Público
Ocho horas brutales
Cristina Fallarás
Periodista
01/06/2018
Que Rajoy no
tiene respeto alguno por los ciudadanos ha quedado demostrado sencillamente con
sus medidas de gobierno y con su participación en el tremebundo robo y
destrucción de lo público. Pero ocho horas de sobremesa…
Ocho horas en las que se dirigían a
él los representantes de millones de ciudadanos.
Ocho horas en las que él
representaba, ante lo que estuviera bebiendo, a millones de ciudadanos.
Representando a millones de ciudadanos ante la botella de un restaurante de
lujo.
Ocho horas
en las que quedaba retratado el hombre que ha gobernado este país,
brutal retrato, inconcebible.
Ocho horas de pasmosa ausencia de un
presidente del Gobierno durante los parlamentos de la moción que en el Congreso
de los diputados decidía el futuro de millones de personas, no sólo españolas.
Ocho horas
en las que también quedaba retratado un país, España, cuyo líder político más
votado se solaza en un restaurante de lujo faltando a sus
responsabilidades más básicas.
Ocho horas como un niño idiota se
salta las clases, como un niño idiota celebra en el váter el acoso a los
compañeros.
Ocho horas para saber en manos de
quién ha estado el futuro de nuestros hijos e hijas, el presente de nuestros
padres y nuestra propia pelea diaria por sobrevivir.
Ocho horas
para entender qué piensa el partido más votado de España sobre lo que
significa gobernar.
Ocho horas humillando a millones de
ciudadanos en un lugar al que nunca –ni ellos ni la inmensa mayoría de quienes
viven en España– tendrán acceso.
Ocho horas
humillando al país entero que se preguntaba dónde estaba su presidente,
el protagonista de todo lo que sucedía lejos, muy lejos de donde él se fumaba
un puro.
Ocho horas para demostrar que la
Historia no recordará a este infame que creyó que un país es un conjunto de
idiotas a los que sangrar y desplumar a mayor gloria de quienes le pagan a él,
quién sabe quién, quién sabe dónde.
Ocho horas siniestras de un
presidente de Gobierno, del presidente del Gobierno de un país europeo con 47
millones de ciudadanos, que considera un bar mejor lugar que el Congreso de los
diputados, lugar de representación política.
Ocho horas
inimaginables.
Ocho horas indelebles que borran y a
la vez evidencian toda una acción de Gobierno, y a todo un partido, y toda una
época, y también a este país, España.
El
presidente del Gobierno, Mariano Rajoy Brey, entró en un exclusivo
restaurante madrileño a comer y salió de allí pasadas las 22h. Durante ese
tiempo, los representantes de varios millones de ciudadanos tuvieron que dirigir
sus palabras a la silla que había dejado vacía en el Congreso. En el Congreso
se llevaba a cabo un acto que cambiará la historia del país. El protagonista de
todo lo que sucedía era precisamente Rajoy, no en su calidad de Mariano, sino
en la de presidente del Gobierno de España. La deserción de su puesto deja en
evidencia lo que ya sabíamos, que a este tipo no le importan los ciudadanos, ni
sus representantes, ni las instituciones públicas, ni nada decente, digno u
honrado. Pero es que no se trata de un diputado, de un alcalde, de un senador,
de un alto funcionario. ¡Se trata del presidente del Gobierno!
Muy pocas
veces me quedo sin palabras, llevo toda la vida escribiendo. Esta es una: ver
al presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy Brey, salir de un
restaurante con un par de escoltas guiando su desorientación mientras en el
Congreso de los diputados se discutía el futuro de España. Futuro. España. No
sé qué futuro puede alumbrar este monstruoso pasado.
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