Pederastia en la Iglesia
española: el silencio de las sotanas
“Me besó en
la mejilla y luego en los labios; quedé paralizado”. La vida de Miguel Ángel
Hurtado, un psiquiatra español que vive en Londres, nunca fue lo mismo después
de cumplir los 16 años, cuando un sacerdote sexagenario se acercó a él con
intenciones espurias que nada tenían que ver con enseñarle las bondades del
catolicismo. “Teníamos conversaciones sobre muchos temas, sobre la familia,
sobre los amigos, hasta que empezó a introducir el tema sexual. Todo fue muy
sutil. Primero me besó en la mejilla. Yo pensé que fue un beso de cariño, pero
acabó besándome en la boca. No entendía nada de lo que estaba pasando”, asegura
Hurtado en una entrevista para Diario16.
El papa
Francisco ha advertido de que todo aquel religioso, hombre o mujer, que se vea
implicado en un caso de abuso infantil, deberá dimitir de su ministerio con
independencia de cuál sea su escalafón en la jerarquía eclesiástica, imponiendo
por fin la doctrina de la tolerancia cero con este tipo de prácticas
abominables. El sumo pontífice amplió su advertencia a cualquier superior que
encubra o no actúe con la debida contundencia ante un caso de pedofilia llevado
a cabo por un subordinado. Es evidente que el papa ha declarado la guerra a los
acosadores sexuales que ocultan sus vicios tras el hábito, aunque aún queda
mucho camino por recorrer y un sector de la jerarquía eclesiástica se resiste a
abrir los archivos secretos del Vaticano, donde se almacenan miles de
expedientes de abusos a menores.
No hay más
que echar un vistazo a los periódicos para darse cuenta de que el problema para
la Iglesia adquiere tintes de auténtica epidemia. Pese a la actitud decidida
del Papa Francisco I de actuar contra los pederastas de sotana, la Conferencia
Episcopal Española asegura que no dispone de datos sobre cuántos religiosos se
han visto involucrados en este tipo de escándalos en los últimos diez o quince
años en nuestro país. “Los datos están en cada diócesis y las diócesis dependen
de Roma, no de la Conferencia Episcopal Española, que no es un organismo superior
jerárquico. La Conferencia no es más que una oficina que está para servir en
las necesidades de la Iglesia, está por debajo de las diócesis, no por encima”,
asegura a Diario 16 José Gabriel Vera, portavoz de la Oficina de Prensa de la
Conferencia Episcopal.
Pero recabar
de cada diócesis cifras concretas no es tarea fácil y ningún medio de
comunicación ha conseguido acceder, de momento, a ese material sensible. De
manera que una vez más la burocracia y la complicidad de los demás poderes del
Estado, que prefieren no toparse con la Iglesia, sirven a la jerarquía católica
para ocultar una realidad que puede llegar a ser aterradora. Ni el Gobierno, ni
las fuerzas de seguridad, ni el poder judicial suelen ser transparentes a la
hora de aportar toda la información de que se dispone sobre casos de pederastia
en el seno de la Iglesia española, como si los diferentes resortes del Estado
trataran de proteger la imagen sagrada del catolicismo. De momento, el número
de religiosos condenados judicialmente asciende a poco más de una docena, una
cifra insignificante si se compara con los historiales que pueden estar ocultos
en los despachos y archivos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el
organismo vaticano competente para investigar este tipo de sucesos. Pepe Rodríguez, periodista, escritor y
autor de La vida sexual del clero (Ediciones B, 2005) asegura que la Iglesia
española ha encubierto sistemáticamente, durante décadas, los numerosos
escándalos de pedofilia.
“Llevo desde el año 1993 documentando casos y
ya he registrado más de cuatrocientos. He visto casos de curas que han dejado
embarazadas a niñas y les han tapado la boca con una pensión, niños bolivianos
abusados, he visto de todo. La Iglesia de este país es particularmente
hipócrita y sinvergüenza”, asegura.
La curia católica suele ampararse en el
secreto de sumario que el Derecho Canónico impone a este tipo de procedimientos
para no facilitar información. “Vale que no den los nombres y apellidos de los
curas implicados en cada pueblo, pero una estadística al menos sí deberían
ofrecer”, insiste Rodríguez. Otros estudios, como el llevado a cabo por la
Universidad de Salamanca, sugieren que entre un 4 y un 9 por ciento de los
casos de abusos a menores registrados en España son cometidos por religiosos, en
su mayoría por curas contra niños varones.
Datos
preocupantes que contrastan con la opinión de aquellos prelados de la curia
española que suelen minusvalorar la importancia de estos escándalos, asegurando
que la corrupción infantil ejercida por miembros del clero es mínima o
residual. La actitud rotunda y decidida del papa Bergoglio de acabar con esta
lacra de una vez por todas no parece que despierte gran entusiasmo en algunas
altas esferas de la Iglesia católica. En la Conferencia Episcopal Española, sin
ir más lejos, algunos mantienen una interpretación algo distinta a la postulada
por el sumo pontífice. Mientras unos obispos reclaman más contundencia en la
lucha contra la corrupción de menores, como monseñor José Ignacio Munilla,
obispo de San Sebastián, quien ha mostrado su “absoluta condena ante estos
gravísimos crímenes”, otros matizan y prefieren lavar los trapos sucios en
casa, como Antonio Cañizares, arzobispo de Valencia, quien en algún momento ha
llegado a afirmar que esta problemática no le preocupa “excesivamente”,
alegando que las denuncias forman parte de una campaña de ataques contra la
Iglesia “para que no se hable de Dios”. Por declaraciones como estas y otras
contra los homosexuales y la igualdad entre hombres y mujeres el papa Francisco
ha llamado a capítulo a Cañizares. “Francisco no ha endurecido la normativa
contra estos actos, se ha limitado a aplicar las normas del Vaticano que ya
existían con Benedicto XVI, que incluso mantenía reuniones con las víctimas.
Eso sí, este papa ha dado más visibilidad al problema”, explica un portavoz
autorizado de la Conferencia Episcopal.
En palabras
de Francisco I, los instructores “no dan abasto” ante el elevado número de
expedientes que llegan a diario a la oficina vaticana. Y es que limpiar la Iglesia
católica de pederastas es un trabajo que podría llevar más de cincuenta años. A
estas alturas resulta más que obvio que la pederastia en la Iglesia de Roma
amenaza con socavar los mismos cimientos de esta institución dos veces
milenaria. Los primeros casos se destaparon en la década de los años 90 del
siglo pasado, en concreto en las Iglesias de Estados Unidos e Irlanda, sobre
todo en seminarios, colegios e internados dirigidos por religiosos. Más tarde,
desde que en el año 2001 periodistas del diario Boston Globe empezaron a
investigar los abusos a menores en el estado norteamericano de Massachussets
–un suceso que ha dado lugar a Spotlight, la excelente película premiada en la
pasada ceremonia de los Oscar– el goteo de escándalos ha sido constante en todo
el orbe católico. Y el terremoto, como no podía ser de otra manera, también ha
alcanzado a la Iglesia española.
Solo en la última década, el
Vaticano ha recibido más de 6.000 denuncias por casos de pederastia, una media
de 600 por año.
Más de 3.400
expedientes han sido instruidos e investigados por la Congregación para la
Doctrina de la Fe entre 2004 y 2013 y al menos 800 religiosos han sido
expulsados de la Iglesia. Pero, ¿cuál es la magnitud real del problema?
¿Cuántos asuntos no salen a la luz pública? Y sobre todo, ¿cuántos terminan no
con un castigo ejemplar sino con una simple advertencia al sacerdote para que
enmiende su conducta y vuelva al camino recto trazado por el Señor? En España,
los últimos años han sido los peores y numerosos curas han tenido que
enfrentarse a las acusaciones de pederastia. “Me desperté porque noté que me
estaban tocando. Me hice la bolita hasta que se cansó, no sé cuánto duró. Pero
al final se fue. Aquellos profesores tenían más de cien niños a su cargo, que
sus padres enviaban sin darse cuenta a la boca del lobo”, relata otra víctima
de abusos.
Diario16
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