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domingo, 29 de mayo de 2016

Españezuela y Venezpaña

Público
Aníbal Malvar
28-5-16
Queridos habitantes de Españezuela: os envío la presente para haceros una pregunta: ¿dónde estaría hoy en nuestro país un señor que osó secuestrar a un ministro de Interior y Justicia, sacándolo de su casa a golpes ante la mirada de sus hijos de seis y nueve años y su esposa? ¿Qué condena recaería sobre alguien que osara aquí hacer lo mismo, secuestrando a Jorge Fernández Díaz ante los bellos e inocentes ojos de su ángel de la guarda Marcelo? ¿Le llamaríamos preso de conciencia?


Leopoldo López así lo hizo en 2002, siendo alcalde de Chacao e instigador del intento de golpe de Estado que intentó acabar con el régimen de Hugo Chávez durante aquellas calendas. De aquella alcaldía salió inhabilitado por malversación, en una sentencia que, es verdad, fue cuestionada por organismos tan irreprochables como Amnistía Internacional. Más tarde, en 2014, fue instigador de una revuelta en Caracas que se saldó con 43 muertes. Para hacernos entender, Leopoldo López es el Arnaldo Otegi de la oposición venezolana. Con una diferencia: López fue amnistiado por Hugo Chávez en 2007 por el secuestro del ministro, y pudo proseguir su carrera política. Y además es multimillonario.

Los vínculos de Españezuela con Venezpaña parecen evidentes. Tanto que empiezan a apestar a colonización. No me extrañaría que, en breve, Nicolás Maduro pusiera en marcha un procés independentista con sus plazos, sus esteladas y sus pitadas al himno.


La Razón dedicaba este viernes toda su página editorial a nuestro país vecino, pero con parada en Granada. No la caribeña, sino la andaluza, que con lo fina que se nos ha quedado la frontera atlántica se pueden confundir. La capacidad de Paco Marhuenda para converger disyuntivas intelectuales no deja de asombrarme. Aplaude el director planetario el viaje a Venezpaña de Albert Rivera, pero añade que “su censura a Podemos debe ser refrendada con hechos. Basta con que rectifique y ayude a cambiar el gobierno de ayuntamientos en los que ganó el PP, pero que están gobernados por el PSOE con apoyo de la formación de Iglesias gracias a Ciudadanos. Y hay unos cuantos, para comenzar Granada”. O sea, la ciudad en la que se descabalgó al PP porque su alcalde y su concejala de urbanismo fueron detenidos por corrupción. Detallitos banales que no deben enturbiar nuestra percepción de los insignes sujetos que nos gobiernan como dios manda, ¿verdad, Paco?

Salven primero España, que Venezuela se salva sola.

Augusto Zamora R.
Profesor de Relaciones Internacionales, autor de ‘Política y Geopolítica para rebeldes, irreverentes y escépticos’, de reciente aparición
Como parte de la campaña electoral, políticos españoles viajan a Venezuela a obrar el milagro de la caída del chavismo y el retorno de las oligarquías tradicionales, blancas, católicas y con sus fondos depositados fuera, como han venido haciendo desde el siglo XIX. Da gusto verles a ellas, ellos, con sus cutis de porcelana, vestidos de Chanel y rebosantes de salud, demandando libertad, justicia y democracia, olvidando que tuvieron el poder siempre, hasta que surgió Hugo Chávez, y que en 190 años de gobierno no hicieron nada por Venezuela, salvo expoliar el país, corromper la sociedad y convertir un país riquísimo en un remedo, que por no tener, no tenía ni carreteras. 190 años, incluyendo los de mayor abundancia petrolera (1922-1975), que despilfarraron de la manera más obscena y, en vez de modernizar e industrializar Venezuela, hicieron del país una sociedad de parásitos, que tenía que importar desde vehículos hasta zanahorias. Hoy reclama que el chavismo, en catorce años, haga lo que ellos no hicieron en 190.

En lo único que se aplicó a fondo la oligarquía venezolana fue en crear fábricas de muñecas, nenas perfectas, salidas de dietas y quirófanos que terminaban copando los certámenes de belleza del continente y el mundo. En el deprimente espectáculo en que se quiere convertir la política, no sabe uno si reír o llorar viendo los desfiles de políticos españoles, a lo Gran Gatsby, para hacer caja de un país sumido en una terrible crisis –nadie va a negarlo-, crisis que tiene causas nativas, pero también –y son las peores- causas externas, como el colapso económico mundial desde 2008 y el hundimiento de los precios del petróleo, que es casi lo único que exporta Venezuela.

De las nativas hay que apuntar los graves desaciertos del gobierno, pero también la guerra económica interna de la oligarquía, que recuerda demasiado el sabotaje contra el gobierno de Allende, en Chile, entre 1970 y 1973, o la guerra económica contra la Nicaragua sandinista. Fábricas paradas, desabastecimientos provocados y guerra al gobierno, para crear un caos que justifique o el alzamiento militar o la intervención extranjera que, tan patriotas ellos, llevan años pidiendo a gritos, sin entender que los tiempos hoy son otros.
No menos chirriante es que los salvadores más visibles sean políticos españoles, como si la España actual fuese modelo de éxito económico y social a imitar. Recoge John Kenneth Galbraith, en su obra Un viaje por la economía de nuestro tiempo, que, en 1929, en lo más profundo de la Gran Depresión, el desempleo en EEUU casi rozó el 25% de la fuerza laboral. No obstante, en 1939, el desempleo se había reducido al 17% y, en 1944, en plena guerra mundial, era de un simbólico 1,2%. En España, en los mejores años de su economía, el paro ha bajado al 7,93% (2007), dato inusual pues, desde los años 80, el paro se ha mantenido a una media del 18%, es decir, igual casi a la cifra de paro de EEUU en los peores años de la Gran Depresión.

Diferencia sustantiva es que la Gran Depresión duró diez años, en tanto España vive instalada en una depresión permanente, con cifras de paro que gritan –para quien quiera oír- que el sistema económico-social imperante es un fracaso total, pues ha hecho de lo inaudito (un nivel de paro instalado hoy en el 24%) algo ‘natural’, de la misma forma que se presenta como éxito económico un sistema donde la exclusión social y la pobreza han alcanzado datos tan escandalosos como que un 22% de la población se desliza hacia la pobreza o está ya hundida en ella, como se viene denunciando desde hace años.

Correlativamente a esta ominosa realidad, la concentración de la riqueza en un puñado de plutócratas alcanza niveles históricos, como lo indica el hecho –inmoral- de que veinte personas, veinte, acumulan tanta riqueza como el 30% de los ciudadanos del país. No hay duda que, para la blanca y extranjerizada oligarquía venezolana, el modelo español actual es digno de copiar, pues ¡cuán maravilloso es que haya tan pocos poseyendo tanto! Así Venezuela, su finca expropiada por el chavismo, volvería a ser de “ellos”, únicos y legítimos dueños del país desde el mitificado 1810, de independencia.
Emigran venezolanos, los ricos sobre todo. Hay como un millón fuera, sobre los 31 millones de habitantes que tiene en país en 2016. Pocos, en relación a la cifra media de emigración latinoamericana. El Salvador, con 6,7 millones de habitantes, tiene 2,3 millones de emigrantes. Colombia tiene nueve millones, de ellos cinco millones en Venezuela. El 20% de la población mexicana vive en EEUU. Veamos a la salvadora España. En 2008, había 1.471.691 emigrantes españoles censados.

En 2016, la cifra se había disparado a 2.305.030 emigrantes. La población decrece y, según el Instituto Nacional de Estadística, España tendrá 45,8 millones de habitantes en 2024 y 40,9 millones en 2064, de población masivamente envejecida. Un país casi en vías de extinción. Pero, claro, importa más satisfacer las demandas de los psicópatas de Bruselas antes que atender el desolador panorama natal español, machacado de forma inmisericorde por las políticas comunitarias, que han provocado, por una parte, la emigración masiva, sobre todo de jóvenes y, por otra, la caída drástica de la natalidad. ¿Quién de esos pulcros políticos que van a tomarse una foto en Caracas salvará España, enfrentándose a cara de perro con las políticas social-darwinistas de Bruselas?
Otro ejemplo de la situación de abandono que vive España es el avance incontenible de la desertización, que afecta ya al 30% del territorio nacional, con perspectivas, si nadie hace nada, de que alcance en pocos años al 50% del territorio. Pero aquí todos felices, mientras España va convirtiéndose, poco a poco e inexorablemente, en una prolongación del desierto del Sáhara y los acuíferos colapsan año tras año, para mantener un modelo agroindustrial que, espectacular a corto y mediano plazo, resulta insostenible a largo plazo, pues lleva a la destrucción de las reservas de agua dulce. Con la desertización muere la fauna, privada de hábitats naturales necesarios para subsistir.

En ese modelo político de ver hacia todos lados, menos a donde es imprescindible ver, España se ha convertido es uno de los grandes peones de la política militarista de EEUU. No sólo es base del escudo antimisiles (obra y gracia de Rodríguez Zapatero, socialista y progre), sino que ha sido transformada en la gran base militar del Comando Sur europeo de Washington, además de ser socio obediente de todo lo que le pide la OTAN (que es EEUU, vestido con otro sayal), sea enviar aviones a los países bálticos, fragatas al mar Negro o armar a Arabia Saudita para su guerra en Yemen.
¿Y qué decir de los centenares de miles de familias que han sido desahuciadas en beneficio de banqueros que tributan menos que los castigados trabajadores autónomos? ¿Qué, de los 4.000 políticos procesados por corrupción? ¿Sería, digamos, éste el modelo que se desea para Venezuela? ¿Tanto odian esos políticos al pueblo venezolano? Indica la lógica que mal pueden salvar un país quienes han sido incapaces de salvar al suyo. Así, pues, hacemos una modesta sugerencia: señores políticos, dejen en paz Venezuela, que los venezolanos sabrán ellos solos salir de su laberinto. Ocupen sus fuerzas en salvar España, que parece necesitarlo más que Venezuela. Por demás, no olviden el viejo refrán, que más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena.
Las lágrimas de Albert Rivera

David Torres
Albert Rivera se ha tenido que ir hasta Venezuela para ver lo que es el hambre. Le hubiera bastado graduarse la vista, comprarse unas gafas, darse una vuelta por cualquiera de esos barrios españoles donde la gente hace cola en los comedores sociales y los pobres tienen que dormir a las puertas de un banco, acostados entre cartones. Yo mismo le podía haber presentado a tres o cuatro mendigos de los que viven a salto de mata y a varias familias destrozadas gracias a las políticas de austeridad que vota su partido y las medidas neoliberales que defiende. Aunque según diversas organizaciones (desde Cáritas al Defensor del Pueblo), hay aproximadamente dos millones de niños con problemas de nutrición en España, estas cifras no impresionan gran cosa a Albert, que es Ciudadano sí, pero ante todo Ciudadano del mundo.

Hay gente que viaja para ver monumentos, conocer otras costumbres, fotografiar animales o follar directamente. Albert Rivera, en cambio, es de los que les gusta viajar para pasarlo mal, descubrir las miserias ajenas, practicar el turismo dramático en lugar del turismo sexual. Con el drama de los opositores venezolanos espera arrancar unos cuantos votos descarriados, aunque se trata de un caladero de bobos bastante saqueado ya por las televisiones, radios y demás pesqueros electorales del PP. Cuyo gobierno, dicho sea de paso, es el mismo que ha vendido a Maduro las armas con las que la policía reprime las manifestaciones de los venezolanos descontentos que se echan a las calles.
Albert hasta ha llorado un poco cuando ha oído los testimonios de los hambrientos, un reflejo que muestra sus grandes dotes de actor y el buen estado de sus glándulas lagrimales. Lo tenía mucho más fácil y mucho más cerca si quería convencernos de la legitimidad de su llanto: a menos de tres horas de avión, podía haber dado un salto hasta el campo de refugiados de Idomeni, donde más de ocho mil personas, niños incluidos, están pasándolas putas gracias a las políticas xenófobas de la Unión Europea y a la eficacia de la policía griega. Con los gases lacrimógenos Albert no habría tenido el menor problema en dar rienda suelta a un lloriqueo que ríete tú de Robert De Niro. Pero en Idomeni, al parecer, los muertos de hambre no son tan rentables como en Venezuela y además no hay un solo voto que rascar contra Podemos. Mejor guardarse las lágrimas, que en la miseria siempre ha habido clases.


El teatro del absurdo de Albert Rivera se corresponde con los últimos grandes fichajes de su partido: Toni Cantó, Felisuco y Agustín Bravo. Cómicos que dan risa cuando quieren dar pena o que dan pena cuando quieren dar risa. Eso por no hablar de los intelectuales que lo apoyan, desde Leticia Sabater a Belén Esteban pasando por Melendi. Es verdad que también hay gente válida en Ciudadanos, lo que pasa es que el bosque no nos deja ver los alcornoques. El otro día Bustamante fue a apoyar a sus amigos, los panas venezolanos, y el pobre hombre ni siquiera se dio cuenta de que estaba delante de la embajada de Colombia. También Albert Rivera, antes de su viaje al centro de sus lágrimas, se hizo una foto delante de la bandera chavista en lugar de usar la de los opositores. La intención es lo que cuenta.

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