Estoy
encerrado en un… ¡Manicomio!
Teniente
Luis Gonzalo Segura
11-12-14
Público
El teniente
Luis Gonzalo Segura está recluido en un centro disciplinario militar desde el
18 de noviembre. El Jefe del Estado Mayor del Ejército decretó su
arresto preventivo de 30 días por vía administrativa.
El delirante mundo de las Fuerzas
Armadas no se detiene a la puerta de los Establecimientos Disciplinarios
Militares (donde nos reforman cuando nos desviamos), es como la libertad de
expresión sobre la que el TEDH (Tribunal Europeo de Derechos Humanos) ya ha
sentenciado que “no acaba en la puerta de los cuarteles” o que “los militares
tienen derecho a ejercer la crítica y proponer reformas sobre sus “Fuerzas
Armadas”. Pero claro, a la cúpula militar eso de TEDH les debe sonar algo así
como marcianitos, porque si consideran que “el gobierno es débil” habrá que
imaginar lo que piensan sobre tribunales tan estrafalarios como los que se
dedican a los DD.HH.
Así pues, estar encerrado en un
Establecimiento Disciplinario Militar es lo más parecido a estar en un
manicomio. Eso o yo estoy loco perdido, que también puede ser. En este centro
estuve los tres primeros días sin más ropa que la que llevaba encima y
cualquiera puede imaginar lo humillante que resultó. Eso sí, no pasé frío
porque la costra de suciedad es un buen aislante térmico y los calzoncillos y
calcetines les daba la vuelta de un día para otro. Además el segundo día ya se
movían solitos y me hicieron compañía. Una pena que al final me dieran ropa,
porque habríamos hecho buenas migas… ¡Si al final el loco soy yo!
Esa primera noche me puse enfermo y
me dijeron “Ahí tienes el libro de Adeslas”, a lo que pregunté “¿No hay un
médico de guardia?” y me respondieron lo lógico: “no”. Vino el médico y me
recetó una serie de medicinas y me dijeron: “danos dinero para ir a comprarlas”
y yo respondí: “Oiga, si me han traído aquí por sorpresa y no he traído ropa y
tampoco dinero suficiente”. “Pues no hay medicinas” sentenciaron, y así pasaron
dos días hasta que me llevaron al banco más escoltado que a un asesino.
Mientras tanto vomitona va y vomitona viene.
Uno de los problemas que tenemos,
dejando a un lado el pensamiento ultraconservador, es la legislación. Por
ejemplo, la lista de revista es del año 1893, pero que nadie se preocupe en
exceso, que la reformaron hace bien poco: en 1904. Desde entonces, ahí sigue
dando guerra. Pues bien, las privaciones de libertad como la que yo sufro se
basan en la OM 97/93 y a nadie parece importar que se hiciese cuando todavía
éramos un ejército de reemplazo. Total, casi ná ha cambiado
desde entonces (en el mundo militar poquito). Puede, como he dicho antes, que
sea un alucinado, pero ¿no hay un poco de alergia a reformar la
normativa?
Si el problema fuese una normativa
anacrónica hablaríamos de un mal menor, pero cuando luego hay mentes
talibanes que las interpretan el resultado final es el que es. Algunos
pensaran que exagero al calificar de manicomio al centro en el que estoy
ingresado, pero juzguen ustedes mismos.
Este pasado sábado se prohibió la
entrada de una máquina de afeitar, una radio pequeña, un discman y
una botella de cristal, ya que parece ser que no puedo hacer uso de estos
objetos hasta que venga un “supervisor” especializado. Lógico, porque son
objetos tan extraños que resulta más sencillo ver un OVNI que encontrarse con
uno de ellos. Se consideran peligrosos porque la máquina de afeitar puede ser
un arma mortífera igual que el discman o de la radio puedo hacer una bomba (je,
je…). En cuanto a la botella de cristal les puedo dar la razón, la puedo romper
y convertirla en un objeto cortante. Todo esto podría ser considerado un exceso
de celo si no fuera porque el propio centro me ha suministrado una máquina de
afeitar con una CUCHILLA o en el baño de mi habitación hay un ESPEJO y las
estanterías son de CRISTAL.
Es curioso pero el clasismo llega a
tal extremo que primero hacen uso del gimnasio o la prensa diaria (sólo se
permite un periódico de una línea editorial e ideologica) los miembros del
Establecimiento, y después los sancionados. Siempre hubo clases y clases…
Quizá sea yo una persona extraña o
trastornada, pero este tipo de sucesos me resultan incomprensibles. Tan
incomprensible o más que lo anterior me resulta que a los cuadros de mandos
(oficiales y suboficiales) nos sirvan la comida en una bandeja y la lleven a un
salón particular mientras los soldados comen en el comedor. Teniendo en cuenta
que somos seis sancionados, podríamos comer todos juntos y compartir salas,
aunque claro debe ser poco menos que indigno comer con un soldado, no vaya a
ser que nos pegue “algo” o alguno “envenene” sus mentes. Y es que ni en
este centro disciplinario, los militares son capaces de renunciar a su
mentalidad clasista.
Todo esto que cuento puede resultar
curioso o gracioso, y lo sería de no ser por lo mucho que les cuesta a los
ciudadanos. En la Guardia Civil o la Policía Nacional (como en el resto de la
administración) una falta grave no supone una privación de libertad como en las
Fuerzas Armadas, lo que genera que estas sanciones se salden con sanciones que
poco o nada afectan al bolsillo del contribuyente. En cambio, en las Fuerzas
Armadas mantener las privaciones de libertad supone, por un lado, mantener la
reserva sobre los artículos 5 y 6 del Convenio Europeo de Derechos Humanos (que
es lo mismo que no cumplirlos) y por otro sostener ocho centros disciplinarios
con más de veinticinco componentes en cada uno de ellos. Esto supone que sólo
en salarios los centros disciplinarios cuestan más de 5 millones de euros
anuales, sin contar los gastos en alimentación, mantenimientos varios,
infraestructuras, traslados, reformas, etc.
¿Por qué gastar muchos millones de
euros anuales para mantener una medida anacrónica y que atenta a los Derechos
Humanos de los militares cuando se puede sancionar económicamente por las
mismas faltas? ¡Muy fácil! Porque uno de los pilares que sostiene este Sodoma
y Gomorra en el que se han convertido —o mejor dicho, siguen siendo—
las Fuerzas Armadas es el miedo y más de uno teme que el castillo de palillos
se derrumbe el día menos pensado.
¡Que no tengan duda! Reforman ellos
el edificio (más allá de pintar la fachada) o caerá como muchos otros han
caído. El tiempo dirá, pero si yo fuera ellos preferiría reforma interior a
demolición y renovación que es lo que suele suceder cuando no se reforman los
edificios agrietados. Si no les convence, que miren al bipartidismo que parecía
que iba a ser eterno y hoy su enorme edificio se menea de un lado a otro como
un péndulo y amenaza colapso de un momento a otro.
“Reformen, hombre, reformen” que es
mejor para todos.
P.D.: Los militares de tropa de la
Policía Militar me tratan de forma extraordinaria, aunque hay miedo en ellos a
las represalias.
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