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jueves, 20 de noviembre de 2025

 



Crémer y Durruti: la «Fábula de B. D.»

serhistorico.net

Tras el éxito de la militarada de julio de 1936 en la ciudad de León, el poeta Victoriano Crémer Alonso (Burgos, 1907 – León, 2009) fue detenido y encerrado en el convento de San Marcos. Era simpatizante de la CNT, colaborador habitual en la prensa obrera y hacía pocos meses que había ayudado a organizar la agrupación local del Partido Sindicalista de Ángel Pestaña, ejerciendo de vocal.

Crémer no tardó en ser liberado y, días antes de acabar el año 36, comenzó a colaborar en Diario de León, al que mandó algunos poemas[1]. No obstante, volvió a dar con los huesos en la cárcel, esta vez en Puerta Castillo, acusado de participar en un complot hedillista contra Franco. Saldrá a finales de 1937 a cambio de colaborar en el montaje de los talleres de Proa, el diario provincial de Falange. El director del periódico había propuesto su nombre al juez auditor que llevaba su causa, y Crémer aceptó. El asunto nunca fue dirimido del todo por el poeta, soslayando su responsabilidad cuando se le preguntaba: «(…) me vi convertido en Jefe de talleres»[2]. Era el peaje para salvar la vida; pero también una traición a sí mismo y a otros camaradas que no transigieron con propuestas similares, como su buen amigo José Villaverde Velo.

Tan solo un mes después, en el ejemplar de Proa del 27 de enero de 1938 aparece una columna anónima, en primera plana, escrita por él bajo el epígrafe “Asterisco”. Saldrá casi a diario durante año y medio (reaparecería más tarde, cuando el periódico se convierta en La Hora Leonesa, y formará parte de Diario de León durante décadas), y en ella pueden leerse alabanzas a Franco y a José Antonio, además de poesías firmadas con el pseudónimo Asterisco dedicadas, entre otros, a José Calvo Sotelo (13 de julio de 1938) y Onésimo Redondo (24 de julio de 1938)[3]. Mientras tanto, su quinta es llamada a filas y participa del lado de los sublevados en la Guerra Civil.

Sin embargo, los problemas no habían terminado para el poeta: tuvo que hacer frente a otra denuncia en 1938 y, tres años después, el Tribunal Provincial de Responsabilidades Políticas le abrió expediente; fue incluido en la lista de masones leoneses, y fue multado por un artículo de Diario de León e inhabilitado durante 12 años, aunque finalmente resultaría absuelto.[4]

En 1944, más libre de sospecha y junto a otros poetas locales, fundó la revista Espadaña, medio de expresión de la poesía leonesa desarraigada, crítica y existencial. En el suplemento de su número 20, en forma de folleto, publicó en enero de 1946 el poema a dos voces Fábula de B.D., dedicado a Buenaventura Durruti. Durante la posguerra franquista, «Espadaña representó una rebelión contra la poesía promovida por el Régimen»[5] y era, sin duda, el lugar más adecuado para esta peculiar elegía. Fue editada poco después en el libro de poemas Caminos de mi sangre (1947)[6], en que aparece situada antes de otro largo poema, Fábula de Judas el Iscariote, conformando así el relato poetizado de dos injusticias: la muerte de Durruti y la traición de Judas.

Fábula de B.D. realiza una aproximación a la vida del famoso militante anarquista leonés y, a su vez, desarrolla uno de los tópicos más abundantes de la producción cremeriana: una poesía cuya función, «no es otra que comunicarse con los hombres»[7]. Está repleta de imágenes y símbolos, donde se describe a León mediante figuras, la ciudad de infancia y adolescencia de Durruti (“Banderillas de chopos”, “dos ríos morosos” o “Y allá, por San Froilán, se hace romera”); también la toma de conciencia del joven obrero, ante una sociedad injusta y desigual, abocado al activismo revolucionario y a la búsqueda del Amor, la Justicia y la Verdad, y hasta incluye un escueto romance donde ahonda en esta idea del compromiso social. Más adelante, llega a «ensalzar su sacrificio por “la esperanza del hombre de tu especie”»[8].

Y por supuesto, incide en su dolorosa muerte en el frente de Madrid, en noviembre de 1936 (“Y te mataron sí. Fue por la espalda”, “La bala se abrió paso entre venas / no te pudo ver la cara”), que dejó huérfana a toda la familia antifascista ibérica y llevó a convertir al valiente luchador libertario en un héroe popular generacional. Fue así Durruti un nuevo Quijote, un idealista Cid (hasta en cuatro ocasiones lo denomina “Campeador” en el poema), amigo de los más desfavorecidos. La desolación y el desgarro existencial por las consecuencias de la Guerra Civil están omnipresentes en los versos.

Por último, es preciso reflejar el gran arrojo y la habilidad de Crémer para conseguir burlar a la censura con la publicación de este poema en 1946, quizá favorecido por la posible ignorancia censora de las iniciales del título[9], pero que en ningún caso resta mérito a un escritor represaliado y valiente, auténtico precursor de la poesía social, quien tuvo la osadía de recuperar a la figura de Durruti y defender «una rehumanización y una liberalización»[10] de la lírica, desde dentro de un país con un sistema dictatorial, corrupto y asfixiante.

Reproducimos, a continuación, el texto completo del poema. Hemos tomado como referencia el texto íntegro que recoge la plaquette de la primera edición, publicada en 1946, de Ediciones Espadaña.

Portada de la primera edición, en Ediciones Espadaña, de 1946

FÁBULA DE B. D.

YA entonces presagiaban sus pupilas

densos mares de bronce; ya sus manos

hondeaban confines desmedidos

como oscuros costados

abiertos por la piedra violenta.

Frías sangres de plomo y sobresalto

ahogaban catedrales, como estrellas

sumergidas; palacios

de resonantes ecos; hospitales

indiferentes; bancos

alegres como jaulas, y presidios

como pozos…

Ya entonces, tal el náufrago

asido a su derrota inevitable,

siente el siniestro giro de los pájaros

o el tirón submarino de la muerte,

y el pasado le hiere como un astro

de hielo, indiferente,

pero gozosamente necesario…

Así, ya entonces, el recuerdo era

un espeso clavel de aceite y bruma

brotado entre los dientes de las olas

como en un triste campo abandonado:

LA ciudad derramada por la vega

como un turbio rebaño.

Banderillas de chopos, fríamente

elevadas en el lomo de los campos.

Y dos ríos morosos, apretándose

las delgadas cinturas de muchachos.

Alguna vez el sol de mediodía

desnuda sus doscientos campanarios.

Y un clamoreo de veletas locas

centellea en lo alto.

Hay un eco profundo de campana

que conmueve su hondón de polvo y barro.

La ciudad, abrumada de silencios,

duerme, barriga al sol, como un lagarto.

Y allá, por San Froilán, se hace romera

y se empavona y reza en Jueves Santo.

Si no fuera que el sol, despavorido,

enciende los tejados

y su rejón de fuego se derrama

sobre el manso recinto amurallado,

diríase que duerme la ciudad

desde siempre; que sueñan su trabajo

los millares de seres que recorren

infatigablemente el mismo itinerario,

corrompidos de buenos pensamientos;

que es noche todo el día y que ese fardo

de sombra y de silencio y de morirse

soñando que se vive, sin soñarlo,

es eterno.

Y el hombre se resigna

y la ciudad, se duerme boca abajo.

¡QUÉ miedo me da la noche

cuando la llaman las calles

estrechas, sin luz de luna,

que no las pasea nadie!...

Yo sé que rojas pupilas

se desnudan como sables

para cortar la garganta

del grito que lleva el aire.

Yo sé que la araña parda

suspende su red, cobarde,

al paso del hombre turbio

a quien la noche le vale.

Yo sé que blancas panteras

acechan en los portales

el paso de los muchachos

con cintura de azahares.

¡Ay qué miedo me da

la noche sola en las calles

profundas, sin luz de luna,

que no las pasea nadie!

Yo sé que los niños sueñan

con espesos manantiales

salpicados de cabezas

rubias de madres y arcángeles.

Yo sé… ¡Qué miedo me da

la ciudad tan noche grave;

con esas calles profundas

que no las pasea nadie!

La catedral, en lo alto,

traspasada de puñales.

La luna, asesina, atiende

su sonoro desangrarse.

Y allí fue la primera llamarada

de sus ojos metálicos

dos orbes diminutos, giradores,

intensos y maduros, proclamando

su esencial fundamento de hombre en celo–.

Le mentían los vientos libertades

sorteando las esquinas de su barrio

y cruzando los humos de las máquinas

frenéticas y ardientes como galgos.

La tierra, allá a lo lejos, se rendía,

adolescente y pura. Los manzanos

tumultuosos y lúbricos, mostraban

su desnudez, a un sol desmantelado.

Se doraban los trigos y, graciosos,

ondulaban sus tallos

en una pleamar de oro maduro

estrellada en el verde de los prados.

¡Oh, qué ambición de sol, de aire, de vida!

¡Qué imperioso clamor desenfrenado

llamándole, atrayéndole, sorbiéndole,

con sus ávidas bocas, desde el campo!

Y fue allí su primera retirada.

Mentira de los vientos y del campo,

obsesos de fecundidad y lumbre,

soñando su vivir; acordonados

por la fría codicia de los hombres

de corazón amargo…

YA está la ventana abierta

¿qué esperas, Campeador?

Conmovida, la pistola

se aprieta tu corazón.

Árboles y lejanías

gritan su desolación

y bosques de manos rotas

abren sus llagas al sol.

Ciudades petrificadas.

Lirios en sangre y carbón.

Niños de pechos hundidos

se revuelven al dolor

como gusanos. Te llaman:

¿Qué esperas, Campeador?

La pistola, como un pájaro,

te aletea el corazón.

Estallados cráneos fulgen

como antorchas en tu honor

y negras venas te riegan

el paso dominador.

Desde el forro de la tierra

se abre camino la voz

de los violentos muertos

a quienes Dios olvidó

en su sueño, que te gritan:

¿Qué esperas, Campeador?

La pistola, a dentelladas,

te apresura el corazón.

Era la mañana fría

como un cuchillo. Marchó.

La ventana estaba abierta.

¿Dónde vas, Campeador?

PISTOLAS, en bandadas silenciosas,

picotean su sombra temeraria.

Las ciudades se cierran a su paso

en una algarabía de cristales

y el poderoso brazo del tranvía

se crispa con menudos centelleos.

Tenebrosas miradas conjuradas

le aíslan. Revientan los claveles

su futuro clamor de sangre viva,

y en los hondos recintos, hombres grises

atienden a su paso, con angustia

de corzos o ladrones sorprendidos.

Sólo la noche es suya. Se aproxima

como un oscuro tigre entristecido

a los grandes palacios, donde el alba

se disuelve en los pechos abundantes,

y sus ojos de acero y de agonía

fulgen como centellas desmandadas.

PORQUE sucede que la tierra es un destartalado cementerio

donde almacena el hombre sus muertos inservibles;

porque los muertos válidos, los elocuentes muertos,

se hacen junto a las tapias o en las hondas cunetas solitarias.

Porque sucede que la vida es un desazonado deshacerse

contra altísimos muros, tras los que el crimen tiene

amplias ejecutorias, nobilísimos nombres, sostenidos

contra el clamor oscuro de los que tienen hambre.

Porque sucede que el Amor es un contrato minucioso

suscrito por notarios de largas manos húmedas y blandas;

o un buscarse frenético, como mares distantes,

porque los cuerpos crujan y chasquen en la entrega como podridas vigas.

Porque sucede que los hombres son antiguos volcanes

por los que la tierra vierte sus más tristes escombros.

Y en esta ardiente lava, en este fuego, que sin cesar vomitan,

acendran su corteza de animales dolientes, condenados.

Porque sucede que la Verdad es una vieja coima, aletargada

como un oscuro sapo, al sol. Que la Justicia es una dueña zurcidora.

Y la Hermosura, un inefable don, lejos del hombre,

como una estrella, acaso, asomándose a un pozo profundísimo.

Por eso te siguieron en bandadas

pistolas amarillas y caballos

y desplomaron orbes en tus mármoles:

por conseguir sacar de ti el demonio

que con su roja lengua se burlaba

del imponente aspecto de la vida.

Y te mataron, sí. Fue por la espalda.

Tu hermoso cuerpo de cristal y roca

tembló en el aire azul de la mañana.

Tu cuerpo, como un monte, conteniendo

el pardo asalto de fieras verticales

con espuma de búfalos enfermos.

Tu cuerpo, taponando las heridas

por las que, lentamente, se escapaba el alma

de una pálida España de ceniza.

Tu cuerpo, sosteniendo, alimentando

la esperanza del hombre de tu especie

apretado a la sombra de tu paso.

Tu cuerpo hermoso; tu glorioso cuerpo;

luminoso rompeolas

brotado de tus mares violentos.

Fue por la espalda, sí. Fue por la espalda.

La bala que se abrió paso entre venas

no te pudo ver la cara.

Te rendiste en silencio, como un violento

al que contienen invisibles muros

opuestos de improviso por los muertos.

FUE como si de pronto la desazulada garganta del mundo

se sintiera apretada por la congoja de sangre

derramada por ti.

Fue como un pavor oscuro brotado de las entrañas de la tierra,

que, en tromba arrebatada, golpeara los pechos

y paralizara los menudos corazones de los hombres.

Como blancas corderas yugular por los primeros lirios,

las nubes se rindieron. Los arroyos, de pronto, retiraron sus aguas

y los peces se abrieron los vientres en el filo de las piedras blanquísimas.

Del fondo de los sótanos, de las siniestras galerías de las minas,

brotaron seres atónitos, cuajados de espanto,

esgrimiendo su desesperación al firmamento.

Y de las estepas amarillas, indiferentes y atroces;

de los húmedos bosques donde el negro marchita sus pupilas;

de los calcinados arenales, hendidos por la planta solemne del camello;

de la América, aún virgen;

de la Europa cansada de parir blancos monstruos;

de la violenta España,

Surgió, debió surgir, surgirá sin duda, el acendrado canto

que acompañe tu muerte incomparable;

tu desolada muerte, bajo el celo implacable de los astros.

NOTAS

[1] SORIANO JIMÉNEZ, Ignacio C. (2014). Victoriano Crémer Alonso: en el anarquismo y otros caminos. Burgos: Dossoles, p. 253.

[2] RÍOS SUÁREZ, Juan (6 de febrero de 1977). “El otro Crémer” (entrevista). La Hora Leonesa. En: MARTÍNEZ FERNÁNDEZ, José Enrique (1991). Victoriano Crémer: el hombre y el escritor. León: Ayto. de León, p.35.

[3] SORIANO JIMÉNEZ, Ignacio C. (2014). Victoriano Crémer… Op. cit., p. 253.

[4] Ibidem.

[5] MARTÍNEZ FERNÁNDEZ, José Enrique -edición y prólogo- (2009). Victoriano Crémer. Los signos de la sangre. (Poesía 1944-2004). Madrid: Calambur, vol. I, p. 9.

[6] MARTÍNEZ FERNÁNDEZ, José Enrique (1991). Victoriano… Op. cit., p. 170.

[7] BLANCO AGUINAGA, Carlos, RODRÍGUEZ PUÉRTOLAS, Julio, y ZAVALA, Iris M. (1983). Historia social de la Literatura española (en lengua castellana). Madrid: Castalia, tomo III, p. 91.

[8] MAINER, José Carlos (2013). “La herida de la guerra civil en las primeras poéticas de posguerra”, en HERNÁNDEZ MARTÍNEZ, Manuel (coord.), Sobre una generación de escritores (1936-1960). Zaragoza: Diputación Provincial e Institución Fernando el Católico, p. 60.

[9] MARTÍNEZ FERNÁNDEZ, José Enrique (1991). Victoriano… Op. cit., p. 297.

[10] CANO, José Luis -edición- (1987). Lírica española de hoy. Madrid: Cátedra, p. 12.

Estudio publicado en Humanitat Nova. Revista de Cultures Llibertàries (número 10), pp. 20-33, correspondiente al año 2025.

https://serhistorico.net/.../cremer-y-durruti-la-fabula.../

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