Público
La droga que esconde el 20% de
las agresiones sexuales
Entre el 17
y el 20% de las violaciones a mujeres se comete bajo efectos de alcohol o
drogas, pero el Código Penal no lo tipifica como agravante para el agresor. En
muchos juicios, de hecho, se ha usado como atenuante aprovechando la “amnesia
parcial” de la víctima.
sevilla
daniel cela
Los médicos
forenses, previo mandato judicial, son los primeros que reconocen a una
mujer que acaba de ser víctima de una violación. En ese primer contacto,
los profesionales tratan de hacer compatible las lesiones que encuentran en el
cuerpo de la mujer con su relato de los hechos. Pero a veces el relato está
incompleto o difuso. La víctima llega desorientada, nerviosa y es incapaz de
recordar qué le ha pasado y de dónde proviene el dolor de su cuerpo. Los
expertos lo llaman “amnesia retrógrada”.
Entre el 17
y el 20% de las agresiones sexuales a mujeres se cometen bajo el efecto de
alguna sustancia química. Lo que explica esa pérdida parcial de memoria y de la voluntad de la
víctima es una droga en su organismo, normalmente benzodiazepinas
(valium, orfidal, tranxilium, diezepan), escopolamina (conocida comúnmente
como burundanga), éxtasis líquido o rohypnol. Son sustancias que
provocan somnolencia o desinhibición del comportamiento, en dosis bajas hacen
efecto en una hora y desaparecen rápido de la sangre. En el argot policial lo
llaman sumisión química.
Hay unos 200
casos denunciados en Andalucía entre 2014 y 2016 (el 25% jóvenes de 14 a 16
años), según el Instituto Nacional de Toxicología. Se les llama la droga de los
violadores, porque es habitual que el agresor haya puesto alguna de estas
sustancias en la bebida de la mujer sin su consentimiento. Aunque las
estadísticas señalan que el 50% de estas agresiones sexuales se comete bajo
efectos del consumo excesivo de alcohol, y sólo un 30% tiene que ver con
pastillas contra el insomnio o antidepresivos.
Se les llama
la droga de los violadores, porque es habitual que el agresor haya puesto
alguna de estas sustancias en la bebida de la mujer sin su consentimiento
El informe
pericial de los forenses tiene que tener muy en cuenta esas lagunas en la
memoria, para que no se vuelvan en contra de la víctima durante el juicio. “Esa
desorientación con la que llegan al hospital les hace sentir inseguras.
Recuerdan pero no del todo, sólo flashes. Una chica se ha despertado
desnuda en la cama de un amigo (la mayoría de los agresores pertenece al
entorno cercano de la víctima) y se pregunta: ¿Cómo he llegado aquí? Poco a
poco reconstruye una escena sexual en la que ella estaba consciente, pero
incapaz de moverse”, explica Carmen Agüera, coordinadora de la Comisión de
Violencia de Género en el Hospital Costa del Sol, de Málaga.
En el 8º
Congreso para el Estudio de la Violencia contra las Mujeres, celebrado en
Sevilla, todas las forenses que han participado coincidían en la importancia de
abordar bien a las víctimas en las primeras horas posteriores a la agresión.
“Si ha habido sumisión química, hay que actuar con urgencia antes de que la
droga desaparezca del organismo. Pero no debemos precipitarnos, se necesita
mucho tacto, porque antes tenemos que ayudar a la mujer a reconstruir las
lagunas de su memoria. Y en esto es fundamental la manera de preguntarles. Por
encima de todo hay que evitar que sientan vergüenza o culpabilidad por no
poder recordar bien lo que les ha pasado”, explica Carmen Álvarez,
coordinadora del Instituto de Medicina Legal y Forense en Andalucía.
Durante uno
de los debates más intensos del congreso, Álvarez regañó a sus compañeros
policías y jueces sobre la manera de interrogar a la víctima. “En el primer
contacto con ellas, buscamos un sitio tranquilo e íntimo para la entrevista.
Les explicamos muy bien los pasos a seguir, las preguntas que les vamos a hacer
y el por qué de esas preguntas. Es importante que entiendan que no las están
juzgando, que las preguntas van encaminadas a encontrar e identificar al
agresor para así tipificar el delito”, dice. Preguntas como ¿Salió usted
sola de noche? ¿Se emborrachó? ¿Consumió alguna droga? ¿Invitó usted al
supuesto agresor a su casa? tienden a “revictimizar a la víctima si no
se formulan adecuadamente”, apunta.
Los médicos
forenses no suelen ser profusos en detalles en sus informes periciales, porque
la mujer aún está aturdida, sufre amnesia parcial, y su primera versión puede
ser algo diferente a la que luego aparecerá en la denuncia. Para evitar que
esos huecos en la memoria suenen más tarde a contradicciones y sean usados en
su contra durante el juicio, el Instituto de Medicina Legal de Andalucía
recomienda a sus forenses no extenderse en detalles en el informe.
“Para los
forenses, hay un camino fácil y otro difícil”, advierte Álvarez. El fácil es
que en la exploración del cuerpo de la víctima encuentren señales de
resistencia -moratones en el cuello, alrededor de la boca o en el interior de
los muslos- que en el juicio serán “circunstancias agravantes” contra el
agresor. El camino difícil es el de la sumisión química, porque no suele
haber lesiones ni señales de forcejeo evidentes. Existen indicios que se
repiten y refuerzan la acusación: cuando un cuerpo se convierte en un peso
muerto es difícil manipularlo y suelen aparecer enrojecimientos en las zonas
salientes (nalgas, omoplatos, codos, rodillas), de frotamientos con el suelo,
por ejemplo. Pero no siempre son concluyentes.
El forense
puede incluso hallar restos biológicos del acusado en el cuerpo de la víctima
-pelos, saliva, semen-, pero eso no demuestra que el sexo no fuera consentido.
“Una mujer drogada o bebida no pierde del todo la conciencia, ve lo que le
está pasando, pero no puede impedirlo, y más tarde le costará recordarlo con
claridad”, dice Agüera. El problema son esas preguntas del principio que,
las formulen o no así, la víctima también se hace a sí misma, porque “todo el
patriarcado y la cultura machista pesa sobre sus hombros”.
Qué dice el Código Penal
La sumisión
química entró en el Código Penal en 2010, en el apartado de abusos sexuales. Pero el uso de sedantes con fines
sexuales no está tipificado como agravantes. Es más, en algunos juicios ha
servido de atenuante demostrar que la víctima había injerido mucho alcohol o
que era consumidora habitual de marihuana. El problema es que la sumisión
química no computa como agresión sexual (equivalente a una violación) en el
Código Penal, sino como abusos sexuales, cuya pena es inferior.
La sumisión
química no computa como agresión sexual (equivalente a una violación) en el
Código Penal
Esto es algo
que muchos forenses y especialistas y agentes de Policía han criticado esta
semana durante los debates del 8º Congreso para el Estudio de la Violencia
contra las Mujeres, celebrado en Sevilla. Incluso Naciones Unidas, en la
Resolución 53/7 de la Comisión de Estupefacientes, insta a todos los países
a legislar sobre las “circunstancias agravantes en los casos en que se
administren subrepticiamente sustancias psicoactivas para cometer una agresión
sexual”.
En España,
el artículo 181 del Código Penal contempla penas de uno a tres años para quien
“sin violencia o intimidación y sin que medie consentimiento, realizare actos
que atenten contra la libertad o indemnidad sexual de otra persona”. Este
artículo considera abuso sexual la anulación de la voluntad de la víctima
mediante el uso de fármacos, drogas o cualquier otra sustancia natural o
química idónea a tal efecto.
En ese caso,
para los médicos forenses lo más urgente es tomar muestras de orina y sangre
para localizar restos de droga antes de que desaparezcan del organismo. Aquí
los tiempos están muy tasados y la mayor dificultad es que las víctimas hayan
esperado demasiado al denunciar y ponerse en manos del forense. El alcohol
permanece diez horas en sangre y orina, la burundanga deja poco rasto después
de una hora, en seis horas es difícil verla en sangre y a las 12 horas es
imposible hallarla en la orina. 24 horas después de una agresión sexual
bajo efectos de las drogas, la única opción de localizar restos es por el
cabello. Pero es una opción controvertida en los juicios, porque requiere
llamar a la víctima un mes después de la agresión para tomarle una muestra de
cabello, ya que los restos aparecerán en la raíz (el pelo suele crecer un
centímetro por mes).
La sumisión
química es un fenómeno más extendido entre los jóvenes menores de 30 años. Los chavales compran pastillas como
la burundanga en internet, a través de servidores que no están alojados en
España, y que la Policía clausura para ver cómo se reabren poco después con
otro nombre. Aunque en muchos casos se usan antidepresivos, ansiolíticos u
otras pastillas de la rama de los opiáceos que se consiguen en farmacia con
receta, y cuya venta y difusión se ha disparado a consecuencia de la crisis.
El otro
fenómeno “peligrosísimo” que se ha extendido en los últimos tres años es el de las
agresiones sexuales vinculadas con páginas de contacto en internet o
aplicaciones de móviles tipo Tinder. En este espectro, el perfil de la
víctima cambia completamente, suelen ser mujeres próximas a los 40 años que han
conocido a alguien por internet. “Es sorprendente como en ellas se agudiza un
sentimiento injusto de vergüenza y de culpa. Sienten que a su edad ya debían
ser conscientes de los riesgos de llevarse a un desconocido a casa y les cuesta
más denunciar. A las jóvenes les cuesta menos hablar”, concluye Álvarez.
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