Cajas vacías en la Ciudad de las Artes y las
Ciencias de Valencia
Un sobrecoste de 1.000 millones en
su construcción aboca a un futuro incierto al complejo
MARIA JOSÉ SERRA Valencia 14 ABR 2015
Algunos turistas
despistados se acercan y ojean a través de los paneles de vidrio L’Agora, la
impresionante construcción de 70 metros de altura diseñada por el arquitecto
e ingeniero valenciano Santiago Calatrava. Cuentan que el primer
boceto lo dibujó tras una comida con Francisco Camps, el expresidente de la
Generalitat valenciana, que le manifestó su deseo de contar con otro edificio,
además de los cuatro que ya funcionaban en la Ciudad de las Artes y las
Ciencias (CACSA). Técnica de venta del galardonado Príncipe de Asturias de la
que he sido testigo con otro proyecto.
El espacio
multifuncional, indican los folletos, ocupa una extensión de 4.811 metros
cuadrados, situado entre el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe y
L’Oceanogràfic. Se inauguró, sin terminar, hace cuatro años, —le falta la
cubierta móvil—, con un sobrecoste de más de 45 millones de euros. Está
cerrado. Imitando a los turistas, miro por las cristaleras y veo una sala
gigantesca vacía, cuyo uso apenas ha sido del 6%.
Me dirijo a
L’Umbracle. Un oasis ajardinado de 17.000 metros cuadrados en el que encontraré
más de 50 especies florales autóctonas de la Comunidad Valenciana y plantas
tropicales. Y, donde, además, según el dossier de prensa, podré contemplar una
muestra de esculturas contemporáneas de artistas de renombre internacional. No
veo el Paseo del Arte. Tampoco el Jardín de la Astronomía, donde puedo
interactuar con maquetas, paneles e instrumentos relacionados con la ciencia.
La mitad del vergel, cuyo coste inicial fue de más de 17 millones de euros —se
duplicó—, también está cerrado. Ahora es un lugar de copas que explota una empresa privada.
La otra mitad del
mirador está casi desierto. Las palmeras y el visillo de parras verdes que
colgaba de las marquesinas metálicas y matizaba la visión de las edificaciones
circundantes desde el interior, como describe Miguel Arraiz en la guía de
Arquitectura de Valencia, ya no existe. La meditación en ese enclave, objetivo
de Calatrava, ha dado paso a otras actividades.
Observo desde mi
atalaya sin interferencias ajardinadas la Nueva Valencia, como se bautizó a la
Ciudad de las Artes en sus inicios. Tengo frente a mí el colosal Museo de las
Ciencias Príncipe Felipe, que simula una columna vertebral de hormigón blanco.
La pasión del arquitecto de Benimàmet (Valencia) por el cuerpo humano y la
escultura, y su admiración por Gaudí, tiene aquí su máximo exponente. Pero es
un espacio que reclama, como dice Rafael Sánchez Ferlosio, algo que lo llene.
Partió de un presupuesto de 62 millones de euros y ascendió a más de 154, que
supone un sobreprecio del 216%. Entre otros problemas, hubo que realizar la
insonorización y el control de la luz. Una vez concluido en edificio, se
tuvieron que añadir en la fachada sur dos grandes escaleras para cumplir con la
normativa de protección contra incendios. Imprescindible para lograr la
licencia de apertura.
No hay datos de
entradas del museo. Se registran los visitantes. Cuando pregunto cómo, me
indican que mediante los accesos de control mecánicos. Pregunto que dónde están
y me indican que en reparación. La única cifra oficial que consigo en abril de
2015 es la del número de visitantes desde que se inauguró el museo en el año
2000. Más de 30 millones.
A pesar del descenso
considerable de visitas a la ciudad de
Calatrava, de los sobrecostes y de la situación por la que atraviesa,
Joaquín Maudos, catedrático de Fundamentos del Análisis Económico de la
Universitat de València y director adjunto del Instituto Valenciano de
Investigaciones Económicas (IVIE), defiende el beneficio social de la misma.
“La ciudad de Valencia es un antes y un después. Es un punto turístico
obligatorio”, destaca este experto que dirigió los estudios de impacto
económico y análisis coste-beneficio —que siguen sin ser publicados—, desde el
año 2000 hasta 2011. No se ha hecho ningún otro desde esa fecha. Tampoco se
hizo en su día el estudio de viabilidad ni se tuvo en cuenta el coste de
oportunidad, “un error”, reconoce Maudos, “para un proyecto de tal
envergadura”.
El desarrollo
urbanístico generado por la Ciudad de las Artes, que Maudos califica de
positivo, es visto por el catedrático de Geografía Humana Joan Romero como “la
ciudad neoliberal que sólo ha tenido en cuenta una hoja de ruta. Tener suelo
disponible. Ha sido una jibari-zación de la esfera pública. Han concebido esta
parte de la ciudad como una isla al margen de la ciudad real. Y llevamos años
pagando las consecuencias”, exclama. “Me parece un modelo opaco, despilfarrador
y de dudosa rentabilidad para los ciudadanos”. Romero, que acaba de publicar Historia de las Españas,
ultima junto a otros colegas europeos un proyecto de investigación sobre el
modelo de ciudad en el sur de Europa, en el que Valencia y CACSA tienen un
papel preponderante.
El estudio de
arquitectos Vetges Tu, autores del tramo II del jardín del Turia y del Programa
de Actuación Urbanística (PAU) de la Avenida de Francia —más de 800.000 metros
cuadrados de superficie— donde se ubica la Ciudad de las Artes, no es menos
crítico con el resultado final del proyecto. “En primer lugar porque está sin
concluir la parte que da al río, todavía llena de escombros mientras se
continuaban construyendo edificios sin orden global, en el que cada pieza
compite con la de al lado”, comenta Tito Llopis. “Nosotros redactamos un PAU
respetuoso e integrado con el jardín del Turia con 3.234 viviendas. El
resultado final, con un desarrollo desorbitado, ha sido la consecuencia de
decisiones políticas”, afirma Llopis, que, como crítico de arte y comisario de
importantes exposiciones, también denuncia la dificultad expositiva del museo.
“No sé para qué está pensado. Por eso creo que ha llegado el ocaso de los
arquitectos estrella y que va siendo hora de que los presupuestos de las obras
públicas se cumplan”.
Un presupuesto que ni de
lejos se ejecutó en el Palau de les Arts, también obra de Calatrava,
donde el sobrecoste se disparó hasta superar los 337 millones de euros, es
decir, el 447%. El perseverante trabajo del diputado de Esquerra Unida del País
Valencia (EUPV) Ignacio Blanco, ha destapado los contratos y las cifras que se
han barajado a lo largo de la obra; datos que el Gobierno valenciano del
Partido Popular se negó a entregar durante años aduciendo confidencialidad. “Lo
que tenemos claro es que hemos contribuido a dar la publicidad y la
transparencia después de 20 años, algo que corresponde al Gobierno”, explica.
Blanco también ha hecho público el contrato por el que Calatrava y la Unión
Temporal de Empresas (UTE), formada por Dragados y Acciona, que construyó el
Palau hace menos de 10 años, se hace cargo del cambio de los 20.000 metros
cuadrados detrencadís (revestimiento
cerámico) que cubre las dos caras del centro operístico, que comenzó a caerse a
finales de 2013. Todavía está en reparación con todos los inconvenientes que
conlleva y que se añaden a otros anteriores ya subsanados como la defectuosa
plataforma escénica, la falta de visibilidad en la sala principal y las
inundaciones que provocaron daños por valor de 17 millones de euros.
Por si fuera poco, a
la breve historia del Palau de les Arts hay que añadir la espectacular
detención de la intendente desde su apertura, Helga Schmidt, imputada por
presunta malversación de caudales públicos, prevaricación y falsedad
documental. Que se añade a las que afectan a tres ex directores generales de
CACSA: dos por el caso Nóos,
Jorge Vela y José Manuel Aguilar; y uno por Terra Mítica, Miguel Navarro.
Además de la exdirectora de gestión de CACSA, Elisa Maldonado, y del
exsecretario autonómico, Luis Lobón, también por Nóos. La Ciudad de las Artes y
las Ciencias adjudicará a final de este mes L’Oceanogràfic, L’Àgora, y parte
del museo, a una de las tres empresas privadas que se han presentado al
concurso para gestionarla.
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