Miguel Gila
Los cinco meses
del humorista Miguel Gila en un campo de concentración franquista
Trece campos de concentración y cerca de una treintena
de unidades de trabajos forzados se ubicaron en territorio cordobés hasta 1942.
Hubo cerca de 60.000 presos. El mítico humorista pasó días de terror y hambre
como preso en el campo del municipio cordobés de Valsequillo.
23.01.2019
María Serrano
En Córdoba convivieron más de 60.000 prisioneros y evadidos, que fueron
clasificados a partir de 1938 en campos de concentración. La documentación está
prácticamente extinta. Archivos cerrados, sin acceso, otros destruidos… Francisco
Navarro López, doctor en Historia contemporánea de la Universidad de
Córdoba, acaba de publicar un libro sobre este tema inédito, Cautivos en
Córdoba (1938-1942)” (Letrame. Grupo Editorial). En el campo de
concentración de Cabra, Navarro ha encontrado por primera vez fichas de mujeres
presas. “Se han documentado mujeres sometidas a trabajos esclavos. Los guardas
las obligaban a tejer en los barracones sin saber claramente cuál era su
labor”, apunta a Público el investigador.
Navarro ha llegado a lo inédito. Ha contado las decenas de miles de
cautivos que fueron obligados a realizar toda clase de trabajos en los
batallones de trabajadores, especiales y disciplinarios, manteniéndose activos
hasta 1942. “Los recintos donde estaban recluidos servían de amenaza a la gente
por estar a la vista. Sabían donde podían acabar si no se adherían a la causa
sublevada”, aclara en conversación a Público.
El mítico humorista Miguel Gila estuvo cinco meses en uno de
aquellos campos de la muerte. En su autobiografía Y entonces nací yo.
Memorias para desmemoriados (Temas de Hoy, 1995), Gila contó por
primera vez los meses que pasó en el campo de concentración de Valsequillo.
Gila sería capturado por el ejército franquista en diciembre de 1938. Formaría
su carrera artística sin identidad política para pasar el filtro de Franco,
tras aquellos meses horrorizado en aquel campo de concentración.
El batallón de penados
de Gila: “No pudieron soportar las condiciones y murieron”
“Agotado y sin saber adónde diablos acudir, Gila vio pasar una columna de
prisioneros y decidió añadirse a ella buscando cobijo y comida”. Navarro
documenta en su libro algunos de los extractos donde el humorista habla de su
paso por Valsequillo. Uno de sus primeros destinos fue este pueblo cordobés
destruido por la guerra. Hoy el emplazamiento de aquel lugar ha sido declarado
uno de los lugares de la memoria de la casi ya extinta Dirección General de Memoria Democrática de
la Junta de Andalucía.
Comía solo una vez al día. Un menú formado por una onza de chocolate, dos
sardinas en aceite y un par de higos secos. “Aquello duró unos meses, hasta que
el comandante que estaba al frente fue sustituido por un teniente que
pertenecía al tercio requeté Virgen de los Reyes”. El nuevo responsable se
quedó estupefacto al conocer las condiciones en las que trabajaban los
prisioneros. Juan Carlos Ortega y Marc Lobato publicaron en 2012 la
biografía Miguel Gila: vida y obra de un genio" (Editorial
Libros del Silencio). En ella cuentan como este comandante “suspendió
inmediatamente los trabajos de pico y pala y ordenó que trajeran alimentos
suficientes”. Prosigue un relato estremecedor. “Aquello sonaba bien pero
desgraciadamente algunos prisioneros no pudieron soportar un cambio tan radical
en la alimentación y murieron”.
Los trabajadores esclavos que se encontraban en el mismo batallón que el
humorista realizaron obras de rehabilitación de las vías ferroviarias
destruidas en plena contienda. Los reclusos contaban como los “rincones de las
casas que no se habían terminado de hundir servían de refugio y en ellos
estaban metidos como ratas”. Este investigador ha cuantificado que “desde
1938 hasta 1942, hubo nueve mil cautivos republicanos trabajando en obras
ferroviarias”.
El campo de concentración de Valsequillo quedó liquidado a mediados de
junio de 1939. “Los últimos prisioneros fueron evacuados al cercano campo
de concentración de La Granjuela (un pueblo limítrofe)” apunta el historiador.
La documentación que ha permitido a Navarro vislumbrar la presencia de mano de obra esclava en este campo han sido los sendos escritos dirigidos al ingeniero jefe de la 4ª División de la Compañía Ferroviaria MZA (Madrid, Zaragoza y Alicante). “El ingeniero de la compañía comunica las gestiones realizadas para la utilización de mano de obra esclava”, destaca Navarro. Sin embargo, la escasa duración del campo no permitió que este tuviera acceso a este favor del régimen franquista.
La documentación que ha permitido a Navarro vislumbrar la presencia de mano de obra esclava en este campo han sido los sendos escritos dirigidos al ingeniero jefe de la 4ª División de la Compañía Ferroviaria MZA (Madrid, Zaragoza y Alicante). “El ingeniero de la compañía comunica las gestiones realizadas para la utilización de mano de obra esclava”, destaca Navarro. Sin embargo, la escasa duración del campo no permitió que este tuviera acceso a este favor del régimen franquista.
Humillación, hambre,
frío y mucho miedo
La provincia de Córdoba fue una de las regiones donde se
concentró “un mayor número de presos en territorio nacional” dentro de estos
trece campos. Y donde se vivió un fuerte turismo carcelario, con una importante
presencia de presos vascos y catalanes. “Padecían hambre, humillación, miedo,
trabajos forzados, malos tratos, aunque en algunas ocasiones, como le ocurrió a
Gila, algunos mandos se apiadaban del estado deplorable que sufrían los
prisioneros y aliviaban en parte sus penurias”.
Los campos de concentración de Córdoba tuvieron una ubicación claramente
estratégica, “Se ubicaron en el denominado cinturón rojo cordobés,
especialmente en las poblaciones del sur de la provincia, como eran Aguilar de
la Frontera, Lucena, Montilla y Puente Genil, queriendo dar un escarmiento a
todos los que se habían enfrentado a las elites del momento”.
El convento de San
Cayetano albergó más de 8.000 presos en un campo de concentración
Existen, a día de hoy, órdenes religiosas que aún no han admitido su
papel en este entramado concentracionario franquista y que siguen muy
presentes en la sociedad local cordobesa. Navarro afirma con rotundidad que el
campo de concentración más importante estuvo ubicado en el convento de San
Cayetano de Córdoba. 8.000 cautivos pasaron por sus instalaciones, a
partir de la primavera de 1938.
“La Orden de los Carmelitas Descalzas de Córdoba, al igual que la
inmensa mayoría de todas las organizaciones católicas de la nación, se dispuso
a apoyar al nuevo orden franquista establecido mediante el terror y la
represión de todos los que no simpatizaban con su ideal fascista”. ¿Cuál fue su
aportación? La cesión de buena parte de las instalaciones del convento para recluir
a republicanos encarcelados.
Mina Antolín (Peñarroya- Pueblonuevo). Cientos de prisioneros republicanos
fueron utilizados como esclavos en las minas de esta población, encuadrados en
la Unidad de Trabajos Forzados
Los presos recibían un severo aleccionamiento por parte de los sacerdotes y
capellanes. “Estos clérigos tenían la misión de recatolizar a los presos,
y hacerles ver que tenían que expiar sus culpas por haber caído en el error
marxista”. A través de un mapa que trazaban en el patio principal del convento,
a los concentrados se les mostraba los avances del Ejército nacional.
Los capellanes emitían informes de los presos que a día de hoy siguen
ocultos en el Archivo Diocesano de Córdoba. “Tremendo fue que los captores
escogían a varios prisioneros de confianza para que ejercieran ellos mismos los
castigos a sus propios compañeros”. Los conocidos como “cabos de vara”, si se
retrasaban para formar, la paliza la tenían garantizada.
La presencia de mujeres
presas en el campo de concentración de Cabra
Navarro ha logrado conocer un dato inédito en el entramado de campos a
nivel nacional y es la presencia de mujeres en el campo de concentración
de Cabra. “Hemos encontrado entre la relación de prisioneros a 24 mujeres. Sin
duda, un hecho inusual dentro de los campos de concentración”. Algunos
prisioneros realizaban pequeños trabajos para cambiarlos por comida o algo de
dinero con los vecinos de la población. También podía haberse dado el caso de
que las labores de las mujeres sirviesen para mejorar las malas condiciones y
que les pudiesen favorecer dentro del mismo campo y congraciarse con los
guardianes y autoridades locales. De la presencia de estas presas solo se
conoce un cuadro bordado con la imagen de la Virgen de la Sierra (patrona de
la ciudad) en un mantón de Manila que, al parecer, fue realizado por alguna
de estas prisioneras.
Poco más se conoce de
todo el entramado. Fechas, datos numéricos pero el acceso a los archivos ha
sido sin duda una de las mayores barreras que ha encontrado en la investigación
de Francisco Navarro, prolongada durante años.
“A la espera de que se puedan abrir la totalidad de los archivos, ya sean
los marcados como secretos en archivos militares o la documentación existente
en el Archivo Diocesano de Córdoba, se hace muy difícil poder cuantificar de
forma exacta el número de prisioneros republicanos que estuvieron
concentrados a lo largo de los trece campos de concentración del territorio
cordobés”.
La realidad carcelaria fue lo que vino después en la Córdoba franquista. El
investigador Francisco Moreno habló ya de genocidio con
cifras estremecedores. Navarro puntualiza que solo “en las dos prisiones
provinciales de Córdoba murieron más de 600 personas” en los dos primeros años
de la década de los cuarenta.
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