida antes y después de la plácida muerte del dictador en una
democracia que jamás fue, que jamás se quiso que fuera. Son los militares
republicanos y los miembros de la UMD los referentes que debieran idolatrar
nuestros militares, pero sin embargo hoy ni les conocen. Es esa la herida que sigue
y seguirá contaminando la Institución y la sociedad misma: la promoción del
fascista y la censura del demócrata.
Nuestros militares deberían aprender
en las distintas academias que Franco fue un traidor entre los leales, un
trapacero entre los traidores y un genocida entre los asesinos, al que solo
tales atributos le permitieron liderar la horda de sedientos criminales que
bombardearon ciudades asesinando mujeres, ancianos y niños para perpetrar su
crimen; fusilaron maestras, escritores, intelectuales o poetas para laminar sus
deficiencias; violaron, torturaron y cercenaron penes y cabezas para encumbrar
su inhumanidad; o robaron y traficaron con bebés para enmendar sus impotencias.
Pues resulta aceptado casi
unánimemente que el fascista es un animal bruto, corrupto, salvaje, muchas
veces alcohólico, machista, clasista, trapacero, homófobo, generalmente
racista, particularmente inculto y mayoritariamente despiadado, siendo el
franquista entre ellos una subespecie ibérica con algunos de estos atributos más
pronunciados.
Todo ello debería haber provocado en
nuestra clase política, en nuestros intelectuales más destacados y en nuestras
personalidades más respetadas el más inquebrantable e infatigable repudio hacia
estos primitivos despojos, pero en ausencia de ello, las Fuerzas Armadas
exhiben su franquismo a plena luz del día, teniendo a la Legión, cuerpo militar
fascista responsable de atrocidades que harían perder la cordura al
corresponsal de guerra más curtido, como símbolo más destacado. Cabra incluida.
Una exhibición que estremecería a cualquier país con unos aceptables parámetros
democráticos pero que en la actual España es recibida con vítores, banderitas y
aplausos.
En definitiva, son las Fuerzas
Armadas de un país reflejo del mismo, así pues obsérvenlas con atención para
concluir que es España lo mismo que estas: moderna en sus formas, corrupta en
sus estructuras y franquista en su esencia.
Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra
y autor de ‘El libro
negro del Ejército español’.
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