Público
Memoria Histórica 'A Capirota', la lavandera gallega
que se enfrentó sola a la manada fascista
La
localidad pontevedresa de Marín conmemora el asesinato de Carmen Pesqueira
Domínguez, una madre soltera de 29 años que murió torturada, apaleada y
tiroteada a manos de un grupo de falangistas con quienes se encaró cuando
apaleaban a un hombre en agosto del 36
Carmen
Pesqueira Domínguez
A CORUÑA
JUAN OLIVER
Si lo que le pasó a Carmen hace 82 años hubiera
sucedido hoy, este país se habría levantado entero para exigir castigo para la
manada de criminales que la asesinaron. Ni un sólo líder político se atrevería
a no honrarla públicamente para reconocer en su valentía un ejemplo de dignidad
democrática. Ninguna institución, ningún partido, ningún medio de comunicación,
habrían dejado de catalogar su muerte como una execrable muestra de la peor
violencia machista.
Pero sucede que a Carmen, trabajadora de un pequeño
pueblo de la costa gallega, la mataron en agosto de 1936 pocas semanas después
del levantamiento militar. Y Sus asesinos eran falangistas. Por eso su
historia, de algún modo, sigue manchada. Porque todavía hay quien ampara
crímenes como el suyo negando su recuerdo, en la absurda creencia de que las
víctimas de la injusticia están obligadas a confundir perdón con olvido, desmemoria
con reconciliación.
La Asociación pola Recuperación da Memoria Histórica
de Marín (Pontevedra) homenajeó ayer a Carmen Pesqueira Domínguez, a quien todo
el mundo en su pueblo conocía como A Capirota. Murió el 18 de agosto de 1936 a
manos de una banda de falangistas a quienes tuvo la osadía de enfrentarse, ella
sola, cuando estaban dándole una paliza a un pobre hombre.
Esa misma noche la secuestraron, la vejaron, la
torturaron, la apalearon y la mataron a tiros. Al día siguiente, pasearon su
cadáver por el pueblo y por otras localidades cercanas, hasta dejarlo
abandonado en la calle como macabra advertencia de lo que podría sucederles a
quienes, como ella, se atrevieran a cuestionar la barbarie que acababa de
llegar a España.
Galicia fue uno de los primeros territorios que cayó
en manos de los golpistas. Y en las primeras semanas posteriores al 18 de julio
se sucedieron centenares de asesinatos, secuestros, violaciones, detenciones
ilegales y juicios sumarísimos. Se paseaba y se asesinaba no sólo a políticos y
políticas, funcionarios y funcionarias, sindicalistas, líderes agrarios,
escritores y escritoras, intelectuales, médicos, jueces y juezas, maestras... A
cualquier persona que se hubiera significado a favor de la República, del
Frente Popular o, sencillamente, de la democracia, los derechos de los
trabajadores y la justicia social. Y no sólo a ellos. También a quien osara no
bajar la voz y la mirada ante el fascismo, o a quien lo desafiara negándose a
alzar la mano y cantar el Cara al sol. Sus cadáveres aparecían cada mañana en
las cunetas, en las playas, en los pozos, en las minas... Por las noches
sonaban tiros de gracia en los montes, en los caminos y junto a las tapias de
los cementerios.
En ese contexto de guerra y de violencia atroz, en
el que el bando franquista emprendió un plan sistemático para aterrorizar a la
población, la reacción de Carmen ante la manada fascista tiene un mérito
inusual. Porque todos sabían que no esconderse del terror podía costarte la
vida. Más aún si eras mujer y, como ella, estabas sola.
Carmen había nacido en una humilde familia de
pescadores que no pudo proporcionarle más formación que la que la llevó a ser
costurera y lavandera de ropa ajena. Solía lavar para los religiosos de un
priorato cercano y para las familias pudientes de Marín. Con eso se ganaba la
vida y mantenía a su hijo, quien por entonces tenía cuatro años. Era madre
soltera. Otro estigma para una mujer en aquella Galicia que se volvería negra a
partir del verano del 36.
A Carmen no se le conocía filiación política.
Algunas fuentes aseguran que tenía un punto contestatario y que simpatizaba con
quienes defendían los derechos de los humildes. Pero nadie lo ha probado y no
existen registros ni documentos que certifiquen su pertenencia a organización
política o sindical alguna. Tampoco su trabajo de lavandera se desarrollaba en
un sector donde se hubiera conformado un movimiento asociativo pujante con
mujeres proletarias, como sí existía en la industria conservera, en los
puertos, en la pesca y en la actividad agraria y campesina.
Carmen solía ir a lavar la ropa junto a otras
compañeras a un lavadero bajo un puente al que se llegaba andando por la rúa da
Ponte, una avenida que aún hoy sigue existiendo en Marín. Dejaba allí la ropa a
secar al sol de verano, y volvía a recogerla más tarde. Cuando fue a hacerlo
aquel día, se topó con un grupo de falangistas que apaleaban a un hombre en
mitad de la calle, que se había quedado desierta ante la atemorizadora
presencia de la manada. Entre ellos estaba Bruno Schweiger, el capitán Bruno,
jefe de la Centuria de Zapadores de Falange en Marín y uno de los más temidos
líderes de la represión en la comarca.
Los falangistas la secuestraron esa misma noche. Se
la llevaron al Pozo da Revolta, en el lugar de Bagüí, en la parroquia de Mogor,
donde la violaron, la torturaron y la molieron a golpes. Allí dejaron su
cadáver, tiroteado.
Volvieron a la mañana siguiente. La muerte de Carmen
tenía que ser el ejemplo de lo que les sucedería a quienes se atrevieran a
desafiarles. Más aún si era mujer, y trabajadora, y madre, y soltera. Así que
montaron su cuerpo en una camioneta y lo exhibieron por los pueblos cercanos.
Al final lo abandonaron en una calle de Bueu, a doce kilómetros. En el registro
civil de esa localidad certificaron su defunción, pero quien redactó el
documento ni siquiera se atrevió a constatar que había muerto a tiros. El
certificado saldó la causa del deceso con un escueto resumen: “Herida en el
corazón”. El paso del tiempo ha convertido la frase en poética metáfora de las
secuelas del franquismo en Galicia, y en España.
Desde hace diez años, un monumento recuerda en el
Pozo da Revolta a todos los represaliados de la zona que, como Carmen, fueron
paseados, ejecutados, secuestrados, torturados, encarcelados o sancionados por
la manada. La Asociación pola Recuperación da Memoria Histórica de la localidad
los homenajea cada 18 de agosto, todos los años.
Daniel Pereira Figueroa, Dolores Cea
Montenegro, Dolores Macías González, José Barreiro Núñez, Elsa Omil Torres,
Armando Iglesias Pérez, Adelina Otero Martínez, Ramona Otero Martínez, Eugenio
Dopazo Calviño, Antonio Blanco Solla, Ramón Fondevila Martínez, Santiago Ramos
Ramos, Elena Prol Peña, Manuel Sayar Orellano, Bernardino de la Torre
Fernández...
Marineros, pescadores, agricultoras, canteros,
albañiles, obreras, maestras de escuela... Según el proyecto Nomes e Voces, que
en el 2006 unió a las tres universidades gallegas con el Gobierno de la Xunta
del PSOE y el BNG para investigar la represión franquista en Galicia, 156
vecinos de Marín la sufrieron en los primeros años de la guerra. En toda
Galicia se contabilizan cerca de 15.000 víctimas.
En mayo pasado, el Ayuntamiento de Marín, que
gobierna María Ramallo, del PP, aprobó una moción iniciada por el Bloque
Nacionalista Galego para dar el nombre de Carmen Pesqueira a una céntrica plaza
de la localidad, junto a la calle de A Roda, en el antiguo camino al puerto y a
unos centenares de metros de donde ella se enfrentó a la jauría. 82 años
después de su muerte, descubrieron una pequeña placa que demuestra que las
heridas que acabaron con su vida y con las de miles de personas de bien como ella
sólo cicatrizan cuando el pueblo unido le deja bien claro a la manada que no
olvidará nunca el dolor que produjeron.
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