La pasta por delante (y por
detrás)
Actualizada 13/12/2014
infoLibre
Francisco Correa, el hombre que dio nombre a la animalada de la Gürtel, fue
visto hace unos días muy maqueado en la selecta Terraza Martini, junto a la
madrileña plaza de Colón, a medio camino entre la sede nacional del PP en la
calle Génova y la de su exempresa Pasadena Viajes en la calle Serrano. Esperaba
y recibió a un par de italianos con más facha de altos ejecutivos en viaje de negocios que de guiris haciendo turismo.
El caso es que Correa, en libertad bajo fianza y pendiente de varios juicios por delitos de cohecho, tráfico de influencias, blanqueo de capitales, fraude fiscal, asociación ilícita y falsificación documental, capo de una de las arterias principales de la financiación irregular del PP, hace su vida y mantiene un buen nivel de vida. Cabe sospechar que también tiene muy repasados los cálculos de futuro: cuántos años, en el peor de los casos, le puede tocar estar entre rejas y cuánto dinero o patrimonio aún mantiene a buen recaudo para disfrutar en el momento oportuno.
Esos pensamientos de Correa serán con seguridad parejos a los de Jaume Matas, Carlos Fabra, Luis Bárcenas o Francisco Granados, o a los que en su día hicieran Juan Antonio Roca, Javier de la Rosa o Luis Roldán; y tampoco cuesta imaginar esos mismos cálculos (no vaya a ser que…) en las cabezas de un Rodrigo Rato, un Miguel Blesa... y demasiado etcétera.
El caso es que Correa, en libertad bajo fianza y pendiente de varios juicios por delitos de cohecho, tráfico de influencias, blanqueo de capitales, fraude fiscal, asociación ilícita y falsificación documental, capo de una de las arterias principales de la financiación irregular del PP, hace su vida y mantiene un buen nivel de vida. Cabe sospechar que también tiene muy repasados los cálculos de futuro: cuántos años, en el peor de los casos, le puede tocar estar entre rejas y cuánto dinero o patrimonio aún mantiene a buen recaudo para disfrutar en el momento oportuno.
Esos pensamientos de Correa serán con seguridad parejos a los de Jaume Matas, Carlos Fabra, Luis Bárcenas o Francisco Granados, o a los que en su día hicieran Juan Antonio Roca, Javier de la Rosa o Luis Roldán; y tampoco cuesta imaginar esos mismos cálculos (no vaya a ser que…) en las cabezas de un Rodrigo Rato, un Miguel Blesa... y demasiado etcétera.
Una cosa es pasar una temporada en el talego, y otra devolver los millones de euros sustraídos al erario público con una constancia digna de mejor causa. Uno de los motivos por los que la corrupción política aparece entre las máximas preocupaciones de los ciudadanos y multiplica el riesgo de que prenda la mecha social de la antipolítica es la convicción generalizada de que los delitos de cuello blanco no se castigan lo suficiente, o reciben una penalización que compensa los riesgos asumidos al incumplir la ley. En otras palabras, los corruptos “se van casi de rositas” y mantienen lo robado a buen recaudo.
No es un problema genuinamente español. Matteo Renzi, primer ministro italiano, acaba de proclamar que “se han acabado los tiempos de las salidas gratis de prisión” y ha anunciado una nueva ley que endurecerá las penas contra la corrupción y obligará a los condenados a “devolver hasta el último céntimo”.