Público
Aníbal Malvar
28-5-16
Queridos
habitantes de Españezuela: os envío la presente para haceros una pregunta:
¿dónde estaría hoy en nuestro país un señor que osó secuestrar a un ministro de
Interior y Justicia, sacándolo de su casa a golpes ante la mirada de sus hijos
de seis y nueve años y su esposa? ¿Qué condena recaería sobre alguien que osara
aquí hacer lo mismo, secuestrando a Jorge Fernández Díaz ante los bellos e
inocentes ojos de su ángel de la guarda Marcelo? ¿Le llamaríamos preso de
conciencia?
Leopoldo López así lo hizo en 2002,
siendo alcalde de Chacao e instigador del intento de golpe de Estado que
intentó acabar con el régimen de Hugo Chávez durante aquellas calendas. De
aquella alcaldía salió inhabilitado por malversación, en una sentencia que, es
verdad, fue cuestionada por organismos tan irreprochables como Amnistía
Internacional. Más tarde, en 2014, fue instigador de una revuelta en Caracas
que se saldó con 43 muertes. Para hacernos entender, Leopoldo López es el
Arnaldo Otegi de la oposición venezolana. Con una diferencia: López fue
amnistiado por Hugo Chávez en 2007 por el secuestro del ministro, y pudo
proseguir su carrera política. Y además es multimillonario.
Los vínculos de Españezuela con
Venezpaña parecen evidentes. Tanto que empiezan a apestar a colonización. No me
extrañaría que, en breve, Nicolás Maduro pusiera en marcha un procés
independentista con sus plazos, sus esteladas y sus pitadas al himno.
La Razón dedicaba este viernes toda su
página editorial a nuestro país vecino, pero con parada en Granada. No la
caribeña, sino la andaluza, que con lo fina que se nos ha quedado la frontera
atlántica se pueden confundir. La capacidad de Paco Marhuenda para converger
disyuntivas intelectuales no deja de asombrarme. Aplaude el director planetario
el viaje a Venezpaña de Albert Rivera, pero añade que “su censura a Podemos
debe ser refrendada con hechos. Basta con que rectifique y ayude a cambiar el
gobierno de ayuntamientos en los que ganó el PP, pero que están gobernados por
el PSOE con apoyo de la formación de Iglesias gracias a Ciudadanos. Y hay unos
cuantos, para comenzar Granada”. O sea, la ciudad en la que se descabalgó al PP
porque su alcalde y su concejala de urbanismo fueron detenidos por corrupción.
Detallitos banales que no deben enturbiar nuestra percepción de los insignes
sujetos que nos gobiernan como dios manda, ¿verdad, Paco?
Salven primero España, que Venezuela se salva sola.
Augusto
Zamora R.
Profesor de Relaciones Internacionales, autor de ‘Política y Geopolítica
para rebeldes, irreverentes y escépticos’, de reciente aparición
Como parte de la campaña electoral,
políticos españoles viajan a Venezuela a obrar el milagro de la caída del
chavismo y el retorno de las oligarquías tradicionales, blancas, católicas y
con sus fondos depositados fuera, como han venido haciendo desde el siglo XIX.
Da gusto verles a ellas, ellos, con sus cutis de porcelana, vestidos de Chanel
y rebosantes de salud, demandando libertad, justicia y democracia, olvidando
que tuvieron el poder siempre, hasta que surgió Hugo Chávez, y que en 190 años
de gobierno no hicieron nada por Venezuela, salvo expoliar el país, corromper
la sociedad y convertir un país riquísimo en un remedo, que por no tener, no
tenía ni carreteras. 190 años, incluyendo los de mayor abundancia petrolera
(1922-1975), que despilfarraron de la manera más obscena y, en vez de
modernizar e industrializar Venezuela, hicieron del país una sociedad de parásitos,
que tenía que importar desde vehículos hasta zanahorias. Hoy reclama que el
chavismo, en catorce años, haga lo que ellos no hicieron en 190.
En lo único que se aplicó a fondo la
oligarquía venezolana fue en crear fábricas de muñecas, nenas perfectas,
salidas de dietas y quirófanos que terminaban copando los certámenes de belleza
del continente y el mundo. En el deprimente espectáculo en que se quiere
convertir la política, no sabe uno si reír o llorar viendo los desfiles de
políticos españoles, a lo Gran Gatsby, para hacer caja de un país sumido en una
terrible crisis –nadie va a negarlo-, crisis que tiene causas nativas, pero
también –y son las peores- causas externas, como el colapso económico mundial
desde 2008 y el hundimiento de los precios del petróleo, que es casi lo único
que exporta Venezuela.
De las
nativas hay que apuntar los graves desaciertos del gobierno, pero también la
guerra económica interna de la oligarquía, que recuerda demasiado el sabotaje
contra el gobierno de Allende, en Chile, entre 1970 y 1973, o la guerra
económica contra la Nicaragua sandinista. Fábricas paradas, desabastecimientos
provocados y guerra al gobierno, para crear un caos que justifique o el
alzamiento militar o la intervención extranjera que, tan patriotas ellos,
llevan años pidiendo a gritos, sin entender que los tiempos hoy son otros.
No menos
chirriante es que los salvadores más visibles sean políticos españoles, como si
la España actual fuese modelo de éxito económico y social a imitar. Recoge John
Kenneth Galbraith, en su obra Un viaje por la economía de nuestro tiempo,
que, en 1929, en lo más profundo de la Gran Depresión, el desempleo en EEUU
casi rozó el 25% de la fuerza laboral. No obstante, en 1939, el desempleo se
había reducido al 17% y, en 1944, en plena guerra mundial, era de un simbólico
1,2%. En España, en los mejores años de su economía, el paro ha bajado al 7,93%
(2007), dato inusual pues, desde los años 80, el paro se ha mantenido a una
media del 18%, es decir, igual casi a la cifra de paro de EEUU en los peores
años de la Gran Depresión.
Diferencia
sustantiva es que la Gran Depresión duró diez años, en tanto España vive
instalada en una depresión permanente, con cifras de paro que gritan –para
quien quiera oír- que el sistema económico-social imperante es un fracaso
total, pues ha hecho de lo inaudito (un nivel de paro instalado hoy en el 24%)
algo ‘natural’, de la misma forma que se presenta como éxito económico un
sistema donde la exclusión social y la pobreza han alcanzado datos tan escandalosos
como que un 22% de la población se desliza hacia la pobreza o está ya hundida
en ella, como se viene denunciando desde hace años.
Correlativamente
a esta ominosa realidad, la concentración de la riqueza en un puñado de
plutócratas alcanza niveles históricos, como lo indica el hecho –inmoral- de
que veinte personas, veinte, acumulan tanta riqueza como el 30% de los
ciudadanos del país. No hay duda que, para la blanca y extranjerizada
oligarquía venezolana, el modelo español actual es digno de copiar, pues ¡cuán
maravilloso es que haya tan pocos poseyendo tanto! Así Venezuela, su finca
expropiada por el chavismo, volvería a ser de “ellos”, únicos y legítimos
dueños del país desde el mitificado 1810, de independencia.
Emigran
venezolanos, los ricos sobre todo. Hay como un millón fuera, sobre los 31
millones de habitantes que tiene en país en 2016. Pocos, en relación a la cifra
media de emigración latinoamericana. El Salvador, con 6,7 millones de
habitantes, tiene 2,3 millones de emigrantes. Colombia tiene nueve millones, de
ellos cinco millones en Venezuela. El 20% de la población mexicana vive en
EEUU. Veamos a la salvadora España. En 2008, había 1.471.691 emigrantes
españoles censados.
En 2016, la
cifra se había disparado a 2.305.030 emigrantes. La población decrece y, según
el Instituto Nacional de Estadística, España tendrá 45,8 millones de habitantes
en 2024 y 40,9 millones en 2064, de población masivamente envejecida. Un país
casi en vías de extinción. Pero, claro, importa más satisfacer las demandas de los
psicópatas de Bruselas antes que atender el desolador panorama natal español,
machacado de forma inmisericorde por las políticas comunitarias, que han
provocado, por una parte, la emigración masiva, sobre todo de jóvenes y, por
otra, la caída drástica de la natalidad. ¿Quién de esos pulcros políticos que
van a tomarse una foto en Caracas salvará España, enfrentándose a cara de perro
con las políticas social-darwinistas de Bruselas?
Otro ejemplo
de la situación de abandono que vive España es el avance incontenible de la
desertización, que afecta ya al 30% del territorio nacional, con perspectivas,
si nadie hace nada, de que alcance en pocos años al 50% del territorio. Pero
aquí todos felices, mientras España va convirtiéndose, poco a poco e
inexorablemente, en una prolongación del desierto del Sáhara y los acuíferos
colapsan año tras año, para mantener un modelo agroindustrial que, espectacular
a corto y mediano plazo, resulta insostenible a largo plazo, pues lleva a la
destrucción de las reservas de agua dulce. Con la desertización muere la fauna,
privada de hábitats naturales necesarios para subsistir.
En ese
modelo político de ver hacia todos lados, menos a donde es imprescindible ver,
España se ha convertido es uno de los grandes peones de la política militarista
de EEUU. No sólo es base del escudo antimisiles (obra y gracia de Rodríguez
Zapatero, socialista y progre), sino que ha sido transformada en la gran base
militar del Comando Sur europeo de Washington, además de ser socio obediente de
todo lo que le pide la OTAN (que es EEUU, vestido con otro sayal), sea enviar
aviones a los países bálticos, fragatas al mar Negro o armar a Arabia Saudita
para su guerra en Yemen.
¿Y qué decir
de los centenares de miles de familias que han sido desahuciadas en beneficio
de banqueros que tributan menos que los castigados trabajadores autónomos?
¿Qué, de los 4.000 políticos procesados por corrupción? ¿Sería, digamos, éste
el modelo que se desea para Venezuela? ¿Tanto odian esos políticos al pueblo
venezolano? Indica la lógica que mal pueden salvar un país quienes han sido
incapaces de salvar al suyo. Así, pues, hacemos una modesta sugerencia: señores
políticos, dejen en paz Venezuela, que los venezolanos sabrán ellos solos salir
de su laberinto. Ocupen sus fuerzas en salvar España, que parece necesitarlo
más que Venezuela. Por demás, no olviden el viejo refrán, que más sabe el loco
en su casa que el cuerdo en la ajena.
Las
lágrimas de Albert Rivera
David Torres
Albert
Rivera se ha tenido que ir hasta Venezuela para ver lo que es el hambre. Le
hubiera bastado graduarse la vista, comprarse unas gafas, darse una vuelta por
cualquiera de esos barrios españoles donde la gente hace cola en los comedores
sociales y los pobres tienen que dormir a las puertas de un banco, acostados
entre cartones. Yo mismo le podía haber presentado a tres o cuatro mendigos de
los que viven a salto de mata y a varias familias destrozadas gracias a las
políticas de austeridad que vota su partido y las medidas neoliberales que
defiende. Aunque según diversas organizaciones (desde Cáritas al Defensor del
Pueblo), hay aproximadamente dos millones de niños con problemas de nutrición
en España, estas cifras no impresionan gran cosa a Albert, que es Ciudadano sí,
pero ante todo Ciudadano del mundo.
Hay gente
que viaja para ver monumentos, conocer otras costumbres, fotografiar animales o
follar directamente. Albert Rivera, en cambio, es de los que les gusta viajar
para pasarlo mal, descubrir las miserias ajenas, practicar el turismo dramático
en lugar del turismo sexual. Con el drama de los opositores venezolanos espera
arrancar unos cuantos votos descarriados, aunque se trata de un caladero de
bobos bastante saqueado ya por las televisiones, radios y demás pesqueros
electorales del PP. Cuyo gobierno, dicho sea de paso, es el mismo que ha
vendido a Maduro las armas con las que la policía reprime las manifestaciones
de los venezolanos descontentos que se echan a las calles.
Albert hasta ha llorado un poco cuando ha oído los
testimonios de los hambrientos, un reflejo que muestra sus grandes dotes de
actor y el buen estado de sus glándulas lagrimales. Lo tenía mucho más fácil y
mucho más cerca si quería convencernos de la legitimidad de su llanto: a menos
de tres horas de avión, podía haber dado un salto hasta el campo de refugiados
de Idomeni, donde más de ocho mil personas, niños incluidos, están pasándolas
putas gracias a las políticas xenófobas de la Unión Europea y a la eficacia de
la policía griega. Con los gases lacrimógenos Albert no habría tenido el menor problema
en dar rienda suelta a un lloriqueo que ríete tú de Robert De Niro. Pero en
Idomeni, al parecer, los muertos de hambre no son tan rentables como en
Venezuela y además no hay un solo voto que rascar contra Podemos. Mejor
guardarse las lágrimas, que en la miseria siempre ha habido clases.
El teatro del absurdo de Albert Rivera se
corresponde con los últimos grandes fichajes de su partido: Toni Cantó,
Felisuco y Agustín Bravo. Cómicos que dan risa cuando quieren dar pena o que
dan pena cuando quieren dar risa. Eso por no hablar de los intelectuales que lo
apoyan, desde Leticia Sabater a Belén Esteban pasando por Melendi. Es verdad
que también hay gente válida en Ciudadanos, lo que pasa es que el bosque no nos
deja ver los alcornoques. El otro día Bustamante fue a apoyar a sus amigos, los
panas venezolanos, y el pobre hombre ni siquiera se dio cuenta de que
estaba delante de la embajada de Colombia. También Albert Rivera, antes de su
viaje al centro de sus lágrimas, se hizo una foto delante de la bandera
chavista en lugar de usar la de los opositores. La intención es lo que cuenta.
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