La
Fundación Franco se querella contra Wyoming, Dani Mateo y laSexta por
"vulnerar el honor" del dictador
Y parece que fue ayer pero hace ya muchos años que
murió el dictador en una cama de la Seguridad Social sufriendo una interminable
agonía que su yernísimo el señor Martínez junto con la aquiescencia de
políticos, médicos, la iglesia católica y estómagos agradecidos alargaron al
máximo mientras esperaban un milagro que no se produjo. Creían que era
inmortal y se resistieron todo lo que pudieron para que subiese al cielo
rápidamente. Algunos esperan que pueda resucitar, otros lo quieren hacer santo.
Ahora yace bajo una losa de más de mil kilos en un mausoleo faraónico que mandó
construir a su imagen y semejanza.
Antes de convertirse en el “Enviado de Dios” era un ambicioso militar que, como
hizo durante toda su vida, nadaba y guardaba la ropa. Se sublevó en nombre de
la República (a la que había jurado fidelidad) con una carta al
Presidente, ambigua y llena de posibles interpretaciones futuras, para el
hipotético caso de que fallase la sublevación, poder decir donde dije digo,
digo Diego... Rizar el rizo de la felonía.
Las cosas salieron a pedir de boca cuando la
Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana le proporcionó el Nihil Obstat y
santificó su guerra, pasando a llamarse desde ese momento La Cruzada de
Liberación, prohibiendo el término Guerra Civil. De Glorioso Alzamiento
pasó a ser Glorioso Movimiento, porque alzamiento es un eufemismo de traición y
ese era el delito y a la vez indignante paradoja, por el que fusilaba a los
republicanos en cuyos certificados de defunción (cuando existían) los médicos
diagnosticaban infarto o derrame cerebral, según lo destrozado que quedaba el
cadáver. (La muerte de Federico García Lorca quedó inscrita en el Registro
Civil de Granada en 1.940: “…a consecuencia de heridas producidas por hecho de
guerra.”)
Fue ascendido a Excelentísimo Caudillo de
España por la Gracia de Dios, Generalísimo (General Superlativo) de los
Ejércitos de Tierra, Mar y Aire. Su Excelencia el Jefe del Estado entrando en las
iglesias bajo palio, dejando en la puerta la fantástica, espectacular y
colorista guardia mahometana montada a caballo, como sacada de un cuento de las
Mil y Una Noches, lo que no producía la menor alteración en su innata y súper
alabada (por sus hagiógrafos) modestia. Se comprende que los obispos, la
Iglesia católica, aceptase, o hiciese la vista gorda mirando hacia otro lado
ante semejante parafernalia, que no dejaba de ser una incongruencia y una
paradoja, considerándolo un simple pecado venial (¿de soberbia o complejo de
inferioridad?) pero que alimentaba la tremenda egolatría del dictador. Ahora,
después de tantos años que murió el general rebelde, en plena democracia, con
una Constitución que el militar sátrapa nos robó, salen a la calle a pedir, (¡nada
más ni nada menos!) libertad. Entre otros calificativos menos cristianos, eso
se llama Santa Desvergüenza señores obispos.
Su controvertida
figura fue engalanada durante cuarenta años por los turiferarios y hagiógrafos
que en un afán desmedido por elogiarle no dudaron en blasfemar, ni en utilizar
todos los adjetivos grandilocuentes habidos y por haber.
A lo largo de su vida se le comparó con el
arcángel San Gabriel, con Alejandro el Grande, con Julio César,
con Carlo Magno, con el Cid, con Carlos V, con Felipe
II, con Napoleón, Fernando el Católico, el Gran Capitán,
Agamenón (?), Almanzor, Federico II de Prusia, Recaredo...
Sus detractores tampoco dudaron en
adjudicarle algunos epítetos que han pasado también a la historia (Enano
Mantecoso), aunque, quizás, no tan duros como los de sus propios compañeros de
armas: Paca la Culona (en un escrito se lo atribuí erróneamente al general
Yagüe pero parece ser que este calificativo se lo puso el también traidor
general Queipo de Llano) Franquito, Miss Islas Canarias, Franquito el Cuquito,
Doña Francisquita...
Dijo:
“Si es necesario mataré un millón de españoles”.
Y en otra ocasión añadió:
¡Mi mano no temblará!
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