Público
25-5-16
Alejandro
Fierro
Periodista español residente en Caracas e investigador del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag)
Periodista español residente en Caracas e investigador del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag)
La campaña electoral española ha
comenzado ya, pero no con un mitin en Madrid o un acto en Barcelona. El
pistoletazo de salida lo ha dado Albert Rivera a más de 7.000 kilómetros de
distancia. El líder de Ciudadanos, acuciado por unas encuestas que predicen un
descenso de su formación, ha realizado una visita exprés a Caracas en un nada
disimulado intento de captar algo de atención mediática.
En Venezuela no hay libertad de prensa
Rivera cumple con el guión previsto.
Siempre de la mano de los dirigentes de la derecha venezolana, se pronuncia a
favor de la libertad de los supuestos presos políticos, de los derechos humanos
y del fin del “régimen” y en cada intervención lanza una pulla a Podemos.
“Todos los partidos, salvo Podemos, queremos ayudar a Venezuela”, declaró nada
más llegar al aeropuerto. En su intervención ante la Asamblea Nacional, alguna
referencia al espíritu de la Transición para impedir que Pedro Sánchez
hegemonice el símbolo.
Empecemos la campaña electoral en Venezuela.
El joven
político neoliberal ha aprendido de la visita realizada la semana pasada por
Zapatero. El expresidente, en un gesto de honestidad que le dignifica pero que
también demuestra su característico adanismo, mantuvo una postura equidistante
y sondeó diversos puntos de vista, incluido el de Nicolás Maduro. La derecha
venezolana cargó inmediatamente sobre él, comenzando por el padre de Leopoldo
López, quien lo describió como “amiguete del régimen” y tildó su visita de
“puñalada trapera”. La oposición no admite medias tintas. O conmigo o contra
mí. O con la democracia o con la dictadura, por más que resulte difícil
sostener cómo es posible que una dictadura permita que alguien que viene a
combatirla sea recibido por una nube de periodistas o se le abran las puertas
del Parlamento. ¿Se imaginan esto en la España de Franco, el Chile de Pinochet
o la Argentina de Videla?
Albert Rivera no
se entrevistará con Maduro ni con ningún otro dirigente chavista. Tampoco
visitará un consejo comunal o un colectivo de campesinos para escuchar de
primera mano cuál es su visión sobre las causas de la situación económica, muy
diferente a la difundida por la potencia de fuego mediática de la oposición, y
comprobar su nivel de autoorganización para hacer frente al acaparamiento y la
especulación. No caminará por los ranchos de Caracas, donde se agolpa la gente
humilde, las grandes mayorías populares, sin las cuales es imposible entender a
Venezuela. Como única prueba para demostrar su conocimiento sobre los
padecimientos de la población esgrimió que pudo ver las colas desde el coche
camino del Parlamento. Como esos extranjeros que dan un paseo de un par de
horas en un autobús turístico y se marchan diciendo que conocieron la ciudad
Y sobre todo no
recibirá al Comité de Víctimas de las Guarimbas (criollismo para designar
episodios de agitación callejera), los familiares de las 43 personas asesinadas
en la estrategia de desestabilización lanzada por Leopoldo López y sus
seguidores en 2014. Por más que Lilian Tintori, esposa de López, condenado por
esos hechos, se “apropie” de los fallecidos, señalando que todos ellos
fueron jóvenes estudiantes asesinados por la policía en manifestaciones
pacíficas en las que reclamaban libertad, lo cierto es que sólo ocho de estas
muertes son atribuibles a las fuerzas de seguridad del Estado. El resto son
policías y soldados, transeúntes abatidos por francotiradores, motoristas
degollados por alambres que los manifestantes atravesaron de acera a acera o conductores
asesinados al tratar de apartar una barricada opositora que les impedía el
paso. A diferencia de Tintori, a los familiares de estas personas nadie les
abre las puertas, ni mandatarios de otros países ni organismos internacionales.
Son voces que claman su dolor en el desierto de la indiferencia…
La agenda
absolutamente sesgada de Rivera no parece la más adecuada para quien no ha
hecho más que apelar al diálogo, la tolerancia y el entendimiento desde que
llegó a Venezuela. Da la impresión de que el estado del país no le interesa lo
más mínimo. Si los españoles llegaban antes a Latinoamérica en pos del oro,
ahora vienen en busca de los votos. Y tanto antaño como hoy en día, la
población del lugar, sobre todo la más humilde, parece importarles bastante poco.
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