Jroña
que jroña
Público
26-1-15
David
Torres
Hace
unos días un buen amigo escritor me preguntaba lleno de aprensión si no me daba
miedo una posible victoria de Podemos. Hasta cierto punto, su canguelo era
lógico: en vísperas de entrar al quirófano lo que asusta es el bisturí del
cirujano, no el tumor que te está comiendo vivo. El tumor forma parte de uno,
sobre todo cuando lo llevas encima desde hace casi un siglo y te has
acostumbrado a que te chupe la sangre.
La costumbre es lo peor de todo. Ayer los griegos
decidieron despertar de una pesadilla, dejarse de paños calientes y entrar en
el quirófano a cortar la enfermedad de raíz. De raíz, de ahí el término
“radical” con que los analistas financieros (los mismos visionarios que
puntuaban al máximo el disparate aritmético de Lehman Brothers un día antes de
que mandara al carajo la economía occidental) califican los partidos de
izquierda recién nacidos y muy especialmente la Syriza griega. Grecia, que
alumbró al mundo el concepto de democracia desde el ágora ateniense, impartió
ayer la última lección de democracia en contra de la chulería de la Troika, las
amenazas de frau Merkel y los magos negros del FMI. A Europa, a la que Zeus
raptó transformado en toro blanco para follársela a gusto y preñarla de tres
hijos (uno de los cuales sería juez de los muertos), sólo podía rescatarla un
héroe griego. Ya veremos si Syriza encarna a Perseo cortando la cabeza a la
Medusa, a Belerofonte despeñándose desde su caballo alado o a Jasón
embarcándose en la búsqueda del vellocino de oro en una aventura colectiva e
incierta.
A la hora de escribir estas páginas, las reacciones de
la derecha radical europea todavía eran tibias y desangeladas. Christine
Lagarde, la top model de la austeridad, seguía enfrascada en
su llanto por el rey Abdalá, el recién fallecido sátrapa saudí al que considera
“un defensor de las mujeres”, el principal financiero del terrorismo yihadista,
un hombre que merecía un obituario escrito con una pluma de oro macizo rellena
mitad con petróleo, mitad con sangre humana. Lo más parecido a Abdalá que hemos
visto por estos pagos fue a Mariano Ozores disfrazado de jeque árabe en Los energéticos, aquella cinta
profética que protagonizaban los incombustibles Pajares y Esteso. Había una
escena mítica, cúspide de lo políticamente incorrecto y sin embargo
absolutamente verosímil, en la que el jeque invitaba a la pareja de paletos a
una jaima donde un montón de esclavas se iban despelotando al estilo moruno. Ni
Tarantino ni Lars von Trier ni nadie se habrían atrevido a firmar las líneas de
diálogo que Ozores recitaba a continuación con su lengua de trapo y que hoy
parecen dedicadas a la musa canosa y anoréxica del FMI: “Podéis coger las que
queraís y hacer lo que os apetezca con ellas. Incluso matarlas, si os da la
gana. A mí me da igual, tengo más”.
A Mariano el triunfo de Syriza le pilló con el pie
cambiado después del baño de aplausos cautivos que le concedieron en una
convención del PP, uno de los pocos lugares donde aún puede aparecer sin
necesidad de que le sintonicen el canal. Parapetado detrás de una corbata a
rayas, para hacer juego con su tesorería, Mariano habló, como siempre, a base
de pronombres indefinidos: algunos que habían hecho esto y lo otro, algunos que
decían cosas feas y algunos de los nuestros, una referencia subliminal a la
mafia. Delante estaba la corbata y delante Jose Mari, el fantasma de las
navidades futuras. Pero a Mariano no le preocupa Syriza sino los varios
partidos de sanción que pueden caerle a CR7, ni la bajada al cuarto puesto de
Amanecer Dorado. En España no hay peligro de que los neonazis acaben terceros o
cuartos porque todavía están en el poder. Buenas tardes, Mariano, y buena
suerte.
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