Los Borbones, una saga llena de viciosos y tarados. Va por ti, Valtonyc
Jaume
Grau
Público
22 febrero,
2018
Valtonyc, el rapero de Sa Pobla,
deberá ingresar en prisión, después de que el Tribunal Supremo haya ratificado
su condena a 3 años y 6 meses por injurias a la corona, por faltar el respeto a
los Borbones. Por esta razón y a la vista de la sentencia, me parece que
valdría la pena recordar quienes son los Borbones y qué han representado para
España.
Los Borbones españoles tienen el
honor de encabezar la lista de las estirpes reales europeas más taradas y
despóticas. Y se han ganado esta plaza en la historia por méritos sobrados,
vamos, que han puesto esfuerzo y ganas.
Empecemos por el primer rey, Felipe
V, que se paseaba con el camisón de su mujer por el palacio real, no se lavaba
y defecaba por todas partes, pensando que era una rana. No se dejaba cortar el pelo,
ni las uñas de las manos ni de los pies, hasta que al final ya no podía ni
andar. Ah! Y tenía una obsesión enfermiza por el sexo, un rasgo caracterológico
que ha perdurado en la familia hasta nuestros días. Éste es el primer Borbón de
la dinastía española, el que inaugura la exitosa estirpe real.
Parece difícil de superar, pero los
que le irían sucediendo supieron estar a la altura. Su hijo, Fernando VI, tenía
la manía de morder y pegar sus subordinados, hasta el punto de causarles
importantes heridas. Bailaba en ropa interior y sólo se calmaba después de una
buena dosis de opiáceos.
El siguiente rey, Carlos III, era un
personaje melancólico, un tanto extraño. Se casó a los 22 años con Amalia de
Sajonia que tenía 13. Estaba tan entusiasmado con las alegrías de la vida
conyugal con su esposa, una niña a todos los efectos, que contaba en carta a
sus padres las relaciones carnales que mantenía, lo que suelen hacer todos los
hijos, claro. Carlos III se ha llevado la fama de ser el único Borbón
medianamente presentable, porque supo delegar en ministros competentes. Pero…
cuidado! Delegaba porque no estaba nunca en la Corte, se pasaba el día cazando.
De hecho, en la Corte, se estaba una media de seis o siete semanas al año; el
resto lo pasaba en el campo. A Carlos III se le conoce como “El cazador” y un
retrato de Goya muestra al rey ya chocho, escopeta en mano.
Goya también pintó a la familia real
de Carlos IV: un retrato despiadado donde quedan reflejados todos los defectos
y vicios del grupo en su conjunto. No se salva ni uno. Carlos IV se pasaba el
día cazando como su padre, le gustaba hacer de carpintero y era un personaje
manipulable, influenciado por su mujer, María Luisa de Parma, que colocó a su
amante, Godoy, como ministro universal. Carlos IV cedió los derechos de la
corona española a Napoleón por una modesta suma: 30 millones de reales anuales,
el precio de su patriotismo. Su hijo Fernando, también obtuvo una pensión, eso
sí, más escasa, de 4 millones de reales.
Después
sería rey, Fernando VII, “El deseado”, un crápula vicioso y lúbrico, con un
miembro viril desproporcionado como dejó anotado en sus diarios un médico de la
época: “un Miembro viril fino como una barra de lacre en la base, y tan
gordo como el puño en super extremidad; además, tan largo como un taco de
billar“. Fernando VII tiene el honor de ser considerado el peor rey de la
historia de España; un título, todo hay que decirlo, por el que compiten otros
familiares suyos. No tuvo descendencia masculina, proclamó la Pragmática
Sanción que anulaba la Ley Sálica y que permitía gobernar a su hija Isabel en
lugar de su hermano Carlos, que habría sido el sucesor natural al trono. Este
hecho desencadenaría un conflicto dinástico que ocasionaría tres guerras y
miles de muertos durante el siglo XIX: las Guerras Carlistas.
¿Qué decir de Isabel II, “la
Isabelota”? Heredó el apetito sexual de su padre, era consentida e
influenciable, y en la corte se rodeaba de personajes grotescos, como sor
Patrocinio, la monja de las llagas. Mientras, su madre María Cristina reunía
una gran fortuna gracias a su influencia política y a su participación en el
negocio del ferrocarril en la península. Lo de las comisiones.
La revolución de la Gloriosa, fue el
primer intento de echar a la dinastía de una vez por todas, pero sin éxito. La
muerte de Prim, la abdicación de Amadeo de Saboya y los conflictos de la
Primera República, permitieron la restauración de la monarquía en la persona
del hijo de la reina Isabel y un comandante de ingenieros valenciano, Enrique
Puigmoltó. Alfonso XII, el “triste de sí”, era un joven enfermizo y melancólico
que, a diferencia de sus antecesores, recibió una formación más completa en
diferentes países europeos, lo que no le impidió cometer algún desliz de
pardillo que le conllevó importantes problemas diplomáticos con Francia.
Alfonso XII murió de tuberculosis y su esposa, la reina María Cristina, actuó
como regente hasta la mayoría de edad de Alfonso XIII.
El nuevo rey destacó por su ademán
soberbio y su chulería, por su voluntad de no someterse a las limitaciones
constitucionales, por su nefasta obra de gobierno, por los desastres militares,
por la dictadura de Primo de Rivera y … ¡Ah! Por una cuestión positiva: ser
promotor del cine, gracias a las películas pornográficas que financió de su
bolsillo y que realizaron los hermanos Baños. Ahora están en depósito en la
Filmoteca de Valencia.
Su hijo Juan, padre del actual rey
emérito, después del golpe de estado fascista, corrió a ponerse a disposición
de Franco, aunque el general Mola impidió que se uniera a sus fuerzas, para no
provocar malestar con los carlistas. El conde de Barcelona se afanó para volver
al trono, y envió a su hijo Juan Carlos a España para que estudiara con los
facciosos. ¿Qué mejor educación se puede dar a un hijo? A pesar de los acercamientos
del conde de Barcelona, a la oposición moderada, el interés real de la
familia no era el restablecimiento de la democracia, si no la restitución de su
estirpe dinástica, por el medio que fuera.
El rey Juan
Carlos siempre tuvo en consideración al dictador; de hecho no ha permitido que
nadie hable mal de Franco en su presencia. Juan Carlos propició consciente o
inconscientemente el golpe de estado del 23-F, hablando como un bocazas con sus
generales de la situación política en España y de los cambios que serían
necesarios. Los cambios se produjeron por vía de la destitución de Adolfo
Suárez, pero el golpe ya estaba en marcha. El rey Juan Carlos, como muchos
antiguos antecesores suyos, ha tratado de engrasar su cartera hasta acumular
una fortuna que The New York Times estimó en 2.300 millones de dólares,
todos en negro, porque no consta que haya declarado nada a Hacienda de sus
ingresos extraordinarios. Juan Carlos, como sus antepasados, ha practicado sin
descanso dos de las aficiones que siempre han distinguido los Borbones: la caza
y el fornicio. Del fornicio real de Juan Carlos se han derivado gastos
extraordinarios pagados con fondos reservados para ocultar algunas de las
numerosas aventuras que ha ido acumulando durante su reinado.
Después de
aguantar estoicamente durante 300 años el gobierno de una dinastía tan
peculiar, parece que todavía no ha llegado el momento de hablar, de expresar
con libertad qué ha significado para los sufridos ciudadanos de esta península,
haber sido dominados por el capricho de un ADN borbónico tan extraordinario. Y
aún tenemos que aguantar que se cierre en la cárcel a todo quisqui que se
atreva a tweetear, hablar, cantar o rapear. Como en el caso de un joven
valiente de 23 años, de sa Pobla.
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