Crémer y Durruti: la «Fábula de B. D.»
Tras el éxito de la militarada de julio de 1936 en la ciudad de León, el poeta Victoriano Crémer Alonso (Burgos, 1907 – León, 2009) fue detenido y encerrado en el convento de San Marcos. Era simpatizante de la CNT, colaborador habitual en la prensa obrera y hacía pocos meses que había ayudado a organizar la agrupación local del Partido Sindicalista de Ángel Pestaña, ejerciendo de vocal.
Crémer no tardó en ser liberado y, días antes de acabar el año 36, comenzó a colaborar en Diario de León, al que mandó algunos poemas[1]. No obstante, volvió a dar con los huesos en la cárcel, esta vez en Puerta Castillo, acusado de participar en un complot hedillista contra Franco. Saldrá a finales de 1937 a cambio de colaborar en el montaje de los talleres de Proa, el diario provincial de Falange. El director del periódico había propuesto su nombre al juez auditor que llevaba su causa, y Crémer aceptó. El asunto nunca fue dirimido del todo por el poeta, soslayando su responsabilidad cuando se le preguntaba: «(…) me vi convertido en Jefe de talleres»[2]. Era el peaje para salvar la vida; pero también una traición a sí mismo y a otros camaradas que no transigieron con propuestas similares, como su buen amigo José Villaverde Velo.
Tan solo un mes después, en el ejemplar de Proa del 27 de enero de 1938 aparece una columna anónima, en primera plana, escrita por él bajo el epígrafe “Asterisco”. Saldrá casi a diario durante año y medio (reaparecería más tarde, cuando el periódico se convierta en La Hora Leonesa, y formará parte de Diario de León durante décadas), y en ella pueden leerse alabanzas a Franco y a José Antonio, además de poesías firmadas con el pseudónimo Asterisco dedicadas, entre otros, a José Calvo Sotelo (13 de julio de 1938) y Onésimo Redondo (24 de julio de 1938)[3]. Mientras tanto, su quinta es llamada a filas y participa del lado de los sublevados en la Guerra Civil.
Sin embargo, los problemas no habían terminado para el poeta: tuvo que hacer frente a otra denuncia en 1938 y, tres años después, el Tribunal Provincial de Responsabilidades Políticas le abrió expediente; fue incluido en la lista de masones leoneses, y fue multado por un artículo de Diario de León e inhabilitado durante 12 años, aunque finalmente resultaría absuelto.[4]
En 1944, más libre de sospecha y junto a otros poetas locales, fundó la revista Espadaña, medio de expresión de la poesía leonesa desarraigada, crítica y existencial. En el suplemento de su número 20, en forma de folleto, publicó en enero de 1946 el poema a dos voces Fábula de B.D., dedicado a Buenaventura Durruti. Durante la posguerra franquista, «Espadaña representó una rebelión contra la poesía promovida por el Régimen»[5] y era, sin duda, el lugar más adecuado para esta peculiar elegía. Fue editada poco después en el libro de poemas Caminos de mi sangre (1947)[6], en que aparece situada antes de otro largo poema, Fábula de Judas el Iscariote, conformando así el relato poetizado de dos injusticias: la muerte de Durruti y la traición de Judas.
Fábula de B.D. realiza una aproximación a la vida del famoso militante anarquista leonés y, a su vez, desarrolla uno de los tópicos más abundantes de la producción cremeriana: una poesía cuya función, «no es otra que comunicarse con los hombres»[7]. Está repleta de imágenes y símbolos, donde se describe a León mediante figuras, la ciudad de infancia y adolescencia de Durruti (“Banderillas de chopos”, “dos ríos morosos” o “Y allá, por San Froilán, se hace romera”); también la toma de conciencia del joven obrero, ante una sociedad injusta y desigual, abocado al activismo revolucionario y a la búsqueda del Amor, la Justicia y la Verdad, y hasta incluye un escueto romance donde ahonda en esta idea del compromiso social. Más adelante, llega a «ensalzar su sacrificio por “la esperanza del hombre de tu especie”»[8].
Y por supuesto, incide en su dolorosa muerte en el frente de Madrid, en noviembre de 1936 (“Y te mataron sí. Fue por la espalda”, “La bala se abrió paso entre venas / no te pudo ver la cara”), que dejó huérfana a toda la familia antifascista ibérica y llevó a convertir al valiente luchador libertario en un héroe popular generacional. Fue así Durruti un nuevo Quijote, un idealista Cid (hasta en cuatro ocasiones lo denomina “Campeador” en el poema), amigo de los más desfavorecidos. La desolación y el desgarro existencial por las consecuencias de la Guerra Civil están omnipresentes en los versos.
Por último, es preciso reflejar el gran arrojo y la habilidad de Crémer para conseguir burlar a la censura con la publicación de este poema en 1946, quizá favorecido por la posible ignorancia censora de las iniciales del título[9], pero que en ningún caso resta mérito a un escritor represaliado y valiente, auténtico precursor de la poesía social, quien tuvo la osadía de recuperar a la figura de Durruti y defender «una rehumanización y una liberalización»[10] de la lírica, desde dentro de un país con un sistema dictatorial, corrupto y asfixiante.
Reproducimos, a continuación, el texto completo del poema. Hemos tomado como referencia el texto íntegro que recoge la plaquette de la primera edición, publicada en 1946, de Ediciones Espadaña.
 Portada de la primera edición, en Ediciones Espadaña, de 1946
FÁBULA DE B. D.
YA entonces presagiaban sus pupilas
densos mares de bronce; ya sus manos
hondeaban confines desmedidos
como oscuros costados
abiertos por la piedra violenta.
Frías sangres de plomo y sobresalto
ahogaban catedrales, como estrellas
sumergidas; palacios
de resonantes ecos; hospitales
indiferentes; bancos
alegres como jaulas, y presidios
como pozos…
Ya entonces, tal el náufrago
asido a su derrota inevitable,
siente el siniestro giro de los pájaros
o el tirón submarino de la muerte,
y el pasado le hiere como un astro
de hielo, indiferente,
pero gozosamente necesario…
Así, ya entonces, el recuerdo era
un espeso clavel de aceite y bruma
brotado entre los dientes de las olas
como en un triste campo abandonado:
LA ciudad derramada por la vega
como un turbio rebaño.
Banderillas de chopos, fríamente
elevadas en el lomo de los campos.
Y dos ríos morosos, apretándose
las delgadas cinturas de muchachos.
Alguna vez el sol de mediodía
desnuda sus doscientos campanarios.
Y un clamoreo de veletas locas
centellea en lo alto.
Hay un eco profundo de campana
que conmueve su hondón de polvo y barro.
La ciudad, abrumada de silencios,
duerme, barriga al sol, como un lagarto.
Y allá, por San Froilán, se hace romera
y se empavona y reza en Jueves Santo.
Si no fuera que el sol, despavorido,
enciende los tejados
y su rejón de fuego se derrama
sobre el manso recinto amurallado,
diríase que duerme la ciudad
desde siempre; que sueñan su trabajo
los millares de seres que recorren
infatigablemente el mismo itinerario,
corrompidos de buenos pensamientos;
que es noche todo el día y que ese fardo
de sombra y de silencio y de morirse
soñando que se vive, sin soñarlo,
es eterno.
Y el hombre se resigna
y la ciudad, se duerme boca abajo.
¡QUÉ miedo me da la noche
cuando la llaman las calles
estrechas, sin luz de luna,
que no las pasea nadie!...
Yo sé que rojas pupilas
se desnudan como sables
para cortar la garganta
del grito que lleva el aire.
Yo sé que la araña parda
suspende su red, cobarde,
al paso del hombre turbio
a quien la noche le vale.
Yo sé que blancas panteras
acechan en los portales
el paso de los muchachos
con cintura de azahares.
¡Ay qué miedo me da
la noche sola en las calles
profundas, sin luz de luna,
que no las pasea nadie!
Yo sé que los niños sueñan
con espesos manantiales
salpicados de cabezas
rubias de madres y arcángeles.
Yo sé… ¡Qué miedo me da
la ciudad tan noche grave;
con esas calles profundas
que no las pasea nadie!
La catedral, en lo alto,
traspasada de puñales.
La luna, asesina, atiende
su sonoro desangrarse.
Y allí fue la primera llamarada
de sus ojos metálicos
–dos orbes diminutos, giradores,
intensos y maduros, proclamando
su esencial fundamento de hombre en celo–.
Le mentían los vientos libertades
sorteando las esquinas de su barrio
y cruzando los humos de las máquinas
frenéticas y ardientes como galgos.
La tierra, allá a lo lejos, se rendía,
adolescente y pura. Los manzanos
tumultuosos y lúbricos, mostraban
su desnudez, a un sol desmantelado.
Se doraban los trigos y, graciosos,
ondulaban sus tallos
en una pleamar de oro maduro
estrellada en el verde de los prados.
¡Oh, qué ambición de sol, de aire, de vida!
¡Qué imperioso clamor desenfrenado
llamándole, atrayéndole, sorbiéndole,
con sus ávidas bocas, desde el campo!
Y fue allí su primera retirada.
Mentira de los vientos y del campo,
obsesos de fecundidad y lumbre,
soñando su vivir; acordonados
por la fría codicia de los hombres
de corazón amargo…
YA está la ventana abierta
¿qué esperas, Campeador?
Conmovida, la pistola
se aprieta tu corazón.
Árboles y lejanías
gritan su desolación
y bosques de manos rotas
abren sus llagas al sol.
Ciudades petrificadas.
Lirios en sangre y carbón.
Niños de pechos hundidos
se revuelven al dolor
como gusanos. Te llaman:
¿Qué esperas, Campeador?
La pistola, como un pájaro,
te aletea el corazón.
Estallados cráneos fulgen
como antorchas en tu honor
y negras venas te riegan
el paso dominador.
Desde el forro de la tierra
se abre camino la voz
de los violentos muertos
a quienes Dios olvidó
en su sueño, que te gritan:
¿Qué esperas, Campeador?
La pistola, a dentelladas,
te apresura el corazón.
Era la mañana fría
como un cuchillo. Marchó.
La ventana estaba abierta.
¿Dónde vas, Campeador?
PISTOLAS, en bandadas silenciosas,
picotean su sombra temeraria.
Las ciudades se cierran a su paso
en una algarabía de cristales
y el poderoso brazo del tranvía
se crispa con menudos centelleos.
Tenebrosas miradas conjuradas
le aíslan. Revientan los claveles
su futuro clamor de sangre viva,
y en los hondos recintos, hombres grises
atienden a su paso, con angustia
de corzos o ladrones sorprendidos.
Sólo la noche es suya. Se aproxima
como un oscuro tigre entristecido
a los grandes palacios, donde el alba
se disuelve en los pechos abundantes,
y sus ojos de acero y de agonía
fulgen como centellas desmandadas.
PORQUE sucede que la tierra es un destartalado cementerio
donde almacena el hombre sus muertos inservibles;
porque los muertos válidos, los elocuentes muertos,
se hacen junto a las tapias o en las hondas cunetas solitarias.
Porque sucede que la vida es un desazonado deshacerse
contra altísimos muros, tras los que el crimen tiene
amplias ejecutorias, nobilísimos nombres, sostenidos
contra el clamor oscuro de los que tienen hambre.
Porque sucede que el Amor es un contrato minucioso
suscrito por notarios de largas manos húmedas y blandas;
o un buscarse frenético, como mares distantes,
porque los cuerpos crujan y chasquen en la entrega como podridas vigas.
Porque sucede que los hombres son antiguos volcanes
por los que la tierra vierte sus más tristes escombros.
Y en esta ardiente lava, en este fuego, que sin cesar vomitan,
acendran su corteza de animales dolientes, condenados.
Porque sucede que la Verdad es una vieja coima, aletargada
como un oscuro sapo, al sol. Que la Justicia es una dueña zurcidora.
Y la Hermosura, un inefable don, lejos del hombre,
como una estrella, acaso, asomándose a un pozo profundísimo.
Por eso te siguieron en bandadas
pistolas amarillas y caballos
y desplomaron orbes en tus mármoles:
por conseguir sacar de ti el demonio
que con su roja lengua se burlaba
del imponente aspecto de la vida.
Y te mataron, sí. Fue por la espalda.
Tu hermoso cuerpo de cristal y roca
tembló en el aire azul de la mañana.
Tu cuerpo, como un monte, conteniendo
el pardo asalto de fieras verticales
con espuma de búfalos enfermos.
Tu cuerpo, taponando las heridas
por las que, lentamente, se escapaba el alma
de una pálida España de ceniza.
Tu cuerpo, sosteniendo, alimentando
la esperanza del hombre de tu especie
apretado a la sombra de tu paso.
Tu cuerpo hermoso; tu glorioso cuerpo;
luminoso rompeolas
brotado de tus mares violentos.
Fue por la espalda, sí. Fue por la espalda.
La bala que se abrió paso entre venas
no te pudo ver la cara.
Te rendiste en silencio, como un violento
al que contienen invisibles muros
opuestos de improviso por los muertos.
FUE como si de pronto la desazulada garganta del mundo
se sintiera apretada por la congoja de sangre
derramada por ti.
Fue como un pavor oscuro brotado de las entrañas de la tierra,
que, en tromba arrebatada, golpeara los pechos
y paralizara los menudos corazones de los hombres.
Como blancas corderas yugular por los primeros lirios,
las nubes se rindieron. Los arroyos, de pronto, retiraron sus aguas
y los peces se abrieron los vientres en el filo de las piedras blanquísimas.
Del fondo de los sótanos, de las siniestras galerías de las minas,
brotaron seres atónitos, cuajados de espanto,
esgrimiendo su desesperación al firmamento.
Y de las estepas amarillas, indiferentes y atroces;
de los húmedos bosques donde el negro marchita sus pupilas;
de los calcinados arenales, hendidos por la planta solemne del camello;
de la América, aún virgen;
de la Europa cansada de parir blancos monstruos;
de la violenta España,
Surgió, debió surgir, surgirá sin duda, el acendrado canto
que acompañe tu muerte incomparable;
tu desolada muerte, bajo el celo implacable de los astros.
NOTAS
[1] SORIANO JIMÉNEZ, Ignacio C. (2014). Victoriano Crémer Alonso: en el anarquismo y otros caminos. Burgos: Dossoles, p. 253.
[2] RÍOS SUÁREZ, Juan (6 de febrero de 1977). “El otro Crémer” (entrevista). La Hora Leonesa. En: MARTÍNEZ FERNÁNDEZ, José Enrique (1991). Victoriano Crémer: el hombre y el escritor. León: Ayto. de León, p.35.
[3] SORIANO JIMÉNEZ, Ignacio C. (2014). Victoriano Crémer… Op. cit., p. 253.
[4] Ibidem.
[5] MARTÍNEZ FERNÁNDEZ, José Enrique -edición y prólogo- (2009). Victoriano Crémer. Los signos de la sangre. (Poesía 1944-2004). Madrid: Calambur, vol. I, p. 9.
[6] MARTÍNEZ FERNÁNDEZ, José Enrique (1991). Victoriano… Op. cit., p. 170.
[7] BLANCO AGUINAGA, Carlos, RODRÍGUEZ PUÉRTOLAS, Julio, y ZAVALA, Iris M. (1983). Historia social de la Literatura española (en lengua castellana). Madrid: Castalia, tomo III, p. 91.
[8] MAINER, José Carlos (2013). “La herida de la guerra civil en las primeras poéticas de posguerra”, en HERNÁNDEZ MARTÍNEZ, Manuel (coord.), Sobre una generación de escritores (1936-1960). Zaragoza: Diputación Provincial e Institución Fernando el Católico, p. 60.
[9] MARTÍNEZ FERNÁNDEZ, José Enrique (1991). Victoriano… Op. cit., p. 297.
[10] CANO, José Luis -edición- (1987). Lírica española de hoy. Madrid: Cátedra, p. 12.
Estudio publicado en Humanitat Nova. Revista de Cultures Llibertàries (número 10), pp. 20-33, correspondiente al año 2025.
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