Público
23-5-16
Fernando López Agudín
Los nietos
de Calvo Sotelo acaban de darle la vuelta a su abuelo. Aquel más vale una
España roja que rota, enunciado durante la II República, ahora ha sido
reconvertido en más vale una España rota que morada. Lo sucedido en Madrid
desde el miércoles, en el que la Delegada del Gobierno en Madrid prohibió las
esteladas en la final de Copa de fútbol, hasta ayer domingo, con el espectáculo
político en el Vicente Calderón, evidencia que hay quienes intentan encauzar a
la sociedad española a una guerra de banderas, justo en vísperas de unas urnas
que amenazan rebosar de papeletas moradas. Pese a que el viernes pasado un
juez puso un punto de sensatez defendiendo el derecho a la libertad
de expresión, esta provocación denuncia a los provocadores.
Hoy todos
los palos políticos se los lleva Concepción Dancausa como Delegada del
Gobierno, e incluso hay quien exhibe la larga ficha fascista de su padre
Fernando Dancausa, como si ser hija de un facha fuese una enfermedad genética.
Quien la designó, como el ministro Fernández Díaz, quien la arropó, como Soraya
Sáenz de Santamaría, al calificar como una mera cuestión técnica la
prohibición, al igual que la Fiscalía dependiente del Fiscal General del
Estado, que se opuso al criterio interpretativo del juez, son todos ellos
igualmente responsables de esta decisión preconstitucional de la delegada
Dancausa. Mucho más, el presidente Rajoy al ejercer de gallego en este enredo
que busca enlodar territorialmente la campaña electoral.
Justo cuando, como consecuencia del avance de la
alternativa progresista de Unidos Podemos, la tensión de los nacionalismos en
pugna ha remitido bastante en Cataluña y Euskadi, desde el Partido Popular
rebrotan serios intentos por recuperar los anteriores niveles de enfrentamiento
entre la Moncloa y el palacio de San Jaume. Ese entrecruce provocado entre
esteladas y rojigualdas persigue resituar el próximo escenario electoral en las
mejores condiciones posibles para un partido gubernamental al que no le llega
la camisa al cuerpo. Enfrentar a España con Cataluña puede ser una de las vías
para cortocircuitar el paso a los que ayer eran calificados como frikis por el
consejero aúlico de Rajoy, Pedro Arriola.
Que Unidos Podemos vuelva a aparecer como la primera
fuerza en Cataluña y Euskadi, según las encuestas oficiales en una y otra
comunidad, intensifica esta peligrosa tentación del Partido Popular. En
lugar de felicitarse, por ser la primera vez en más de cuatro décadas que un
partido estatal se sitúa por delante de los nacionalistas, se inquietan mucho
más porque esa España morada es acogida favorablemente en dichas
comunidades, como nunca lo ha sido la España azul o rosa. Que la unidad del
Estado sea mejor defendida por el dúo Garzón e Iglesias que por el trío Rajoy,
Rivera, Sánchez, es un indicio manifiesto sobre el trasfondo social que
encierra muy a menudo la cuestión territorial.
Tres son los objetivos electorales de los promotores
de este decreto Dancausa. Fortalecer tanto a Rajoy como Puigdemont, a la vez
que debilitar a Garzón e Iglesias. La Moncloa necesita arroparse con la
rojigualda y arropar a la Generalitat con la estelada para frenar a unos
morados que, al verse muy envueltos en una creciente guerra de banderas, no
puedan seguir marcando la cuestión social como la prioritaria para la inmensa
mayoría de los españoles, con independencia de que sean castellanos, catalanes
o vascos. De hecho, lo que hace Rajoy es tratar de importar a Madrid la
política que desde hace una década viene aplicando Rivera en Barcelona. Como
sostenía el pensador Samuel Johnson, tras un patriotero siempre se esconde un
canalla.
El gran problema de estos patriotas de bolsillo es
la creciente toma de conciencia ciudadana sobre los responsables políticos de
la crisis que hoy padecen casi todos los españoles. Intentar dividirlos por
territorios, idiomas o banderas es tarea poco más que imposible si se tiene en
cuenta la creciente unidad de todas las fuerzas populares. Salvo el PSOE, que
por el momento resta, todo es un sumando. Jugar a la ruptura de España es muy
difícil, sobre todo cuando, el extraordinario avance de la España morada puede
ser el camino más corto para echar de la Moncloa a Rajoy y consolidar la
cohesión estatal. Ese común denominador que ya es Unidos Podemos es hoy la
mejor garantía de la unidad del Estado español.
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